publicado en Milenio Diario, 9 de marzo de 2004
Hace unos días apareció una noticia intrigante: “Crean en Querétaro ministerio de exorcistas”, rezaba el encabezado. Todavía hoy hay amigos que no me acaban de creer que sea cierto.
En pocas palabras, la nota, publicada en El Financiero (1º de marzo) explicaba que la Diócesis de Querétaro tomó la decisión de instalar en la ciudad de Querétaro el ministerio debido a que, en palabras del obispo Mario de Gasperín, “ha aumentado el número de personas que presentan fenómenos relacionados con alguna influencia del demonio”. El ministerio también servirá para intentar “resolver los problemas de las personas que sufren de algún maleficio”.
¿Qué tiene que hacer en una columna dedicada a la ciencia un comentario sobre este curioso suceso?, podría usted preguntar. La observación es justa: después de todo, hay que “dar a dios lo que es de dios”, etcétera. Todo mundo tiene derecho a sus creencias y, como veremos más adelante, también los científicos parten de creencias para justificar su labor.
Lo que me interesa destacar en este caso son, precisamente, las diferencias entre el pensamiento religioso y el científico. Como queda claro, las autoridades de la iglesia católica realmente creen que existen personas que están “poseídas” o influenciadas por entidades sobrenaturales (¿demonios?). También creen que, mediante un ritual practicado de manera correcta por personal calificado, tales entidades pueden ser forzadas a abandonar el cuerpo de la víctima.
No es tan descabellado: después de todo, se parece mucho a lo que uno hace cuando su computadora es “infectada” por un “virus” informático: llamar a un experto que realiza una especie de ritual, con el resultado de que la “víctima” queda libre de la entidad malévola que la poseía.
Pero hay una diferencia: poseemos pruebas objetivas de que los virus informáticos existen: podemos verlos (analizar las líneas de código que los constituyen), podemos controlarlos e incluso podemos fabricarlos (que es, en primer lugar, la causa de todo el problema). En cambio, nadie ha podido probar de modo satisfactorio, hasta ahora, la existencia de espíritus.
De modo que la iglesia cree en espíritus malignos. También en benignos, desde luego. Esto no tiene nada de sorprendente, aun en pleno siglo XXI. La creencia en un dios (o varios) implica aceptar que existen seres sobrenaturales que pueden influir, en mayor o menor medida, en los eventos del mundo que nos rodea, e incluso son la razón de nuestra existencia y de la de todo el universo.
Veamos, en contraste, los fundamentos de la visión científica del mundo. Parte también, aunque es algo que normalmente no se dice, de algunas creencias que se aceptan por fe. Una es la de que el mundo existe realmente, y no es un producto de nuestra imaginación (en un mundo tipo Matrix la ciencia no tiene mucho sentido). Otra es la de que en él existen regularidades que podemos descubrir: el universo no se comporta caprichosamente. Pero la más importante es, quizá, la que el científico y filósofo francés Jaques Monod, uno de los padres de la biología molecular, llamó en su libro El azar y la necesidad el “principio de objetividad”: la creencia, “por siempre indemostrable”, de que no existe un propósito en el universo.
Dicho de otro modo, la ciencia tiene, ante todo, una visión naturalista del mundo, en la que no hay lugar para seres sobrenaturales. ¿Por qué? Porque no busca sólo justificar las cosas, sino entenderlas. Decir que algo es como es porque dios así lo quiso no explica nada; sólo nos da una respuesta de tipo mágico que se puede creer o no, pero no entender.
De modo que, en conclusión, la noticia de que la iglesia católica vaya a establecer un ministerio de exorcismos en Querétaro, en pleno año 2004, no es extraordinario, aunque sí llama la atención. Muestra la supervivencia de antiguas creencias en lo sobrenatural. Entre las diversas e importantes funciones que puede cumplir la religión –cohesión social, guía, consuelo para afligidos, y tantas otras–, quizá la de realizar exorcismos sea de las que menos utilidad pueden tener hoy en día.
Lo importante es recordar que la iglesia, y todas las religiones, se basan en un pensamiento mágico, en la creencia en entidades y fenómenos sobrenaturales, que van más allá de las explicaciones que nos pueden dar las ciencias naturales. Hoy, en tiempos en que la iglesia, por boca del papa Juan Pablo II, está pidiendo tener una mayor participación en los medios de comunicación nacionales y, más importante, en la enseñanza escolar, hay que reflexionar qué tan pertinente puede ser el pensamiento mágico para buscar soluciones a los diversos problemas prácticos que enfrentan continuamente nuestras sociedades –hambre, pobreza, injusticia, enfermedades– o, por el contrario, aplicar el pensamiento naturalista que caracteriza a la ciencia. Creo que la efectividad de cada método ha quedado ampliamente demostrada a lo largo de la historia (por otro lado, y afortunadamente, nuestro artículo 3º constitucional exige que la educación pública sea laica y se base “en los resultados del progreso científico”).
Aún así, sospecho que los exorcistas calificados que egresen del nuevo seminario no carecerán de trabajo, tomando en cuenta los demonios que últimamente andan sueltos en nuestro país. Lo cual es resultado, quién lo fuera a decir, de minúsculas cámaras que, ocultas en la ropa, permiten grabar videos para chamaquear a políticos desprevenidos. ¡Ironías de la tecnología!
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