Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 28 de noviembre de 2012
Confieso que acabo de terminar de leer la novela 50 sombras de Grey (en su versión en inglés, 50 shades of Grey). Como literatura es mala; como literatura erótica, muy mediocre. No pierda su tiempo.
La mención viene al caso porque, estableciendo la comparación con esta chatarra literaria, el neurólogo estadounidense Douglas Fields publicó recientemente, en su blog del sitio de noticias The Huffington Post, un polémico texto donde alerta de la “chatarrización” de las revistas científicas académicas.
Isaac Asimov resumía el llamado “método científico” en cuatro pasos: obtener datos (por experimentación u observación), organizarlos, proponer explicaciones, y comunicar el conocimiento obtenido. Nunca se hace suficiente énfasis en lo central que es para la ciencia comunicar sus resultados. No basta con investigar: es hasta que las conclusiones a que se llega son hechas públicas para ser discutidas y evaluadas por los colegas que se puede hablar de ciencia legítima.
El proceso de “revisión por pares” o colegas (peer review) ha sido desde hace siglos el principal mecanismo de control de calidad en ciencia. Tradicionalmente consiste en que el investigador redacta un artículo técnico, bajo ciertas normas bien conocidas, donde explica qué hizo y qué resultados y conclusiones obtuvo. Este manuscrito se envía a alguna publicación donde trabajan editores expertos en ciencia que lo evalúan primeramente para ver si se trata de un trabajo importante y bien hecho, y luego lo envían anónimamente a varios árbitros especialistas en el campo, quienes pueden aprobarlo, sugerir cambios o rechazarlo. El artículo sólo se publica si pasa este filtro de calidad.
Tradicionalmente las revistas científicas se mantenían vendiendo suscripciones, que eran pagadas por científicos individuales o por instituciones. Fields advierte de dos cambios que amenazan este sistema: la publicación electrónica, que hecho casi incosteables las revistas de papel, y las nuevas políticas del gobierno de los Estados Unidos que obligan a los investigadores que reciben fondos públicos a poner sus artículos gratuitamente a disposición de todos.
Como esto ha encarecido el costo de las revistas publicadas por editores tradicionales –quienes son vistos como abusivos y aprovechados al beneficiarse de un trabajo hecho principalmente con fondos públicos–, han surgido múltiples revistas de “acceso libre” (open access), que pueden leerse gratuitamente, lo cual promueve una mayor libertad y apertura en la comunicación de los resultados científicos (y combate la excesiva centralización y control ejercida por ciertos consorcios editoriales, que se han ido convirtiendo en verdaderos monopolios).
El problema, afirma Fields, es que esto va en detrimento de la calidad. Las revistas tradicionales, además de garantizar una revisión por pares rigurosa y una edición profesional y cuidada –que incluye la revisión de estilo, la formación y composición tipográfica, el diseño de figuras y muchos otros detalles, trabajo que cada vez se valora menos en esta era de “autopublicación electrónica”–, promueven la calidad al someter al escrutinio de sus suscriptores –especialistas científicos– la calidad de sus artículos. La revista que publicaba investigaciones de calidad adquiría prestigio y más lectores… y consecuentemente, suscriptores.
Las revistas de acceso libre, en cambio, al ser de lectura gratuita, tienen que sobrevivir cobrando jugosamente (“de mil a 3 mil dólares por artículo”, según Fields) a los autores por publicar en ellas. Lo cual se paga, normalmente, con fondos públicos: el costo de publicar se suma al costo mismo de la investigación. De este modo, el estado paga por realizar la investigación y paga por publicarla. Fields argumenta que esto, junto con la obligación del gobierno de EU para publicar gratuitamente (que afecta a múltiples investigaciones extranjeras en que hay colaboración estadounidense), está logrando que las revistas se concentren en publicar más artículos, en vez de sólo los mejores. Igual que esas revistas “literarias” en que los autores pagan por ser publicados, o como ocurre con los blogs y redes sociales, o con la literatura chatarra: en ausencia de un mecanismo editorial de control de calidad, lo que sobrevive no es lo mejor, sino lo que más “vende”.
(Fields señala otros problemas, como el surgimiento como hongos de revistas de muy dudosa calidad que sólo sirven para publicar, sin el menor control y aunque nadie las lea; la tendencia a sustituir la revisión por pares anónima por la revisión abierta en redes sociales, que tiende a ser menos rigurosa, o la creciente dificultad de que las editoriales serias decidan abrir nuevas revistas con un mecanismo riguroso de control de calidad, debido al excesivo costo y demanda decreciente que están teniendo en la actual situación, lo cual dificulta el desarrollo de áreas nuevas de la ciencia.)
El darwinismo en la naturaleza garantiza la supervivencia, pero uno de los logros de la especie humana es trascenderlo para buscar fines más elevados, como la calidad artística y literaria. Lo mismo ocurre en ciencia. ¿Nos inundará la publicación abierta y masiva con “ciencia chatarra”? Esperemos que no.
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