Publicado en Milenio Diario, 27 de abril de 2004
La noticia parecía sacada de la fantasía de una feminista radical: “No se necesitan machos: nace ratón de un óvulo sin fertilizar”, rezaba el escandaloso encabezado del boletín de la agencia Reuters. Milenio Diario fue más cauteloso y, basándose en información de France Press, tituló modestamente su nota: “Crean ratón con los genes de dos hembras”.
¿De qué se trata? Científicos japoneses de la Universidad de Agricultura de Tokio, dirigidos por el doctor Tomohiro Kono, lograron producir un mamífero (en este caso, un ratón) a partir solamente de células femeninas, sin intervención de material genético masculino. La ratoncita (no podía sino ser hembra, teniendo sólo hembras como progenitoras) fue bautizada “Kaguya”, por una leyenda japonesa acerca de una niña hallada en un tallo de bambú (las fotos de Kaguya la muestran dentro de un tallo de esta planta, un bonito detalle de mercadotecnia científica).
Kono y sus ocho colegas titularon el artículo en que reportaron su logro, en la revista Nature (22 de abril), “Nacimiento de un ratón partenogenético que puede desarrollarse hasta la edad adulta”. Y es aquí donde comienza la confusión.
Según el diccionario, “partenogénesis” significa “modo de reproducción de algunos animales y plantas, que consiste en la formación de un nuevo ser por división reiterada de células sexuales femeninas que no se han unido previamente con gametos masculinos” (por contraste, en la reproducción usual, llamada bisexual, el nuevo ser se forma por la división reiterada de una célula –el cigoto– que es resultado de la unión de un óvulo y un espermatozoide). Etimológicamente, la palabra “partenogénesis” deriva del griego parthenos, “virgen”, y el latín genesis, “nacimiento”. Por ello la partenogénesis, común en algunas plantas así como ciertos insectos e incluso en reptiles y aves, como el pavo, pero nunca en mamíferos, es también llamada “nacimiento virgen”.
En las abejas, por ejemplo, las hembras –reinas y obreras– son producto de la unión de óvulos y espermatozoides, mientras que los machos –zánganos– derivan partenogenéticamente de óvulos que comienzan a dividirse sin ser fecundados. No falta el biólogo ingenioso que quiere proponer la hipótesis de que el nacimiento de Jesús fue un rarísimo caso de partenogénesis humana...
Pero lo que Kono y sus colaboradores hicieron no fue provocar que un óvulo no fecundado comenzara a dividirse hasta formar a Kaguya. Por el contrario, lo que hicieron fue lograr que dos óvulos sin fecundar se unieran –como lo hacen normalmente un óvulo y un espermatozoide– y dieran origen a un nuevo organismo.
El problema con la partenogénesis en mamíferos, al parecer, es un proceso llamado en inglés imprinting (¿impronta, estampado?). Como usted recordará de sus clases de secundaria, cada célula de un ser humano contiene dos juegos de cromosomas idénticos; uno proviene del padre y otro de la madre (con excepción de el llamado “par sexual”: las mujeres tienen dos cromosomas sexuales idénticos, llamados X, pero los hombres tenemos un cromosoma X y otro, mucho más pequeño y pobre, llamado Y).
Cuando el óvulo comienza a desarrollarse para formar un feto, y posteriormente un ser humano, uno de los dos juegos de cromosomas debe ser “silenciado”, para evitar confusiones. Esto se logra precisamente mediante el proceso de “imprinting” (en realidad es un poco más complicado, pues se “silencian” ciertos genes en el juego de cromosomas de maternos y otros en el juego paterno, pero no nos compliquemos). Cuando esto no sucede, el feto no se desarrolla normalmente.
Los genes que controlan el proceso de “imprinting” vienen en el espermatozoide: se piensa que es esto lo que impide la partenogénesis en mamíferos, lo cual parece comprobarse con el experimento de Kono.
Lo que hicieron fue alterar dos genes (llamados Igf2 y H19) de uno de los óvulos, para lograr que se comportara como una especie de imitación de espermatozoide. Al parecer, su estrategia tuvo éxito. Pero llamar “partenogénesis” a este complicado proceso (tuvieron que realizar 457 intentos para tener éxito) es inexacto.
Llamarlo así podría dar lugar a dos malentendidos. El primero, y más importante, es pensar que inmediatamente se puede producir hembras humanas –o de otras especies de mamíferos– por simple partenogénesis, sin la intervención de machos. Aunque hasta el momento Kaguya, de 14 meses de edad y que incluso ha tenido bebés, no muestra anormalidades, es pronto para saber si los animales producidos de esta manera son realmente normales y saludables. Además, la bajísima eficiencia –menor que la de la clonación por transferencia de núcleos, usada para producir a la oveja Dolly– impide considerar siquiera su utilización en humanos, aún dejando de lado la necesidad de manipular genéticamente a los óvulos, que hoy se considera en general éticamente inaceptable.
El otro malentendido, que decepcionará a más de una extremista, es pensar que este procedimiento podría llegar a lograr el sueño de las amazonas: una sociedad en que los machos fueran obsoletos. De hecho, como propone Kono, es posible que el fenómeno de “imprinting” “haya evolucionado en los machos para asegurar que la reproducción no pueda ocurrir sin su aportación genética”. Al parecer, hay razones evolutivas que hacen útil la existencia de machos. ¡Menos mal!, suspira este columnista.