por Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 28 de enero de 2009
A principios del siglo 20, el ruso Aleksandr Oparin y el inglés J.B.S. Haldane propusieron (por separado) que la distinción entre la materia viva y la inerte era sólo de grado, no de esencia. Es decir que los seres vivos pudieron haberse originado —sin intervención divina— a partir de la materia inanimada (idea ya sugerida por Darwin). Desde entonces, un sueño de los químicos ha sido crear vida artificial: armar una célula viva a partir sólo de sus componentes esenciales.
La posibilidad es todavía lejana, pero un trabajo de los biólogos moleculares Tracey Lincoln y Gerald Joyce, del Instituto Scripps, en California, publicado el 8 de enero en la revista Science, la hace un poco más real.
Lincoln y Joyce partieron de una de las teorías más aceptadas actualmente sobre origen de la vida. El genoma de prácticamente todos los organismos vivos está hecho de ácido desoxirribonucleico (ADN), molécula en forma de doble hélice que puede copiarse a sí misma, si cuenta con la ayuda de las enzimas —máquinas moleculares— adecuadas.
Pero hay abundante evidencia de que quizá la primera molécula capaz de autorreproducirse no fue el ADN, sino su primo el ácido ribonucleico (ARN), molécula que, como se descubrió en los 80, puede también actuar como enzima (es decir, catalizar reacciones químicas).
Se sabe que hay ARN capaces de cortar y pegar otras moléculas de ARN. Lincoln y Joyce fabricaron un par de ARN sintéticos que se copian uno al otro. Cada molécula consta de dos mitades: el primer ARN une las dos mitades que forman al segundo, y éste luego une las mitades de otra copia del primero, a la manera del famoso dibujo de M.C. Escher de dos manos que se dibujan mutuamente. Mientras haya materia prima (las cuatro piezas necesarias), el proceso puede continuar indefinidamente, multiplicando las parejas de ARN.
Pero no sólo eso: Lincoln y Joyce también fabricaron variantes de sus ARN y las pusieron a “competir”. Las distintas piezas disponibles formaron nuevas combinaciones y, luego de un tiempo, las que se reproducían más rápidamente predominaron en la solución. ¡Evolución en un tubo de ensayo!
La vida artificial es todavía un sueño, pero el experimento prueba que en principio es posible. Veremos qué sorpresas nos trae el futuro.
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