16 de diciembre de 2003
“La democracia es el peor sistema de gobierno conocido, excepto por todos los demás”, dijo alguna vez un personaje famoso. (Creo que fue Winston Churchill, pero no me haga usted mucho caso). Tenía razón: la democracia, a pesar de sus indudables ventajas, es un sistema lleno de fallas.
Quizá la principal es que el debate basado en argumentos racionales, que debería servir para lograr que los votantes apoyen a uno u otro bando en una elección, puede ser fácilmente sustituido por estrategias de propaganda y mercadotecnia que logran el mismo objetivo (convencer) en forma más eficiente y sencilla (¡y sin necesidad de razonar!). Las elecciones del 2000 lo comprobaron ampliamente.
Pero cuando la democracia, incluso con sus carencias, es sustituida por versiones “light”, como la famosa figura de la “consulta ciudadana”, nos quedamos con sus defectos pero perdemos sus ventajas, pues se sustituye una votación representativa por una especie de encuesta simple que sirve más que nada como recurso publicitario.
Es por eso que me extraña y preocupa la reciente ocurrencia del jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, al proponer una consulta antes de que se apruebe la Ley de Sociedades en Convivencia. “Yo lo que sostengo es que cuando hay iniciativas muy polémicas lo mejor es preguntarle a la gente, es decir, lo mejor es la consulta, es lo más democrático, en vez de caer en descalificaciones de un lado y de otro. Ahora sí que, para no equivocarnos, lo mejor es preguntar”, afirmó (La Jornada, 8 de diciembre).
Desde luego, al decir que el tema “es polémico” se refería a un caso especial de sociedad de convivencia: las que se darían entre parejas homosexuales. Y lo que hace que este tipo de uniones sean “polémicas” son los prejuicios sociales, en gran parte alentados por la cultura católica.
El problema es que se ha tergiversado el sentido de esta ley, cuyo dictamen ya fue aprobado “en lo general” el 5 de diciembre por diputados del PRI y el PRD en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF). Se habla de “la ley sobre uniones homosexuales” o incluso “la ley sobre gays” o “la ley gay” (como la llamaron los integrantes de la Iglesia Cristiana Evangélica que protestaron frente a la ALDF el pasado 8 de diciembre).
En realidad, dicha ley se aplicaría no sólo a homosexuales que deseen formar una unión con todos los derechos que tienen los matrimonios tradicionales, sino también a otros tipos de relación que no tienen un componente afectivo íntimo, pero en las que una parte quiera proporcionar a la otra ciertos beneficios, como el poder heredar. Tampoco es cierto, como afirman grupos de ultraderecha, que dicha ley sea el primer paso para luego legalizar la adopción de niños por parejas homosexuales, y mucho menos para “destruir la familia” (argumento que siempre usan los de ProVida, pero cuya lógica nunca explican).
El prejuicio contra la homosexualidad existe desde siempre. (Para profundizar, recomiendo el excelente libro Una historia sociocultural de la homosexualidad, de Xabier Lizarraga, Paidós, 2003.) Pero lo mismo sucede con la idea de la superioridad del hombre sobre la mujer, o la de algunas razas sobre otras. La existencia misma de razas humanas es un concepto obsoleto, desde el punto de vista científico, social y ético.
El simple sentido común indica que es injusto de negar los mismos derechos de todo ciudadano a l@s homosexuales sólo porque a alguien no le guste lo mismo que a ell@s, siendo que pagan impuestos y obedecen las mismas leyes que los demás. El mito de que son “enfermos” o “depravados” ha sido totalmente desechado por la comunidad científica y médica de todo el mundo. Los argumentos “morales” en contra de la homosexualidad han sido también refutados hasta el cansancio. ¿Qué es lo que queda entonces para negarles a lesbianas, gays, bisexuales y transgenéricos (la famosa comunidad LGBT) un trato igual al de cualquier ciudadano? Prejuicios, basados en el miedo a lo diferente. Este temor, que se conoce como homofobia, es una forma de discriminación, y como tal está penada por la ley.
En particular, se esgrime una y otra vez el argumento de que la homosexualidad es “antinatural”. Lo cierto es que, desde el punto de vista biológico, el comportamiento homosexual se presenta a lo largo de toda la gama de seres vivientes, es muy común en todo tipo de mamíferos, incluyendo los primates no humanos, y aparece en todas las culturas humanas. El libro La orientación sexual, de Luis González de Alba (Paidós, 2003) ofrece abundante información al respecto.
Creo que lo peligroso de la propuesta de López Obrador es que, al someter a una consulta (que según el Instituto Electoral del Distrito Federal costaría 58 millones de pesos) esta “polémica” cuestión, lo que se podría lograr es simplemente dinamitarla. Con ello, se daría un paso atrás en la lucha por una causa justa, y el prejuicio y la homofobia habrían ganado una batalla. Si de lo que se trata es de lograr una sociedad más justa, no es aceptable disfrazar los prejuicios religiosos o discriminatorios con falsos datos científicos. Y menos aún es suponer que una votación telefónica, fácilmente manipulable por grupos de interés de uno y otro lado, pueda sustituir al verdadero proceso democrático.
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