jueves, 19 de julio de 2012

¿Mucho Higgs y pocas nueces?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de julio de 2012

Peter Higgs
¿Estaré sugiriendo que el (muy probable) descubrimiento del bosón de Higgs, santo grial de la física de partículas, en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC) de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN), en la frontera franco-suiza, anunciado el pasado 4 de julio, no es realmente la noticia científica del siglo? ¿Sería sólo una cortina de humo para desviar nuestra atención del debate postelectoral?

No, en absoluto. Es sólo un truco para llamar su atención, querido lector. Aunque sí, quizá el peso que se le dio al posible hallazgo de la “partícula de Dios”, o “partícula divina” fue excesivo.

Mucho se ha explicado ya sobre el bosón de Higgs. Fue propuesto por el físico británico Peter Higgs –y casi simultáneamente por otros cinco colegas, Tom Kibble, Carl Hagen, Gerald Guralnik, François Englert y Robert Brout– en 1964 como la pieza faltante del rompecabezas que explica la estructura básica del universo, conocido como “modelo estándar” de la física de partículas.

Los físicos son famosos por construir modelos teóricos enormemente abstractos y complejos para describir la realidad. El modelo estándar (algunos lo escriben con mayúsculas) es uno de ellos. Consiste en ecuaciones que usan la mecánica cuántica y la relatividad, mediante matemáticas muy avanzadas, para describir cómo está hecha la materia, y cómo responde a tres de las cuatro fuerzas fundamentales del universo (electromagnetismo y las fuerzas nucleares fuerte y débil; la gravedad no ha podido ser incluida todavía en el modelo).

El modelo estándar: fermiones,
que forman la materia, y bosones,
que transmiten las fuerzas
Sin entrar en detalles, la materia está hecha de partículas llamadas fermiones (como los cuarks, que a su vez forman partículas como los protones y neutrones, en el núcleo del átomo, y los leptones, como los electrones que giran alrededor del núcleo). La fuerzas, a su vez, son transmitidas a la materia por medio de otras partículas, llamadas bosones.

Los físicos estudian las partículas mediante instrumentos llamados aceleradores de partículas, que permiten hacerlas chocar a energías –velocidades– inimaginables y estudiar de qué están hechas y cómo se comportan. Lo bonito es que las ecuaciones que construyen no sólo describen lo hallado en los experimentos, sino que llegan a predecir la existencia de nuevas partículas, que luego pueden encontrarse. El bosón de Higgs se postuló para explicar por qué la materia tiene masa, algo no predicho por el modelo estándar… por eso se le ha buscado desde hace casi 40 años.

Se trata de ciencia básica, sí. La más básica. Nos permitirá entender algunas de las propiedades fundamentales del cosmos. (Y quizá, sobre todo si no se ajusta a lo esperado, como quizá suceda, o incluso si resulta no ser el bosón de Higgs, sino otra cosa completamente distinta e inesperada, abrirá las puertas a nuevas exploraciones que quizá nos lleven a entender misterios como la aparente ausencia de antimateria en el universo, o la naturaleza de la materia oscura –que constituye 23% de la masa presente en él– o la de la energía oscura ­–que constituye otro 73%; ¡la materia “normal” es sólo el 4% restante!)

Pero si alguien duda que esto baste para justificar los 10 mil millones de dólares que se gastaron en construir el LHC –que todavía funciona sólo a la mitad de su potencia… ¡qué nuevas maravillas nos mostrará!–, añado que la historia de la ciencia demuestra que todo avance básico inevitablemente, tarde o temprano, encuentra una aplicación que muchas veces transforma por completo nuestro estilo de vida. Y que la derrama tecnológica que genere la construcción del acelerador seguramente justificará ampliamente el gasto (no olvidemos que la World Wide Web –o WWW, que normalmente llamamos “la red”, o “la web”, aunque no es lo mismo que internet, la infraestructura sobre la que existe la WWW–, en la que hoy pasamos gran parte de nuestra vida, fue inventada por científicos del CERN).

