Milenio Diario, 9 de diciembre de 2003
Pocas cosas hay más tristes que los prejuicios, pues nos hacen perder oportunidades. Yo, por ejemplo, tengo el fuerte prejuicio de no tomar alcohol, y sé que me he perdido de varias experiencias valiosas. Quizá valdría la pena aprender a apreciar un buen vino…
Pero una cosa son los prejuicios personales, y muy otra son los que se intentan imponer en cuestiones públicas, sobre todo si causan daño o impiden avances que podrían beneficiar a la sociedad.
Leo en Reforma (5 de diciembre) que la semana pasada la H. Cámara de Diputados “aprobó un decreto que prohíbe la investigación con células troncales humanas de embriones vivos, o aquellas obtenidas por transplante nuclear”.
En el mismo artículo se incluyen las opiniones de varios destacados científicos al respecto, entre ellos Francisco Bolívar, pionero de la ingeniería genética en México (y en el mundo); Antonio Velázquez, uno de nuestros principales expertos en medicina genómica, y Luis Herrera Estrella, uno de los iniciadores de la ingeniería genética en plantas a nivel mundial. Todos coinciden en lamentar la decisión de los diputados, y consideran que se tomó sin tener los conocimientos suficientes.
¿Qué prohibieron los diputados? Usar un tipo especial de células humanas, las células precursoras totipotenciales (incorrectamente llamadas “troncales” o “estaminales”, por traducción literal del inglés stem cells), también conocidas como “células madre”. Son células que tienen la capacidad de dar origen a todos o varios de los tejidos de un ser humano; en ciertas condiciones, pueden formar un ser humano completo.
La célula totipotencial por excelencia es el óvulo fecundado. Incluso cuando se ha dividido varias veces, cada una de sus células hijas siguen siendo células madres: pueden todavía dar origen a un bebé completo (esto es lo que sucede cuando se forman gemelos idénticos). En fases más avanzadas del desarrollo del embrión, las células se van diferenciando y van perdiendo su capacidad para formar todos los tejidos, pero todavía pueden originar varios tejidos del cuerpo. En cambio, en etapas posteriores, la mayoría de las células pierden por completo esta capacidad y sólo pueden dar origen a células de su mismo tipo.
Los biotecnólogos no están proponiendo clonar un ser humano (clonación reproductiva). Está claro que todavía hay dificultades técnicas que hacen imposible y antiético intentarlo, pues en el intento se producirían numerosos embriones que no se desarrollarían normalmente. Lo que se pide, y que nuestros diputados –encabezados por los panistas– prohibieron, es la clonación terapéutica: clonar células humanas para realizar investigación y, en un futuro, desarrollar tratamientos terapéuticos para las más diversas enfermedades.
¿Por qué tanto miedo? (Porque lo que expresa la prohibición de los diputados, así como la constante oposición a la clonación de células humanas, es miedo.) Creo que aquí se mezclan dos prejuicios. Uno, que más bien es una mentira, es el de que los biotecnólogos están tratando de lograr que se apruebe la clonación terapéutica para después lograr la clonación reproductiva. Otro, más profundo, es que la clonación es, de por sí y en todos los casos, algo negativo, peligroso y casi monstruoso.
En la raíz de esta visión se hallan la ignorancia y el pensamiento mágico. Ignorancia porque la clonación como medio de reproducción se halla en toda la naturaleza (en bacterias, protozoarios, hongos, plantas…) y ha sido aprovechado por el hombre desde siempre. Muchas plantas de interés comercial, como los rosales o las vides, han sido seleccionadas durante muchos años para producir las variedades que ofrecen precisamente los colores o sabores que las hacen tan especiales y valiosas en el mercado. Si estas plantas se reprodujeran sexualmente, cruzándose, sus valiosos genes –su genoma-, que tanto trabajo ha costado reunir, se dispersarían, mezclándose de nuevo desordenadamente en la descendencia. Por ello, se prefiere reproducirlas asexualmente por clonación: tomando “piecitos” de las plantas y sembrándolos para que se desarrollen en nuevas plantas adultas.
El pensamiento mágico se manifiesta en la interpretación que se le da a la posible clonación de un ser humano: los científicos, se dice, quieren jugar a ser dios. ¿Cuál es el punto de vista científico? Que el ser humano es un producto de la evolución por selección natural. Como tal es parte de la naturaleza, y no es mejor ni peor que cualquier otro ser vivo. No existe en él ninguna esencia sobrenatural que lo distinga. Un ser humano clonado sería tan humano como cualquier otro, y tendría los mismos derechos humanos.
Es por ello que clonar a un humano es una cuestión que debería tomarse muy en serio. No sólo por los posibles defectos que pudiera tener el producto, o porque al intentar clonarlo se desecharan varios embriones malogrados; también porque, una vez nacido, el clon se enfrentaría a problemas legales, sociales y morales. Quizá no tenemos derecho a clonar un humano, después de todo, pero por razones médicas, éticas, sociales o humanas: no sobrenaturales.
Pero mientras se da la necesaria discusión para llegar a acuerdos en esta cuestión, es inmoral detener la investigación sobre clonación terapéutica que podría ayudar a tantos enfermos. Al hacerlo, nuestros diputados estorban el avance de la ciencia biomédica mexicana y fomentan que sigamos estando a la zaga de otras naciones. Lástima.
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