MILENIO DIARIO-La ciencia por gusto- Martín Bonfil Olivera
Canciones, manipulación y violencia: ¿de veras somos tan manejables?
24-agosto-05
Si usted ha recibido alguna vez algún mensaje de correo electrónico que diga algo como “¡Cuidado, si recibes un correo que diga (inserte aquí cualquier frase), bórralo de inmediato, es un virus que acabará con toda tu información, envía copia de este mensaje a todos tus conocidos!”, y ha obedecido la orden de reenviar el mensaje, entonces sabe lo fácilmente que podemos ser manipulados los seres humanos. Pues en este caso el único virus es el mensaje mismo, que ha logrado reproducirse y llegar hasta otros buzones gracias a la ayuda que usted, su obediente víctima, le ha proporcionado.
El tema de la manipulación lastima nuestro amor propio. Pero es indiscutible que, expuestos a los mensajes correctos, todos podemos responder con conductas que obedecen los deseos de quienes formulan los mensajes. (Si esto no fuera cierto, Carlos Alazraki no tendría chamba, pues la publicidad no existiría; Hitler no habría llegado al poder y no nos gobernaría Vicente Fox).
Pero en todo hay matices, y tampoco es que baste con enviar un mensaje para que las personas lo obedezcan ciegamente. Por eso, amerita cierta reflexión el reciente escándalo sobre la canción que cantaban durante su entrenamiento los niños asistentes al curso de verano de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (“yo no tengo padre ni nunca lo tendré, el único que tuve yo mismo lo maté...”).
Resulta, cuando menos, de muy mal gusto poner a los niños a cantar canciones violentas, pero, ¿ameritará realmente declarar una alarma nacional y pedir las cabezas de los culpables? Los niños son curiosos y les encanta romper reglas (decir groserías, irse de pinta, ver películas prohibidas...), pero eso no implica que sean delincuentes en potencia... sólo niños normales.
Muchos cuerpos policiacos del mundo cantan en sus entrenamientos ese tipo de canciones. No sólo por su sonsonete, adecuado para mantener el ritmo al correr en grupo, sino porque la calidad transgresora de la canción los hace sentirse cómplices y refuerza el sentido de unidad. Tratándose de adultos, es sensato suponer que no por cantar una canción, por violenta o de mal gusto que ésta sea, quienes la cantan vayan a adoptar las conductas que describe. De otro modo, habría que prohibir cualquier canción –o novela, película o programa de televisión– que describiera conductas indeseables (pero, ¡esperen!, ¿qué no fue eso lo que hicieron autoridades estatales y federales cuando descubrieron que la SEP había publicado el libro El corrido mexicano, de Vicente T. Mendoza, que contenía algunos narcocorridos? Seguramente temían que los infantes de todo el país se volvieran narcotraficantes con sólo leerlos...).
El punto está en saber qué tan influenciables son los niños como los que asistían al curso de la Secretaría de Seguridad. Los niños, especialmente los más pequeños, aprenden en gran medida por imitación, y son muy susceptibles a aprender conductas –y los valores asociados que éstas conllevan– al observar lo que hacen los demás. Un niño pequeño que ve escenas en que una persona golpea a otra, por ejemplo, reproducirá esa conducta al jugar con muñecos. Pero conforme crece, el niño deja de ser tan fácilmente influenciable. ¿Hasta qué edad precisamente y qué tipo de conducta puede imitar un niño? No hay respuesta general: depende del niño, su educación, la conducta de que se trate y el mensaje que la muestre.
Sin embargo, en una reciente reunión de Asociación Psicológica Estadunidense, reportada en la revista Nature (19 agosto) se presentó una revisión profunda de 20 años de investigaciones sobre la influencia de los videojuegos violentos en la conducta de los niños y adolescentes. Entre otras cosas, se mostró que, al menos en el corto plazo (hace falta investigar los efectos a largo plazo), los niños que los juegan son menos sensibles al sufrimiento de otras personas, además de que reportaban sentirse malos y enojados luego de jugarlos. Los videojuegos que mostraban violencia corporal, como patadas y golpes, impulsaban a los niños a imitarlos. Como resultado, la Asociación emitió una resolución para pedir a los fabricantes de videojuegos que indiquen con claridad el nivel de violencia que contienen, que muestren las consecuencias negativas del uso de la violencia y que traten de evitar que los usuarios se identifiquen con los personajes más violentos (algo más bien difícil de lograr).
Ante esto, quizá –sólo quizá– la preocupación ante el uso de canciones violentas en los cursos de verano sea justificada. Aunque claro, eso querría decir que las autoridades deberían estar francamente alarmadas ante la aparición de la nueva versión de videojuego Ghost Recon, que muestra a marines estadunidenses utilizando bombardeos para salvar al presidente de su país, secuestrado en su embajada en México, en pleno Paseo de la Reforma. El jefe de Gobierno del DF dice que es un problema alarmante; el secretario de Gobernación afirma, en cambio, que es trivial. ¿Usted qué opina?
mbonfil@servidor.unam.mx
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