Aun así, es curioso que una noticia de ciencia tan básica, independientemente de su importancia, haya alcanzado tal fama en los medios mundiales. Yo creo que en parte se le debe a Leon Lederman, el físico premio Nobel que la llamó “the god particle” –aunque dios no tenga absolutamente nada que ver en esta historia– en su libro del mismo nombre (¡debido a que no le permitieron llamarla “the goddamn particle”, la maldita partícula!). A veces una buena mercadotecnia, aunque sea accidental, es lo que la ciencia necesita para estar en primera plana.

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miércoles, 11 de julio de 2012

La vida…

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de julio de 2012

Quería yo escribir del bosón de Higgs, pero los amables lectores disculparán: a veces la vida impone sus prioridades.

La muerte es eso que siempre sabemos que está, pero que nunca queremos ver. Ayer (escribo el martes) falleció mi señora madre, Alicia Esperanza Olivera Sedano. Puedo decir que vivió una vida plena, productiva, valiosa. Y vivió el tiempo suficiente –casi 82 años– para recoger ampliamente sus frutos.

Mi madre fue historiadora. Y de las buenas (quién sabe por qué yo salí químico). De joven practicó la danza folklórica, y bailó en el Ballet de Amalia Hernández. La recuerdo de niño todavía con el maquillaje y peinado que adquirió en ese entonces.

Hija de un médico militar –combatiente zapatista–, estudió historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y etnohistoria en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Se interesó en los movimientos campesinos del siglo XX, y gracias a que Don Miguel Palomar y Vizcarra, guardián de los archivos cristeros, le abrió las puertas de los mismos, pudo publicar en 1966 uno de los primeros trabajos de investigación documental sobre ese todavía reciente movimiento.

Fue pionera de la historia oral en México y Latinoamérica; junto con Eugenia Meyer estableció en 1969 el Programa de Historia Oral en el Instituto Nacional de Antropología e Historia INAH, que recopiló grabaciones en vivo de supervivientes del movimiento zapatista. Tuve la suerte de acompañarla, todavía niño, en los setenta, en esos viajes a entrevistar viejitos cargando una pesada grabadora de carrete. Testimonios hoy invaluables que permitieron recuperar, como ella decía, “la historia de los de abajo”. Luchó hasta formalizar y lograr el reconocimiento de esta metodología, en su momento descalificada por no basarse en documentos escritos.

En los ochenta ideó un concurso, “Mi pueblo durante la revolución”, que invitó a quienes vivieron el movimiento a escribir o grabar sus recuerdos, y a enviar cartas, fotos y objetos para construir una memoria colectiva y popular. Los tres tomos del mismo nombre, recién reeditados, reúnen los mejores textos recibidos.

Tuvo una amplia producción académica, formó alumnos valiosos y exitosos, y tuvo la suerte de recibir en vida un amplio reconocimiento a su labor, que compartimos sus hijos y familia. En 2000 fue nombrada investigadora emérita del INAH.

Uno siempre debe lo que es, antes que nada, a sus padres. No podría yo haber tenido una madre mejor. Recordarla con orgullo y cariño es el mejor homenaje.

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miércoles, 4 de julio de 2012

¿Y ahora qué sigue?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 4 de julio de 2012

El pasado domingo se llevó a cabo una de las elecciones más nutridas de nuestra historia. Distaron de ser perfectas: hay evidencia de múltiples irregularidades, que están siendo denunciadas y, esperemos, investigadas. Pero, al parecer, no bastarían para cambiar el resultado. Si todo sigue como parece, será Enrique Peña Nieto, del PRI, quien ocupe la silla presidencial.

Para mucha gente –me incluyo– el hecho es doloroso. Pero, pasado el comprensible luto, hay que ver para delante: dejar atrás pesimismo y derrotismo y ser creativos y propositivos.

Hace varios días, antes de la elección, numerosos investigadores de distintas instituciones –UNAM, Institutos Nacionales de Salud– que pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores (SNI) recibieron en sus direcciones privadas de correo electrónico un mensaje firmado por Peña Nieto (provenía de la dirección epn@enriquepenanieto.com) invitándolos a votar por él. Entre otras cosas, el candidato les ofrecía “invertir, al menos, el 1% del PIB [producto interno bruto] en ciencia y tecnología”. Inversión que, como ya hemos mencionado aquí, exige la Ley de Ciencia y Tecnología federal desde 2004, y que nunca se ha cumplido.

