Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de junio de 2017
Publicado en Milenio Diario, 11 de junio de 2017
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Entre ellas, que Norman Borlaug –el padre de la “revolución verde” que ayudó a mejorar enormemente la producción alimentaria mundial mediante cruzas para obtener cultivos mejorados– había “creado semillas transgénicas” (nada de eso: todas se obtuvieron mediante técnicas convencionales, no moleculares: cruzas, hibridación y selección de plantas y semillas). Que el trigo y centeno que se produjeron así contienen un “nuevo” gluten que es la causa de los actuales casos de intolerancia a esta proteína (en realidad no existe intolerancia al gluten fuera de quienes padecen, por una predisposición genética, la enfermedad celíaca: menos de 2 de cada 100 adultos, quienes pueden ser gravemente afectados por su consumo).
Montero afirmaba también que los resultados de la investigación científica que llevan a cabo las empresas farmacéuticas “no son más que publicidad encubierta” (como si no estuvieran sujetos a los mismos controles de calidad que cualquier investigación que se publica en revistas científicas arbitradas, y adicionalmente a los detallados requerimientos de seguridad que imponen las autoridades sanitarias de todos los países antes de autorizar la salida al mercado de nuevos medicamentos).
Y, finalmente, sostenía que la homeopatía no sólo puede tener verdadera utilidad terapéutica, “aunque sólo fuera por el efecto placebo” (cuando éste consiste, precisamente, en la falta de efecto en presencia de un tratamiento, comparado con su ausencia), sino que hay una “campaña” (“meses de un machaque tan orquestado y pertinaz no puede ser casual”) en contra de ella, financiada por los laboratorios farmacéuticos (que son, nos revela, “los verdaderos dueños del mundo”).
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Aparte del tono anticientífico y conspiranoico de su escrito, y de otro en el que responde a la defensora del lector de El país, Montero –quien, sorprendentemente, estudió periodismo– manifiesta una total incomprensión del principio de verificación que todo periodista –igual que cualquier científico– debe seguir antes de publicar su información. Sustenta sus absurdas afirmaciones no con citas a fuentes confiables, sino con frases como “supongo”, “me parece” o “estoy segura que”.
La reacción contra el texto de Montero ha sido tremenda. Numerosos expertos, así como personalidades de la divulgación científica, han explicado ampliamente por qué lo que dice son tonterías, y por qué es tan grave que una líder de opinión respetada como ella propague tal basura conceptual. Grave y peligroso.
Las opiniones de Montero son, creo yo, sólo una muestra más de la preocupante tendencia global a desconfiar del conocimiento científico, obtenido mediante trabajo riguroso y detallado, y sustentado en datos verificables, y a dar entrada, en cambio, a todo tipo de creencias, por absurdas e infundadas que resulten, con tal que de resuenen con nuestras creencias, deseos e ideologías.
Pero, a diferencia de Montero, yo no creo que dicha tendencia a la “posverdad” sea producto de una conspiración internacional, ni que esté financiada por nadie. Simplemente, es expresión del deterioro de nuestra educación, del predominio, en medios comerciales y redes sociales, de ideas simples y pegajosas por encima de la información rigurosa y verificada, y del descontento social ante toda forma de autoridad.
Ante ello, no queda más que reforzar los esfuerzos para educar, tanto en la escuela como en los medios, y combatir la desinformación –sobre todo en temas de ciencia, ambiente y salud– con conocimiento. Cuando los charlatanes hablan y los demás guardamos silencio, ellos ganan.
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