Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 9 de abril de 2017
Publicado en Milenio Diario, 9 de abril de 2017
Hace mucho que la opinión pública no se conmocionaba tanto por un accidente automovilístico como con el ocurrido en la madrugada del viernes 31 de marzo en el Paseo de la Reforma (que no “avenida Reforma”).
En parte, el intenso interés del público y los medios por el tema se debe a lo aparatoso del accidente, que ocasionó que el auto se partiera longitudinalmente por la mitad al chocar con un poste, que lo atravesó como cuchillo en mantequilla, y que los cadáveres de cuatro pasajeros quedaran regados por la banqueta. Uno de ellos perdió una pierna por debajo de la rodilla; otro sufrió una impresionante decapitación.
Pero lo cierto es que constantemente ocurren accidentes similares en las ciudades y carreteras del país, sin que susciten tal interés. Aparte de lo céntrico de lugar, probablemente el factor que captó la atención del público hayan sido las fotos y videos que mostraban, en toda su crudeza, la magnitud de lo acontecido. En la era de internet, los medios digitales y redes sociales permiten que la información y las imágenes se difundan viralmente como nunca antes.
El accidente ha desatado una gran variedad de comentarios y discusiones. Los temas van desde la irresponsabilidad del conductor, que casi seguramente iba tomado o drogado, pasando por la necesidad de que el gobierno establezca medidas como reductores de velocidad en vías como la recta del Paseo de la Reforma que va de la Fuente de Petróleos a la esquina con Lieja, a propuestas para que los servicios de valet-parking puedan negar la devolución de un auto a un cliente en evidente estado de ebriedad, o acusaciones de responsabilidad por el accidente contra los dueños de bar donde los accidentados estuvieron bebiendo.
Una propuesta sensata sería colocar alcoholímetros gratuitos en los bares, con pajillas desechables; algo que este columnista ya observó hace unos diez años en antros de Montevideo. La idea de una prueba obligatoria no parece tan factible. En cambio, los comentarios que buscan culpabilizar a las mujeres que fallecieron en el accidente resultan estúpidas y despreciables. (Y ya ni hablemos de estupideces como la ridícula “bruja” que realizó un ritual mágico en el sitio para ahuyentar a los “espíritus” que causaron el accidente.)
Pero en mi opinión lo esencial es la responsabilidad del conductor que, esperemos, será juzgado y castigado según lo marca la ley, de manera justa pero inflexible. Y es que el individuo debió haber sabido que conducir un vehículo de 1.7 toneladas a unos 180 km/hora o más (la velocidad exacta varía según la fuente) era una grave imprudencia.
He aquí, quizá, lo más básico del problema: el conductor de ese BMW blanco de dos millones de pesos carecía –como carece la gran mayoría de la población mexicana– de las nociones básicas respecto a las leyes newtonianas del movimiento.
Cierto: uno estudia en la secundaria y bachillerato principios tan elementales como que la inercia de un objeto en movimiento –su tendencia a seguirse moviendo– depende de su masa y velocidad; que dicha inercia puede superar a la fricción que mantiene a las llantas rodando sobre el pavimento sin resbalar, o que la resistencia de los objetos tiene límites obvios que también se relacionan con su masa y velocidad al chocar con un cuerpo inamovible (como resultó serlo el dichoso poste).
¿Cómo es posible que el auto de lujo, con avanzados mecanismo de seguridad, se partiera con tanta facilidad? ¿Cómo es posible que hubiera una cabeza, una pierna y quizá otros fragmentos humanos regados por la banqueta? Todo depende de la velocidad del coche al momento del choque. La cual es, en efecto, consecuencia de la potencia del motor, de la falta de reductores de velocidad en Reforma, pero sobre todo de la falta de previsión del conductor.
Muchas leyes de la física, como tantos otros conceptos científicos, no forman parte de nuestros instintos, y con frecuencia resultan de hecho contraintuitivas. Sí, todos sabemos cachar una pelota que se nos arroja, y lo hacemos sin darnos cuenta de la serie de cálculos que realizamos instantáneamente. Pero no sabemos instintivamente que por encima de cierta velocidad las llantas de un auto pierden agarre sobre el pavimento, sobre todo en una curva, o que el impacto puede partir en dos un coche o decapitar a una persona (el conductor, asombrosamente, salvó la vida gracias a las bolsas de aire… y a que el poste pegó ligeramente a la derecha de su asiento).
Para eso necesitamos estar educados. Haber llevado una buena clase de física y haber incorporado a nuestra manera de pensar, a nuestra forma de percibir el mundo, al menos algunos de esos principios. (Incluyendo también, claro, el muy elemental de que el consumo de alcohol disminuye la velocidad de los reflejos, y obnubila la capacidad de juicio.)
Accidentes como el de Reforma son causados también por la falta de una cultura científica elemental por parte de los conductores. Por eso, entre tantas otras causas de un fenómeno multifactorial como éste, las tragedias de ese tipo siguen siendo tan frecuentes. Ojalá que el caso sirva para que todos, como sociedad, comencemos a hacer algo al respecto.
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