Los investigadores reaccionaron con indignación por este uso completamente inapropiado de sus datos privados –correos electrónicos– que el SNI, que depende del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), debería proteger. Haberlos proporcionado a un partido político para realizar proselitismo puede ser, incluso, ilegal. Se plantearon promover una denuncia, que ignoro si habrán presentado.

Pero lo que más llamó mi atención es que, tomando en cuenta que todas las proyecciones apuntaban ya a lo que parece haber ocurrido –nos guste o no–: el triunfo del candidato priísta, los investigadores no se plantearan también tomarle la palabra al probable próximo presidente de México.

Peña Nieto se enorgullece de “cumplir su palabra”. El correo que circuló entre la comunidad científica constituye un compromiso de satisfacer una vieja demanda: contar con mayor apoyo para las labores de investigación y desarrollo científico y tecnológico que nuestro país tanto necesita.

Hemos comentado también que diversas organizaciones científicas como el Foro Consultivo Científico y Tecnológico y la Academia Mexicana de Ciencias han promovido una denuncia administrativa ante la Secretaría de la Función Pública por incumplir el 1%. ¿No sería momento de que, dadas las circunstancias –repito, puede no agradarnos el resultado de la elección, pero parece ya ser un hecho– la comunidad científica en pleno organizara un movimiento fuerte para exigir al nuevo gobierno que aumente drásticamente el apoyo en ciencia y tecnología?

No lo olvidemos: la cadena investigación científica/desarrollo tecnológico/vinculación con industria es la que, a largo plazo, produce conocimiento original, patentes, riqueza y bienestar social en los países que apuestan por ella en serio. Ejemplos sobran.

Se trata, como se muchos han dicho, no tanto de apoyar a la ciencia como de apoyarse en ella.

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miércoles, 27 de junio de 2012

Periodistas, ciencia y fraudes

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 27 de junio de 2012

El lunes pasado ocurrió una balacera en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Aparte de lo alarmante del hecho, y de los detalles de lo sucedido, preocupa la evidente incapacidad de las fuerzas de seguridad nacionales para proteger a los ciudadanos.

La preocupación crece cuando vemos notas como la que apareció en varios medios (Milenio incluido) el pasado 20 de junio. Evidentemente basada en un boletín de la Fiscalía de Durango, en ella se daba por buena, sin mayor cuestionamiento, la versión de que el llamado “detector molecular” GT200 es una importante herramienta en el combate al narcotráfico, pues es “considerado como el equipo más confiable y avanzado del mundo como detector de sustancias, aún siendo ocultas en aceite y petróleo”.

Ya en otras ocasiones hemos hablado del fraude del GT200, con que la empresa Global Technical y sus distribuidores como Segtec, en México, han engañado a varios gobiernos del mundo vendiéndoles a precio de oro estos inútiles artefactos, que prometen localizar a distancia drogas, explosivos y cualquier cosa que uno desee. Aunque el gobierno de Gran Bretaña advirtió a nuestro país en marzo de 2010 que se trataba de una estafa –los “detectores” no son mejores que el azar, no se basan en ningún principio científicamente posible, y ¡están huecos por dentro!–, han seguido siendo comprados y utilizados por las fuerzas armadas. El problema se ha denunciado ampliamente en varios medios, pero persiste. Afortunadamente, como comentábamos aquí la semana pasada, el Senado de la República propuso el pasado 30 de mayo un punto de acuerdo para pedir al Poder Ejecutivo que investigue la supuesta efectividad de dichos aparatos.

¿Por qué se sigue dando credibilidad en los medios a este tipo de desinformación? En parte, por falta de entrenamiento. Los científicos y los periodistas comparten muchas cosas; entre ellas, el pensamiento crítico y el rigor metodológico que los hace cuestionar por principio la información que reciben, contrastar sus datos, confirmar sus fuentes, verificar cada hecho.

Pero no es tan raro que los científicos lleguen a caer en los engaños de charlatanes y seudocientíficos, pues como explica el escéptico profesional James Randi –que ha desenmascarado a tantos vivales– no están acostumbrados a lidiar con tramposos (la naturaleza no hace trampas).

