martes, 9 de septiembre de 2003

Una idea brillante

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 9 de septiembre de 2003

Como muchos científicos, yo soy ateo. O quizás no ateo, sino sólo agnóstico (no me consta que dios no exista; es sólo que no creo en su existencia).

No es que se necesite ser ateo o agnóstico para ser científico. Muchos son profundamente religiosos, e incluso hay algunos que son sacerdotes, sin que esto estorbe su labor en la ciencia. Después de todo, dice el sentido común, religión y ciencia son esferas con campos de acción bien delimitados, por lo que no tendrían por qué oponerse: al césar lo que es del césar y a dios lo que es de dios.

Pero de vez en cuando surgen polémicas en las que los valores religiosos y los basados en la ciencia se enfrentan. Recientemente en las noticias reapareció justo un caso de este tipo: el de la desafortunada Paulina Ramírez Jacinto, la chica bajacaliforniana que, hace cuatro años, fue violada a los 13 años y cuyo caso saltó a los titulares porque funcionarios del gobierno de Baja California le negaron el derecho legal que tenía a abortar y la obligaron a seguir adelante con su embarazo. Llegaron incluso a llevarla con un sacerdote para que la convenciera de no abortar y, en palabras de Mariana Winocur, del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), permitieron que miembros del grupo Pro Vida, haciéndose pasar por funcionarios del DIF, “la obligaran a ver El grito silencioso, un video burdo y falaz contra la práctica del aborto”.

Hoy Paulina ha cumplido 18 años, y tiene un saludable hijo, Isaac. Ha reaparecido en primera plana porque las promesas del gobierno, ante la injusticia que sufrió, no se han cumplido. Los funcionarios que le negaron el aborto no han sido castigados; los ofrecimientos del gobierno para apoyar a la joven madre y su hijo no se han cumplido a cabalidad. “Ahora que soy mayor de edad voy a seguir luchando por mis derechos”, dijo Paulina, citada en un boletín del GIRE. Su intención es que a otras mujeres no les pase lo que le pasó a ella.

El debate sobre el aborto siempre es polémico. En otros países los antiabortistas llegan a incendiar clínicas y agredir al personal. En México no hemos llegado a eso, pero la opinión de estos grupos ya se ha expresado en los medios (una columnista católica en el diario Reforma, por ejemplo, publicó recientemente un texto titulado “Paulina, ¿cuánto te pagan?”).

La posición católica sobre el aborto se basa en la creencia de que todo embrión, desde el momento mismo de la concepción, es ya un ser humano, pues posee un alma inmortal. La posición científica no cree en el alma, y postula que entre la concepción y el momento en que un embrión puede considerarse humano hay una etapa (digamos, hasta antes de que se desarrolle el sistema nervioso, base de la conciencia) en que es factible recurrir al aborto en caso necesario sin que se considere un asesinato.

La cuestión se podría discutir y llegar a acuerdos viables si no fuera porque los católicos se niegan a considerar siquiera el tema: su visión es dogmática y como tal no admite negociación.

Éste es sólo un ejemplo de la excesiva influencia que el pensamiento religioso (y otros tipos de creencias en lo sobrenatural) está teniendo en la vida pública. Con el fin, entre otras cosas, de combatir esta influencia, recientemente surgió en los Estados Unidos un movimiento para reivindicar la posición de quienes no creen en fenómenos que salen de la esfera de lo natural (es decir, que excluye lo sobrenatural, incluyendo brujas, duendes, ángeles y divinidades). La idea es agrupar a quienes piensan así alrededor de una identidad para luchar por su derecho a hablar en voz alta y ser escuchados por políticos y medios de comunicación. Hoy un político no puede ser elegido si no cuenta con la simpatía de grupos importantes como los católicos, los indígenas o los industriales (hasta minorías tan discriminadas como los gays son ya tomados en cuenta por políticos como una fuerza electoral importante).

Para ello se ha propuesto dotar a los no creyentes de un nombre sencillo y atractivo. Se eligió la palabra bright (brillante, inteligente), utilizada no como adjetivo, sino como sustantivo. “Un bright es una persona cuya cosmovisión es naturalista: libre de elementos sobrenaturales o místicos. Los brights basan su ética y acciones en una cosmovisión naturalista”, define Paul Geisert, uno de los fundadores del movimiento bright.

Suena extraño, lo reconozco. Pero igual sonaba, por ejemplo, la palabra gay, que hoy se ha convertido en símbolo de una identidad y una lucha que se reconoce como válida y positiva. Personalidades del mundo de la ciencia como el biólogo Richard Dawkins y el filósofo Daniel Dennett se han convertido en activistas del movimiento bright.

Ante casos como el de Paulina y debates como el derecho al aborto (en los caso que así lo justifique el bienestar de la madre), la idea de ser parte del movimiento bright y luchar por el derecho a una visión naturalista del mundo me parece muy atractiva. Me declaro, pues, bright, y lo invito a usted, si desea unirse al movimiento, a visitar la página http://www.the-brights.net, a que por lo pronto existe sólo en inglés.

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