martes, 30 de septiembre de 2003

Los prejuicios del Prozac presidencial

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de septiembre de 2003

La semana pasada, un periodista tuvo la osadía de preguntarle al presidente Vicente Fox, durante una entrevista, si tomaba Prozac. Fox lo negó en forma cortante. Como resultado, afirma el periodista, la duración de su entrevista se vio notoriamente reducida.

¿Por qué tendría que resultar ofensivo preguntarle al presidente si toma Prozac? Creo que la respuesta tiene que ver con prejuicios similares a los que se tienen respecto a las drogas.

Tanto el Prozac como las drogas son sustancias químicas que afectan el comportamiento humano. De hecho, el diccionario de la Real Academia define droga como una “sustancia o preparado medicamentoso de efecto estimulante, deprimente, narcótico o alucinógeno”. Visto así, el Prozac podría considerarse también una droga.

Hay, sin embargo, drogas y drogas. No son lo mismo la mariguana, cocaína o heroína que se mete “un despreciable drogadicto” (dirían las buenas conciencias), drogas debidamente prohibidas y penadas por la ley, que el respetable fármaco, recetado por un respetable médico, que nos vende (muchas veces a precio de oro) una respetable compañía transnacional, y que le sirve a un no menos respetable paciente para conservar o recuperar su salud. Aunque en inglés se les llame drugs a los medicamentos, en español el vocablo se reserva generalmente para las sustancias prohibidas.

¿Por qué, a diferencia de los fármacos, se considera malas a las drogas?

Siendo prácticos, quizá porque alteran el comportamiento en forma dañina para el usuario o para quienes lo rodean (argumentos comúnmente utilizados en contra de mariguana, cocaína, heroína, éxtasis y demás peligrosas golosinas). Sin embargo, lo mismo podría decirse del alcohol, droga perfectamente legal, que causa muchas más muertes que cualquier enfermedad de las consideradas graves. O del tabaco, consumido por su contenido de nicotina, y que es la principal causa de uno de los cánceres más frecuentes en el mundo, el pulmonar. (La cafeína, por el momento, no parece causar daños más graves que ocasionar que algunas personas nos pongamos insoportables y hagamos tonterías. Es sin embargo, tan droga como la cocaína: altera nuestro funcionamiento y hay adictos que no pueden funcionar sin ella.)

Desde un punto de vista más bien moral, quizá lo malo de las drogas es que “alteran” nuestra mente (es decir, que interfieren con su funcionamiento normal), haciéndonos percibir, pensar o sentir en forma distinta a como lo haríamos en su ausencia. Pero lo mismo precisamente se puede decir de fármacos como el propio Prozac (o de tantos antidepresivos, ansiolíticos, narcóticos y demás menjurjes autorizados por receta).

¿Por qué el Prozac es útil y respetado, y la cocaína es odiada e ilegal? Las razones, como hemos visto, son confusas (el argumento de la adicción es importante, pero muchos fármacos presentan también, en alguna medida, ese problema). La verdadera respuesta, creo, tiene más que ver con prejuicios fundados en convenciones sociales que en argumentos sólidos, y son más propios para ser analizados por un sociólogo.

Paradójicamente, en el caso del presidente Fox (para volver a nuestro tema inicial) pareciera que es vergonzoso tomar un fármaco perfectamente legal y útil. La implicación es que, si el presidente toma Prozac, esto significaría que padece de la condición por la que normalmente se receta este fármaco: depresión. ¿Qué tendría esto de malo? Mucho, si uno parte de la idea de que el presidente de la república debería ser una persona mentalmente sana y capaz de afrontar los problemas del cargo sin sentirse agobiado.

Desgraciadamente, esta visión presupone que lo normal es que un presidente no se deprima nunca, y, por si fuera poco, que tomar un medicamento para combatir esa condición es también malo. (¡A algunas personas no se les puede dar gusto!, diría mi abuelita.)

La cosa cambia si uno considera la depresión como una consecuencia lógica de los empleos que generan gran estrés, y al uso del medicamento como una forma de resolver dicho problema. ¿Sería malo que el presidente aceptara ser, digamos miope (en el sentido óptico del término; no estoy siendo irónico) y por ello usara lentes? No, porque no hay un prejuicio contra la miopía. Los desajustes psicológicos, en cambio, son rechazados por la sociedad, aun cuando todos nosotros presentemos alguno, al menos de vez en cuando.

Pero mi punto no es defender a Fox ni al Prozac. Es destacar que, debajo de toda este tipo de incidentes (en los que por cierto no está ausente la mala fe; ¿por qué no se le pregunta lo mismo al presidente Bush, por ejemplo?) se hallan prejuicios como el de que enfermarse es vergonzoso o que la mente es una especie de templo intocable (o un alma inmaterial) al que no debemos mancillar con ninguna despreciable sustancia química (pero al que se vale meterle drogas siempre que queramos pasárnosla bien).

Y las cosas no son tan simples. La mente es resultado del funcionamiento de un cerebro que está formado en su totalidad por sustancias químicas, y por ello es muy natural que sea influida por ellas. Utilizar esto para mejorar nuestro desempeño cuando sea necesario no debería ser vergonzoso, aunque sí debería hacerse bajo estricta supervisión profesional. Lo demás es quimiofobia.

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