Los periodistas, por su parte, son formados con el criterio de, ante una polémica, darle voz a ambos bandos, en aras de la imparcialidad. Y normalmente es una buena estrategia… pero cuando se enfrentan a seudocientíficos, al confrontarlos con verdaderos expertos, poniéndolos al mismo nivel, les dan un lugar que no merecen, y ayudan a legitimarlos ante el público, lo cual termina perjudicando a la sociedad.

Sin duda, en temas relacionados con la ciencia y la tecnología, donde resulta tan fácil que un impostor se haga pasar por experto para vender curas milagrosas, tecnologías infalibles, fuentes inagotables de energía y otras pócimas, es importante que los medios promuevan la formación de periodistas especializados. Se trata ya no de un lujo, sino de una necesidad. De otra manera, seguiremos viendo en los medios no sólo falsas noticias como la captura del “hijo” del Chapo, sino de varitas mágicas que pueden detectar a los malosos… y que sólo fracasan, poniéndonos a todos en riesgo.

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miércoles, 20 de junio de 2012

Los molestos escépticos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 20 de junio de 2012

A nadie le caen bien los escépticos, esos personajes que hacen de la duda su profesión. Que desconfían, por principio, de todo lo que se les dice. Que no creen (o que a veces, como dice el diccionario de la Real Academia, “afectan no creer”).

El escepticismo va directamente en contra de la fe: la creencia en algo sin necesidad de pruebas (no extraña que santo Tomás apóstol haya sido tan criticado: necesitó pruebas tangibles antes de creer). Por eso es una de las herramientas fundamentales de la ciencia, y en general del pensamiento crítico.

Pero para ser útil, el escepticismo tiene que ser racional e informado. No se trata de rechazar neciamente todo dato nuevo, sino de exigir la evidencia suficiente para confiar en él (sin que deje por ello de estar sujeto a una constante revisión). Sobre todo en los casos en que lo aseverado va en contra del conocimiento convencional: afirmaciones excepcionales requieren de pruebas excepcionales.

Quizá la frase distintiva de todo científico, al enfrentar una afirmación novedosa, sea “¿y cómo lo sabes?”. El escepticismo científico, la negativa a dar por buena una información sin conocer su respaldo, es la base de la confiabilidad de la ciencia. A diferencia de quienes practican otras formas de pensar –señaladamente, el voluntarismo tan de moda en las “filosofías” de autosuperación y los esoterismos new age–, el científico hace todo esfuerzo posible para distinguir lo que es, los hechos, de lo que cree o lo que le gustaría que fuera.

Por eso exige evidencia, y diseña tantas metodologías –instrumentos, pruebas clínicas, análisis estadísticos– para reducir al mínimo los sesgos que sus creencias, prejuicios, opiniones y esperanzas puedan introducir en los resultados de sus investigaciones.

Pero hay también personas que, sin ser investigadores científicos, cultivan el pensamiento crítico de manera regular, y dedican una parte importante de su tiempo a revisar las afirmaciones seudocientíficas que frecuentemente circulan en los medios, a recabar datos para contrastarlas, a criticar sus incongruencias y, en caso de hallar que no se sostienen, a denunciarlas y combatirlas. Se etiquetan a sí mismos como “escépticos”, y florecen en la blogósfera y las redes sociales (y, desde antes, a través de listas de correo, revistas y publicaciones diversas).

Estos “divulgadores escépticos” cumplen un papel complementario al de los investigadores, divulgadores y periodistas científicos. Los datos que recopilan son muchas veces más precisos y abundantes que los que pueden conseguir estos especialistas, y como los escépticos los comparten generosamente, resultan de gran utilidad en el combate tanto a seudociencias aparentemente inocuas ­–astrología, curaciones milagrosas, creencia en ovnis, (que sin embargo minan nuestra capacidad de pensamiento crítico, al promover la credulidad)– como a otras realmente peligrosas: ideas como que el sida no es causado por un virus o que las vacunas son dañinas.

De vez en cuando, el pensamiento crítico obtiene pequeñas victorias, como el pasado 30 de mayo, en que se propuso en el Senado de la República un punto de acuerdo para “evaluar la efectividad” (nula) “y funcionamiento de los detectores moleculares GT200 adquiridos por el gobierno mexicano”, que como se sabe, son completamente inútiles y fraudulentos.

