miércoles, 29 de octubre de 2008

Promover la ciencia

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 29 de octubre de 2008

Desde hace más de 10 años, se lleva a cabo en todo el país —y otras naciones— la Semana Nacional de Ciencia y Tecnología. La auspician el Conacyt, los Consejos Estatales de Ciencia y Tecnología, diversas universidades e instituciones educativas, empresas y todo tipo de agrupaciones y personas interesadas en promover la cultura científica en nuestro país.

De hecho, la “semana” ha rebasado sus límites oficiales, y se ha convertido en muchos lados en un mes completo dedicado a la ciencia y la técnica, con todo tipo de actividades: conferencias, “tianguis de ciencia” con experimentos, exposiciones, cursos, talleres, concursos y hasta conciertos, rallys y maratones científicos.

Este año tuve el privilegio de ser invitado a Pachuca, Colima, Xalapa y Oaxaca, a ofrecer cursos y conferencias. Pude así atestiguar el entusiasmo con el que la gente en todos lados ofrece lo mejor de su talento para lograr que el ciudadano común, y especialmente los niños, puedan descubrir lo fascinante, placentera e importante que puede ser la ciencia, así como para formar más y mejores comunicadores de la ciencia.

¿Por qué este afán divulgador? ¿Qué justifica la labor evangelizadora de los comunicadores de la ciencia? ¿Se justifica gastar dinero público en esta labor?

La respuesta tiene que ver no sólo con el valor intrínseco de la ciencia y la tecnología, como manifestaciones de la cultura humana —cultura que merece ser difundida—. Se relaciona también con su tremenda importancia práctica. Los productos de la tecnología, derivados del conocimiento científico (comunicaciones, computadoras, vacunas, transporte, energía…) cambian cada vez más profundamente nuestro estilo y nivel de vida.

Además, el conocimiento científico nos da una visión confiable y realista del mundo que nos rodea, y de nuestro lugar en él. Y finalmente, una cultura científica básica resulta indispensable para que un ciudadano pueda asumir su responsabilidad en las decisiones relacionadas con temas científicos y técnicos (clonación, células madre, eutanasia, aborto, cultivos transgénicos, energía nuclear…).

Vale la pena invertir en divulgar el conocimiento y el pensamiento científico: puede redundar, a largo plazo, en un país más próspero y democrático. Por todo eso, ¡larga vida a la Semana de Ciencia y Tecnología!

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miércoles, 22 de octubre de 2008

Experimento póstumo

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 22 de octubre de 2008

Rara vez un descubrimiento científico cambia de golpe el contenido de los textos escolares. Normalmente el avance de la ciencia, con sus lentos pero constantes refinamientos y sus muy raras revoluciones, tarda años en reflejarse en los libros.

Pero el descubrimiento del equipo encabezado por Jeffrey Bada, del Instituto Scripps, y en el que participa el mexicano Antonio Lazcano, de la UNAM (Science, 17 de octubre), seguramente cambiará lo que enseñan los libros de biología.

Se trata, como reportó MILENIO Diario, del reanálisis de los resultados del experimento clásico sobre el origen de la vida llevado a cabo por Stanley Miller en 1953. Consistía en un sencillo aparato cerrado en que se introdujo agua y varios de los gases que, se suponía entonces, formaban la atmósfera de la Tierra primitiva (metano, hidrógeno y amoniaco), hace unos cuatro mil millones de años. La mezcla se hizo hervir y se recirculó durante varios días, sometida a descargas eléctricas. Luego se analizó la mezcla resultante con los métodos de la época; en ella se hallaron cinco aminoácidos (las unidades que forman a las proteínas, moléculas fundamentales para los seres vivos).

Lo que halló el grupo de Bada, al revisar muestras almacenadas por Miller, junto con sus cuadernos de laboratorio, fue que aparte del experimento clásico había otras dos variantes que nunca fueron reportadas. En una de ellas los gases, en vez de simplemente circular, eran inyectados como un chorro en la cámara donde ocurría la descarga eléctrica.

