miércoles, 6 de noviembre de 2013

Anticiencia y vacunas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de noviembre de 2013

A un muy querido amigo le preocupa la decadencia de la civilización moderna. Principalmente por el descuido, falta de apoyo y franco desprecio que tenemos por la más refinada herramienta que la humanidad ha desarrollado para sobrevivir: el pensamiento científico.

Parte de su preocupación deriva de las cada vez más frecuentes campañas de desprestigio contra ideas científicas bien establecidas, que promueven teorías de conspiración para descalificar la información científica –aduciendo siempre a inconfesables intereses de hermandades secretas, gobiernos extranjeros o corporaciones internacionales carentes de toda ética–, y que muchas veces tienen consecuencias dañinas y en ocasiones francamente alarmantes para el bienestar social.

Quienes califican el cambio climático global causado por la emisión de gases de invernadero producto de la actividad humana como “patraña”; quienes afirman que el VIH no existe o que el sida no es contagioso porque en realidad lo causan las drogas o la desnutrición; quienes negaron el riesgo real ­–afortunadamente menor de lo que se temía– de la pandemia de influenza de 2009, calificándolo de embuste… todos ellos ponen, en aras de una creencia no justificada, que además va en contra del conocimiento científico comprobado, en riesgo a la sociedad.

Hoy en México se discute agriamente sobre la pertinencia de aplicar impuestos a las bebidas azucaradas, o de limitar la promoción televisiva de la comida chatarra. Se manejan desde argumentos francamente lamentables (“es una idea extranjera”) hasta otros que valdría la pena analizar (“estas medidas no son eficaces”; “se daña a la industria azucarera/de alimentos”, etc.). Lo que no puede negarse es que el excesivo consumo de azúcar, en lo que somos líderes mundiales, causa obesidad. Y que ésta daña la salud y predispone a la diabetes y sus muy onerosas complicaciones. Nuestra nación tiene que hacer algo para combatir un futuro de viejitos obesos y diabéticos que nos amenaza con quebrar el sistema de salud pública.

El mismo tipo de discusión se escucha al hablar del tabaquismo: a pesar de los gemidos de los fumadores, que insisten en negar los evidentes y graves daños que les causa –a ellos y a quienes tienen cerca– su hábito adicción, y que hablan de “violación de sus derechos” y otros recursos desesperados, queda claro que la prohibición de fumar en lugares públicos, aunada a los impuestos al tabaco, junto con las campañas, han contribuido eficazmente a disminuir el tabaquismo y a mejorar la salud de los mexicanos. (En cuanto a la eficacia de las fotos de pulmones cancerosos en las cajetillas de cigarros, me reservo mi juicio…)

Es cada vez más frecuente en nuestro país escuchar comentarios como “yo no me vacuno –o no vacuno a mis hijos– porque las vacunas son peligrosas”. Se trata del peligroso movimiento antivacunas que tanto daño está causando en varios países. Su base son las ideas del gurú seudomédico Andrew Wakefield, quien afirmó en 1998 que la vacuna triple viral (que protege contra sarampión, paperas y rubeola) causa autismo en niños. Idea que, sobra decirlo, ha sido amplia y definitivamente refutada.

No obstante, en el Reino Unido las ideas de Wakefield ya han ocasionado que miles de padres se nieguen a vacunar a sus hijos… con lo que los dejan expuestos a estas enfermedades, y ponen en peligro a toda la sociedad, pues cuando hay un número suficiente de individuos no protegidos, las epidemias pueden resurgir. Y ya está ocurriendo: luego de no tener más de unas docenas de casos de sarampión cada año, el Reino Unido reportó un récord de 2 mil pacientes en 2012, y 1,200 para mayo de 2013. Algo semejante podría suceder en Estados Unidos, donde el movimiento antivacunas cobra fuerza. Y en el nuestro, si estas ideas anticientíficas se siguen difundiendo.

Ante los riesgos de la desinformación y el pensamiento anticientífico, sólo la difusión de la cultura y la información científica confiable, junto con adecuadas campañas de salud, pueden vacunarnos.

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miércoles, 30 de octubre de 2013

Malas noticias sobre el VIH

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 30 de octubre de 2013

Resumen gráfico de
los hallazgos de Siliciano
Cuando la gente quiere hablar mal de la ciencia siempre se refiere a cómo ésta no ha logrado hallar la cura de enfermedades como el cáncer, el sida o el catarro común.

Hacerlo es muy injusto, porque la calidad de la quimio y radioterapia contra el cáncer, junto con los avances en cirugía, hoy permiten salvar miles de
vidas que hace dos o tres décadas hubieran estado condenadas.

