martes, 27 de enero de 2004

¿Aborto o anticoncepción?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de enero de 2004

¿Qué es un aborto? ¿Qué es un anticonceptivo? ¿Quién tiene más derechos, una mujer adulta o un embrión?

Estas cuestiones suenan, quizá, excesivamente filosóficas (además de polémicas), pero como con todas las cuestiones de este tipo, a veces llega el momento de discutirlas. El pretexto para hacerlo ahora es que, como se anunció el pasado viernes, la Secretaría de Salud decidió aprobar, con varios años de demora, la Norma Oficial Mexicana de los Servicios de Planificación Familiar, que fue publicada el 21 de enero en el Diario Oficial de la Federación. Y en ella, por fin, queda avalada y autorizada oficialmente la llamada anticoncepción de emergencia.

Gracias a esto, las parejas a quienes les falle el uso del condón podrán evitar la angustia de un posible embarazo no deseado y la necesidad de un aborto. (Aunque aclararemos que las rupturas y desprendimientos del condón son poco usuales si se tiene información sobre cómo usarlo adecuadamente; siguen siendo frecuentes por la falta de educación sexual, tan necesaria para l@s adolescentes.) Igual sucederá con aquell@s que no pudieron aguantarse las ganas aunque no tenían condones, las que olvidaron tomarse su píldora y –pasando al ámbito delictivo– quienes hayan sido violadas.

Como era de esperarse, no pasó ni un día antes de que las fuerzas conservadoras del país protestaran por la medida. Su argumento principal es que la anticoncepción de emergencia no es un método anticonceptivo, sino una forma de aborto.

La razón es que impide que el óvulo fecundado se implante en la pared del útero. Los grupos conservadores igualan “óvulo fecundado” a “bebé”, y sienten que tomar la también llamada “píldora de la mañana siguiente” es igual a abortar un feto de 3 meses o más. De hecho –así lo han declarado el arzobispo Norberto Rivera y la Conferencia del Episcopado Mexicano– consideran que es igual que matar a un niño o un adulto, sólo que peor, porque el óvulo “es inocente” (¿inocente de qué?, se pregunta un no creyente… recordemos que vivimos en un estado laico).

Desde una postura médica, biológica, tal argumento es una falacia. Un óvulo fecundado no es más que una célula (o un grupo de unas 8 a 16 células idénticas, para cuando ha llegado al útero). Hay una gran distancia entre esto y un ser humano propiamente dicho, que está formado por billones de células de cientos de tipos, organizadas en tejidos, órganos y sistemas. En particular, la conciencia –centro de la condición humana– depende de la existencia de un sistema nervioso, el cual no se desarrolla antes de varias semanas.

Como argumentó recientemente la filósofa Margarita Valdés, de la UNAM (Milenio Diario, 13 de enero), los embriones en la primeras semanas de desarrollo no son sujetos de consideraciones morales, porque “no son personas reales, sino potenciales”, que “no parecen tener en sí mismas ningún valor intrínseco... si su desarrollo se interrumpe y no se convierten en nada ulterior, no parece haber de dónde justificar su valor”. De otra manera, habría que considerar igualmente inmorales métodos como la abstinencia, que impide la fecundación del óvulo y causa por tanto su muerte y la del espermatozoide, que podrían haber dado origen a un ser humano.

Además, los abortos no son algo antinatural: se calcula que un 15 por ciento de los embarazos “clínicamente evidentes” terminan en abortos espontáneos. La cifra quizá se eleva hasta un 40 por ciento si se consideran los embarazos que todavía no son evidentes (en estos casos es difícil distinguir un aborto espontáneo de una menstruación retrasada y molesta).

En el fondo, oposición a ultranza a todo tipo de aborto se basan en la creencia de un alma inmaterial que habita en el embrión a partir del momento de la fecundación. Desde un punto de vista científico -que necesariamente tiene que ser naturalista, es decir, que excluye entidades y fenómenos sobrenaturales–, tal creencia carece de fundamento.

Desgraciadamente, la ignorancia sigue siendo común, y se manifiesta, por ejemplo, en las declaraciones personajes como Guillermo Bustamante, presidente de la Unión Nacional de Padres de Familia (“el uso de esta píldora mata al óvulo fecundado en el que ya hay un ser humano”, Metro, 24 de enero). Pareciera que conserva la concepción del siglo 17 en que se pensaba que el óvulo (o bien el espermatozoide) contenía ya un bebé microscópico y completo, que sólo tenía que crecer hasta alcanzar un tamaño humano.

Carl Djerassi, químico padre de la píldora y especialista en anticoncepción, incluyendo los aspectos humanos, afirma en su libro La píldora de este hombre: “El que se use ampliamente la anticoncepción de urgencia dependerá en gran medida del grado y de la naturaleza de la difusión inteligente de la información adecuada, preferentemente como parte de la educación sexual. Como es obvio, este método no es para todas, y especialmente, no es para las mujeres que creen que la vida empieza en el segundo en que un espermatozoide ha penetrado en la membrana del óvulo. Sin embargo, mucha gente compartirá mi creencia de que si se usa extensamente, la anticoncepción de urgencia permitirá reducir la frecuencia de abortos provocados.”

Creo que tiene razón: no queda más que felicitar a las numerosas organizaciones que, como el GIRE (en www.gire.org.mx está la información sobre el método), desde hace años, han luchado para lograr este avance. ¡Enhorabuena!

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