Hoy se piensa que la atmósfera primitiva no tenía la composición supuesta por Miller. Pero el aparato de chorro simula las condiciones de un volcán, donde sí pueden hallarse esos gases. Y las erupciones muchas veces van acompañadas de relámpagos. En el experimento “volcánico” se hallaron, con métodos modernos, 22 aminoácidos. Se tiene así una nueva opción para explicar la aparición de las moléculas que formaron a los primeros seres vivos.

¿Y por qué estudiar el origen de la vida? No sólo para conocer nuestra historia; también porque si un proceso químico sencillo como éste ocurrió en la Tierra, podría ocurrir en otros mundos. La pujante ciencia de la astrobiología es nieta del experimento de Miller, hoy otra vez sorprendentemente actual. La buena ciencia siempre da sorpresas.

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miércoles, 15 de octubre de 2008

Medusas y apuestas científicas

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 15 de octubre de 2008

Al principio fue la curiosidad, la inútil curiosidad. En 1955 el científico japonés Osamu Shimomura fue comisionado por su jefe en la Universidad de Nagoya para estudiar por qué el molusco Cypridina brillaba en la oscuridad.

Shimomura logró aislar la proteína bioluminiscente que, mediante una reacción química, producía el brillo. Fue contratado en la Universidad de Princeton, donde comenzó a estudiar por qué la medusa Aequorea victoria brillaba con luz verde. Lo que descubrió en 1962 fue otra proteína bioluminiscente, que llamó aequorina. Pero la aequorina brillaba en color azul; la medusa viva, en verde. ¿Por qué?

Respuesta: había una segunda proteína, pero fluorescente (es decir, que brillaba con sólo recibir luz azul o ultravioleta, sin reacciones químicas) y emitía luz verde. La proteína verde absorbía la luz azul de la aequorina para darle su fantasmal brillo verdoso a las medusas. A falta de imaginación, esta segunda proteína se llamó “proteína verde fluorescente” (GPF).

En 1988 Martin Chalfie, de la Universidad de Columbia, oyó hablar de la GFP y se dio cuenta de su inmenso potencial como marcador molecular. Se le ocurrió pegarla, mediante ingeniería genética, a otras proteínas. Así, el brillo de la GFP revelaría donde se hallan éstas dentro y fuera de la célula.

Finalmente Roger Tsien, de la Universidad de California, logró modificar la GFP con ingeniería de proteínas. Produjo variantes que brillaban con luz cian, azul y amarillo. También identificó proteínas similares en otros organismos, incluyendo una de brillo rojo proveniente de un coral. Así se completó una paleta de colores que hoy permite estudiar la localización y movimientos de proteínas en células vivas con un nivel de detalle inimaginable hasta hace poco.

Usted ya lo sabe: esta historia termina con un premio Nobel de química. Pero, ¿cuál es la moraleja? Que la ciencia no es un sistema dirigido, que se pueda forzar para obtener resultados predeterminados. Es más bien un sistema de apuestas, donde sólo comprando muchos boletos —apoyando una gran cantidad de ciencia “básica”— puede de vez en cuando ganarse un premio mayor. Como el obtenido a partir de la “inútil” curiosidad de Shimomura, que quería saber por qué brillan las medusas.

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jueves, 9 de octubre de 2008

El Nobel de los virus

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 8 de octubre de 2008

Hay quien vive de señalar los errores o fracasos de la ciencia. Un ejemplo recurrente es el sida: se dice que los esfuerzos de miles de científicos durante más de dos décadas han resultado insuficientes para combatirlo.

El anuncio del premio Nobel de fisiología o medicina el pasado lunes, otorgado conjuntamente a los descubridores del VIH y de los virus del papiloma humano que causan cáncer cervicouterino, desmiente tales ideas. En realidad, las ciencias biomédicas demostraron su poder al detectar a los agentes causales de dos de los males más graves de nuestro tiempo.

