miércoles, 7 de septiembre de 2011

Científicos sufridos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 7 de septiembre de 2011


Hace unos años, en un evento de lectura y discusión sobre poesía y ciencia, un querido amigo científico (ahora también poeta) expresó que la investigación científica era una labor muy ardua y desgastante. Fue inmediatamente refutado por otro contertulio, ajeno al mundo científico, quien aseguró que la ciencia “era bella y divertida, no sufrida” (o algo así, cito de memoria).

Y es que la imagen popular de la ciencia, la que tiene el ciudadano común, al tiempo que la presenta como producto de inventores o científicos locos, como una labor más bien rara, mecánica, aburrida y difícil (eso sí: nunca creativa –creativos, los artistas–, aunque en realidad un científico siempre tiene que serlo: para generar nuevas hipótesis, experimentos para someterlas a prueba, enfoques para interpretar los resultados…), también la idealiza. Un científico es bueno, sabio y feliz (como Einstein, o como los personajes del programa de TV The big bang theory).

El autor de este blog con John Ziman,
Salamanca, España, 2002
Lo cierto es que, como para cualquier profesión, para ser un buen investigador científico se requiere poseer ciertas habilidades y cierto tipo de personalidad. El físico y estudioso de la ciencia John Ziman, uno de los iniciadores del movimiento CTS (ciencia, tecnología y sociedad), afirmaba en su excelente libro Enseñanza y aprendizaje sobre la ciencia y la sociedad (Fondo de Cultura Económica, 1985) que el científico, además de originalidad –creatividad– debe poseer ciertas habilidades técnicas –de ahí la necesidad de largos años de estudio– y la dedicación necesaria. Porque la ciencia es un oficio que muchas veces puede ser tan demandante como el de pianista o bailarín de ballet.

Y en efecto: no se puede ser pianista o bailarín practicando unas cuantas horas a la semana; hay que hacerlo “24/7”. Y no se puede ser un buen investigador trabajando de 9 a 5. En muchos laboratorios –especialmente en el competitivo ambiente de los Estados Unidos–, es frecuente que las labores se prolonguen hasta altas horas de la noche, e incluyan fines de semana y días festivos (cuando hice mi servicio social y tesis en un instituto de la UNAM, no era raro ver estudiantes de doctorado que iban a trabajar en domingo).


Alfredo Quiñones (centro) con su equipo
En el número más reciente de la revista Nature (1º de septiembre) aparecen dos textos que abordan el asunto. En un reportaje, Heidi Ledford presenta el caso del grupo de investigación de Alfredo Quiñones Hinojosa, que comenzó como inmigrante ilegal en los campos de cosecha de California, y hoy es un exitoso neurocirujano en un importante hospital de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore. Para los estudiantes y colaboradores de Quiñones, es común trabajar hasta la medianoche, alimentarse de comida rápida sin salir del laboratorio y tener juntas los viernes hasta las 10 pm. “No tengo nada en contra de las vacaciones; tómate el fin de semana”, afirma Quiñones medio en serio, medio en broma. Y añade estar convencido de que “cuando das ese extra, estás entrenando tu cerebro como un atleta”.

Puede sonar horrible, pero no es raro. Al parecer, el científico promedio en Estados Unidos trabaja 50 horas a la semana. “La ciencia es una amante cruel”, afirma otro investigador, Pierre Azoulay, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, haciendo referencia al título de la magistral novela de Robert A. Heinlein The moon is a harsh mistress. Y añade: “creo que pocos científicos esperan tener un trabajo de 9 a 5”.

Aunque hay estudios que muestran que este estilo de trabajo rinde frutos –los laboratorios más industriosos son los que producen más artículos científicos (no en balde la palabra “laboratorio” viene de “labor”)–, también tiene un costo. Quiñones acepta no ser un buen padre, y el nivel de estrés y desgaste puede ser un problema para quien no se adapte.


