Oscares científicos
Martín Bonfil Olivera
Para Alejandra y Jose, que no quieren pingüinos humanizados.
Aunque la entrega de los Oscares ya no es lo que era, sigue causando gran expectación. Y más allá de los sorpresivamente pocos premios que ganó Secreto en la montaña (debido, creo, a la autocensura del Hollywood decente ante el reto de premiar una historia de amor homosexual presentada simplemente como una historia de amor más), da gusto ver que al menos un premio fue para una película científica.
La revista Seed, (“la ciencia es cultura”; seedmagazine.com), propuso nuevas categorías para reforzar la presencia científica en los Oscares. Entre ellas, el “Premio Gattacca al reparto más atractivo en una cinta de ciencia-ficción” para La isla, en la que aparecen ¡dos Ewans McGregor y dos Scarletts Johansson!; el premio a “La hipótesis más conmovedora (e inconcluyente”) para Flores rotas, cinta en que Bill Murray no logra saber si la madre de su supuesto hijo es alguna de las ex novias que visita; y finalmente, el premio al mejor vestuario para La marcha de los pingüinos, cuyo diseño “trasciende las tendencias modernas y posmodernas y captura la naturaleza eterna del ciclo reproductivo” de estas aves.
Es curiosa la indignación que la película pingüinesca despierta entre biólogos, especialmente etólogos (especialistas en comportamiento animal; véase la excelente reseña que aparece en la revista ¿Cómo ves? de este mes). Como presenta a los protagonistas como aves que se enamoran y son monógamas, además de condimentar las imágenes con música romántica (entre otras cosas), se la acusa del pecado del antropomorfismo: proyectar actitudes y valores humanos en animales que no los poseen.
La crítica no carece de razón. Incluso, grupos conservadores han tomado la cinta como emblema en sus campañas por la fidelidad y la monogamia. Sin embargo, el documental no hubiera obtenido el Oscar si no fuera también un éxito comercial; un excesivo rigor científico puede cegarnos ante su valor como herramienta en la lucha ambientalista. Quizá vale la pena antropomorfizar un poco a los pingüinos, por más que estrictamente sea un error científico, si a cambio logramos que miles de espectadores disfruten y se conmuevan con un documental como éste y aprecien, desde un nuevo punto de vista, el valor de la conservación animal.
Ni qué decir que disfruté mucho la cinta y creo que su Oscar es bien merecido.
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