En cuanto al sida, el rápido desarrollo de pruebas diagnósticas y de medicamentos antirretrovirales (el VIH es un “retrovirus”) permitió comenzar de inmediato el combate a la pandemia. Y el desarrollo de las terapias múltiples (de “coctel” o, como se las conoce actualmente, “terapias antirretrovirales altamente activas”) que someten al virus a un triple ataque con medicamentos, que le impide mutar simultáneamente para volverse resistente a todos, han convertido la infección con VIH en una enfermedad prácticamente crónica. Hoy toda persona infectada puede hacerse la prueba y recibir tratamiento; nadie debería ya morir de sida. (Tampoco nadie debería ya infectarse, pues todos sabemos que el uso correcto y constante del condón lo impide, pero eso es otro problema.)

¿Y el catarro? Bueno, quizá ahí sí la ciencia nos ha quedado a deber algo… Pero, ¿por qué la terapia antirretroviral no logra curar la infección, sólo controlarla? Como dicen Robert Siliciano, de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Estados U`nidos, y sus coautores en un artículo recién publicado en la revista científica Cell, porque “en las células CD4+ inactivas persisten provirus latentes”.

Ciclo de vida del VIH
En otras palabras, porque dentro de esas células (que son a las que infecta y destruye el VIH, inactivando así al sistema inmunitario y abriendo la puerta a las múltiples infecciones que constituyen el síndrome de inmunodeficiencia adquirida), a veces queda insertado el genoma del virus (al que se llama entonces “provirus”). Esto se debe precisamente a que el VIH es un retrovirus: su genoma no está hecho de ácido desoxirribonucleico, ADN, como de la mayoría de los seres vivos, sino de su primo, el ácido ribonucleico, ARN. El virus primero tiene que convertir su información genética a ADN, usando una enzima llamada “retrotranscriptasa” –de ahí lo de retrovirus– para que la maquinaria de la célula infectada pueda leerla y fabricar nuevos virus.

Pero esto también permite que el ADN del virus se inserte en el ADN de la célula humana. Cuando una persona infectada recibe tratamiento, éste mata al virus, pero si deja de tomarlo puede salir de su escondite en el genoma de las células CD4+ infectadas y volver a causar daño.

Hasta ahora se estimaba que sólo una de cada mil células tenían estos “provirus” esperando a resurgir. Pero la investigación de Siliciano revela que la cantidad de estas “bombas de tiempo”, como las llamó el experto español José Alcami en una entrevista publicada en el diario El mundo, es quizá 60 veces mayor.

Esto resulta un verdadero balde de agua fría para las esperanzas de desarrollar una cura para personas infectadas, que dependían de hacer salir a estos virus ocultos para poder eliminarlos, activando a esas células CD4+ infectadas.

Supongo que es mejor saberlo; así, los científicos sabrán mejor el tamaño del reto al que se enfrentan en la búsqueda de la ansiada cura. Sí: a veces la ciencia da malas noticias. Aún así, el conocimiento que nos aporta es valioso.

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miércoles, 23 de octubre de 2013

La ciencia y las noticias

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 23 de octubre de 2013

¿Por qué aparecen tan poco la ciencia y la tecnología en las noticias?

Noticieros, periódicos y otros medios de información sistemáticamente (con salvedades, como Milenio Diario y otros pocos) ignoran los temas de ciencia, o bien los cubren muy superficialmente. Frecuentemente, sólo reproducen los boletines que se reciben de agencias internacionales. Y los relegan, invariablemente, a las últimas páginas o minutos del noticiario… si no hay algo más importante que los deje fuera.

Hay excepciones, claro: cuando se anuncian los premios Nobel o cuando ocurre un descubrimiento excepcional (la clonación de la oveja Dolly, la construcción del Gran Colisionador de Hadrones, el desciframiento del genoma humano…). Pero en general, se piensa que la ciencia “no vende”. Y quizá sea cierto: la demanda de estas noticias es baja en un país donde la cultura científica promedio de la población no pasa de lo que se estudia en ciencias naturales en primaria, secundaria o cuando más bachillerato. (Sin mencionar el bajo nivel de desempeño escolar en general, revelado por las pruebas Pisa y Enlace, y el ínfimo índice de lectura de los mexicanos… pero esos son otros problemas.)

