Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 19 de marzo de 2017
Publicado en Milenio Diario, 19 de marzo de 2017
Hace unos días se publicó en muchos medios de comunicación –principalmente de habla hispana– una interesante noticia: un grupo de científicos de dos instituciones españolas, el Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer y el Instituto de Investigación Biomédica, ambos en Barcelona, construyeron y demostraron en principio la eficacia de una nueva estrategia que usa virus para combatir tumores cancerosos.
El trabajo, publicado el 16 de marzo en la revista científica Nature communications, explica cómo los investigadores construyeron un adenovirus que es capaz, al menos en células en cultivo y ratones, de atacar específicamente a células cancerosas sin dañar a las células sanas del cuerpo, que podría ser un gran avance.
El problema de la especificidad es uno de los principales retos en la lucha contra el cáncer. Cuando se combate una infección bacteriana, normalmente basta con tomar un antibiótico que mata a las bacterias, pero que a las células humanas básicamente no les causa daño (aunque sí puede causar algunos problemas digestivos, al alterar el equilibrio de la población de bacterias –la microbiota– de nuestro intestino). En cambio, cuando tomamos medicamentos que combaten a células más parecidas a las humanas, como por ejemplo las amibas (que, como las humanas, son células eucariontes, con núcleo definido por una membrana, a diferencia de las bacterias, que son procariontes), solemos resentir más directamente los efectos del fármaco en nuestro cuerpo.
El caso extremo es, por supuesto, el cáncer, cuando el enemigo a vencer son nuestras propias células que se han salido de control. A lo largo de la historia de la medicina, los tratamientos contra el cáncer –contra los distintos tipos de cáncer, pues recordemos que se trata de un conjunto de enfermedades que agrupamos en una misma familia, no de un padecimiento único; cada cáncer es distinto– han ido mejorando paulatinamente, aunque aún distan mucho de ser tan exitosos como, por ejemplo, las terapias contra enfermedades infecciosas.
Inicialmente, y durante siglos, la única opción era la cirugía, normalmente infructuosa. En el siglo XX surgieron las primeras quimioterapias específicas, así como la radioterapia. La primera se basa en administrar un fármaco que envenenar a las células cancerosas, que tienen un metabolismo mucho más activo que las células normales, antes de que se cause un daño grave al paciente (de ahí sus efectos colaterales, como diarreas y caída de pelo, pues la mucosa intestinal y los folículos pilosos son tejidos de metabolismo muy activo). La radioterapia, en cambio, tiene la ventaja de que la radiación puede enfocarse sólo en la zona del tumor, provocando un daño mínimo al resto del cuerpo.
Sin embargo, con los modernos avances en manipulación genética, desde hace algún tiempo se busca desarrollar terapias más específicas. Uno de los enfoques más prometedores es crear virus que infecten y maten a las células cancerosas, pero no a las sanas. El problema es, nuevamente, ¿cómo obtener dicha especificidad? Después de todo, si se inyecta un virus en el cuerpo, es difícil lograr que no se propague e infecte todos los tejidos.
El grupo catalán utilizó un reciente descubrimiento sobre la genética del cáncer. El mecanismo que hace que una célula se vuelva maligna es que muchos de sus genes se salen de control y comienzan a activarse cuando no debieran. En este proceso juegan parte los llamados ácidos ribonucleicos mensajeros (ARNm), que copian la información del ADN del núcleo y la transmiten para dirigir el funcionamiento celular. Este tráfico de información está en parte regulado por ciertas proteínas llamadas CPEB, de las que hay cuatro tipos. Hace poco se descubrió que las células cancerosas suelen tener una cantidad menor de la proteína CPEB1 que las células normales, mientras que la proteína CPEB4 se halla en exceso.
Los investigadores catalanes aprovecharon este hecho para diseñar un virus que infecta y se reproducen en células con nivel alto de CPEB4 y bajo de CPEB1, destruyéndolas. Pero en células normales, con bajo CPEB4 y alto CPEB1, ese mismo virus ve inhibida su reproducción y no causa daño. Las pruebas se hicieron en células en cultivo y en ratones de laboratorio con cáncer de páncreas. Los resultados son alentadores y ofrecen un enfoque novedoso para diseñar lo que, quizá, podría convertirse en una “bala mágica” contra ciertos tipos de cáncer. Aunque, por el momento, se trata sólo de un primer paso… como hay tantos.
Y aquí vale la pena recordar que la ciencia es una empresa global y colectiva, que avanza en múltiples direcciones a la vez de manera más o menos azarosa, explorando todas las vías prometedoras al mismo tiempo, con la esperanza de hallar algunas rutas que lleven a resultados exitosos. Es por eso que, aunque a los políticos de mentalidad empresarial le cueste entenderlo, el apoyar la investigación científica de calidad de manera amplia y con libertad es vital para obtener los beneficios que la ciencia promete. La ciencia no se puede programar o dirigir: hay que apoyar mucha investigación científica, gran parte de la cual puede resultar infructuosa, para poder cosechar, de vez en cuando, uno o dos descubrimientos realmente revolucionarios que pueden cambiar la vida de las sociedades. No hay otra manera de hacerlo.
El enorme ingenio que los biólogos moleculares demuestran en la lucha contra el cáncer, y en tantas otras áreas –igual que lo hacen los físicos de partículas, los químicos orgánicos, los matemáticos especializados en teoría de nudos o los ingenieros aeronáuticos, cada uno en su especialidad– sólo puede florecer en un ambiente de libertad y con los recursos suficientes. Algo que convendría recordar en tiempos de demagogia, crisis económicas y recortes presupuestales.
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