Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 30 de abril de 2017
Publicado en Milenio Diario, 30 de abril de 2017
Las universidades, sobre todo las públicas, son los espacios naturales para la apertura y la tolerancia. Pero también están obligadas a ser baluartes de la cultura y del rigor académico, que son los cimientos de su reputación, y garantes del papel que cumplen en la sociedad.
El sábado pasado 22 de abril se llevó a cabo en todo el mundo, con una importante participación en México, y en particular en la capital, la Marcha por la Ciencia, que buscó, entre otras cosas, defender la importancia de la investigación científica y del conocimiento que ésta genera para las sociedades modernas. Los valores de la ciencia, entre los que se hallan el compromiso con la realidad, el pensamiento crítico, la honestidad intelectual y el rigor metodológico, son tan importantes como las aplicaciones tecnológicas del conocimiento que se genera gracias a estos valores.
En la marcha hubo una importante participación –no podía ser de otro modo– de contingentes formados por estudiantes de licenciatura y posgrado y por investigadores científicos de varias de las principales instituciones públicas de educación superior, incluyendo al Instituto Politécnico Nacional (IPN), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y, por supuesto, la máxima casa de estudios de nuestro país, y una de las principales universidades de Latinoamérica, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Por eso resulta alarmante ver que, casi simultáneamente, aparecieron diversos mensajes en medios de la propia UNAM, o asociados a ella, donde se promueve el pensamiento anticientífico al presentar terapias seudomédicas, carentes de toda utilidad terapéutica, como si fueran no sólo válidas, sino como valiosos avances, y donde se criticaba al mismo tiempo a la medicina científica, basada en evidencia.
El ejemplo más notorio fue el artículo titulado “Todo lo que no es alopatía…”, firmado por la doctora Paulina Rivero Weber, filósofa y directora del Programa Universitario de Bioética (PUB) de la UNAM. El texto fue publicado el 19 de abril en un espacio institucional que, con el nombre “Una vida examinada: reflexiones bioéticas”, el PUB tiene en la revista digital Animal político.
En él, Rivero se dedica a defender, contra la que ella llama “medicina alópata” (nombre que sólo los homeópatas usan), a terapias “alternativas” como la homeopatía y la acupuntura, entre otras. Y lo hace, por desgracia y contradiciendo el consejo que ella misma ofrece en su texto (“no se debe hablar de aquello que se desconoce”), desde la más profunda ignorancia. Los argumentos que ofrece para justificar su defensa de estas seudoterapias son lamentables: van desde evidencia anecdótica (como a ella le han funcionado, queda demostrada su eficacia) al argumento de autoridad (su médico, un doctor González, estudió en China, por lo tanto hay que creer en su palabra) y a la falacia de popularidad (o argumento ad populum; como mucha gente dice que le ha funcionado, debe ser cierto).
La doctora Rivero pasa así por encima de cientos de investigaciones clínicas rigurosas, llevadas a cabo en instituciones médicas de prestigio de todo el mundo, y publicadas en las mejores revistas científicas arbitradas, así como estudios comisionados por las autoridades de salud de muchos países desarrollados, que han encontrado que la homeopatía, la acupuntura y tantas otras “terapias alternativas” carecen de cualquier efecto terapéutico real, razón por las que no son reconocidas por la comunidad médica mundial (aunque sí, naturalmente, por las sociedades de homeópatas o de acupunturistas). Incluso, como ya se ha referido en este espacio, en países como Reino Unido, Francia, España, Australia, Holanda o Suiza se ha retirado el apoyo con fondos públicos para tratamientos homeopáticos, y recientemente en Estados Unidos se obliga a los medicamentos homeopáticos a portar una advertencia de que no hay evidencia científica que confirme su efectividad.
Quizá la doctora Rivero desconozca lo anterior. Pero no habría sido tan difícil averiguarlo. Quizá desconozca también las condiciones en que se realizan los estudios clínicos para validar una terapia médica: un grupo de pacientes y otro de control, el uso de placebos administrados por el método de doble ciego, para evitar sesgos, y un riguroso análisis estadístico posterior para detectar si hay algún efecto real, distinto del azar, producido por la terapia.
La doctora Rivero pasa también por encima del conocimiento científico actual, que entra en franca contradicción con los supuestos fundamentos teóricos de ambas disciplinas. Respecto a la homeopatía, la idea de que sustancias que normalmente producen un efecto, al ser diluidas infinitesimalmente, pueden producir el efecto contrario, y que su “potencia” aumenta conforme más diluidas estén (lo cual va, por supuesto, contra todo el conocimiento químico actual). En el caso de la acupuntura, que existe una “energía vital” llamada chi o qui que fluye por unos supuestos canales en el cuerpo humano llamados “meridianos”, y que la inserción de agujas puede corregir problemas en su flujo (por supuesto, ni el chi, que es “inmaterial e imperceptible”, ni los meridianos, que no corresponden a las venas, arterias, nervios ni vasos linfáticos, han sido jamás detectados).
