Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 6 de julio de 2016

Pero incluso las mejores intenciones pueden generar monstruos, y el ambientalismo no es la excepción. Greenpeace, organización no gubernamental con raíces estadounidenses, base en Holanda y oficinas en más de 40 países, se ha convertido en uno de los más notorios.
Greenpeace surgió originalmente en 1970 como el “Comité no hagan olas” (Don’t Make a Wave Comittee), llamado así por su oposición a las pruebas nucleares marinas, que se pensaba podían ocasionar tsunamis, y cambió a su nombre actual en 1972. De acuerdo con su página web, fue formada por “cuáqueros [miembros de la comunidad cristiana “sociedad religiosa de los amigos”], pacifistas, ecologistas, periodistas y hippies”. Entre las causas que defiende, a través de campañas y protestas donde busca siempre el mayor impacto mediático posible, están el rechazo a toda tecnología nuclear, la oposición a las armas y la promoción de la paz, el combate a la contaminación química del ambiente, la protección de ballenas y otros animales en peligro de extinción, y la oposición al cultivo y consumo de vegetales transgénicos.

El pasado primero de julio un grupo de 110 ganadores del premio Nobel (la gran mayoría de ellos en ciencias naturales, sobre todo medicina y química) suscribió una carta [haz click aquí para ver la versión en español] donde acusa a Greenpeace de “crímenes contra la humanidad” por su rechazo dogmático al uso de cultivos transgénicos, que podrían ayudar a combatir el hambre en el mundo, y en especial al llamado “arroz dorado”.
Es bien sabido que los vegetales genéticamente modificados son polémicos: sus posibles efectos negativos en el ambiente y la diversidad biológica, o su uso inequitativo por parte de compañías biotecnológicas, hacen que haya que considerar cada caso por separado, haciendo un balance costo/beneficio. Pero sus opositores desinforman difundiendo como ciertos hechos hoy refutados, como que pueden causar daños a la salud, o que son incapaces de ofrecer ningún beneficio.

Esgrimen argumentos como que el arroz dorado no contiene suficiente beta-caroteno: hoy se ha desarrollado el “arroz dorado 2”, que sí lo contiene, de sobra (23 veces más que el arroz dorado original). Se dijo que el beta-caroteno no sería aprovechado de igual forma por el cuerpo humano: hoy los estudios demuestran que es tan eficaz como el obtenido por fuentes tradicionales. Se dijo que las proteínas transgénicas que contiene podrían provocar graves alergias; nuevamente, se ha comprobado que no es así (de hecho después de décadas de consumir cultivos transgénicos en todo el mundo, no hay casos de alergias ni de ningún otro daño a la salud reportados). Pero el hecho es que el arroz dorado, gracias a las campañas en su contra, sigue sin cultivarse. Por cierto: este cultivo no es producto de ninguna trasnacional biotecnológica, ni producirá ganancias millonarias a ningún capitalista.
Es interesante leer la carta de los Nobel. Es más interesante aún leer la respuesta oficial de Greenpeace, llena de afirmaciones vagas, medias mentiras y acusaciones de complot. Muchos expertos la han ya analizado y criticado seriamente.
En mi opinión, ha llegado el momento de reconocer (como lo hizo Patrick Moore, uno de sus fundadores originales, cuando la abandonó en 1986) que organizaciones intransigentes como Greenpeace y otras similares juegan un papel profundamente anticientífico, y por tanto dañino, en la discusión de muchos temas donde la protección del ambiente y el bienestar humano están en juego. Y eso, aunque sea un buen pretexto para recaudar fondos, no beneficia ni a la sociedad ni al ambiente.
Patrick Moore: por qué abandoné Greenpeace
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