Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 23 de septiembre de 2015
Leo a Héctor Aguilar Camín, el lunes en las páginas de Milenio Diario, decir que la ciencia es “dudosa” y que “no está aclarando las dudas” en el caso de Ayotzinapa, “sino agrandándolas”. Y me entristezco.
No porque no tenga razón, sino precisamente por lo contrario. Confirma lo que pesimistamente comentaba yo aquí hace dos semanas: “Los métodos de la ciencia, que son confiables y poderosos, resultan frágiles y delicados, inútiles, ante la brutalidad de los intereses involucrados en casos como éste.”
Aguilar Camín halla que “Lejos de despejar las incógnitas” la discusión entre distintos peritos (y sus partidarios) “ayuda a consolidar Ayotzinapa como un episodio más de esa especialidad mexicana que es creer lo que se quiere creer”. Coincido.
Como señalé, “el asunto de la posible incineración ha dejado de ser un tema científico para volverse político e ideológico”, y cuando esto ocurre se hace imposible “llegar a acuerdos sobre qué pudo haber sucedido o no, e incluso sobre qué métodos o qué expertos son válidos para investigarlo.”
Pero ¿quiere eso decir que hay que abandonar toda esperanza? Luis González de Alba, también en Milenio, el pasado viernes, se muestra optimista: “En el crimen de Ayotzinapa hay datos firmes, no negados por nadie: siga ese cordel y saldrá” del laberinto de dictámenes y datos contradictorios.
El problema no es la ciencia, sino cómo la usamos. El método científico no es una receta infalible, pero sí nos guía para obtener conocimiento confiable. Su esencia, igual que en la investigación detectivesca o la democracia responsable, es el pensamiento crítico: ese que se basa en la evidencia fidedigna y el razonamiento lógico. No sólo en ello, claro: también en la confianza que podamos tener en la fuente de la evidencia, y en la coherencia que los argumentos y conclusiones tengan con el resto del conocimiento científico.
Pero este método científico puede ser afectado o pervertido por descuidos, sesgos cognitivos o ideológicos, ineptitud, conflictos de interés, fraudes y hasta bromas. Por ello, la confiabilidad de la ciencia proviene no sólo del trabajo que hacen los investigadores en sus laboratorios, sino de la discusión abierta con sus colegas a la que someten sus datos, argumentos y conclusiones: la famosa “revisión por pares”, que constituye el verdadero control de calidad en ciencia.
Y aun así, la ciencia no nos da verdades, y ni siquiera conocimiento garantizado. Sólo el mejor conocimiento posible, dados los datos y técnicas disponibles.
Cuando Felipe de la Cruz, vocero de los padres de Ayotzinapa, rechaza el informe de la Procuraduría General de la República (PGR), que asegura que los restos enviados al Laboratorio Central de ADN del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Innsbruck, en Austria, corresponden a los de Jhosivani Guerrero con el argumento de que “nos quieren hacer creer algo que no es real. Nos dan a entender que los resultados son definitivos cuando […] los resultados tienen solo una probabilidad”, y cuando exige “indicios completamente reales que indiquen una verdad absoluta”, queda claro que no entiende que la ciencia nunca proporciona certezas definitivas.
Todo método tiene su margen de error. Pero eso no quiere decir que sea arbitrario. En este caso se usó el análisis del ADN mitocondrial, en el que se ha especializado ese laboratorio. Como cada mitocondria de nuestras células tiene su propio ADN, y cada una de nuestras células tiene numerosas mitocondrias, en los restos de las víctimas de Ayotzinapa es más probable hallar este ADN que el procedente del núcleo celular.
En la presentación del informe de la PGR el 16 de septiembre, la procuradora Areli Gómez expuso los resultados obtenidos en Innsbruck: “Con base en los datos de la población de ADN mitocondrial para la población mexicana y la literatura confiable, existe una posibilidad 72 veces mayor de que el ADN mitocondrial se originara un individuo relacionado por vía materna con la madre de Jhosivani Guerrero” que con otro individuo no relacionado.
A pesar de todo esto, otro informe, el del Equipo Argentino de Antropología Forense, subraya las múltiples contradicciones que todavía persisten en los datos, y en las conclusiones que se puedan extraer de ellos (por ejemplo el hecho que entre los restos hallados hubiera prótesis dentarias, cuando ninguno de los estudiantes las tenía).
No es que el análisis de ADN mitocondrial sea dudoso. Pero sí lo es el origen de las muestras. Mientras no se aclaren estos y otros aspectos, los padres de Ayotzinapa seguirán pudiendo negarse a aceptar la muerte de sus hijos hasta que no tengan la “verdad absoluta”.
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