Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de octubre de 2004
[Columna publicada originalmente el 20 de octubre de 2004;
poco a poco estoy subiendo a este blog columnas antiguas.]
Hace poco asistí a una excelente exposición del escultor Javier Marín, en el Ex-templo de Corpus Christi, frente a la Alameda Central de la Ciudad de México. Las figuras expuestas -pruebas de taller que, en cierto momento, adquirieron la categoría de obras por derecho propio- son simplemente soberbias. Muestra un dominio de la figura humana y sus posibilidades expresivas. Las figuras de Marín son indudablemente, arte auténtico: basta mirarlas y mirar después, por ejemplo, alguna de las horribles esculturas que nuestras autoridades han puesto en algunas zonas de la ciudad para apreciar la abismal diferencia.
Aunque uno pudiera pensar que entre arte y ciencia no hay mayor relación (se piensa que el arte es sólo sensibilidad y la ciencia sólo racionalidad), en realidad son mundos paralelos. En ambas la creatividad es requisito indispensable. Marín requirió un profundo conocimiento anatómico para recrear la figura humana en toda su potencia; los científicos requieren imaginación y sensibilidad para hallar explicaciones sencillas y elegantes acerca de la naturaleza.
Y en ciencia también es posible, con un poco de ojo crítico, distinguir lo auténtico de las imitaciones mediocres. Veamos, por ejemplo, el caso de los niños índigo.
La supuesta aura de los niños índigo |
También, se dice, suelen tener un amigo imaginario; pueden poner su atención en varias cosas a la vez; aprenden muchas cosas diferentes, pero cuando tienen suficientes conocimientos lo dejan por aburrimiento; y si no encuentran comprensión a su alrededor se pueden volver muy introvertidos.
¿Le suena conocido? ¡Quizá su hijo sea un niño índigo! O quizá no, porque se trata de características que muchísimos niños comparten. No sorprende tanto, entonces, enterarse de la segunda parte de la historia: los “especialistas” en niños índigo ofrecen también, invariablemente, libros, pláticas, cursos, talleres y todo tipo de servicios para “ayudar” a los padres de estas excepcionales criaturas. Mediante un pago, claro. Según dicen los propios “expertos”, los niños índigo “requieren que sus padres y maestros cambien el tratamiento y crianza de estos niños para ayudarlos a alcanzar el balance y armonía en sus vidas, y para ayudarlos a evitar la frustración”.
Cualquier padre se preocupa por su hijo; hay niños con déficit de atención, o niños con capacidades especiales que requieren una educación especial. Y a todos nos gustaría tener un hijo inteligente, seguro de sí mismo. De modo que los especialistas en niños índigo tienen un amplio mercado dispuesto a pagar por sus servicios. Bien: hasta aquí parecería una más de las numerosas ofertas en el campo de la autosuperación.
Pero explorando más se hallan otras características de los índigo, más discutibles: “cuando era un bebe, tus sentimientos se reflejaban en sus ojos; aun no sabiendo hablar te comunica mensajes con su mirada; busca el contacto con personas mayores, especialmente personas de la tercera edad, para aprender de ellos; no es importante para él tu pasado kármico; parece que te puede leer los pensamientos (sus habilidades telepáticas están desarrolladas)”.
Se afirma también que hay bases “científicas” para justificar la creencia en los niños índigo (y el pago a especialistas para que “ayuden” en su crianza): el aura de los niños índigo, se dice, “vibra” o “refracta” en “la frecuencia del color índigo” (el también llamado añil, un tono de azul oscuro). Los índigo, se dice, “vibran” en una “frecuencia diferente”: la “energía índigo”. Incluso de habla de que “su genética es inquieta”.
¿Entendió usted algo? No, por supuesto, porque no hay nada que entender. El discurso sobre los índigo está lleno de términos huecos que sólo suenan científicos: palabrería. No existen, por ejemplo, evidencias de que exista tal cosa como el “aura”, entendida como reflejo del alma o el estado espiritual. El concepto de “energía” que “vibra” suena parecido a la radiación electromagnética, lo cual no tiene sentido... a menos que se suponga que el alma o espíritu consta de ondas de radio (lo cual no suena muy espiritual que digamos). En cuanto a la “genética inquieta”, mejor no opinar. Y a partir de ahí las cosas empeoran: se supone que los índigo vienen, enviados por algún “poder superior” (¿Dios? ¿Buda? ¿Los extraterrestres?), a ayudar a “elevar la vibración de la raza humana”.
En fin, podemos parar aquí. Al igual que una mala imitación de obra de arte, la historia de los niños índigo da señales evidentes de ser una superchería más, diseñada para ganar dinero a costa de la credulidad de los padres. Es una lástima que, en busca de una buena crianza para sus hijos -y en busca también de algo que colme nuestro sentido de lo maravilloso- haya quienes se conformen con historias tan burdas. Sobre todo porque en la ciencia auténtica, como en el auténtico arte, existen cosas muchas más maravillosas.
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