El sida surgió a la luz pública en 1981. Para 1984, los franceses Luc Montagnier y Françoise Barré-Sinoussi, en el Instituto Pasteur, habían ya identificado al agente causal. Supusieron que podía ser un retrovirus –un virus con genoma de ARN (ácido ribonucleico) en vez de la más común molécula de ADN– y buscaron evidencia de su presencia; la detectaron en células de pacientes con sida. Como lo señala el Comité Nobel, “nunca antes la ciencia y la medicina habían sido tan rápidas para descubrir, identificar el origen y proporcionar tratamiento para una nueva enfermedad”.

Con ello se hizo posible estudiar con detalle al virus. Su genoma se clonó y se secuenció, se analizó cada una de las moléculas que lo forman, y hoy se comprende a fondo la mayor parte de los procesos que llevan de la infección a la enfermedad y la muerte. Como consecuencia, se han desarrollado también medios de prevención y tratamientos que han contribuido a combatir la pandemia. Y si Montagnier tiene razón, quizá en menos de cinco años podamos tener una vacuna terapéutica eficaz, que ayude a las personas infectadas.

Por su parte, el alemán Harald zur Hausen necesitó 10 años de trabajo detallado para comprobar que otro virus, el del papiloma humano, o VPH, es la causa del cáncer cervicouterino, el segundo más común en mujeres. Finalmente identificó, entre los más de 100 especies conocidas, a dos culpables (VPH 16 y 18) y hoy contamos con pruebas de detección y vacunas que ofrecen protección eficaz contra ellos.

Sin conocimiento científico, hoy estaríamos a merced de estos y otros males. El Nobel premia, aunque algo tardíamente, a descubrimientos que indudablemente han contribuido a un mayor bienestar de la humanidad.

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miércoles, 1 de octubre de 2008

¡China otra vez!

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 1 de octubre de 2008

¡Los chinos lo volvieron a hacer! Pusieron un hombre en órbita en 2003, y luego dos, en 2005, a bordo de las naves Shenzhou (“navío divino”) 5 y 6. Y el pasado sábado 27 lograron su primera caminata espacial.

En realidad, más que caminar, el taikonauta –del chino taikong, espacio– Zhai Zhigang salió de la Shenzhou 7 y flotó a su alrededor, sujeto por cables, por 13 minutos. Ondeó una bandera china, envió un mensaje de orgullo patrio por TV y recuperó un experimento relacionado con lubricantes sólidos que se hallaba en el exterior de la cápsula.

La misión, que duró 86 horas –el domingo la nave, con sus tres tripulantes, aterrizó con paracaídas en Mongolia– fue seguida en TV por millones de chinos. A su regreso el lunes a Pekín, los taikonautas fueron recibidos con un desfile, guirnaldas, ovaciones, entrevistas y honores. Los medios oficiales declararon que se trataba de un “gran avance” -hace medio siglo, Mao Tse-tung se quejaba de que su país no podía lanzar ni una papa al espacio- y una muestra del indudable poderío científico y técnico de China.

¿Exageraciones? La información sobre el vuelo no estuvo libre de manipulación: la agencia Xinhua envío un boletín reportando el exitoso despegue la mañana del jueves 25, incluso dando detalles, ¡horas antes de que despegara!

Pero lo cierto es que China se fijó un rumbo claro y lo ha seguido con éxito. Su programa espacial la pone casi a la par de Rusia y los Estados Unidos, únicos países que han logrado caminatas espaciales, y delante de sus competidores Japón e India.

El programa espacial chino se inició hace más de 30 años. Zhigang utilizó un traje espacial made in China (4 millones de dólares) y la mayor parte de la tecnología de la Shenzhou 7 –que incluía excusado– es nacional. Es indudable: el apoyo decidido a la ciencia y la técnica tiene derramas, económicas y de otro tipo, que han contribuido a convertir a China en una potencia.

¿Podría ocurrir algo similar aquí? Lo dudo: aunque entre 1995 y 96 la UNAM lanzó dos satélites (con malos resultados), y en abril de 2006 el congreso aprobó la creación de la Agencia Espacial Mexicana, no ha habido voluntad política para desarrollar un verdadero programa espacial.

