Milenio Diario, 9 de julio de 2003
Lo que prometía ser uno de los debates más acalorados del principio de siglo, la posibilidad de clonar seres humanos, acaba de recibir un cubetazo de agua fría: mami naturaleza dice que siempre no, que la cosa no será posible por el momento.
Desde la creación de la oveja Dolly, la posibilidad de clonar seres humanos se había discutido ampliamente. Se erguían amenazadoras las profecías apocalípticas de Aldous Huxley, en su famosa novela Un mundo feliz. Y no faltaba razón para estar preocupado: las implicaciones éticas de la clonación de humanos no son triviales, especialmente si se combina con la manipulación genética de los embriones clonados.
No es que se trate, como muchos despistados creen, de “duplicar” seres humanos: un clon es una réplica a nivel genético, pero la personalidad (entre otras características como los lunares, por ejemplo) no dependen directamente de los genes: son moduladas por el entorno y el desarrollo individual. En otras palabras, no se podría esperar que un clon humano fuera más parecido a su “original” que un hermano gemelo a otro: las fantasías de clonar a Hitler o a Einstein no tienen mayor fundamento.
Pero sí hay consideraciones éticas importantes. Alguien podría clonar un humano para obtener órganos para transplantes (como serían genéticamente idénticos, no generarían rechazo). Después de todo, ya ha habido (en Estados Unidos, ¿dónde más?) padres que conciben un hijo para contar con un donador y así salvar la vida de otro, que requería un transplante.
Otro problema es el bienestar y desarrollo psicológico del clon, que desde luego tendría todos los derechos de cualquier ser humano, pero sin embargo estaría sometido a fuertes presiones sociales. Antes que nada por ser un clon, pero además por la expectativa de que se pareciera a su progenitor. ¿Podría un niño desarrollarse en forma normal en estas condiciones?
La cuestión parecía muy alarmante a fines del año pasado, cuando la secta raeliana anunció que había producido al clon humano, una bebita supuestamente llamada Eva. Al final, todo quedó en palabrería, pues la secta nunca presentó pruebas.
Afortunadamente, parece que la discusión de estas graves cuestiones podrá posponerse: el 11 de abril se publicó en la prestigiosa revista Science un artículo que echa por tierra, al menos temporalmente, la posibilidad de clonar humanos.
Recordemos cómo se lleva a cabo la clonación. Para clonar a Dolly se tomó el núcleo de una célula de la oveja original. A continuación se eliminó el núcleo de un óvulo fecundado de otra oveja, para “desprogramarlo”, y se le insertó el núcleo de la oveja a clonar. El óvulo siguió el programa genético contenido en el nuevo núcleo y comenzó a dividirse hasta dar origen a un embrión que maduró en convertirse en Dolly.
Resulta que al tratar de clonar primates (grupo al que pertenecen ciertos monos y el hombre) se habían encontrado muchas dificultades. Sólo un intento entre cientos ha resultado exitoso, y la razón la encontró un grupo de investigadores coordinado por Gerald Schatten, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh.
Estudiando monos rhesus, Shatten halló que los óvulos a los que se les había transferido el núcleo comenzaban a dividirse, pero las células que se producían tenían números anormales de cromosomas (las madejas de ADN y proteínas que almacenan los genes dentro del núcleo). ¿A qué se debe esto?
Quizá recuerde usted de sus clases de biología aquella especie de danza que llevan a cabo los cromosomas cuando una célula se divide: la mitosis. Primero se duplican y luego se acomodan, formado parejas, en el ecuador del núcleo. Finalmente, se separan, desplazándose hacia los polos de la célula, de modo que cada nueva célula tiene un juego completo de cromosomas idéntico al de la célula original.
Antes se describía la mitosis como un proceso casi mágico, pero hoy se conocen las proteínas que arrastran a los cromosomas, acomodándolos como es debido. Algunas forman una especie de “rieles” (el llamado “huso mitótico”) y otras son pequeños motores moleculares que, como locomotoras, arrastran a los cromosomas a lo largo de esos rieles.
El hallazgo de Schatten es que, a diferencia de lo que sucede en otras especies animales que han sido clonadas (ovejas, vacas, ratones...), en los monos rhesus –y probablemente también en humanos- algunas de las proteínas que forman los rieles y las locomotoras están muy unidas al núcleo. Al eliminarlo, antes de introducir el nuevo núcleo, se eliminan también estas proteínas, y eso hace que al dividirse la célula, sus descendientes tengan cromosomas de más o de menos, lo cual a su vez ocasiona que el feto sea abortado.
Inicialmente, los opositores de la clonación estaban felices, pero ya se dieron cuenta de que el descubrimiento, al identificar la causa del fracaso, constituye también el primer paso para superarlo. Quizá pronto se logre clonar un humano, pero por el momento tenemos un respiro para discutir ampliamente qué haremos cuando sea posible clonar humanos.
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