Otros retos que enfrenta el periodismo científico son que frecuentemente, cuando un reportero cubre una nota, llega a cometer errores o tergiversar la información (o bien, no la entiende, por estar expresada en un lenguaje especializado, y se limita a reproducirla literalmente, con lo que el lector tampoco entiende nada…). También ocurre que resalta algún aspecto secundario y deja pasar el meollo científico de la noticia, o bien simplemente no sabe qué preguntar cuando se encuentra ante el experto. Todo ello se debe a una sola razón: la carencia de periodistas especializados en cubrir la fuente científica. En México las escuelas de periodismo no enseñan periodismo científico.

Estos y otros retos fueron discutidos la semana pasada, entre expertos nacionales e internacionales (de España, Venezuela, Argentina, Brasil, Estados Unidos e Inglaterra), así como por funcionarios e investigadores científicos, en el 1er Seminario Iberoamericano de Periodismo de Ciencia, Tecnología e Innovación, organizado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en Mérida, Yucatán, y en el cual tuve el privilegio de participar.

Imposible reseñar todas las visiones, propuestas y debates compartidos. Pero la discusión fue rica y fructífera. Quedó claro que hay acciones concretas que pueden hacerse para impulsar este periodismo, y ayudar así a mejorar la apreciación pública de la ciencia, a difundir la cultura científica y a poner la ciencia en manos de los ciudadanos.

Si los (relativamente pocos) periodistas científicos mexicanos especializados (yo me considero un mero columnista, más que un periodista en todo el sentido de la palabra) han sido hasta ahora bastante renuentes a formar una asociación nacional, como las que existen en muchos países, eventos como éste pueden servir como sustituto para reunirlos a conocerse y discutir. Felicidades a Conacyt y demás entidades que organizaron este primer evento, que en próximas ediciones promete ser un gran apoyo para colaborar a la profesionalización y el reconocimiento del periodismo científico en México. Bastante falta nos hace.

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miércoles, 16 de octubre de 2013

Mentes brillantes

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 16 de octubre de 2013

El evento fue
patrocinado por la UNAM.
El rector Narro lo inauguró.
La semana pasada tuve oportunidad de asistir, gracias a la amable invitación de sus organizadores, al evento denominado Universal Thinking Forum: un encuentro con 21 invitados internacionales que expusieron ante un público sus “ideas para cambiar al mundo” en un formato de 21 minutos, mas un debate-discusión, en un escenario de 360 grados, a lo largo de dos días.

Es la primera vez que el evento se organiza fuera de España. Los ponentes se repartieron en seis temas: Educar es libertad, La libertad en peligro, La revolución tecnológica, Ideas para cambiar el mundo, Viviremos 1000 años y La búsqueda de la felicidad.

Como fui invitado en mi calidad de bloguero de ciencia, me concentré más en los ponentes que tocaron temas tecnocientíficos. Entre ellos hubo varios de gran calidad, como el doctor Alfredo Quiñones Hinojosa, neurocirujano mexicano que llegó a Estados Unidos como indocumentado; el premio Nobel Mario Molina, el físico mexicano Miguel Alcubierre, que desarrolló la teoría del viaje por encima de la velocidad de la luz, o el periodista científico español Pere Estupinyà, autor de varios excelentes libros, entre otros.

Llamó especialmente mi atención la exposición del científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, creador de la primera vacuna contra la malaria (y luego la donó a la OMS) y que ahora desarrolla una segunda versión que espera tenga mayor efectividad. El detalle con el que la produjo es asombroso. Se trata de una vacuna “sintética”, pues no se obtuvo por los métodos tradicionales, usando al plasmodio que causa la malaria, sino estudiando la estructura química detallada de las proteínas de este parásito, que causa hasta 2.7 millones de muertes al año en todo el mundo, y luego reconstruyéndolas químicamente para identificar a las que sirvieran para producir una respuesta inmunitaria protectora. Si la nueva vacuna funciona, un nuevo premio Nobel podría estar en camino para Colombia.

Entre otros invitados prestigiados estuvieron el filósofo Fernando Savater (a quien admiro profundamente) y el respetadísimo juez Baltazar Garzón, ambos españoles; la bloguera cubana y activista por la libertad de los medios Yoani Sánchez, que siempre levanta polémica, y el violinista estadounidense Robert Gupta, con su programa de ayuda a poblaciones desprotegidas a partir de la música.

No puedo evitar decir que, como científico, me sorprendió un poco ver que algunos invitados iban más bien a promover productos (redes sociales, sistemas de autosuperación), y que otros de plano promovían ideas esotéricas o seudocientíficas, que chocan directamente con la visión confiable y verificable que la ciencia nos da del mundo.

