por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 6 de junio de 2004
Leer el periódico es un acto tan cotidiano –al menos para quienes lo leemos a diario– que muchas veces no nos detenemos a pensar en su significado. En particular, leer noticias de ciencia (o columnas de opinión sobre ciencia, como ésta) en un periódico puede no parecer nada especial… hasta que uno se detiene un poco a pensar en ello.
La labor de periodismo científico, y la más general que hoy se denomina “comunicación pública de la ciencia”, tiene una larga tradición que se remonta al menos hasta la época de Galileo, el primer científico que publicó sus trabajos no en latín, el idioma de los eruditos, sino en el italiano común que cualquier lector pudiera entender (aunque hay que tomar en cuenta que entonces, mucho más que hoy, saber leer era ya pertenecer a una élite). Más tarde, durante la Ilustración, la labor de enciclopedistas y divulgadores de toda clase floreció. En los salones de las damas elegantes de París se puso de moda estar enterado de los últimos avances del “newtonianismo”, por ejemplo. Y en la Nueva España existieron grandes divulgadores como José Ignacio Bartolache y José Antonio Alzate, considerados los padres de la divulgación científica mexicana.
Aun así, con toda esta tradición, hasta hace poco no era común ver en la prensa mexicana notas relacionadas con la ciencia. Quienes nos dedicamos a esta labor hemos llegado a hacerlo por rumbos más bien fortuitos, abriendo brecha, pues no había manera de obtener una capacitación formal en periodismo científico. Sin embargo, las cosas han cambiado. Hoy no sólo existen ya cursos, diplomados e incluso posgrados en comunicación de la ciencia en nuestro país, sino que hay también una comunidad creciente de comunicadores de la ciencia que van logrando que la actividad se profesionalice cada día más. Pero no sólo eso: aunque pueda sonar raro, existen cada día más profesionales de la comunicación científica que se reúnen, principalmente en congresos, para reflexionar, discutir y analizar la mejor manera de realizar su labor. Desde luego, esto no ocurre sólo en México: en otros países también se está dando un florecimiento de la comunicación de la ciencia como actividad profesional. Se realizan regularmente congresos, tanto nacionales como internacionales, sobre el tema. En México se han realizado 12 congresos nacionales de divulgación científica, y está por comenzar el decimotercero. Y a nivel global existen ya varias redes que organizan reuniones de este tipo.
Todo lo anterior viene a cuento porque precisamente en el momento que redacto estas líneas me encuentro en la ciudad de Barcelona, donde acaba de terminar la octava reunión de la Red de Comunicación Pública de la Ciencia y la Tecnología. En ella, en el marco de los Diálogos del Fórum Barcelona 2004, un interesante evento multicultural y multidisciplinario que se está llevando a cabo en esta ciudad, se discutió sobre los diversos aspectos de la comunicación de la ciencia, su importancia y los problemas y retos que enfrenta en todo el mundo.
Y al decir “todo el mundo” me refiero literalmente a eso: hasta donde llegué a contabilizar, en el congreso se encontraban presentes delegados de Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Colombia, Corea, España, Estados Unidos, Francia, India, México (por supuesto, y con una delegación bastante numerosa), Nepal, Nueva Zelanda, Perú, el Reino Unido, Sudáfrica, Tailandia y Uruguay (me faltaron algunos, pues los organizadores hablaban de la presencia de 36 países).
El tema del congreso fue la diversidad cultural, y los comunicadores asistentes tuvimos oportunidad de experimentar en carne propia el significado de tal diversidad. Para empezar, por los problemas con el idioma (aunque casi todo mundo hablaba inglés, hay una gran diferencia entre el inglés hablado por un catalán, un gallego, un francés, un chino o un alemán...).
Entre los principales temas que se discutieron destacaron los problemas que se enfrentan al tratar de presentar la ciencia al ciudadano común en culturas tan diversas como la de un país europeo de primer mundo, un país africano o uno latinoamericano o asiático. No sólo el idioma, la cultura y las tradiciones son radicalmente distintas, sino también las necesidades. Porque, y en eso coincidieron en gran medida los asistentes, la comunicación de la ciencia al público debe cumplir con un papel útil a la sociedad.
Hubo varios interesantes debates sobre la manera en que los periodistas científicos están abordando cuestiones relacionadas con la genética. Se discutieron aspectos como el de qué quieren los científicos y comunicadores de la ciencia que la gente sepa sobre ciencia; qué tiene derecho a saber el ciudadano que con sus impuestos paga el trabajo de los científicos; qué es la cultura científica; por qué divulgarla; cómo averiguar lo que la gente opina sobre la ciencia; cómo respetar el derecho del ciudadano a decidir sobre estas cuestiones aun cuando no sea un experto... Como se ve, detrás de lo que podría parecer una labor simple hay todo un mundo de complejidad. Lo cual sólo hace las cosas más interesantes. Por mi parte, regreso a México con una visión más amplia de lo que puede lograrse al usar los medios para poner al ciudadano en contacto más directo con el científico. Y confirmo que, al hacerlo, vale la pena intentar también pasar un buen rato.
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