Publicado en Milenio Diario, 6 de julio de 2004
El viernes pasado fui a ver El hombre araña 2. Pensaba comentar aquí la cinta debido a que, desde cierto punto de vista, podría considerarse como ciencia ficción... pero viéndola, y sobre todo recordando la primera parte, me di cuenta de que difícilmente una cinta como ésta cabe dentro de un género tan respetable (aunque tan despreciado) como la ciencia ficción.
Y no porque, a mi vez, desprecie yo la cinta. De hecho, la disfruté mucho. Está llena de acción, de efectos sorprendentes y de humor –algo que está siempre presente en los cómics de Spiderman. Y aunque me pareció excesivo el número de escenas en que Tobey Maguire pone cara de tonto (aunque hay una o dos en las que, sorprendentemente, logra no ponerla) y en las que se comporta como tonto (cayéndose de las paredes o no declarándole su amor a la guapa Kirsten Dunst), el personaje del doctor Octopus superó mis expectativas. Además, la película contiene una serie de detalles que, para los fans del programa de TV y los cómics de Marvel de mi generación, despiertan muchos recuerdos.
Pero una cosa es construir un relato ficticio en el que se explican los poderes de un superhéroe mencionando vagamente alguna justificación científica, y otra es seguir los cánones de la verdadera ciencia ficción. Éstos exigen que toda afirmación que se hace esté basada, así sea en forma superficial, con el conocimiento científico real que se tiene en el momento de escribir el relato. Dicho de otro modo, la ciencia ficción trata de tener el menor porcentaje posible de ficción y el mayor de ciencia, a diferencia de productos como La guerra de las galaxias o El hombre araña.
Veamos la ciencia que está presente en el mito del popular arácnido. En primer lugar está el origen de sus poderes: en el cómic original se debían a la picadura de una araña “radiactiva”. ¿Qué significaba esto? Realmente nada: en las primeras décadas de la guerra fría, la imagen popular de la energía nuclear era simplemente que se trataba de algo muy poderoso e imprevisible. Bastaba con que algo fuera “radiactivo” para que, en el imaginario colectivo, fuera capaz de causar cualquier efecto extraño. De ahí que una gran cantidad de superhéroes de la compañía Marcel adquirieran sus poderes debido a la radiación. (Además del telarañudo, están Los Cuatro Fantásticos, que recibieron un baño de rayos cósmicos al aventurarse fuera de la atmósfera terrestre, o el grandulón Hulk, afectado por una sobredosis de rayos gamma. En cambio, los superhéroes de la compañía rival, la DC Comics, eran sobrehumanos por provenir de otro planeta, como Supermán, o por una conjugación de factores como ingerir alguna sustancia extraña y ser golpeados por un rayo, como Flash.)
Sin embargo, parece que el nivel de conocimiento científico que tiene el público general se ha incrementado, por lo que la simple explicación del piquete radiactivo parece hoy demasiado ingenua. De modo que, en la primera cinta, el Hombre Araña es picado no por un bicho nuclear, sino (¿cómo iba a ser de otro modo?) por una araña transgénica. Desgraciadamente, ahí terminaban los intentos de credibilidad, pues a continuación se mostraban imágenes del ADN arácnido mezclándose con el humano de Peter Parker (ojalá las cosas fueran tan fáciles: ¡bastaría con inyectar el ADN adecuado para volver a la gente, por ejemplo, inmune a cualquier enfermedad que se deseara!). Y, a diferencia del cómic, en que la telaraña que constituye la principal arma del superhéroe es un producto químico fabricado por el joven genio Parker y lanzado mediante unos dispositivos ajustados a sus muñecas, en las cintas se supone que es el propio cuerpo de Parker el que fabrica las telarañas y las lanza, lo cual resulta, por decir lo menos, muy poco verosímil. Aunque no tanto como creer que unos pequeños ganchos pueden emerger de su piel y ayudarlo a adherirse a las paredes.
Pero en fin, no es cosa de arruinarse la diversión: basta con asumir que, como en todos los relatos de superhéroes, más que de ciencia ficción se trata de simple fantasía que se trata de justificar muy superficialmente recurriendo a algún concepto científico nebulosamente definido y menos comprendido.
Es también digno de mención el origen del doctor Octopus, uno de los archienemigos del Araña, y que en la cinta adquiere cierta profundidad psicológica que nunca tuvo en los cómics. En el filme, Otto Octavius no queda unido a sus cuatro brazos mecánicos debido a una explosión incontrolada (y, claro, nuclear), sino que la simbiosis que lo convierte en un cyborg ha sido cuidadosamente planeada, y lo único que hace el accidente es arruinar el mecanismo de seguridad que impide que la inteligencia artificial de los brazos, conectada a su sistema nervioso, interfiera con él y se “apodere” de su voluntad. Se trata, al menos, de una explicación más plausible y que da para varias reflexiones.
En fin: la ciencia (y la tecnología), como es usual, siguen presentándose en El Hombre Araña 2 como fuerzas peligrosas, incontrolables y casi mágicas... lo cual, aunque no es lo más deseable, no debería impedir que los fans de “Spidey” disfremos de la cinta comiendo palomitas. ¡Provecho!
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1 comentario:
hace un tiempo cuando terminaba mi carrera cientifica estaba en un proyecto con la farmacia bayer, el proyecto se llamaba Generic Viagra, en ese tiempo salio la pelicula del hombre araña, jejeje, todo mundo me decía Octupus, era un poco incomodo porque no entendía porque, la pelicula es genial, cuando la vi pense que esta pelicula marco un antes y un despues en el cine..es genial!
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