Desearía que eventos del nivel –y el precio– de éste (o como La ciudad de las ideas, o las famosas Conferencias TED en internet), así como otros espacios radiofónicos (Martha Debayle, Fernanda Familiar, para mencionar a dos de las más populares) o televisivos en que lo mismo se presentan investigadores serios que charlatanes seudocientíficos o místicos trasnochados, tuvieran un mayor control de la calidad de las ideas que difunden. Pero quizá sea sólo mi sesgo profesional: después de todo, no se trataba de un evento de ciencia, sino de ideas diversas.

Y aunque yo hubiera preferido no mezclar comida chatarra con el selecto menú de ideas gourmet que ofrecieron los invitados que mencioné, lo que no se puede negar es que Universal Thinking Forum prometía ideas estimulantes, y sin duda así lo cumplió.

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miércoles, 9 de octubre de 2013

El Nobel de las burbujas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 9 de octubre de 2013

Como cada año, el tema de la semana Nobel se impone. Como el de química aún no se anuncia al escribir estas líneas, y del bosón de Higgs ya se ha hablado mucho, tengo la excusa perfecta para centrarme en el de medicina, ganado por James Rothman, Randy Shekman y Thomas Südhof (los primeros dos estadounidenses, el tercero alemán nacionalizado en ese país).

El texto del Comité Nobel afirma que el galardón se les concedió “por sus descubrimientos de la maquinaria que regula el tráfico de vesículas, un importante sistema de transporte en nuestras células”.

¿Tráfico de vesículas? Comencemos por el principio.

Las células no son globos llenos de agua (o de “protoplasma”, como le enseñaban a nuestros abuelos), con un núcleo y algunas otras menudencias (organelos) nadando por ahí.

Son complejísimos sistemas moleculares en disolución acuosa, rodeados por una membrana grasosa formada por dos capas de moléculas. Esta membrana es muy similar a una burbuja de jabón, sólo que al revés: la burbuja de jabón es una delgada capa de agua entre dos capas de moléculas grasosas (el jabón). La membrana celular es una capa doble de moléculas tipo jabón (llamadas “fosfolípidos”), con agua por fuera y por dentro (el interior celular). Como las burbujas, las membranas biológicas tienen la propiedad de ser muy flexibles y poderse fundir unas con otras, para formar burbujas mayores (o, inversamente, de dividirse para formar dos burbujas menores).

Pero el interior de la célula no es un simple caldo caótico y desordenado. Ocurren ahí numerosísimas reacciones químicas controladas delicadamente por proteínas llamadas enzimas, siguiendo las instrucciones de los genes del núcleo. Y muchas de esas reacciones producen sustancias necesarias dentro de la propia célula (proteínas, carbohidratos, componentes de organelos celulares), o bien que son exportadas al exterior para ser transportadas (normalmente a través de la sangre) a otras partes del organismo donde se requieren.

En muchos casos, estas moléculas que se fabrican en la célula son almacenadas en pequeñas burbujas rodeadas por una membrana (como una pequeña célula dentro de la célula). Son las famosas vesículas que ganaron el premio Nobel.

Las vesículas son como contenedores dentro de los cuales los productos de la fábrica celular son transportados de un lado a otro. Para ello, las membranas que rodean a las vesículas cuentan con proteínas que sirven como marcadores. Son como cerraduras moleculares que, cuando hacen contacto con la llave correcta, permiten que la vesícula se funda con otra membrana dentro de la célula (por ejemplo, de un organelo como el aparato de Golgi) y vacíe ahí su contenido.

Cuando lo que transporta la vesícula es un producto de exportación, el sistema de señales la conduce a la membrana celular. Al fundirse con ella, libera su contenido al exterior. Es lo que sucede con las hormonas como la insulina, que circulan en la sangre, o los neurotransmisores, que pasan de una neurona a otra a través de la sinapsis para permitir que el impulso nervioso siga su camino.

Éste fue el mecanismo que descifraron los galardonados. Rothman descubrió qué moléculas son los marcadores de entrega; Schekman identificó los genes que controlan su fabricación, y Südhof elucidó el mecanismo de fusión de las vesículas de los neurotransmisores en las neuronas. Este conocimiento probablemente permitirá combatir enfermedades relacionadas con hormonas, como la diabetes, con el sistema nervioso, como el mal de Parkinson o el de Alzheimer, o con el sistema inmunitario (pues los anticuerpos y otras sustancias que controlan la inmunidad también ser liberan de vesículas intracelulares).

Como dicen los tres premiados, la ciencia básica, siempre tan poco apreciada, además de permitirnos entender los mecanismos de la naturaleza, resulta ser siempre la clave de los descubrimientos que nos cambian la vida. Enhorabuena.

