Publicado en Milenio Diario, 10 de junio de 2009
El juego de vincular conceptos aparentemente ajenos puede ser buen medio para ejercitar la mente. Aprovecho la invitación a dar una charla sobre “La muerte del darwinismo” para explorar las relaciones entre la vida y obra de Charles Darwin y el tema de la muerte (pues el darwinismo sigue vivito y evolucionando).
Los encuentros de Darwin con la parca no son pocos. Su madre falleció en 1817, cuando él tenía sólo ocho años; eso causó que lo internaran en una escuela. Años después, ya casado con Emma, su prima y luego esposa, tuvo diez hijos, de los cuales dos fallecieron muy pequeños (nada extraño en esos tiempos). Pero el fallecimiento de su preferida, la pequeña Annie, a los diez años, fue sin duda el encuentro más traumático de Darwin con la muerte. Tanto, que se cree que acabó con la poca fe religiosa que le quedaba.
La propia muerte de Darwin fue poco relevante: fue enterrado con pompa en la Abadía de Westminster, sitio reservado a los grandes hombres de Inglaterra. La excesivamente modesta lápida en el suelo que marca su lugar de reposo contrasta con la cercana tumba de Isaac Newton, una especie de mini-Disneylandia.
También las ideas de Darwin se relacionan con la muerte: nos ayudan a entender, por ejemplo, cómo surge.
Y es que los organismos más antiguos, formados por una sola célula, son inmortales. Se alimentan, crecen y cuando llega el momento se dividen en dos, pero no mueren. Sólo con el surgimiento de los organismos multicelulares y la reproducción sexual aparecen los fenómenos del envejecimiento y la muerte: el precio que hay que pagar a cambio de la capacidad de formar organismos más complejos.
Además de ayudar a entenderla, las ideas de Darwin pueden, mal usadas, causar la muerte: a principios del siglo XX el desarrollo de la seudociencia de la eugenesia, que buscaba el mejoramiento de la raza humana mediante la selección darwiniana, se puso de moda y dio pie a los excesos del nazismo. Todavía hoy, la aplicación del pensamiento darwiniano en contextos sociales carga ese estigma. La moraleja es que el darwinismo, como cualquier conocimiento, puede usarse para bien o para mal. Es por eso que conviene comprenderlo bien.
2 comentarios:
Hola Martín,
Estoy tratando de rastrear el origen del calificativo "verde" de las conductas proambientales, tienes alguna sugerencia bibliográfica respecto del tema, me parece que es un concepto que refleja "homogeneidad" en lugar de la diversidad, por lo que me gustaría rascarle un poco al tema, saludos!
¡Qué chasco se van a llevar los que te invitaron a dar la plática cuando les hagas ver la realidad sobre el tema! A menos, claro, que el nombre de la misma sea irónico.
Sobre el comentario anterior, yo creo que lo de "verde" viene por la postura acomodaticia de muchos políticos y otras figuras públicas de que para mejorar el medio ambiente basta con sembrar arbolitos y poner camellones con plantas... aunque luego la mayoría se mueran por falta de agua y, lo que es peor, en el caso de las supuestas campañas de reforestación, se introduzcan especies completamente extrañas al ecosistema que supuestamente se está tratando de proteger. Un ejemplo notable es la abundancia de eucaliptos en el DF, los que ahora se han convertido en amenazas hasta para la seguridad de las personas por la tendencia que tienen sus ramas a secarse y volverse quebradizas y la poca resistencia de sus troncos al viento fuerte. En Australia, de donde son originarios, los bosques de eucaliptos tienden a renovarse por la facilidad con que se incendian... De hecho los frutos del eucalipto liberan sus semillas cuando se exponen al fuego.
Publicar un comentario