por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 6 de febrero de 2008
Un simio toma una varita, le quita las hojas y la usa para escarbar un hormiguero, buscando comida. Está imitando a un congénere. Al principio lo hace torpemente, pero al poco rato maneja su primitiva herramienta con habilidad.
Un hombre maneja por primera vez un ratón de computadora. No sabe ni agarrarlo: ¡imposible que la flechita de la pantalla se mueva hacia donde desea! Pocos días después hace clic, arrastra y mueve objetos virtuales con gran precisión.
Un violinista ejecuta una partita para violín de Bach. Sus dedos vuelan pulsando las cuerdas; el arco se mueve vigoroso y exacto. Su maestría asombra y conmueve al público; él toca con los ojos cerrados.
¿Cómo llega nuestro cerebro —y el de otros primates— a manejar con tal precisión herramientas, objetos extraños a nuestro cuerpo? Una investigación publicada en la revista de la National Academy of Sciences revela que, en parte, lo hace “incorporándolas” al modelo virtual del cuerpo que construye.
Se estudiaron los patrones de activación de las neuronas de la corteza cerebral frontal de dos macacos cuando tomaban trozos de comida con sus manos. Cuando se entrenó a los monos a tomar la comida usando pinzas normales, que se cierran al apretar la mano, se halló que se activaban las mismas neuronas, en el mismo orden.
Para confirmar que lo observado era la representación cerebral del acto complejo de tomar comida, y no simplemente de apretar los dedos, se entrenó a los monos a usar pinzas “inversas”, que se abren al apretarlas (como pinzas para tubos de ensayo).
Los patrones de activación de las neuronas no variaron. Según Giacomo Rizzolatti, de la Universidad de Parma, cabeza del estudio (famoso por descubrir las “neuronas espejo”, activadas tanto al realizar una acción como al observar que alguien más la realiza, y que tienen que ver con el aprendizaje), los resultados indican que el cerebro aprende a considerar las pinzas como parte del cuerpo del mono.
En un futuro cercano, un cirujano opera un cerebro. No lo hace frente al paciente, que está en otra cuidad, sino ante una máquina llena de controles finos. Lentes especiales lo conectan, mediante internet, con la sala de operaciones. La tecnología de telepresencia que le permite controlar el robot que salva una vida ha sido mejorada para facilitar la integración de cerebro, cuerpo y máquina.
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