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miércoles, 2 de octubre de 2013

La chica que no tenía vagina

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 2 de octubre de 2013

Ser mujer y carecer de vagina puede ser un problema. Las causas pueden ser diversas: haber nacido con una alteración congénita que impidiera que este órgano sexual se formara correctamente (agénesis vaginal), o bien ser una persona transgénero que nació con genitales masculinos pero que tiene una identidad psicosexual femenina.

Durante siglos una situación así no hubiera tenido solución, pero los avances en cirugía desarrollados durante los siglos XIX y XX hicieron posible que, a mediados del siglo pasado, las operaciones de reconstrucción genital, así como las de reasignación sexual (o cambio de sexo), se volvieran no sólo posibles, sino relativamente comunes. Y lo más importante, seguras y efectivas.

Sin embargo, hasta hace poco dependían necesariamente de la sorprendente flexibilidad del cuerpo humano, que permite hacer cirugías para moldear los tejidos y literalmente construir nuevos órganos a partir de los existentes, a veces sólo cortando y suturando, en una especie de creativo origami, a veces trasplantando tejidos de una parte del cuerpo a otra. Para crear una “neovagina”, una de las técnicas más socorridas hasta ahora es usar un fragmento del colon para formar la mucosa que recubrirá una cavidad vaginal creada quirúrgicamente. También se puede usar mucosa oral o, para el caso de mujeres transexuales (de hombre a mujer), la técnica conocida como “inversión peneana”, en que el órgano sexual masculino es remodelado para formar la cavidad vaginal, conservando sus conexiones nerviosas y vasculares (y en la que parte del tejido del glande es aprovechado para formar el clítoris).

Sin embargo, los avances más recientes van más allá. A partir del cultivo de células humanas in vitro, desarrollado en el siglo pasado, hoy es posible no sólo cultivar tejidos, sino lograr que crezcan sobre moldes artificiales u orgánicos para formar órganos simples, en lo que se conoce como “ingeniería de tejidos”.

Ya hemos comentado en este espacio logros como hacer vejigas o corazones artificiales (todavía en estado experimental) utilizando las células del mismo paciente, que podrán usarse para trasplantes y disminuir así las posibilidades de rechazo. Pero es un orgullo saber que, según informa un boletín de la agencia Investigación y Desarrollo, las investigadoras mexicanas Esther López-Bayghen, del Departamento de Genética y Biología Molecular del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) y Atlántida Raya Rivera, del Hospital Infantil de México, han desarrollado la técnica para cultivar tejidos para formar vaginas y vejigas para implantar en pacientes que las requieren debido a malformaciones congénitas. Y las están implantando con  éxito en pacientes.

Por supuesto, los implantes requieren luego una terapia para permitir que se desarrollen y mantengan su forma. Los órganos resulta
n completamente funcionales, aunque en el caso de las vaginas implantadas a niñas que carecían de ella –condición que se presenta en aproximadamente una de cada 10 mil casos– no está claro cómo funcionarán cuando las pacientes inicien su vida sexual.

El CINVESTAV ha sido pionero, ya desde hace tiempo, en el cultivo de células de piel para tratar a pacientes quemados. Hoy muestra que, mientras esperamos a que la promesa del uso de células madre para crear órganos de repuesto se vuelva una realidad, técnicas mucho más sencillas –relativamente– pueden ayudar a numerosos pacientes a tener vidas más plenas y felices.

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miércoles, 25 de septiembre de 2013

¡Ay, dolor..!


Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de septiembre de 2013

Hay cosas reales, y las hay imaginarias. Las rocas, animales, personas y autos son reales. Los fantasmas y dioses, el karma, las maldiciones y los milagros, no.

Pero otras cosas no caben cómodamente en esta dicotomía simple. ¿Son reales los sueños? ¿Las creencias? ¿Los deseos? (¿Puede uno “creer” que se siente triste, sin que sea cierto?) ¿Es real la imagen de una oveja rosa que puedo evocar en mi mente en este instante? Desde una perspectiva simplista, tenderíamos a decir que no son reales, pues están “en nuestra mente”. Pero, ¿quiere eso decir que, simplemente, no existen?

En el número de septiembre de la revista de ciencia ¿Cómo ves?, que publica la UNAM, aparece un interesante artículo de Ulises Solís en el que relata el famoso caso de Emily Rosa, una niña de 9 años de Colorado, EU, que en 1998 demostró, con un experimento en la feria de ciencias de su escuela, que el famoso “toque terapéutico” es una farsa. Sus pretendidos efectos curativos no son reales: están sólo en nuestra mente.

El toque terapéutico se basa en la supuesta existencia de un “campo de energía humano” que al alterarse causa enfermedades, y que puede corregirse “manipulándolo” al mover las manos sobre el cuerpo, sin tocarlo (el reiki y otras seudoterapias esotéricas se basan en la misma idea). Emily consiguió que varios expertos “terapeutas” colaboraran poniendo sus manos con las palmas hacia arriba a través de una pantalla de cartón. Del otro lado, Emily –a la que no podían ver– ponía su propia mano encima de una de las manos del terapeuta, sin tocarla. El terapeuta tenía que adivinar (“detectando” el campo de energía) sobre cuál de sus manos, izquierda o derecha, estaba la de Emily. Los “expertos” no acertaron mejor que si hubieran adivinado al azar (de hecho, peor: acertaron en el 44% de las veces, en vez del 50% esperado). El campo de energía no existe.

El estudio de Emily fue publicado en el Journal of the American Medical Association, convirtiéndola en la persona más joven que jamás haya publicado en una revista científica arbitrada.

Aun así, mucha gente en el mundo sigue creyendo en el toque terapéutico y demás tratamientos fantásticos, sobre todo para combatir el dolor y otros malestares, a pesar de ser comprobadamente inútiles en estudios clínicos controlados. Quizá esto se deba a que el dolor no es un fenómeno objetivo, sino subjetivo. Como el sabor, no es algo que se pueda medir con un aparato, sino una experiencia que tiene un sujeto, como resultado de la forma en que su cerebro procesa la información que recibe de sus sentidos.

No es que el dolor no exista o sea “imaginario”. Pero tampoco es algo físico, que pueda aislarse, pesarse o medirse. Para estudiarlo, dependemos de la experiencia subjetiva que reporten quienes lo padecen. Y esa experiencia puede ser influida por la manipulaciones del toque terapéutico y otras “medicinas alternativas”. Hay medicamentos y terapias que pueden reducir, reproduciblemente, el dolor. Otros sólo nos hacen creer que lo reducen.

El tema es complejo. Sabemos que el efecto placebo existe. Sabemos también que el dolor existe. Pero también sabemos, más allá de toda duda, que no hay ningún “campo de bioenergía” que cause enfermedades y se pueda corregir acariciando el aire. Vender eso como terapia médica es, realmente, un fraude.

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

La ouija del diablo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de septiembre de 2013

Para quienes sean lectores regulares de esta columna/blog (¡gracias!), el tema del llamado “detector molecular” GT200, alias ouija del diablo, no resultará extraño.

Se trata de uno de los más monumentales fraudes seudocientíficos a nivel mundial, y que en nuestro país implicó el gasto inútil de millones de pesos, la puesta en riesgo de civiles y fuerzas armadas en la lucha contra la violencia y el narcotráfico, y el vulnerar los derechos humanos de numerosas personas acusadas con base en este inútil juguete. No repetiré aquí por qué no sólo se ha comprobado que no funciona, sino que no podría funcionar, pues no hay principios científicos que lo sustenten (además de que está totalmente hueco: carece de cualquier componente mecánico o electrónico). Afortunadamente, su fabricante ya ha sido enjuiciado y condenado en Inglaterra, el asunto ha llegado a los medios mexicanos y se están y tomando medidas para que deje de utilizarse (y, con suerte, para que los responsables rindan cuentas).

Hoy quiero celebrar que, si quiere usted conocer la historia en detalle, con todos sus increíbles recovecos y truculencias, puede hacerlo a través de la magnífica y rigurosa crónica que hace el actuario (orgullosamente UNAM), maestro en demografía y divulgador científico Carlos Galindo en su recién publicado libro La ouija del diablo: crónica de un fraude en la guerra contra el narco y otros fragmentos de ciencia (Ediciones B, 2013, que debe ya estar a la venta en librerías).

Galindo, poseedor de una pluma clara, precisa y sobre todo muy amena, nos narra paso a paso la historia de cómo esta estafa pudo penetrar a las fuerzas armadas de nuestro país (¡y de muchos otros!), sin que nadie hiciera caso a las pocas voces críticas que intentaban dar la voz de alerta (Carlos me hace el honor de incluirme entre éstas).

