miércoles, 25 de enero de 2006

Geometría innata

La ciencia por gusto - Martín Bonfil Olivera
Geometría innata

25-enero-06

¿Cómo aprendemos geometría? ¿En los libros? ¿O nacemos sabiéndola?

Antes de responder piénselo dos veces. La geometría es importante; puede ser cuestión de supervivencia. ¿Sería posible que cualquier animal pudiera moverse por el mundo sin conocer algunos de sus principios básicos? ¿Podría un cazador primitivo lanzar una flecha y acertar a su blanco sin cierta comprensión intuitiva de conceptos como líneas, ángulos, trayectorias..?

Sócrates, 400 años antes de nuestra era, pensaba que cualquier persona poseía ya el conocimiento de ésta y otras ciencias, y que lo único que se necesitaba era hacer las preguntas correctas para que tal conocimiento innato se manifestara. Platón, años más tarde, estaba convencido de que las formas geométricas existían en un mundo ideal; los humanos, a través de sus manifestaciones materiales imperfectas, podíamos tener acceso a ellas. Y alrededor del 300 antes de Cristo Euclides derivó todo el conocimiento geométrico partiendo de cinco proposiciones autoevidentes (sus famosos cinco postulados), que nadie en su sano juicio podría negar (bueno, al menos cuatro de ellos… el quinto no es tan evidente). ¿Será cierto que ya traemos cierto conocimiento geométrico de fábrica, o será más bien tenemos que aprenderlo?

La semana pasada la revista Science publicó los resultados de una interesante investigación que busca aclarar precisamente esta cuestión. El estudio, encabezado por Stanislas Dehaene, del Colegio de Francia, consistió en estudiar a niños y adultos de una tribu del Amazonas –los mundurukú– para comparar sus intuiciones geométricas con las de niños y adultos estadunidenses.

Los mundurukú viven aislados y su lenguaje no incluye palabras para expresar conceptos geométricos; cabría esperar que tuvieran dificultades para adquirir culturalmente dichos conceptos. Como no tienen acceso a medios de comunicación, enseñanza escolar, ni a instrumentos como reglas o compases, son buenos sujetos para investigar la posible presencia de conceptos geométricos innatos.

Los experimentos consistían en mostrar a los sujetos varios conjuntos de seis imágenes, de las cuales cinco compartían alguna característica geométrica (líneas paralelas o convergentes, líneas rectas o curvas, abiertas o cerradas, diversos ángulos o formas geométricas) y una era distinta. Se les pedía que señalaran la que era diferente, rara o fea. Los resultados fueron muy claros: tanto niños y adultos mundurukú como niños estadunidenses obtenían alrededor de dos terceras partes de aciertos (los adultos estadunidenses obtenían más aciertos, como era de esperarse, pues han tenido una educación escolar).

En otro experimento, más elaborado, se escondía un objeto en una de tres cajas, las cuales eran colocadas con cierta relación geométrica en un área marcada. A los sujetos se les proporcionaba un mapa que mostraba la caja que contenía el objeto; si lograban interpretar el mapa –lo cual requería el uso de conceptos geométricos–, aumentaban sus posibilidades de hallar el objeto. Nuevamente, los mundurukú obtuvieron la misma puntuación que los niños estadunidenses en las pruebas.

¿Conclusiones? Según Dehaene y sus colaboradores, “nuestros resultados proporcionan evidencia de la existencia de intuiciones geométricas en ausencia de educación escolar, experiencia con símbolos gráficos o mapas, o un lenguaje rico en términos geométricos”, y esto indica, añaden, que “los conceptos geométricos básicos… son un constituyente universal de la mente humana”.

Desde un punto de vista evolutivo, tal conclusión tiene mucho sentido. Es natural que las intuiciones geométricas básicas hayan ido desarrollándose a lo largo de la evolución, y que hayan proporcionado una ventaja evolutiva a las especies que las tienen.

Si los hallazgos se confirman (hay quien piensa que el estudio midió simplemente la capacidad general de razonamiento), ¿cuál es el siguiente paso? Investigar si estos conceptos innatos están también presentes en los bebés, o bien averiguar a qué edad se desarrollan. Será también muy interesante –y todo un reto– ver si están presentes, por ejemplo, en nuestros primos más cercanos, los chimpancés.

Quizá, gracias a estudios como éstos, la eterna disyuntiva entre natura y cultura deje de ser un campo de especulaciones para convertirse en un área sobre la que tengamos conocimiento confiable y comprobable.

Aunque claro, no faltará quien piense que aspirar a esto es como buscarle la cuadratura al círculo.

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