Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 24 de septiembre de 2017
Pocas cosas hay que no se hayan dicho ya con respecto al terremoto que asoló, con gravísimas consecuencias, a varios estados del país, y con especial rigor a los estados de Oaxaca, Morelos, Puebla y a la Ciudad de México.
Además de lamentar las tragedias, de tratar de ayudar –cada uno en la medida de sus posibilidades– de enorgullecerse ante las inmensas muestras de solidaridad y apoyo por parte de todos los miembros de nuestra sociedad, vale la pena analizar los fenómenos mediáticos que han acompañado a este terrible suceso.
Y es que, a diferencia de 1985, hoy vivimos en la era de la comunicación instantánea, de las redes sociales… y también de la desinformación. Si bien en los primeros momentos después del sismo muchas de las señales de telefonía celular sufrieron interrupciones y prestaron servicio intermitente, más tardó el temblor en terminar, y la gente en contactar a sus seres queridos, que los rumores, mentiras y teorías de conspiración en comenzar a circular.
Habrá material para numerosos estudios en teoría y sociología de la comunicación que nos expliquen por qué hubo gente que creyó buena idea lanzar información, por ejemplo, acerca de edificios “recién colapsados” (como el que se reportó el miércoles 20 en la esquina de Av. División del Norte y América, en la Ciudad de México), y que resultó ser falsa. El caso, inexplicable y absurdo, de la inexistente niña Frida Sofía será también material para futuras tesis de posgrado en ciencias de la comunicación.
Circuló también información confusa sobre temas como la utilidad del famoso “triángulo de la vida” (al parecer, es útil en regiones donde las construcciones están hechas de materiales ligeros como madera o lámina; la probabilidad de que una mesa o un librero puedan sostener el peso de muros o pisos de piedra, concreto o acero es, por el peso mismo de éstos, prácticamente nula), o sobre la manera correcta de medir la magnitud de los terremotos (los grados Richter no son ya usados por los expertos para terremotos de más de 7 grados; a partir de ese número se utiliza la escala de magnitud de momento, que mide de manera más precisa la energía total liberada durante el sismo, aunque ambas escalas son compatibles).
Pero quizá lo más notorio es la desinformación que circula acerca de “teorías” (en realidad, ocurrencias absurdas) sobre las “verdaderas” causas de los sismos que han ocurrido recientemente. Desde la lamentable diputada Carmen Salinas asegurando que fueron causados por las pruebas atómicas realizadas por Corea del Norte, o la insoportable Laura Bozzo atribuyéndolos al cambio climático (no se podía esperar menos, dado el ínfimo grado de preparación de estos grotescos personajes), hasta un charlatán llamado Alex Backman, que desgraciadamente ha adquirido notoriedad gracias a los sismos y que, por medio de videos y una página web, propaga –con preocupante éxito– ideas tan absurdas como que las manchas solares influyen en los terremotos, y que observando sus cambios éstos se pueden predecir.
No tiene caso, ni tengo espacio, para desmentir tales burradas. Sólo digamos que la totalidad de verdaderos expertos en geociencias están de acuerdo en que ni las manchas solares –ni ningún tipo de radiación electromagnética– influyen sobre fenómenos geológicos de la magnitud de los terremotos (como ya comentábamos aquí la semana pasada), ni hay manera alguna conocida actualmente para predecirlos. Quien diga que puede hacerlo es, simplemente, un desequilibrado o un estafador (Backman parece combinar ambas cosas, pues además de creer en las ideas más absurdas, como visitas extraterrestres, alineación de planetas, teorías de conspiración sobre vacunas y demás, vende también una gran variedad de productos inútiles, incluyendo tratamientos de “desintoxicación”, aparatos para predecir sismos y sus propias charlas).
El cerebro humano está diseñado para buscar sentido en la información que recibe. Ante una coincidencia tan increíble, pero al mismo tiempo tan poco misteriosa, como que un terremoto haya azotado a la capital por segunda vez en una misma fecha, es natural que tendamos a buscar un patrón, una explicación, una causa más allá del mero azar. No las hay. Los sismos ocurren de manera inesperada. Y algunos causan daños inmensos. Así es el mundo.
Lo que da esperanza es que al mismo tiempo, y usando los mismos medios y redes sociales, han comenzado a circular también multitud de mensajes serios, de particulares, de periodistas y comunicadores, e incluso del Gobierno de la Ciudad y del propio presidente de la República, pidiendo no compartir información falsa o no verificada, aplicar el pensamiento crítico, cotejar las fuentes y tratar de mejorar la calidad de los mensajes que se difunden.
Quizá, entre todas sus lecciones, este terremoto nos enseñe además a ser un poco más rigurosos con la información que compartimos. Ojalá.
Cuídese, querido lector o lectora.
-->
¿Te gustó?
Compártelo en Twitter:
Compártelo en Facebook:
Contacto: mbonfil@unam.mx
Para recibir La ciencia por gusto cada semana
por correo electrónico, ¡suscríbete aquí!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario