martes, 7 de octubre de 2003

La ciencia y los diputados

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 7 de octubre de 2003

“Si me gustara la ciencia, me dedicaría a ella, no a la política”, podría decir cualquiera de nuestros diputados federales. Y con razón: ser científico es, sin duda, una profesión de tiempo completo.

Ello no obsta para que uno, que se interesa en estas cosas, sienta un ligero resquemor al enterarse la semana pasada de que, en la repartición de las comisiones de trabajo de la Cámara de Diputados, nadie se peleó por quedarse con la de Ciencia y Tecnología.

La noticia no es sorprendente: de las 42 comisiones, las más peleadas fueron las de Presupuesto y Cuenta Pública, de Vigilancia de la Auditoría Superior de la Federación, y Puntos Constitucionales, que quedaron en posesión del PRI, y las de Hacienda, Gobernación, Energía, Relaciones Exteriores y Desarrollo Social, entre otras, que le correspondieron al PAN.

Y precisamente “entre otras”, pero no entre las consideradas prioritarias, quedó la Comisión de Ciencia y Tecnología, adjudicada al PRI. (Al menos no quedó en manos del Partido Verde: sería tener al enemigo en casa...)

En este país, ya se sabe, cuando se habla de ciencia –en discursos, en campañas, en planes nacionales– ésta siempre es una prioridad. Pero cuando se trata de actuar, la ciencia siempre queda en uno de los últimos lugares.

No lancemos el discurso sobado e inútil –aunque cierto– de que la ciencia es una de las principales fuerzas que determinan el destino de las naciones, y que son precisamente los países que más apoyan la ciencia los que tienen no sólo un mayor desarrollo científico y tecnológico, además de un mayor nivel de vida. Todo ello es ya sabido. Pero, al menos para los políticos mexicanos, parece que el que esto sea sabido no significa que haya sido entendido.

¿Qué se podría hacer al respecto? Ya vimos que no es razonable pedirles a los diputados –que son profesionales de tiempo completo, preparados a fondo para dedicarse precisamente a la política (o al menos eso quiere uno suponer)– que se conviertan en expertos en ciencia o tecnología. Aunque ha llegado a haber diputados que sí lo son: el ingeniero José de la Herrán, quien recientemente recibiera el Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Técnica, y notable impulsor y difusor de estos temas en México, fue uno de ellos.

Lo que sí podría hacerse es concientizarlos de la importancia de la política científica y el desarrollo de un verdadero sistema de investigación y desarrollo científico-tecnológico. Algo que se ha hecho en otros países es elaborar y llevar a la práctica campañas de divulgación (o “alfabetización”) científica y tecnológica enfocadas precisamente a los políticos. Como son ellos quienes toman muchas de las decisiones importantes que fijan el curso de la ciencia y la tecnología en el país, convendría al menos que supieran la importancia de estos temas y tuvieran la posibilidad de comprender la situación de la ciencia nacional.

Si se lograra esto, sería más fácil que los legisladores buscaran la asesoría de expertos que pudieran ayudarles a tomar decisiones acertadas que permitieran fomentar el desarrollo de la ciencia en el país. Por cierto, estos expertos no necesariamente tendrían que ser exclusivamente investigadores científicos: hay también sociólogos, filósofos, historiadores y otros especialistas que a veces entienden mejor que algunos científicos lo que está pasando y lo que se puede hacer para mejorar la situación.

Otra propuesta, complementaria a la primera, es promover en la población general una mayor cultura científica, entendida no sólo como un mayor conocimiento de conceptos científicos, sino de una comprensión de la forma en que trabaja la ciencia y la importancia que tiene para mejorar el nivel de vida de la población. El día que los ciudadanos –no sólo los científicos– se organizaran para protestar por un recorte en el gasto en ciencia de la misma forma en que lo hacen contra, digamos, uno en educación o en salud, sabríamos que hay ya una apreciación pública de la ciencia. Una manera de lograr esto es, por ejemplo, apoyar el periodismo especializado en ciencia, que es una manera de poner al ciudadano común en contacto con esta importante actividad.

Y precisamente la semana pasada la Academia Mexicana de Ciencias organizó un fructífero foro dedicado a discutir la situación y problemas del periodismo científico. A él asistimos varios de quienes nos dedicamos a esta actividad en México –una comunidad preocupantemente escasa, a decir verdad– así como varios especialistas extranjeros. Uno de ellos, el doctor Manuel Calvo Hernando, decano de los periodistas científicos españoles, hizo una sugerencia muy interesante: desarrollar un Plan Nacional de Divulgación de la Ciencia y la Tecnología. En su opinión, esto debería realizarse en todos los países de Iberoamérica, pues es una manera de darle carácter de prioridad nacional a esta actividad, tan vital para lograr el apoyo al desarrollo de la ciencia y la tecnología.

Puede sonar utópico, pero las utopías son necesarias para marcar rumbos. Sería excelente contar con diputados elegidos por su amplio conocimiento y compromiso con el desarrollo de estas áreas, y que una vez en sus curules, se aplicaran a lograrlo. Total, soñar no cuesta nada.

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