Sin duda, aunque a veces su crítica resulte molesta, la terquedad y meticulosidad de los divulgadores escépticos es necesaria. Y ocasionalmente, rinde importantes frutos.

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miércoles, 13 de junio de 2012

Evolución por parásitos

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de junio de 2012

En Malasia existe una enorme flor, llamada Rafflesia, que además de ser la más grande del mundo (hasta un metro de diámetro) y tener un olor fétido se distingue por ser parásita. No tiene tallo ni hojas, y para sobrevivir depende de otra planta, de la familia de las vides, llamada Tetrastigma.

La semana pasada, investigadores de Estados Unidos, Malasia y Singapur, encabezados por Charles Davis, publicaron en la revista BMC Genomics una investigación en la que describen algo sorprendente: los genes de Tetrastigma fueron “robados” por Rafflesia, y ahora forman parte de su genoma. Esto podría ayudar a la parásita a evadir las defensas del organismo parasitado (hospedero).

La “transferencia horizontal de genes” no es algo nuevo: desde hace décadas se sabe que ocurre en bacterias, y los virus suelen hacer malabares con los genes de los distintos huéspedes a los que parasitan (en el genoma humano existen miles de fragmentos de virus que quedaron insertados en él: son el 8% de nuestra información genética).

Pero hasta ahora no se había descubierto que también otro tipo de parásitos pudieran mezclar su material genético con el nuestro. Pues bien: investigadores de las universidades de Brasilia y de Minas Gerais, en Brasil, publicaron hace poco en la revista PLoS ONE los resultados de otra investigación sorprendente.

Trypanosoma cruzi,
entre algunos glóbulos rojos
Mariana Hecht y sus colegas, del grupo de Antonio Teixeira, estudian el mal de Chagas, una enfermedad causada por el parásito Trypanosoma cruzi, que se transmite por el piquete de la chinche Triatoma infestans (chinche besucona, vinchuca) y otros insectos del mismo género, y que produce, luego de varias décadas, graves daños a los órganos del paciente, normalmente el corazón. El tripanosoma es un protozoario complejo: además de los genes de su núcleo, tiene cientos de pequeños “minicírculos” de ADN en sus mitocondrias, que contienen hasta 30% de su información genética, y pueden pasar a las células de su hospedero.

Intrigados por el hecho de que los pacientes tratados con medicamentos que eliminan a los tripanosomas frecuentemente siguen presentando daños al corazón, Hecht y sus colegas propusieron que podría tratarse del sistema inmunitario del paciente, que ataca proteínas del tripanosoma que se siguen produciendo. Para averiguarlo, analizó a cinco familias brasileñas en las que los miembros más viejos padecían el mal, y encontró que no sólo se hallaban los genes de tripanosoma insertados entre los genes de las personas infectadas (25 de 87 sujetos) –en ocasiones alterándolos–, sino también en sus descendientes no infectados.

Además de dar evidencia de que los daños de la enfermedad de Chagas podrían ser de naturaleza autoinmune como resultado de los genes de tripanosoma, los resultados de Hecht indican que los genes de tripanosoma han pasado a formar parte de la línea germinal humana de esas familias. Probablemente pronto descubriremos que no es el único caso.

Árbol evolutivo que muestra
transferencia horizontal de genes
Las implicaciones para el estudio de la evolución en general es tremendo. El claro y ordenado árbol evolutivo que Darwin vislumbró, base de la clasificación de los seres vivos, supone que los genes de transmiten verticalmente, de padres a hijos. La transferencia horizontal de genes trastoca por completo esta visión, convirtiendo al árbol de la vida en una red confusa, y haciendo que el concepto de especies distintas se vuelva borroso.

El descubrimiento significa también que la evolución humana –y probablemente la de todos los organismos– ha sido influenciada enormemente por los parásitos con los que hemos convivido. Como dicen los autores del estudio, “la población humana podría ser un mosaico de todos los organismos a los que ha estado expuesta a lo largo de su historia”.