Habría que cambiar el dicho: el que se queda “nomás milando” no es chinito, es mexicanito.

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miércoles, 24 de septiembre de 2008

El fin del mundo se pospone

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 24 de septiembre de 2008

Dan ganas de decirlo así:

El Gran Colisionador de Hadrones (LHC), quizá la máquina más compleja jamás construida (sin duda la más cara: casi seis mil millones de dólares), producto de la colaboración de más de 20 países, que llevó casi 20 años construir y cuya puesta en marcha se temía que desatara una catástrofe planetaria... se desconchinfló.

Una falla eléctrica ocasionó que dos de sus nueve mil magnetos superconductores se sobrecalentaran y fundieran, causando una fuga de helio. Este gas, en estado líquido, mantiene a dos grados por encima del cero absoluto a los imanes, que aceleran protones para que giren a 99.9 de la velocidad de la luz por el anillo subterráneo de 27 kilómetros (dan 11 mil vueltas por segundo).

¿Tanto escándalo para esto?

Pero esta versión de los hechos, aunque sabrosa, peca de desinformada y simplista. Y la desinformación es un problema grave: una adolescente india, aterrorizada por los reportes tremendistas acerca de la posibilidad de que el LHC produjera un mini-agujero negro que se tragaría la Tierra, se suicidó ingiriendo pesticida. No era necesario.

La verdad es que la puesta en marcha del Colisionador de Hadrones (partículas, como protones y neutrones, formadas por la unión de varios cuarks) el 10 de septiembre no presentaba riesgo: era sólo una prueba. Se lanzaron chorros de protones a dar vueltas, pero no se hicieron chocar entre sí.

Cuando se lleve a cabo el experimento real –pospuesto hasta la primavera del 2009- tampoco habrá riesgo. La probabilidad de crear mini-agujeros negros es insignificante, y aunque se produjeran, desaparecerían instantáneamente: son muy inestables.

El LHC servirá para intentar descubrir por qué la materia tiene masa (y si existe la partícula teórica llamada “bosón de Higgs”, que explicaría esta propiedad). También para entender mejor el origen del universo y la naturaleza de la “materia oscura” y la antimateria.

¿Ha fracasado el LHC? De ningún modo. Fallas como ésta son un “golpe psicológico” para sus creadores, pero estaban previstas.

Toda tecnología requiere un periodo de ajuste. Cuando funcione correctamente, el LHC dará respuestas a algunas de las preguntas más fundamentales sobre el universo. Sólo que, como siempre en ciencia, se trata de una inversión a largo plazo.

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miércoles, 17 de septiembre de 2008

¡El tamaño sí importa!

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 17 de septiembre de 2008

Mi repudio y desprecio a los asesinos del pueblo que,
en Morelia, sólo quería celebrar a la Patria

Si de celulares se trata, lo pequeño es mejor. En cambio, si hablamos de seres vivos, parece no haber reglas. De bacterias microscópicas a monstruosos dinosaurios, las especies vienen en todas las tallas.

Pero a los científicos el desorden les molesta, y buscan patrones. ¿Qué determina el tamaño promedio de las especies, y cómo cambia su distribución en el tiempo?

Dentro de grupos concretos, por ejemplo mamíferos o moluscos, se han detectado tendencias, como la “regla de Cope”: el tamaño de las especies a lo largo de la evolución no cambia al azar: tiende a aumentar. Los individuos de las especies “hijas” tienden a ser mayores que los de las especies ancestrales de las que se derivan. El cambio, claro, no se da en una generación, sino en millones de años. Y sin embargo, la mayoría de las especies del grupo son pequeñas, no gigantes. Aunque hay mamíferos que pesan desde dos gramos hasta 100 toneladas, la mayoría de las especies, extintas y actuales, pesan alrededor de 100 gramos. ¿Cómo explicar esto?

