Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 5 de noviembre de 2014
No he visto la película Interstellar, de Christopher Nolan. Obviamente, porque se estrena hasta el jueves y porque no gozo de privilegios de crítico de cine.
Pero estoy emocionado por verla, pues será la ocasión de presenciar un raro fenómeno: el arte –en este caso la ciencia ficción, la cinematografía, e incluso el diseño gráfico– haciendo una contribución importante a la ciencia: a la astrofísica, en particular.
Tradicionalmente, el género de ciencia ficción se define por contener elementos científicos más o menos rigurosamente tratados, que mezcla con elementos ficticios para explorar las posibilidades narrativas de dicha combinación.
De este modo, lo normal es que sea la ciencia la que contribuye con ideas y conceptos que los escritores y cineastas de ciencia ficción retoman para crear sus obras (estoy hablando de ciencia ficción “dura”; dejemos de lado la llamada “blanda” o “fantasía científica”, tipo Guerra de las galaxias, en la que lo que se retoma son sólo los nombres de algunos conceptos científicos, palabras sueltas que no tienen mayor relación con su significado en ciencia legítima y que sólo sirven para darle un vago sabor “científico” a las historias).
Aun así, ya desde relatos antiguos como la Historia verdadera, del sirio Luciano de Samosata, en el siglo II, que exploraba las posibilidades del viaje espacial, pasando por Cyrano de Bergerac y su obra satírica El otro mundo o Los estados e imperios de la Luna, del siglo XVII (más dedicada a criticar a la sociedad humana que a la astronomía), hasta las famosísimas y disfrutables novelas de Julio Verne y de H. G. Wells, los escritores han usado la ficción para imaginar cómo aplicar el conocimiento científico y los desarrollos de la tecnología, y explorar sus límites y posibles consecuencias. Tendencia que se incrementó mucho con la ciencia ficción del siglo XX, con maestros como Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Robert A. Heinlein, Ray Bradbury, Stanilsaw Lem y tantos otros.
En todos estos casos, la ficción ayudaba de alguna manera a “simular”, así fuera informalmente (pero con inteligencia y extrapolando a partir de información fidedigna), los efectos que la ciencia y la tecnología podían tener en la sociedad y el ambiente. Incluso, en ocasiones muy concretas, algunos autores de ciencia ficción llegaron a hacer verdaderas contribuciones científico-tecnológicas, como Arthur C. Clarke, quien desarrolló el concepto original de los satélites geoestacionarios que hoy hacen posibles las telecomunicaciones globales.
Pero Interstellar ofrece algo nuevo. Como en la trama de la película aparece de manera muy importante un agujero negro, su director decidió contactar a un experto, el físico teórico Kip Thorne, y pedirle que le ayudara a crear una representación visual científicamente exacta de este objeto.
Los agujeros negros están entre los más intrigantes objetos estelares. Se forman por el colapso de estrellas supermasivas, cuando las reacciones nucleares en su interior son incapaces de contrarrestar la atracción gravitacional de su propia enorme masa, y comienzan a “derrumbarse hacia dentro”, contrayéndose y aumentando así su densidad y por tanto su fuerza de gravedad, hasta que distorsionan a tal grado el espacio a su alrededor que ni siquiera la luz puede escapar de ellos.
Suelen presentar un disco de acreción, en el que la materia que está girando a su alrededor, a punto de ser absorbida como en un remolino, se calienta y emite radiación visible. Ante la solicitud de Nolan, Thorne comenzó a trabajar con un equipo de colaboradores para desarrollar las ecuaciones, basadas en la relatividad einsteniana, que le permitirían los realizadores gráficos de Nolan generar representaciones gráficas en sus computadoras que reprodujeran de manera realista y rigurosa el comportamiento de la luz alrededor del agujero negro (es decir, cómo se “ve” realmente uno).
El resultado de este trabajo, luego de páginas y páginas de ecuaciones y de un año de trabajo de 30 personas y muchísimas computadoras procesando 800 terabytes de datos para producir las imágenes, es fascinante. Se trata de la más precisa simulación existente del aspecto visual de un agujero negro, visto desde lejos. Y fue una sorpresa, porque gracias al efecto de lente que, debido a la tremenda fuerza gravitacional, distorsiona el espacio y por tanto la ruta que siguen los rayos de luz, el brillante disco de acreción no sólo rodea al agujero negro como los anillos de Saturno, sino que pasa por delante de él y se curva caprichosamente.
No es una representación artística: “son nuestros datos observacionales. Así es como se comporta la naturaleza. Punto”, dice Thorne. Y añade que podrá publicar al menos dos artículos científicos a partir de este trabajo.
El arte imita a la ciencia. Pero ahora, también contribuye a ella.
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1 comentario:
La verdad es que me has creado interés en la película. Intentaré alquilarla cuando la saquen en DVD.
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