Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de julio de 2012
Peter Higgs |
No, en absoluto. Es sólo un truco para llamar su atención, querido lector. Aunque sí, quizá el peso que se le dio al posible hallazgo de la “partícula de Dios”, o “partícula divina” fue excesivo.
Mucho se ha explicado ya sobre el bosón de Higgs. Fue propuesto por el físico británico Peter Higgs –y casi simultáneamente por otros cinco colegas, Tom Kibble, Carl Hagen, Gerald Guralnik, François Englert y Robert Brout– en 1964 como la pieza faltante del rompecabezas que explica la estructura básica del universo, conocido como “modelo estándar” de la física de partículas.
Los físicos son famosos por construir modelos teóricos enormemente abstractos y complejos para describir la realidad. El modelo estándar (algunos lo escriben con mayúsculas) es uno de ellos. Consiste en ecuaciones que usan la mecánica cuántica y la relatividad, mediante matemáticas muy avanzadas, para describir cómo está hecha la materia, y cómo responde a tres de las cuatro fuerzas fundamentales del universo (electromagnetismo y las fuerzas nucleares fuerte y débil; la gravedad no ha podido ser incluida todavía en el modelo).
El modelo estándar: fermiones, que forman la materia, y bosones, que transmiten las fuerzas |
Los físicos estudian las partículas mediante instrumentos llamados aceleradores de partículas, que permiten hacerlas chocar a energías –velocidades– inimaginables y estudiar de qué están hechas y cómo se comportan. Lo bonito es que las ecuaciones que construyen no sólo describen lo hallado en los experimentos, sino que llegan a predecir la existencia de nuevas partículas, que luego pueden encontrarse. El bosón de Higgs se postuló para explicar por qué la materia tiene masa, algo no predicho por el modelo estándar… por eso se le ha buscado desde hace casi 40 años.
Se trata de ciencia básica, sí. La más básica. Nos permitirá entender algunas de las propiedades fundamentales del cosmos. (Y quizá, sobre todo si no se ajusta a lo esperado, como quizá suceda, o incluso si resulta no ser el bosón de Higgs, sino otra cosa completamente distinta e inesperada, abrirá las puertas a nuevas exploraciones que quizá nos lleven a entender misterios como la aparente ausencia de antimateria en el universo, o la naturaleza de la materia oscura –que constituye 23% de la masa presente en él– o la de la energía oscura –que constituye otro 73%; ¡la materia “normal” es sólo el 4% restante!)
Pero si alguien duda que esto baste para justificar los 10 mil millones de dólares que se gastaron en construir el LHC –que todavía funciona sólo a la mitad de su potencia… ¡qué nuevas maravillas nos mostrará!–, añado que la historia de la ciencia demuestra que todo avance básico inevitablemente, tarde o temprano, encuentra una aplicación que muchas veces transforma por completo nuestro estilo de vida. Y que la derrama tecnológica que genere la construcción del acelerador seguramente justificará ampliamente el gasto (no olvidemos que la World Wide Web –o WWW, que normalmente llamamos “la red”, o “la web”, aunque no es lo mismo que internet, la infraestructura sobre la que existe la WWW–, en la que hoy pasamos gran parte de nuestra vida, fue inventada por científicos del CERN).
Aun así, es curioso que una noticia de ciencia tan básica, independientemente de su importancia, haya alcanzado tal fama en los medios mundiales. Yo creo que en parte se le debe a Leon Lederman, el físico premio Nobel que la llamó “the god particle” –aunque dios no tenga absolutamente nada que ver en esta historia– en su libro del mismo nombre (¡debido a que no le permitieron llamarla “the goddamn particle”, la maldita partícula!). A veces una buena mercadotecnia, aunque sea accidental, es lo que la ciencia necesita para estar en primera plana.
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