Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de mayo de 2016
Contrariamente a lo que muchas veces se escucha, la ciencia –el mejor método que el ser humano ha desarrollado para obtener conocimiento confiable acerca de la naturaleza– no es siempre “fácil” ni “divertida”. Por el contrario: es una labor exigente, superespecializada y agotadora, llena de obstáculos y desengaños. Sólo quien tenga la vocación y el carácter suficientes puede hallar satisfacción en ella. Y su producto, el conocimiento científico, es complejo, abstracto –muchas veces se expresa en lenguaje matemático– y con frecuencia antiintuitivo y frustrante. La ciencia suele mostrar que las cosas no son como creíamos y que no podemos lograr todo lo que deseamos (obtener dinero o energía gratis, no envejecer ni morir, hallar la vacuna contra el cáncer o el catarro).
Quizá por eso son tan populares los
charlatanes que ofrecen, bajo el mote de “autoayuda” o “
autosuperación”, cosas que todos deseamos como salud, bienestar, juventud, dinero y amor. Para obtenerlos sólo es necesario pagar por las conferencias, libros, productos o terapias que cada gurú, invariablemente, vende. Algunos ejemplos famosos son
Deepak Chopra, el (por fortuna) ya difunto “doctor”
Masaru Emoto, Paulo Coelho, Carlos Cuauhtémoc Sánchez y otros similares.
Una característica frecuente en los vendedores de autoayuda es que toman algunas ideas científicas (o a veces sólo palabras que suenan científicas) y las mezclan con conceptos místicos o mágicos para obtener un revoltijo contradictorio, incoherente y falto de todo sustento científico, pero que vende y suena bonito. Y eso es lo que ofrecen como solución a todos los problemas de la vida. Ya lo decía
Carl Sagan en su indispensable libro
El mundo y sus demonios (Planeta, 1997), “La
seudociencia es más fácil de presentar al público que la ciencia, porque el corazón de la seudociencia es la idea de que desear algo basta para que sea cierto.”
Una de las representantes más conocidas y exitosas de esta tendencia en México es la señora Gabriela Vargas Guajardo, conocida como
Gaby Vargas. Hija de quien fuera fundador y dueño de
MVS Comunicaciones,
Joaquín Vargas Gómez, Gaby Vargas se hizo famosa primero como “asesora de imagen” y por sus libros y charlas sobre estilo y modales. Por desgracia, en los últimos años se ha interesado por los aspectos de la salud y el bienestar donde lo “espiritual” se mezcla con lo científico. Como resultado, se ha convertido en una ávida lectora y promotora de todo tipo de charlatanes seudocientíficos: Emoto, Chopra,
Rupert Sheldrake y sus locas teorías sobre “resonancia mórfica” (que supuestamente explica por qué ocurren las coincidencias), y muchas, muchas otras locuras.
Las creencias de Vargas son, fundamentalmente, esotéricas, o como ella quizá prefiera decir, “espirituales”. Su problema, al querer mezclarlas con la ciencia, y es un
gran problema, es que no cuenta con la preparación ni el conocimiento para distinguir la ciencia auténtica de sus imitaciones fraudulentas. Por el contrario: parece tener un talento especial para detectar charlatanes que se presentan como científicos pero que en realidad proponen “teorías” que carecen de fundamentos y que se contradicen con el conocimiento científico actualmente aceptado. Y se dedica a
popularizar sus ideas en sus
cápsulas de radio, columnas,
blogs,
libros y
conferencias.
Quizá lo que le falta a Vargas es entender qué es lo que le da legitimidad al conocimiento científico. Lo que nos permite distinguir la ciencia legítima de la ciencia falsa (seudociencia) o deficiente (mala ciencia) es
el consenso de la comunidad de expertos científicos en un tema dado. Ciencia es lo que la mayoría de los expertos en un campo acepta como válido en un momento dado, con base en la evidencia, los argumentos y la coherencia con el resto del conocimiento científico aceptado, entre otros factores.
Y por supuesto,
este consenso cambia con el tiempo: conforme surge nueva evidencia, nuevos argumentos y nuevas teorías, lo que se considera ciencia válida puede modificarse. Pero sólo si hay muy buenas razones para ello. Por eso, cuando un investigador presenta una teoría, por más “novedosa” y “revolucionaria” que ésta sea, si no cumple con estos requisitos, según el criterio de la gran mayoría de sus colegas, podemos estar seguros de que sus ideas son incorrectas. Si con el paso del tiempo sigue siendo incapaz de convencer a sus supuestos colegas de la validez de sus teorías y aún así insiste en ellas y habla de un complot para acallar sus ideas, sabemos que se trata de un loco, un farsante o un charlatán.
Pues bien: Gaby Vargas acaba de lanzar al mercado un nuevo libro titulado
Los 15 secretos para rejuvenecer: la verdadera antiedad (
sic)
está en tus células (Aguilar, 2016). Sobra decir que no lo he leído (aunque está en todas las mesas de novedades de las librerías del país); hace mucho que decidí no volver a gastar dinero en libros seudocientíficos, ni siquiera para conocer sus argumentos. Pero afortunadamente la señora Vargas pone
el primer capítulo de su obra a disposición del público en su página web, y ha dado numerosas entrevistas a medios donde describe las ideas principales.
