Publicado en Milenio Diario, 4 de mayo de 2004
La semana pasada la Cámara de Senadores aprobó, y la de Diputados ratificó, la modificación a la Ley de los Institutos Nacionales de Salud, que establece la creación del Instituto Nacional de Medicina Genómica.
El punto clave fue que se eliminó la prohibición, incluida en su artículo 7bis, que impedía “la investigación con células troncales humanas de embriones vivos o aquellas obtenidas por transplante nuclear”. Con esto, los senadores demostraron tener mejor sentido que sus colegas diputados, que habían impuesto originalmente la prohibición. El blanquiazul, por supuesto, se opuso a eliminar las prohibiciones, utilizando argumentos como que “la clonación humana [quizá referían a la clonación reproductiva] y terapéutica son aberraciones científicas”.
La palabra “clonación” proviene de la raíz griega klon, que quiere decir “rama”: clonar es reproducir asexualmente un organismo, produciendo otro que tiene exactamente los mismos genes. Se clona cuando se planta la rama de un rosal para producir uno nuevo. Por clonación se reproducen también muchos organismos como bacterias, hongos y protozoarios. No es, como se ve, nada antinatural.
A partir de la clonación de la oveja Dolly se habla de la posibilidad de clonar humanos. Los grupos conservadores advierten una y otra vez sobre el enorme peligro usar esta “clonación reproductiva” en humanos. Hay quien, ingenuamente, piensa que se podría “clonar a Hitler” (¡o a Jesucristo!). En teoría, aunque hasta el momento no es posible clonar a un ser humano, es probable que pronto lo sea. Pero duplicar el cuerpo no es duplicar la mente, y así como dos gemelos idénticos (clones uno del otro) no tienen la misma personalidad, clonar a una persona produciría sólo otro individuo único. La “dignidad humana”, entonces, no se ve amenazada por la clonación reproductiva (siempre que se reconozcan los plenos derechos humanos del clon). Pero en el Instituto de Medicina Genómica nadie habla de clonar humanos.
La llamada “clonación terapéutica”, en cambio, consiste en clonar no un individuo completo, sino células que pueden luego utilizarse en investigación y, algún día, en terapias para combatir enfermedades como diabetes, hipertensión, mal de Parkinson o de Alzheimer, e incluso cáncer. El potencial médico es inmenso. El Instituto de Medicina Genómica podría llegar utilizar esta técnica, aunque por el momento no figura en sus planes.
La confusión surge al hablar de las células troncales o “células madre” (su nombre más correcto es “células precursoras”). Tienen la extraordinaria capacidad de diferenciarse (especializarse) para dar origen a cualquiera de los cientos de tipos de células que forman el cuerpo humano. Si pudiéramos controlarlas, podríamos reparar tejidos u órganos.
Una fuente ideal de células precursoras son los óvulos fecundados (casi no puede hablarse de “embriones”) en sus primeras etapas de desarrollo. Y aquí se alzan las voces escandalizadas de los defensores de la “dignidad humana”. En la cámara de senadores se usaron frases como “la defensa del misterio sagrado de la vida humana” y se habló del “asesinato de embriones humanos”.
Pero, ¿es realmente equivalente un embrión a un ser humano? ¿Tiene el embrión alguna “esencia” que lo haga humano? Sólo si creemos en un alma espiritual. Biológicamente, contiene sólo genes, y no creo que los defensores de la dignidad humana quieran reducir la esencia de lo humano a unos genes.
En la revista Newsweek, Lee M. Silver menciona recientemente cómo los cristianos fundamentalistas (como el presidente Bush) piensan que “los embriones humanos (aún cuando son agrupamientos celulares) son regalos de Dios, a los que les fue infundida un alma al momento de la concepción”. Este tipo de creencias, dice Silver, ha frenado o detenido la investigación con células precursoras en Estados Unidos, que pierde su liderazgo en estas áreas, mientras que los países asiáticos, “que no polemizan la biotecnología” siguen desarrollándolas. Afortunadamente, añado, pues no sería ético detener el desarrollo de terapias que podrían salvar tantas vidas humanas adultas.
No hay una “esencia” de lo humano. El ser humano no comienza a existir en un momento determinado: se construye a lo largo de un proceso que puede detenerse o fallar en cualquier etapa. Un alto porcentaje (se estima en 66 por ciento) de los óvulos que han sido fecundados no logra implantarse en el útero y muere (microabortos naturales), muchas veces debido a anormalidades.
En todo caso, la condición humana depende no de los genes, que también comparten todas las células del cuerpo (nadie defendería la “dignidad humana” de un riñón extirpado) y nuestros primos animales, sino de la capacidad de presentar conciencia, la cual es imposible si el desarrollo del sistema nervioso, el cual tarda varias semanas en formarse. De modo que, desde el punto de vista biológico, un embrión, sobre todo en sus primeros días de desarrollo, no es todavía un ser humano. El uso de células precursoras embrionarias no debería presentar por tanto mayores problemas éticos.
La clonación terapéutica no pretende “experimentar con embriones”, ni clonar seres humanos. Y la investigación con células precursoras busca remedio a enfermedades que graves. Esto, lejos de vulnerar la dignidad humana, ayudará a preservar vidas, estas sí, humanas. Ojalá el Instituto de Medicina Genómica llegue a hacer aportaciones importantes en estos campos.
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