Pero hay también otras formas de hacer ciencia. Ledford cita al psicólogo Dean Simonton, quien sostiene que el estilo “monástico” de muchas instituciones científicas disminuye la creatividad. Y en un lúcido comentario, publicado también en Nature, la investigadora biomédica Julie Overbaugh asegura que para ella, un buen nivel de vida es tan importante como ser productiva, sobre todo porque toda persona tiene, además de las demandas académicas y administrativas de la ciencia, otras presiones, como criar a los hijos, cuidar a los padres, enfermedades, accidentes…

Un equipo “fatigado e infeliz” no puede ser muy creativo, comenta Overbaugh, que suele jugar basquetbol y tenis, ir al bar con amigos, tomar clases de arte y salir en bicicleta o de caminata (“ahí es donde he tenido varias de mis mejores ideas”). Y defiende la necesidad de recuperar la costumbre de “tomar una taza de té y discutir temas científicos”.

No, ser científico no es una vida fácil. Pero para quienes tienen la personalidad correcta, y encuentran un estilo de vida compatible con la ciencia, es también una vida increíblemente satisfactoria. Si no, no estarían ahí.

¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:







Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 31 de agosto de 2011

El placebo militar

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 24 de agosto de 2011


Los placebos –definidos por la Real Academia como “sustancias que carecen por sí mismas de acción terapéutica pero producen algún efecto curativo en el enfermo, si éste las recibe convencido de que poseen realmente tal acción”– pueden ser útiles si lo que uno busca es sólo sentirse bien. Pero resultan peligrosísimos si se confía en ellos para solucionar problemas reales.

En el marco de la guerra contra el narcotráfico –mayoritariamente considerada, si no un fracaso, al menos sí muy poco fructífera– y las tragedias que han ensombrecido a nuestro país en los últimos días, resulta incomprensible que el gobierno federal, muchos gobiernos estatales y las fuerzas armadas y policiales sigan confiando en el fraudulento e inútil “detector molecular” GT200, comercializado en México por la empresa británica Global Technical a través de la distribuidora SEGTEC.

El aparato pretende ser capaz de detectar a distancia “narcóticos, explosivos, armas y numerosas sustancias más” (sic, las armas como “sustancias”…) mediante sus vibraciones moleculares. No sólo se sabe que tal cosa es imposible; los detectores, que valen de 20 a 30 mil dólares, por dentro están completamente huecos. Son simples varitas de zahorí: su antena, que gira libremente y debería apuntar hacia la sustancia buscada, obedece en realidad al efecto ideomotor, guiado por los movimientos inconscientes del usuario (otro ejemplo de efecto ideomotor es la famosa ouija). Su inutilidad ha sido confirmada por gobiernos de otros países, como Tailandia, y en marzo de 2010 el gobierno británico previno al mexicano en contra de su uso. La empresa que los vende afirma que hay 700 unidades operando en México.

El papelón que nuestras autoridades están haciendo debido a esta estafa está dejando de ser ridículo para volverse peligroso. El diario AM, de Guanajuato, informó de una falsa alarma el pasado 28 de agosto en el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) de Irapuato, cuando un examen con el GT200 indicó erróneamente que un paquete recibido contenía explosivos (en realidad contenía un monedero). Y si un falso positivo causó pánico, un falso negativo –no detectar un explosivo real– es una tragedia esperando ocurrir.

La prensa ha sido lenta en responder (aunque algo había publicado El Economista y este espacio en Milenio), pero el 29 de agosto El Universal publicó un reportaje señalando el fraude. Y ya era hora, porque el GT200 se usa también, según denuncia la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, para allanar ilegalmente viviendas y “construir la flagrancia” que justifique el hecho (“Recomendación general no. 19, Sobre la práctica de cateos ilegales”, inciso D, Diario Oficial de la Federación, 18 de agosto de 2011)). Desgraciadamente, la CNDH no reconoce al GT200 como el peligroso timo que es, sino que da por supuesto que funciona (y se preocupa que al detectar sustancias que estén dentro de casas particulares se esté violando su privacidad… ¡Les urge asesoría técnica!).

