MILENIO/La ciencia por gusto
Lem: novela, filosofía y ciencia
Martín Bonfil Olivera
Pensar en relaciones entre ciencia y literatura remite siempre a la ciencia ficción. Es común verla como un simple uso fantasioso de conceptos vagamente científicos (como La Guerra de las Galaxias, que por supuesto NO es ciencia ficción). Tampoco es muy cierta la idea de que la ciencia ficción predice futuros descubrimientos científicos (aunque se den casos).
Más bien lo que logra la verdadera ciencia ficción –sobre todo la más fina, la de mayor calidad y profundidad– muchas veces es comenzar a explorar caminos que más tarde la ciencia abordará con sus poderosos métodos. Y lo hace sin más instrumentos que la mente y creatividad del escritor, quien logra no sólo llegar más lejos que sus contemporáneos, sino proponer perspectivas novedosas que sólo luego de muchos años son redescubiertas por científicos y tecnólogos.
No pretendo ser un experto en la obra de Stanislaw Lem, el genial novelista y cuentista polaco cuya muerte fue anunciada ayer, a los 84 años. Sin embargo, sí soy uno de sus fans.
Lo conocí gracias a mi hermano Ramón, el oceanólogo, quien me regaló los Diarios de las estrellas, que narran las sorprendentes aventuras filosófico-científico-tecnológicas del astronauta Ijon Tichy por diversos planetas. Más tarde y gracias a algunos amigos aprecié mejor esos relatos y conocí otros, y me fui dando cuenta de que entre sus ironías y paradojas (y sus extraordinarios juegos de lenguaje, cuya traducción es toda una proeza), Lem inmiscuía cuestiones verdaderamente profundas en las que los avances científicos fuerzan a la humanidad a encarar profundas cuestiones filosóficas. ¿Qué derechos tendrá, por ejemplo, una máquina con inteligencia y conciencia? ¿Qué derechos tendremos sus creadores? ¿Qué pasará cuando la realidad virtual llegue a ser más real que el mundo físico que creemos habitar?
El médico mexicano Ruy Pérez Tamayo, al intentar definir la ciencia, la describe como una “actividad humana creativa”. Hay quien se extraña, pues parecería que el terreno de lo creativo fuera exclusivo de los artistas. Pero alguien que conozca bien cómo funciona la ciencia no tendrá más remedio, si ha tenido el placer de leer a Stanislaw Lem, que conceder que se trataba de un novelista científico (y filosófico, que en el fondo son lo mismo). En el mejor sentido de ambas palabras. Habrá que seguirlo leyendo.
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