Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de septiembre de 2011
Conviene, aunque ya mucho se ha dicho, comentar algunos persistentes mitos que los opositores a este derecho de las mujeres insisten en repetir:
1. Quienes buscan la despenalización son “abortistas”. Falso. Nadie promueve el aborto. Lo ideal sería que ninguna mujer se viera en la necesidad de emplear este recurso extremo. Pero una cosa es el mundo ideal y otra la realidad: la cantidad de embarazos no deseados (habría que aumentar la promoción de los métodos anticonceptivos) y de abortos improvisados e insalubres que matan a cientos de mujeres cada año dejan claro que, en vez de criminalizar, urge garantizar en todo el país el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo en condiciones que garanticen su salud.

3. Los “antiabortistas” defienden los derechos del “no nacido”; el aborto es un asesinato. Si el embrión en las primeras semanas de desarrollo no cumple con las características mínimas para ser considerado un individuo humano (y el límite de 12 semanas, aceptado mundialmente con base en conocimiento biomédico firme, tiene suficiente margen de seguridad para asegurarlo), ese “no nacido” cuyos derechos supuestamente se defienden no existe… todavía. Por ende, tampoco el supuesto crimen.
5. Oponerse al aborto es defender la “cultura de la vida”. Falso. No existe una “cultura de la muerte” que promueva el aborto. Lo que existe es la defensa universal de los derechos humanos, en este caso los derechos reproductivos de la mujer y su prerrogativa a decidir sobre su propio cuerpo. El discurso polarizante de la llamada “cultura de la vida” es sólo la estrategia de la iglesia católica para imponer sus muy particulares puntos de vista, que privilegian dogmas como la santidad de la vida desde la concepción y la inmoralidad de los anticonceptivos aún en perjuicio del bienestar de los ciudadanos.
La Organización de las Naciones Unidas acaba de emitir un informe que exhorta a las naciones “a aceptar que debe otorgarse a mujeres y niñas el acceso al aborto legal para que puedan disfrutar plenamente sus derechos humanos”. Aunque todavía haya –algunos, quizá muchos– ciudadanos que no estén de acuerdo, no hay que olvidar que los derechos no se deciden por mayoría, ni se negocian. Ojalá los ministros de la suprema corte, por encima de las presiones de los sectores conservadores de la sociedad, adopten el enfoque progresista y sensato, basado en el conocimiento científico y fundado en la continua ampliación de los derechos humanos de la población, que se espera en una sociedad democrática de la segunda década del siglo XXI.
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