Pero no sólo eso: fiel a su convicción –que compartimos todos los que nos dedicamos a compartir la ciencia con el gran público– de que sólo convirtiendo la cultura científica en cultura popular puede lograrse que nuestros ciudadanos valoren, aprovechen y disfruten de la visión del mundo que nos ofrece la ciencia, Galindo aprovecha el resto de su libro para cronicar otras grandes historias científicas, donde aborda y entreteje temas tan diversos como el futbol y los tiros con chanfle, la influenza, el racismo, la evolución, la vida personal de Einstein, la expedición científica mexicana que viajó a Japón para observar el tránsito de Venus frente al Sol en 1874, el amor, la migración y la sensualidad del son cubano, entre otros.

Es un placer hallar un autor mexicano capaz de contar la ciencia de manera tan sabrosa e interesante. Seguramente, cuando lo lea, coincidirá usted conmigo.

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miércoles, 11 de septiembre de 2013

Twitter, we have a problem!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de septiembre de 2013

La ciencia y la tecnología no sólo nos revelan cosas nuevas sobre el universo y nos dan herramientas para hacer cosas que antes parecían imposibles (curar infecciones, volar, comunicarnos a distancia instantáneamente…). También modifican decisiva y tajantemente la forma en que vivimos la vida, como individuos y como sociedad.

Basta pensar en invenciones como el fuego o la agricultura, la escritura o la imprenta, el motor de combustión interna o la píldora anticonceptiva. Cada una transformó por completo la vida personal y las relaciones sociales. Cada una nos cambió el mundo.

La revolución de hoy es la de las computadoras, internet y las redes sociales. Como las anteriores, es una fuerza que está modificando dramáticamente la manera en como actuamos y nos relacionamos. Y como ocurrió en su momento con las anteriores, todavía no sabemos manejarla por completo: está creando nuevos retos y generando nuevos problemas. Basta con ver, por ejemplo, que según ciertas fuentes el número de divorcios provocado por información imprudente o involuntariamente publicada en Facebook podría estar superando la cifra ya alarmante de los producidos por mensajitos de teléfono celular (SMS) vistos por quien no debía.

Desde el lunes pasado, en nuestro país, ha causado polémica el caso #Grimaldo, como se ha llegado a identificar lo ocurrido con la maestra Idalia Hernández Ramos, del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS) 103, de Ciudad Madero, Tamaulipas, quien fue insultada a través de Twitter por la alumna Marina González. La maestra, al enterarse, decidió dar una clase sobre el tema de la agresión en las redes sociales y los derechos personales, y pidió que la misma fuera grabada. Pero al reprochar a la adolescente por la agresión, así como a su compañero Omar Alejandro Grimaldo Toscano, quien compartió (retuiteó) el mensaje, la profesora perdió el control y terminó amenazando y humillando a ambos alumnos. El video fue subido a internet y en cuestión de horas se difundió viralmente.

Hay quien se pone del lado de la maestra; otros la condenan por abusar de sus alumnos. El resultado hasta el momento es que la profesora fue retirada de su clase y transferida a labores administrativas; Grimaldo (cuyo apellido poco común lo ha hecho famoso) fue dado de baja, al descubrirse que tenía un número excesivo de materias reprobadas. Y Marina fue suspendida.

El caso ejemplifica a la perfección el poder y el peligro de las redes sociales. La posibilidad de expresar instantáneamente nuestras ideas, y la facilidad, velocidad e inusitada amplitud con que se pueden difundir hace que internet pueda causar verdaderas desgracias (divorcios, expulsiones, despidos y hasta suicidios) antes de que quien publicó la información se dé cuenta siquiera de lo que está pasando.

En un documental reciente, la cineasta inglesa Beevan Kidron exploró la influencia que el acceso constante e instantáneo a internet, a través de los “teléfonos inteligentes”, tiene sobre los adolescentes. Halló casos de adicción a sitios pornográficos, de degradación sexual a cambio de un teléfono celular, de un joven que perdió su lugar en la Universidad de Oxford por su adicción a los videojuegos… Kidron propone que urge estudiar los problemas que está creado la casi total libertad que predomina en internet, y la necesidad, quizá, de establecer nuevas reglas y cambios culturales para poder manejar, como sociedad, esta nueva y poderosísima herramienta que está hoy al alcance de cualquiera… a veces con consecuencias dañinas.

El problema con las redes sociales es que son lo más parecido que hay a la telepatía. Podemos comunicar instantáneamente lo que pensamos, muchas veces antes de tener tiempo de reflexionarlo. Y como bien han mostrado los escritores de ciencia ficción, la telepatía puede convertirse en una maldición. ¿Quién no tiene una anécdota de un pequeño o gran problema causado por un correo electrónico, mensajito, tuit o foto en Facebook? Si no aprendemos a manejar mejor la red, podremos terminar como el hoy famoso Grimaldo, satirizado en “memes” (fotos humorísticas que se difunden en las redes sociales) que dicen cosas como “Pero maestra, ¡yo sólo le dí retweet!”.