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miércoles, 6 de junio de 2012

Luz contra el Alzheimer

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de junio de 2012

Me atrevo a decir que el mal de Alzheimer es la enfermedad más terrible que conozco, porque no destruye el cuerpo, sino el alma (y nos confirma, por cierto, que ésta no puede existir sin un cerebro que la genere).

Como se sabe esta enfermedad, descrita por primera vez por el alemán Alois Alzheimer en 1906, causa el deterioro paulatino de las capacidades mentales, comenzando por la memoria a corto plazo, y avanza destruyendo la totalidad de los recuerdos, perturbando la respuesta emocional, interfiriendo con la capacidad de hablar, y finalmente, en etapas avanzadas, dañando las funciones motoras y respiratorias, hasta causar la muerte.

Se presenta con mayor frecuencia en mayores de 65 años, y hasta el momento no se cuenta con ningún tratamiento realmente efectivo para prevenirla o demorar su avance. Se cuenta, eso sí, con pruebas diagnósticas (psicológicas y estudios de imagenología que muestran el deterioro del tejido cerebral) que permiten detectarla en sus etapas tempranas, y se sabe de algunos genes ligados a una mayor susceptibilidad a padecerla. Pero todo ello es inútil en ausencia de tratamientos mínimamente efectivos, y sólo sirve para causar angustia.

En cuanto a sus causas, aunque se ignora qué la detona en última instancia, se conocen los dos mecanismos moleculares que destruyen el tejido cerebral: la acumulación de un fragmento de desecho (llamado amiloide beta) de una proteína normal del cerebro, que en vez de ser eliminado correctamente, se aglomera formando placas entre las neuronas, y la formación de ovillos anormales de otra proteína, llamada tau, dentro de ellas, que también contribuye a destruir el tejido nervioso.

Formación de placas de amiloide beta
Es por ello que el descubrimiento, publicado en la revista Science el 23 de marzo pasado (y dado a conocer electrónicamente por anticipado el 9 de febrero), de un fármaco que podría resultar efectivo para combatir este mal ofrece una pequeña luz de esperanza.

Se trata de un compuesto anticancerígeno llamado bexaroteno (nombre comercial: Targretin). El grupo de investigación encabezado por Gary Landreth, de la Universidad de la Case Western Reserve, en Cleveland, Ohio, había descubierto en 2008 que la activación de la apolipoproteína E (apoE) –molécula involucrada en el metabolismo del colesterol– era importante en el proceso que normalmente elimina los fragmentos de amiloide beta del tejido cerebral. En los pacientes con Alzheimer, este mecanismo falla, y la apoE no estimula a las células que devoran los materiales de desecho en el cerebro (macrófagos y células gliales). De hecho, se sabe que una variante del gen de la apoE, apoE4, predispone a un mayor riesgo de padecer Alzheimer.

Landreth y sus colaboradores razonaron que el bexaroteno podría resultar efectivo contra el Alzheimer, ya que se sabe que estimula la activación del gen que fabrica la ApoE. Utilizando cuatro diferentes tipos de ratones que sirven como modelos experimentales del Alzheimer (ninguno de ellos reproduce exactamente la enfermedad humana), probaron su efectividad, con resultados sorprendentes. En sólo 72 horas, la cantidad de amiloide beta en el cerebro de los ratones disminuyó en 50%; la presencia de placas en ratones con deterioro avanzado bajó 25% en seis horas, y su memoria –medida mediante pruebas psicológicas como resolver laberintos o por entrenamiento olfatorio– y su función neural mejoraron también notablemente. Los ratones también recuperaron, en 72 horas, comportamientos como el construir nidos, que habían perdido debido al deterioro.

Aunque los resultados son extremadamente prometedores, son preliminares. Lo que funciona en ratones no siempre funciona en humanos, y el camino de un descubrimiento de laboratorio como éste al desarrollo, aprobación y comercialización de un medicamento es largo y tortuoso. Pero, si hay mucha suerte, en 5 a 10 años quizá tengamos un fármaco eficaz contra las etapas tempranas de este mal, y quizá capaz de retrasar su avance.

Una vez más la mal llamada “ciencia básica”, por abstrusa que parezca, muestra que tarde o temprano acaba por ofrecer un poco de luz en la oscuridad del combate incluso a las situaciones más desesperadas.

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