miércoles, 2 de julio de 2003

Hulk y la ciencia

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 2 de julio de 2003

Si usted, como yo, gusta de ir al cine, y se atreve a ver estrenos comerciales, quizá haya ya visto el último producto hollywoodense: la película del monstruo verde llamado “The Hulk” (algo así como el gigantón).

El filme pretende ser de ciencia ficción, aunque de ese tipo especial de ciencia ficción que es más fantasía desbocada que otra cosa. En particular, se trata de uno más de esos que últimamente se han puesto de moda, y que se derivan de los cómics. Luego de Supermán y Batman, de la famosa DC Comics, llegan los personajes de la compañía rival, la Marvel, de Stan Lee. El Hombre Araña fue el primero, seguido de cerca por Daredevil. Quizá pronto, gracias a la computación, podamos ver una versión de los 4 Fantásticos.

Hulk es un héroe poco atractivo: aunque tiene fuerza sobrehumana, es tonto y destruye todo a su alrededor. Con esos elementos no podía esperarse una gran trama. Y sin embargo, la mole verde tuvo en los ochenta su propio programa de TV, que este autor confiesa haber visto con cierta frecuencia (era malísimo). En la película, el director Ang Lee logra convertir la poco prometedora fórmula en un filme más que decente... si uno no olvida que se trata de cine comercial y hace caso omiso de lo poco real que se ve el monstruo de computadora (que ha sido descrito como “Schrek con esteroides”).

A diferencia de la ciencia ficción de a deveras, en Hulk nos encontramos numerosas incongruencias que son, vistas desde la ciencia, imposibles de justificar, y como tales rompen con la verosimilitud de la película. El monstruo es capaz de brincar cientos de metros de un solo salto, correr a cientos de kilómetros por hora o aventar un tanque como si fuera un costal, por no mencionar que, dependiendo de qué tan enojado esté, crece hasta casi tamaño King Kong. Esto rompe leyes tan elementales como las de Newton (al saltar de esa manera, la aceleración haría que su cuerpo quedara destrozado en el camino, por ejemplo). Y su crecimiento rompe con la ley de conservación de la materia. Pero en fin, no se trata de ponerse quisquilloso, que es la mejor manera de echar a perder una película.

Hulk apareció en 1962, cuando todos los héroes de cómic debían sus poderes a algún tipo de radiación (eran tiempos post-Hiroshima). El Hombre Araña fue picado por una araña radiactiva; Daredevil se golpeó con material radiactivo; los 4 Fantásticos recibieron un baño de rayos cósmicos, y Hulk absorbió una fuerte dosis de rayos gamma en un experimento fallido (lo cual también es absurdo: la radiación lo habría matado rápidamente).

Como se sabe, las radiaciones producen mutaciones (es decir, alteran la estructura de las moléculas de ADN, que contienen la información genética de nuestras células). En los cómics, la suposición era que las radiaciones tendrían efectos impredecibles, pero siempre asombrosos, en la víctima.

Pero hoy la física ha sido suplantada por la biología como la ciencia de más rápido avance (y por tanto más amenazadora). Estamos en la era de la genética, y esta evolución tenía necesariamente que reflejarse en las películas. Así, el Hombre Araña del cine fue picado por una araña transgénica, y Hulk, antes de recibir los rayos gamma que desataron sus poderes, había sido también modificado genéticamente por su padre.

Pero todavía hay más: dentro de las “amenazas científicas” que hacen las delicias de quienes temen a la ciencia (casi siempre porque no la entienden), la última moda es la nanotecnología, que aspira a producir máquinas de tamaño molecular. Los guionistas de la película hicieron su tarea, y lograron introducir, además de radiaciones y genes, un tercer elemento para explicar los increíbles poderes de Hulk: los llamados “nanomeds”, que no son otra cosa que máquinas submicroscópicas como las que sueñan los nanotecnólogos de la actualidad, con capacidad para reparar los daños que sufra el cuerpo humano. Se genera así un verdadero coctel fantasioso de tecnologías amenazantes.

Éste no es el único aspecto “anticientífico” de la película. A diferencia de muchos relatos de ciencia ficción comercial, el cómic original de Hulk no era un simple refrito del mito de Frankenstein (el científico ambicioso, en su afán de ser dios, desata fuerzas más allá de su control, que finalmente se vuelven en su contra). Después de todo, Bruce Banner (Hulk) es un científico, y está en perpetua búsqueda de un remedio a su monstruosa condición. La ciencia causó su problema, pero es también la única fuente de una posible solución. Banner no abandona su fe en la ciencia, a pesar de todo.

Desgraciadamente, los guionistas sintieron la necesidad de introducir el estereotipo en la figura del padre de Banner: el típico científico ambicioso que recibe su justo castigo (¡incluso hay una escena en donde habla de “ser como dios”!). Es una lástima, pues con ello la cinta vuelve al repetido mito frankensteiniano.

¿Habrá manera de hacer una película de este tipo en que la ciencia no sea un fuerza del mal, sino algo más cercano a lo real (es decir, una de las mayores fuentes de avances útiles al ser humano)? Al menos, valdría explorar la posibilidad. Mientras tanto, como nos dicen al entrar al cine, disfrute la película.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

2 comentarios:

Unknown dijo...

Si, eso mismo he pensado y ahora más. Es mucho masa que aparece muy rápido. Además tiene tanta energía. Quizás si hubieran hecho que ese monstruo se forma después de varios años de comer como Gokú jaja sería más lógico.

Anónimo dijo...

Más que Frankenstein me parece una versión benevolente del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde, aunque en este caso el violento mounstruo resultante no pierde su bondad que se mantiene siempre latente.