Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 10 de abril de 2013
Uno de los descubrimientos más útiles de la evolución es la propiedad que tienen muchas moléculas de poder unirse unas con otras. Para ello se necesita que sus respectivas superficies puedan encajar una con otra de forma bastante precisa –como una llave en una cerradura, se dice comúnmente en los libros de texto.
Esta propiedad se conoce como complementariedad, y es la que permite, por ejemplo, que las dos cadenas que forman el ADN se mantengan unidas (las moléculas que forman los escalones de cada cadena son complementarias a las de la cadena opuesta, y se unen a ellas), que las enzimas que llevan a cabo las reacciones químicas dentro de una célula se adhieran a las sustancias sobre las que deben actuar, o que los anticuerpos que nos defienden de enfermedades reconozcan y se unan a los invasores que deben combatir.
¿Cómo logra nuestro cuerpo fabricar anticuerpos que se ajusten precisamente a las moléculas que forman a virus y bacterias invasoras, para poder neutralizarlos? Mediante un proceso muy complejo de variación y selección darwiniana, en que las llamadas células B sufren mutaciones que modifican el tipo de anticuerpo que producen, y al mismo tiempo las que fabrican el anticuerpo mejor adaptado a unirse con el intruso son estimuladas a reproducirse más.
Pero así como los anticuerpos son armas evolutivas contra las infecciones, los virus y bacterias desarrollan estrategias para evadirlas. El VIH, virus causante del sida, es un ejemplo: muta tan rápidamente que las proteínas de su superficie cambian continuamente, evitando que los anticuerpos que produce el paciente infectado puedan detenerlo.
Sin embargo, algunos pacientes producen anticuerpos llamados “ampliamente neutralizantes”, que pueden actuar contra muchas variantes del VIH, y proporcionan así mayor protección. Si se pudiera diseñar una vacuna que provocara la producción de este tipo de anticuerpos, quizá podría detener al virus antes de que lograra instalarse en el organismo.
Un reciente estudio, publicado en la revista Nature y encabezado por Barton Haynes, de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, Estados Unidos, consiguió seguir la evolución de este tipo de anticuerpos, junto con los cambios en el VIH, al estudiar muestras de sangre tomadas a diferentes intervalos en un paciente africano prácticamente desde que se infectó. Analizaron así la guerra armamentista entre virus y anticuerpos, y descubrieron que el anticuerpo de amplio espectro que fue su resultado tiene características novedosas y es más simple que otros anticuerpos equivalentes.
Quizá algún día los hallazgos de Haynes y su equipo puedan utilizarse para diseñar una vacuna eficaz contra el VIH. Por lo pronto, lo mejor será seguir usando condón: la mejor forma de prevenir la infección.
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