Milenio Diario, 23 de diciembre de 2003
¿Puede volar un aparato más pesado que el aire? Y si es así, ¿podrá volar un trineo como el de Santa Clós? La versión oficial es que un avión sí puede volar, pero no un trineo. Pero las versiones oficiales a veces son discutibles.
Yo, por ejemplo, me sentí muy desilusionado al enterarme de que el intento de reproducir el histórico vuelo de los hermanos Wilbur y Orville Wright en Kitty Hawk, Carolina del Norte, el pasado 17 de diciembre, fracasó rotundamente. La réplica de su avión, el Flyer 1, se deslizó sobre un riel de madera para acabar encallado en un charco de agua. Si el vuelo conmemorativo fracasó, ¿de veras habrá volado el avión original hace 100 años?
La historia oficial, nuevamente, dice que el Flyer 1, construido con madera y tela, y con un motor de aluminio y cobre de 12 caballos de fuerza, logró volar (en el cuarto intento) la asombrosa distancia de 852 pies (260 metros). Desgraciadamente, hubo muy pocos testigos, y en los años siguientes a su hazaña los Wright mantuvieron una gran discreción, rayana en el secreto, por temor a que alguien les robara sus ideas (y su fama). Desarrollaron otros aeroplanos y en 1906 obtuvieron una patente, pero aún así se resistían a proporcionar información sobre sus detalles. Rehusaban demostrar el vuelo o permitir que se fotografiara a menos que los interesados firmaran un contrato de compra del aeroplano. Para 1906, en Francia y Alemania se comenzó a dudar de la veracidad de los Wright.
Al mismo tiempo, el brasileño Alberto Santos-Dumont reclamaba la gloria de ser el primer aviador. En julio de 1901 se había hecho famoso por haber circundado la torre Eiffel a bordo de un globo dirigible, probando así que se podía volar en forma controlada (algo que difícilmente se podría decir de los primeros vuelos de los Wright, cuyos aterrizajes más parecían choques). El 13 de septiembre de 1906, Santos-Dumont logró volar en su avión 14-bis la distancia de 7 o 13 metros (el dato es confuso). El 23 de octubre voló 60 metros, y el 12 de noviembre, 220 metros. La revista Scientific American (diciembre 2003) comenta que “como no había prueba de lo contrario en ese momento, (Santos-Dumont) fue aclamado como el primer hombre en volar”. Lo importante es que el avión de Santos-Dumont (a quien los brasileños siguen considerando el verdadero padre de la aviación) logró levantar el vuelo sin utilizar un medio externo de propulsión, sólo con la potencia de su motor. Los de los Wright requerían de una rampa para adquirir impulso. Sin embargo, en agosto de 1908 los Wright dieron una demostración pública de sus para entonces muy avanzados aeroplanos en Le Mans, Francia, con lo que consolidaron su destreza y superioridad.
De modo que el título de primero aviador es discutible. Pero no así el hecho de que los aviones vuelan. Yo, por ejemplo, no puedo evitar cada vez que vuelo una profunda sensación de maravilla en el momento de despegar. Sentir la potente aceleración, ver cómo el suelo se aleja y las personas, automóviles y casas se van empequeñeciendo hasta convertirse en menos que hormigas no deja de parecerme increíble. ¡El avión funciona; de veras vuela!
Volviendo a Santa Clós, ¿por qué no podría también volar su trineo? Los libros de física nos explican que el vuelo en avión es posible gracias al llamado principio de Bernoulli, que dice que la presión de un fluido en movimiento disminuye con su velocidad. En particular, el aire en movimiento rápido ejerce menos presión que el aire en movimiento lento.
Las alas de los aviones están diseñadas para que, al moverse, hagan que el aire que pasa por arriba del ala recorra en el mismo tiempo una distancia mayor que el aire que pasa por debajo: que fluya más rápido por arriba. Esto ocasiona que haya menos presión encima del ala que debajo, y esta presión desde abajo es la que eleva a los aviones (por eso un avión sólo puede volar si primero logra avanzar a una velocidad suficiente).
Bueno, eso dicen los libros, pero un niño o un escritor de ciencia ficción podrían pensar que quizá hay otras explicaciones. Después de todo Santa Clós logra volar en un trineo jalado por renos y sin alas, ¿no?
Alguna vez leí un libro en el que se explicaba la aerodinámica de las pezuñas y cornamentas de los renos de Santa Clós, y se argumentaba que su estructura especial permitía que se elevaran por los aires. Incluía datos, cálculos y diagramas para mantener la fantasía y llevarla a los límites de lo creíble, un poco a la manera de Jorge Luis Borges en sus relatos fantásticos.
Sería bonito que fuera verdad, pero se trata de ficción. Dudas históricas aparte, las hazañas de los Wright y de Santos-Dumont nos permiten hoy viajar a Holanda en unas pocas horas. El trineo de Santa Clós, mientras tanto, seguirá perteneciendo al reino de la fantasía, y cumpliendo otras importantes funciones más relacionadas con la felicidad de los niños (aunque yo prefiero a los Reyes Magos, que no vuelan). El principio de Bernoulli –y en general, el conocimiento científico– funciona para construir aparatos efectivos. La fantasía, por su parte, es útil para satisfacer necesidades más íntimas. ¡Feliz navidad!
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