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miércoles, 4 de septiembre de 2013

¡Terremoto!

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de septiembre de 2013

Hablábamos, la semana pasada, de nuestra preocupante tendencia a creer en tonterías. Pues bien: como yo andaba fuera del país, no me enteré de una más de estas ideas huecas, pero muy contagiosas, que circuló por nuestro país –sobre todo en las redes sociales– hace unas dos semanas.

Se trata de una carta dirigida al presidente Enrique Peña Nieto y publicada el 15 de agosto en un blog perteneciente a un tal Ing. Gabriel Curiel Flores, donde “predice”, con “98% de probabilidad”, que próximamente –entre la fecha de publicación y diciembre de 2013– ocurrirá un sismo de entre 8.2 y 8.5 grados de magnitud, con epicentro entre los estados de Guerrero y Oaxaca, que podría resultar desastroso para la Ciudad de México.

Curiel pide al presidente tomar medidas como detener el reactor de Laguna Verde (que no está en Guerrero, Oaxaca ni la Ciudad de México), evacuar, con ayuda del ejército si es necesario, edificios viejos o dañados en el DF para luego demolerlos, reubicar a enfermos en hospitales y pedir (¡de antemano!) recursos internacionales para enfrentar el desastre.

Aunque la carta de Curiel no pareció causar mayor alarma ni tener repercusión en los medios serios ni en el gobierno, sí causó inquietud y polémica en internet. ¿Por qué es absurda?

El conocimiento científico actual sobre los sismos es que son causados por los movimientos de las placas tectónicas que forman la corteza terrestre. Éstas son más delgadas, en comparación, que la cáscara de un huevo. Pero la cáscara del huevo terrestre está además fragmentada, y los pedazos –las placas– flotan sobre el manto líquido, formado por magma, que está en continuo movimiento debido a la circulación del calor proveniente del interior de la Tierra. El lentísimo movimiento de las placas tectónicas ha causado los cambios en la forma y posición de los continentes; recordemos que hace millones de años formaban una única masa continental conocida como Pangea. La mayoría de los sismos (otros son debidos a la actividad volcánica) son producto de la fricción entre placas contiguas al desplazarse.

La supuesta predicción de Curiel se basa en su “Teoría de las Fuerzas Gravitacionales”, que al parecer combina la concepción cíclica del tiempo de los antiguos mayas (“Mi trabajo […] tiene parte de su fundamento en los cálculos estrictamente astronómicos [científicos] de la cultura maya, y de su forma cíclica de medir el tiempo”, aclara en su blog) con la idea de que “la variación de las fuerzas gravitacionales del Sistema Solar (…) actúan sobre la Tierra” y producen los sismos. Según Curiel, los sismos se presentan en ciclos predecibles.

Como prueba de lo correcto de su “teoría”, Curiel cita el hecho de que en múltiples ocasiones ha predicho sismos en distintos lugares y fechas. Normalmente no acierta ni en uno ni otro dato, ni en las magnitudes (predice sismos de 7 grados o más y ocurren algunos de entre 4 y 5). Como todos los días ocurren multitud de pequeños “microsismos”, y como en zonas sísmicas son también frecuentes y normales los sismos de baja magnitud, siempre es posible decir que se acertó en una “predicción”… si se es lo suficientemente impreciso.

En realidad, Curiel –quien dice tener estudios de Ingeniería Civil en la Universidad Autónoma de Guadalajara (no aclara si se tituló)– no es más que uno más de los muchos charlatanes seudocientíficos que abundan en todo el mundo. La atracción gravitacional no varía cíclicamente. La concepción maya del tiempo cíclico es sólo una tradición religiosa. Y la predicción de sismos, aunque periódicamente resurge –en 2012 unos “investigadores de San Petersburgo, Florida” advirtieron de otro sismo en la Ciudad de México, concretamente para el 22 de marzo– sigue siendo una ilusión científica.

En 2009, en L’Aquila, Italia, un terrible sismo causó unas 300 muertes y múltiples destrozos. En octubre de 2012 seis italianos expertos en sismos fueron condenados a seis años de cárcel ¡por no haberlo predicho! La protesta internacional fue unánime ante este absurdo. Curiel tiene suerte de que en nuestro país los charlatanes como él no sean acusados de lo contrario: difundir rumores seudocientíficos que podrían causar pánico en la población.

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