Y las ideas principales de este mazacote de ciencia y fantasía mágico-voluntarista (
wishful thinking) son éstas (mis comentarios, entre paréntesis):
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Telómero |
1) La principal causa del envejecimiento es el acortamiento de las puntas de los
cromosomas que existen en el núcleo de cada una de las células de nuestro cuerpo: los llamados
telómeros. En cada división celular, los telómeros se acortan. Cuando se acortan demasiado, la célula deja de dividirse y muere. Cito literalmente, para mostrar el nivel de exageración: “De hecho, todas las enfermedades de las que has escuchado tienen que ver con un acortamiento de los telómeros”. (Aunque la relación de los telómeros con el envejecimiento es un hecho, este último enunciado es totalmente falso, y lo que afirma Vargas es una sobresimplificación brutal. El largo de los telómeros no es el único factor que explica el envejecimiento, y quizá ni siquiera el más importante.)
2) Los telómeros pueden ser restaurados por la acción de la enzima
telomerasa. Este proceso puede alargar la vida de las células. (Nuevamente, una verdad a medias: normalmente la telomerasa sólo actúa en tejido embrionario, en las células germinales –
gametos– y en ciertos tejidos muy específicos. La gran mayoría de nuestras células carecen de esta enzima. Y qué bueno, porque una activación de la telomerasa
puede conducir al desarrollo de cáncer.)
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Acortamiento
de los telómeros |
3) Nuestros pensamientos y emociones pueden afectar la actividad de la telomerasa, que puede ser activada por pensamientos positivos e inactivada por los negativos. Por ello, nuestro estilo de vida y la manera como encaramos los problemas afecta de manera decisiva la forma como envejecemos. Es decir, si eres positivo y disfrutas la vida, envejecerás menos. (Por supuesto, nada de lo anterior tiene el menor sentido: es patentemente falso. No hay ninguna evidencia sólida que apoye tales fantasías, excepto las afirmaciones de los autores que Vargas escoge, cuyas investigaciones no son reconocidas por la comunidad mundial de expertos. Con esos argumentos pretende fundamentar “científicamente” la idea central de la autoayuda: “si deseas algo, se te puede cumplir”; en este caso, no envejecer.)
4) Esta influencia del pensamiento positivo en los telómeros se da a través de “vibraciones” de “energía” (cuando se habla de “energía” y “vibración” en el contexto del misticismo y la autosuperación, siempre se refiere a algo de índole espiritual, no al concepto
usado en física… y más o menos lo mismo sucede con la palabra “cuántico”, otra favorita de Vargas y sus congéneres) y de los “campos electromagnéticos” que producen nuestras células y nuestro corazón, y que se pueden comunicar a otras personas. Vale la pena una cita literal: “no exagero al decir que tú y yo podemos intervenir para crear el futuro que deseamos, al ‘encender’ los genes que prolongan la edad […] y ‘apagar’ aquellos que nos envejecen tanto mental, como físicamente, al reducir la velocidad de la pérdida de los telómeros.” (Aquí la señora Vargas ya entra en el campo del desvarío total. Da por hecho que la ciencia “demuestra” la existencia del espíritu y que nuestros pensamientos y emociones “crean” la realidad y pueden modificarla a nuestra conveniencia.)
No hay espacio aquí para mencionar la cantidad de confusiones que Vargas presenta en su libro (confundir la
modificación epigenética del ADN con la acción de las telomerasas, por ejemplo, o creer que la activación e inactivación de genes tiene algo que ver con éstas). Sólo mencionaré cómo cita uno de los pocos
trabajos científicos serios en que se basa, el del Dr. Ronald DePinho, de la Escuela Médica de Harvard, publicado en noviembre de 2010 en la prestigiada
revista Nature.
En su libro, Vargas dice que los resultados de “un interesante experimento realizado [en ratones] por el doctor Ronald A. DePinho […] bien podrían equipararse al hallazgo de la ancestralmente buscada fuente de la eterna juventud. […] Cuando DePinho provocó que los telómeros en sus células se alteraran, […]el ratón rejuveneció por completo: su piel, tejidos y órganos comenzaron a regenerarse como los de un joven”.
Lo malo es que no menciona –y quizá ni siquiera entiende– que
los experimentos de DePinho se realizaron con ratones transgénicos en los que el gen que produce la enzima telomerasa se podía controlar artificialmente para encenderlo o apagarlo a voluntad. Un procedimiento que sólo puede realizarse en condiciones de laboratorio que sería absolutamente imposible de realizar en humanos (¡y mucho menos usando sólo “pensamientos positivos” en vez de ingeniería genética!).
Soy partidario absoluto de la libertad de prensa. Pero soy un defensor, como muchos otros colegas divulgadores científicos y pensadores escépticos, del rigor y la veracidad cuando se habla de ciencia. Presentar como ciencia algo que no lo es, es desinformar. Hablar de ciencia sin tener la preparación adecuada para hacerlo, y presentar como válidas teorías sin fundamento a un público amplio y deseoso de información útil es traicionar la confianza que ese público tiene en una comunicadora como Gaby Vargas.
Por lo pronto lo que puedo recomendar es que, si le interesa la ciencia y quiere saber qué dice ésta sobre el envejecimiento, se abstenga de leer el nuevo libro de Gaby Vargas.
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