Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 23 de febrero de 2011
Parece mentira la tibieza y amabilidad con que los medios y las autoridades han tratado a esos fraudes conocidos eufemísticamente como “productos milagro”.
El pasado 14 de febrero, llamó la atención de los medios la noticia de que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios de la Secretaría de Salud (COFEPRIS) había ordenado el retiro de más de 250 “productos milagro” (es decir, según el comunicado, “que prometían ‘curar’, sin tener ninguna base científica, diversas enfermedades como cáncer, osteoporosis, obesidad, depresión, sobrepeso y artritis”), y había prohibido la transmisión de 307 anuncios engañosos.
Sobre todo porque en la lista se incluían algunos de los falsos medicamentos más conocidos, como el famoso “hongo michoacano” (que aliviaría males como alergias, Alzheimer, artritis, reumatismo, cáncer, males del corazón, fatiga crónica, hígado, diabetes, VIH/sida, hipertensión arterial y vías respiratorias… ¡nada más!), o Prostaliv y Prostamax, ambos dirigidos al mercado varonil de edad madura.
Pero lejos de aprovechar para exhibir los fraudes que constituyen la venta de estos productos, muchos comentaristas se han limitado a afirmar que “no está comprobada su eficacia”, y a veces hasta a defender el derecho de las compañías a venderlas. En realidad, lo que está perfectamente comprobado es su falta de eficacia, al igual que los efectos nocivos de varios de ellos. La llamada “uña de gato” o el “té verde”, por ejemplo, resultan dañinos para pacientes que viven con VIH, y perjudican el tratamiento con antirretrovirales que reciben. Otros contienen hierbas que, en dosis no controladas y sin supervisión médica, pueden resultar dañinas.
En otros casos, el fraude y el daño consisten simplemente en que los productos carecen de efectividad y son incapaces de cumplir lo que ofrecen, como sucede con los que prometen aumentar el vigor sexual o curar el cáncer, los riñones, la diabetes, y tantos otros males.
¿Por qué tardó tanto la autoridad sanitaria en tomar esta medida (que ya había sido propuesta por el PRI desde diciembre del año pasado)? ¿Y por qué se permitió, en primer lugar, la venta durante tanto tiempo de estos productos, y su excesiva y manipuladora propaganda televisiva y en otros medios? En parte, porque la ley lo autoriza: un producto que se anuncie como “suplemento alimenticio, cosmético, medicina herbolaria o producto higiénico”, no necesita pasar por los estrictos (y caros, unos 800 millones de dólares) estudios clínicos que se requieren para aprobar un verdadero medicamento, y asegurar con bases científicas su eficacia.
Otra razón, quizá más importante, es su tremendo éxito comercial: pensemos los productos de Genomma Lab, por ejemplo –ninguno de cuyos productos fue prohibido, curiosamente, pero cuya línea de medicamentos genéricos Primer Nivel fue impedido por las autoridades para anunciarse, debido a que al parecer “la mitad de ellas carece de las pruebas de intercambiabilidad y bioequivalencia que respalden su calidad y eficacia”. Pero los anuncios de Genomma constituyen una entrada importantísima para las televisoras. Y las multas de 500 mil pesos de la Cofepris no parecen servir de mucho, pues la empresa llega a gastar 7 millones diarios en publicidad. En septiembre de 2010, Maribel Coronel informaba en El Economista que “dados los precios de Televisa y los horarios de la publicidad de Genomma Lab -incluidos triple A de noticieros y telenovelas-, los ingresos para la principal televisora equivaldrían a unos 10 millones de dólares mensuales (unos 120 millones de dólares al año)”, y que “ambas empresas, Genomma Lab y Televisa, anunciaron hace un año un convenio de venta y distribución en Estados Unidos, mas una redituable alianza en México que le ha permitido a Genomma posicionar sus marcas aun contra la autoridad y el resto de la industria”.
Falta mucho por hacer: además de estos seudomedicamentos, existe mucha más mercancía abiertamente fraudulenta en el mercado, que puede o no causar daño grave, pero que es siempre un engaño al público. Desde el baño de pies que “descontamina” el cuerpo, pasando por los imanes, los cristales o las plantillas que dan masaje, las absurdas pulseritas mágicas, hasta las falsas “terapias alternativas” como homeopatía o acupuntura que, cuando se someten a prueba, son incapaces de demostrar su efectividad, por más que la gente los compre.
Ojalá esta decisión de la autoridad sea un paso más en la importante y necesaria labor de combatir los fraudes que afectan la salud.
Posdata del 23 de febrero: aparece hoy en Milenio Diario la nota de que ayer, presionado por la industria alimentaria y farmacéutica, presentó su renuncia Miguel Ángel Toscano, que encabezaba la COFEPRIS. Malos augurios para quienes anteponemos la salud de los ciudadanos, basada en el conocimiento científico, a los intereses comerciales basados en la superchería y la publicidad. Qué mal.
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