Si el gobierno continúa confiando en varitas mágicas para combatir el crimen, estará haciendo no sólo el ridículo, sino poniendo en peligro a la población civil y a las fuerzas armadas que ha enviado a protegerlas. Necesitamos inteligencia, no placebos.


¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:




Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!

miércoles, 24 de agosto de 2011

Dogma y pensamiento científico

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM

Publicado en Milenio Diario, 24 de agosto de 2011


Benito XVI ataca de nuevo. Arremete otra vez contra los “abusos” de la ciencia “sin límites” y pide “radicalidad cristiana” frente a lo que considera un “eclipse de Dios […] y un verdadero rechazo del cristianismo”.

Durante su controvertida visita a España, en el monasterio de El Escorial, ante mil 700 monjas, afirmó que “cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites […] hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior”.

Desde luego que una “ciencia sin límites” sería peligrosa y hasta dañina. Pero nadie aboga por eso. La comunidad científica y los gobiernos le han establecido límites claros, basados en principios éticos y tomando en cuenta el bien común. El problema es que se trata de principios laicos, y Benedicto considera, como lo ha hecho el Vaticano desde siempre, que una ética no católica no puede ser válida.

Ratzinger acusó también a las universidades de ser “las que preservan esa visión reduccionista y sesgada del ser humano”. Aunque aparenta defender la racionalidad, pues dice que “se puede llegar a Dios” a través de ella (afirmación altamente dudosa, desde un punto de vista filosófico), desmiente luego esa confianza al negar la posibilidad de que alguien actúe éticamente si no es católico, y descalifica de paso a la ciencia, que puede ayudarnos a formular una verdadera ética humanista, basada no en el dogma (la “verdad” a la que continuamente se refiere, mientras rechaza tajantemente el “relativismo” de la ciencia, que continuamente cambia su punto de vista conforme avanza), sino en la búsqueda del bienestar humano apoyada en el conocimiento racional y confiable sobre la naturaleza.

Benedicto fustiga a quienes “creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos”, y que “desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto”. Pero ¿no es ese el ideal del ciudadano maduro en una democracia?

El papa insiste en combatir la “persecución larvada” que supuestamente padecen los católicos en los estados laicistas (en realidad, se trata simplemente de la separación estado-iglesia, tan necesaria todavía en España y muchos países de Latinoamérica, y que tanto ha costado defender en México). Pero mientras pide a los creyentes que “muestren abiertamente la fe”, los manifestantes en contra de su visita a España son reprimidos (“la policía impidió la protesta de un centenar de homosexuales que habían convocado una ‘besada’ en el recorrido de Benedicto XVI; sólo una pareja gay logró burlar la vigilancia y se besó al pasar el Papamóvil”, informa Milenio), y un estudiante de química mexicano, el poblano ultracatólico José Albano Pérez Bautista, de 24 años –que realiza una estancia en el Instituto de Química Orgánica General del Consejo Superior de Investigaciones Científicas–, amenaza en las redes sociales con atentar con gases asfixiantes contra los integrantes de la “marcha anti-Papa” (cuyo lema era “La visita del papa, no con mis impuestos”).

(Más tarde el estudiante fue dejado en libertad con medidas cautelares; asegura que se trató de “una broma de mal gusto”. Entre otras gracias, animaba a “matar maricones en nombre de Dios”, y decía disponer de “200 litros de ácido clorhídrico y unas 50 botellas de bromuro de bencilo con los que podía elaborar una mezcla asfixiante”.)

Mientras tanto, en México, una ampolleta con sangre de Juan Pablo II, el papa “amigo” (extraída recién muerto, y que viaja junto con una figura de cera y vestimenta del fallecido papa, detalles todos levemente espeluznantes), inicia un recorrido de varios meses por el país, con la esperanza de que el beato “interfiera para acabar con la violencia en el país”.

No hay duda: el pensamiento mágico-religioso y la racionalidad científica son formas irreconciliables de ver el mundo. Tampoco hay duda de cuál resulta más efectiva para resolver problemas.


¿Te gustó? ¡Compártelo en Twitter o Facebook!:




Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aqui!