Vale decir que la opinión de Rivero Weber no es representativa de lo que piensan los demás miembros del PUB. En el espacio en Animal político se advierte que “Las opiniones publicadas en este blog son responsabilidad únicamente de sus autores. No expresan una opinión de consenso de los seminarios ni tampoco una posición institucional del PUB-UNAM”. Y probablemente su beligerante texto fue escrito como respuesta a otro artículo publicado anteriormente, el 5 de abril, por otro miembro del PUB, César Palacios González, en el mismo espacio. En este texto, titulado “Estado mexicano, lectura del huevo y homeopatía”, el autor hacía una reducción al absurdo para enfatizar lo absurdo, desde el punto de vista científico como ético, de que las instituciones de salud del Estado mexicano financien tratamientos “alternativos” que carecen tanto de base científica como de efectividad terapéutica. Pero nada de eso justifica la promoción que Rivero hace, no en un foro personal, sino en un espacio público amparado bajo el nombre del PUB y la UNAM, y en su carácter de directora del propio PUB, de la charlatanería seudomédica.
Contra lo que Rivero afirma en su texto, quienes combatimos la promoción de la homeopatía, la acupuntura y demás seudomedicinas no lo hacemos por ignorancia o prejuicio, sino basados en el conocimiento científico aceptado, que a su vez se fundamenta en la experimentación controlada, la búsqueda de evidencia y el análisis y discusión crítica de la misma. Y la respuesta que la ciencia da es clara: no hay evidencia alguna de que tratamientos como éstos tengan algún efecto terapéutico detectable.
Sin embargo la popularidad de este tipo de terapias es grande. Tan grande, que en algunas dependencias de la propia UNAM, como las Facultades de Estudios Superiores Cuautitlán y Zaragoza, se imparten ya cursos de éstas y otras disciplinas “alternativas”, y en las redes sociales universitarias se difunde, como si fuera motivo de orgullo, la aplicación de “acupuntura veterinaria” por egresados de la UNAM. (Hay otros ejemplos dentro y fuera de la UNAM, como la materia de “medicina holística” que se imparte en su Escuela Nacional de Enfermería, o la existencia de un Hospital Nacional Homeopático dependiente de la Secretaría de Salud, como ya se ha comentado aquí.)
El problema de cómo distinguir la ciencia legítima de sus imitaciones seudocientíficas no es sencillo, y ha ocupado por décadas a los filósofos de la ciencia. Pero eso no justifica que cualquier disciplina tenga derecho a ser aceptada como ciencia. Hasta el momento, el criterio que rige, como ha regido siempre, para distinguir ciencia de seudociencia es el consenso de la mayoría de los miembros de la comunidad científica de expertos relevantes. Consenso que obedece, entre otros criterios, a la evidencia y los argumentos para legitimar una disciplina como “científica”. Como dijera el famoso comediante y defensor del pensamiento racional australiano Tim Minchin “¿sabes cómo le llaman a la medicina alternativa que demuestra ser efectiva? Medicina”.
Preocupa que la directora del Programa de Bioética de una Universidad Nacional se erija como defensora de seudoterapias que, al carecer de efectividad ponen en peligro e incluso dañan –al hacer perder un tiempo valioso, o al recomendar tratamientos sin un control farmacológico adecuado– la salud de los pacientes. Hay en ello un evidente conflicto ético.
Y preocupa que en la UNAM se impartan y se difundan seudociencias médicas, porque se daña así la imagen y confiabilidad de la Universidad de todos los mexicanos (así como el IPN ha visto dañada la suya por la existencia continuada de una Escuela Nacional de Medicina y Homeopatía, que si bien tiene raíces históricas, no tiene razón de ser en el siglo XXI, y por la venta de productos milagro por parte de “egresados del IPN” que lucran con su marca).
La doctora Rivero hace algunas propuestas que pueden ser útiles: que se distinga entre charlatanes y profesionales calificados (aunque ella supone que los homeópatas y acupunturistas con estudios son, de alguna manera, “profesionales calificados” del área de la salud). Su idea podría aprovecharse estableciendo, en la UNAM y en otras instituciones académicas, mecanismos que, sin restringir la diversidad y pluralidad de pensamiento, ni la libertad académica, sí garanticen un mínimo rigor cuando se habla de ciencia, y sobre todo de ciencias médicas, para impedir que disciplinas seudocientíficas invadan los recintos universitarios. Esto podría hacerse, quizá, estableciendo comités que avalen el rigor científico de la información que se difunde y los cursos que se imparten.
Ojalá que las autoridades de la UNAM tomen medidas para garantizar el rigor académico en el conocimiento que se difunde en nombre de la institución, y para garantizar la confiabilidad de las terapias que la propia UNAM avala. De otra manera, la reputación de nuestra máxima casa de estudios podría verse, lamentablemente, erosionada.
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