miércoles, 24 de septiembre de 2003

Medicina científica

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 24 de septiembre de 2003

Afuera de una de las tiendas naturistas del gurú Chaya Michán está escrito lo que supongo es su lema: “Curar sin dañar”. La frase llamó mi atención por su mensaje oculto.

En efecto: si la medicina naturista cura sin dañar, podría pensarse, por implicación, que la otra medicina, la de los doctores de bata blanca y estetoscopio, sí causa daño.

El juramento hipocrático incluye como primera obligación del médico evitar el daño a sus pacientes (primum, non nocere). Aun así, hay quien piensa que la medicina “no naturista” no sólo no cura, sino que es nociva.

Creo que la realidad es muy distinta: a pesar del innegable valor que tienen las llamadas “medicinas alternativas” (al menos algunas), la eficacia de la medicina “normal” es generalmente muy superior. Las razones son simples: se basa en el método científico, que a su vez es un refinamiento del pensamiento racional que busca explicaciones comprobables a los fenómenos. Para buscar causas y soluciones de un problema de salud, los médicos realizan observaciones y experimentos controlados para decidir cuáles de las hipótesis plausibles es la más acertada. De ahí su éxito en un alto porcentaje de los casos.

Desde luego, esto no quiere decir que la medicina científica (su nombre más adecuado; adjetivos como “alópata” son usados sólo por los homeópatas) sea infalible: hay casos de error, y enfermedades ante las que poco puede hacer aún el médico mejor entrenado. Y hay también casos en que las medicinas alternativas han cosechado grandes éxitos, que normalmente han sido luego incorporados dentro del acervo de la medicina científica, con la ventaja de que además reciben una explicación dentro del paradigma biomédico en que se basa ésta.

Un buen ejemplo de la efectividad del enfoque biomédico lo encontré en las cifras del informe sobre el cáncer para 2003 de la Organización Mundial de la Salud (Reforma, 3 de mayo), que incluye datos del año 2000. Reportaba a nivel mundial las tasas de incidencia (personas que enferman) y mortalidad (muertes) por distintos tipos de cáncer, divididos en hombres y mujeres.

Para el cáncer de pulmón (por mucho el más común, excepto por el cáncer de mama), la incidencia en hombres era de 901 mil casos, y la mortalidad de 810 mil (es decir, un 90% de los hombres que enferman de cáncer de pulmón, mueren). Para las mujeres, la incidencia era de 337 mil y la mortalidad de 292 mil (87% de mortalidad).

El diagnóstico para el cáncer de pulmón, por tanto, es desalentador (por eso, queridos lectores fumadores, vale la pena dejar el hábito). Pero veamos el caso del cáncer de mama (para mujeres, obviamente). Aquí la incidencia es de un aterrador millón 500 mil casos, pero la mortalidad es de 372 mil: sólo el 25% de las mujeres que enferman muere. Una enferma tiene 3 oportunidades en 4 de curarse. Un dato bastante esperanzador, a mi parecer, sobre todo si lo comparamos con la única oportunidad entre 10 que tiene un varón con cáncer de pulmón.

Existen otros casos igual de interesantes. Entre los de mayor incidencia, el cáncer colorrectal tiene una mortalidad de 51% en varones y 53% en damas; el de estómago, de 73% en hombres y 76% en mujeres. La mortalidad del cáncer de próstata es de sólo 38%. La del de cuello uterino, de 50%. El cáncer de hígado es el caso más desolador: su porcentaje de mortalidad es de 96% para hombres y 99% para mujeres. La ciencia médica no puede hacer casi nada frente al cáncer hepático.

El 38% de los varones que padecen cáncer de vejiga muere, así como el 43% de las mujeres. Finalmente, el cáncer de riñón –uno de los últimos en la lista, pues “sólo” afectó a 118 mil varones y 70 mil mujeres en el 2000– tiene una mortalidad de, respectivamente, 47 y 49 por ciento.

A pesar de lo triste de estas cifras –muerte y enfermedad son los dos acontecimientos que más violentamente nos enfrentan con nuestra fragilidad como seres humanos–, yo creo ver en ellas cierto margen para el optimismo. Aunque si uno enferma de cáncer de hígado o pulmón el pronóstico es bastante fúnebre, la moderna medicina científica puede ofrecer posibilidades de al menos 1 en 2 de salvarse para la mayoría de los otros.

Y hay que notar que la mortalidad de los frecuentísimos cánceres de próstata y mama se ha logrado reducir a 38% y 25%. Sin duda, esto es resultado de la investigación científica, que ha llevado a establecer medidas efectivas de diagnóstico (por más que las mujeres se quejen de lo molesto de la mamografía y que Jorge Ibargüengoitia haya escrito uno de sus cuentos más divertidos para desacreditar el examen prostático), así como terapias efectivas para atacar al mal una vez detectado. Difícilmente se encontrará tal eficacia (ni datos tan precisos) en las medicinas alternativas, sobre todo frente a enfermedades tan graves.

Más allá de prejuicios, los datos muestran que la medicina científica es indudablemente nuestra mejor aliada en la lucha por la salud. Lo cual no quiere decir no podamos aprender de las “otras” medicinas, pero siempre utilizando el pensamiento racional.

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