Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 1o. de octubre de 2017
Después de los sismos, ha circulado mucha información falsa, pero también mucha información con buen fundamento científico, que permite entender qué causa y en qué consisten los terremotos. ¿De veras es útil saberlo?
A los divulgadores científicos nos gusta pensar que nuestra labor “promueve la cultura científica de la población”. Pero no es fácil definir con claridad qué queremos decir con eso.
A veces se dice que una cultura científica consiste en tener suficiente información sobre temas científico-tecnológicos, conocer ciertos conceptos y ciertas palabras, entender cómo funcionan algunas cosas… saber ciencia.
Y es cierto: saber ciencia puede ser importante. No sólo porque el conocimiento científico es en sí mismo un logro humano valioso, un producto refinado de la creatividad humana que tiene el mismo derecho a ser conocido y disfrutado por los ciudadanos que las obras de arte. Sino porque además puede ser útil de una manera práctica, concreta.
Pero hay distintas maneras de ser útil, y distintas maneras de comunicar la ciencia. En un extremo tenemos la visión descrita dos párrafos arriba, que privilegia el comunicar contenidos, conceptos, información, datos. En el extremo opuesto tenemos el concepto de cultura científica como algo más que sólo saber cosas: que implica el poder interpretar e incorporar los conceptos y datos científicos al resto de la cultura y la vida humanas. Desde la posibilidad de aplicar ese conocimiento científico para mejorar directamente nuestras vidas, hasta concebir la ciencia como una manera de interpretar el mundo y de relacionarse con él.
La ciencia, vista desde esta perspectiva, tiene que ver no sólo con sus aplicaciones y la producción de tecnología, sino con la política, la ética, la filosofía, la economía, la convivencia social, los derechos humanos, la calidad de vida, las relaciones sociales y personales, la educación y hasta como el arte. Con nuestra visión del mundo y con nuestro actuar en él. La ciencia y la cultura científica se ven así como parte de los recursos que nos permiten desarrollar nuestras potencialidades para convertirnos en seres humanos mejores, más plenos.
De este modo, la ciencia y la tecnología nos permiten entender que los sismos no son ni castigos divinos (como ha dicho el ignorante gobernador de Nuevo León) ni consecuencia de las manchas solares, las pruebas atómicas norcoreanas ni la actividad del Gran Colisionador de Hadrones del CERN. Y también nos permiten entender sus verdaderas causas: comprender la constitución de la litósfera, su dinámica y cómo el estar situados en un sitio donde convergen varias placas tectónicas nos condena a ser un país de alta sismicidad.
Pero, ¿y eso en qué nos ayuda? Al menos a tener una comprensión real de lo que pasa, que no es poco. Pero además, a entender de manera detallada precisamente por qué algunos edificios resultaron dañados o destruidos; a prevenir, desde el punto de vista técnico, que esto vuelva a ocurrir –de hecho, el mejoramiento de los reglamentos de construcción en el antiguo DF redujo enormemente el daño potencial–, y finalmente a tener herramientas como las alarmas sísmicas o los mapas de riesgo que pueden también evitar que los fenómenos naturales se conviertan en tragedias humanas.
Pero eso son sólo datos y la aplicación de los mismos. Una verdadera cultura científica (que yo me he atrevido a definir como “la apreciación y comprensión de la actividad científica y del conocimiento que ésta produce, así como la responsabilidad por sus efectos en la naturaleza y la sociedad”) incluye además adoptar la perspectiva que la ciencia nos ofrece para interpretar lo sucedido y la manera como responderemos a ello: desde rechazar la desinformación que sólo manipula o distrae, hasta exigir, con base en información fiable, que haya rendición de cuentas y, en su caso, castigo para los culpables en los casos de corrupción que permitieron la construcción de edificios fuera de la norma. Desde la decisión de ayudar a los damnificados y las maneras más eficaces de hacerlo, a considerar una mudanza de casa o de ciudad, no con base en creencias o rumores sino en conocimiento confiable.
Al igual que los valores humanísticos, democráticos, sociales o artísticos, los valores derivados de una visión científica del mundo nos hacen ser mejores ciudadanos. La cultura científica no es sólo saber ciencia, sino incorporarla a nuestras vidas.
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