Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de abril de 2012
La política no es una ciencia (aunque existan las ciencias políticas). Y votar no es una decisión que se tome “científicamente”, basándose sólo en el pensamiento racional y los datos comprobables. En la decisión de voto de cada ciudadano intervienen filias, fobias y otros factores de tipo personal, cultural y circunstancial. El voto “objetivo” es sólo un ideal utópico.
Y sin embargo, el pensamiento científico puede colaborar con la democracia. Ya Carl Sagan, en su libro El mundo y sus demonios (pdf), afirmaba, con toda razón, que “Los valores de la ciencia y los valores de la democracia concuerdan; en muchos casos son indistinguibles...
La ciencia prospera con –y de hecho, requiere de– el libre intercambio de ideas; sus valores son opuestos al secreto.” En este sentido, para Sagan –y este columnista concuerda abiertamente–, una formación científica en los ciudadanos, que fomente el pensamiento crítico, promueve también los hábitos mentales necesarios en una verdadera democracia (es decir, una en que los ciudadanos razonen, al menos en parte, su voto, y no se dejen llevar totalmente por la propaganda o las promesas sin sustento).
Es muy triste, por tanto, ver que en el famoso “desplegado de los notables” (o “los intelectuales”, o “de las preguntas incómodas”), publicado en diversos medios el pasado 27 de marzo, entre cuyos abajofirmantes aparecen varios científicos como Mario Molina, Manuel Peimbert, Pablo Rudomín, Juan Ramón de la Fuente y hasta René Drucker, no se mencionen ni una sola vez las palabras “ciencia” o “tecnología”. No porque con ellas se resuelvan automáticamente todos los problemas políticos y económicos del país, sino porque sin un adecuado desarrollo científico-técnico-industrial, y los beneficios sociales que éste genera, resolverlos es prácticamente imposible.
Por otra parte, como muestra el investigador Luis Mochán, del Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM en un trabajo recientemente presentado en el seminario “Quinto poder: las encuestas y la construcción social del ganador”, llevado a cabo en El Colegio de México el mismo 27 de marzo (disponible en http://bit.ly/Jwi1Av), la ciencia nos puede también dar herramientas para analizar qué pasa en una democracia. Por ejemplo, para descubrir que, contra lo que se cree, los resultados de una encuesta sí pueden influir en una elección (al alterar la percepción de los electores respecto a los candidatos, y modificar así su intención de voto). O que las diversas modalidades de una elección (una o varias vueltas, por ejemplo) pueden modificar radicalmente su resultado. O que un análisis matemático puede demostrar que un proceso electoral polémico, como el del 2006 en México, es imposible afirmar con certeza quién ganó.
No cabe duda de que, como dijera Churchill, “La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes”. Como se ve, la ciencia, al menos, puede intentar hacerla “menos peor”.
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