El tamaño grande ofrece beneficios, como tener menos depredadores, pero también desventajas: se requiere más alimento y el desarrollo es más lento. En general, las especies grandes tienden a extinguirse más facilmente. Y el ambiente influye en el tamaño: en latitudes o eras más cálidas, tiende a disminuir.

Los investigadores estadunidenses Aaron Clauset y Douglas Erwin han construido un modelo matemático (publicado en Science, 18 de julio), que trata de reproducir la distribución de los tamaños de las especies de mamíferos de los últimos dos y medio millones de años. Y lo lograron, partiendo de varias suposiciones simples (que no puede haber mamíferos de menos de 2 gramos; que el tamaño tiende a aumentar —regla de Cope—, y que las especies grandes se extinguen más facilmente). Ahora, como comenta Kaustuv Roy en la misma revista (12 de septiembre), habrá que entender por qué es esa distribución de tamaños.

El problema no es sólo académico. Los humanos cazamos, pescamos o talamos a los individuos más grandes de las poblaciones naturales, y hemos causado un calentamiento global. En palabras de Roy, “una mejor comprensión de los procesos evolutivos que afectan el tamaño… es esencial para el manejo efectivo y la conservación de las especies y los ecosistemas”. Cuestión de tamaños… y de supervivencia.

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miércoles, 10 de septiembre de 2008

¿Y los científicos?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 10 de septiembre de 2008

¿Qué será de los EU si Sarah Palin, candidata a vicepresidenta que representa lo más retrógrado de la derecha cristiana estadunidense, llega al poder? (MILENIO Diario reporta ayer que McCain y Palin llevan una ventaja de cuatro puntos.)

Palin es una furiosa opositora a la libertad de las mujeres de decidir sobre el aborto. Se opone a otorgar a las parejas homosexuales los mismos derechos que disfruta cualquier ciudadano heterosexual. Aboga además por enseñar la seudociencia del creacionismo en las clases de biología, como alternativa a la evolución darwiniana.

Declara no estar convencida de que el calentamiento global sea consecuencia de la actividad humana. Y, para colmo, opina que la invasión a Irak es producto de la “voluntad divina”.

El problema es que, a pesar de ser —todavía— la mayor potencia científica y tecnológica del mundo, Estados Unidos es también una sociedad plagada por la incultura científica y la popularidad del pensamiento mágico-religioso. Gran parte de los ciudadanos prefiere creer las palabras de predicadores y charlatanes que confiar en el conocimiento generado por sus científicos.

¿Incultura científica en EU? ¿Y cómo estaremos los mexicanos? Claramente mucho peor, pues no contamos con el alto número de investigadores e instituciones científicas de nuestros vecinos. Consecuentemente, el peso de nuestra comunidad científica en la sociedad es mínimo. Despreciable.

Para muestra, un botón: en la encuesta presentada antier en MILENIO Diario por María de las Heras sobre el desempeño de “los diversos actores políticos de nuestro país”, que incluía a militares, periodistas, sacerdotes, banqueros, jueces, políticos, empresarios, policías, maestros... ¡los científicos ni siquiera aparecen!

Desconozco si fue decisión de De las Heras no incluirlos o si sus encuestados no los mencionaron. Lo cierto es que su ausencia refleja claramente su falta de influencia en la política nacional.

Da terror lo que pasa en EU, pero también lo que ocurre aquí. La ciencia no cuenta para la sociedad mexicana, y eso explica en parte nuestra triste situación actual y nuestro futuro nebuloso. Y en parte, los científicos tenemos la culpa, pues no hemos logrado hacer conscientes a nuestros conciudadanos de que la ciencia debería ser una prioridad nacional. Habría que hacer algo para remediarlo.

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miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sociedad y ciencia

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 3 de septiembre de 2008

Prevaleció el sentido común. Tras considerar diversos y abundantes argumentos, seis ministros y dos ministras de la Suprema Corte votaron a favor de declarar constitucionales las reformas al Código Penal y la Ley de Salud del Distrito Federal que despenalizan el aborto hasta las 12 semanas de embarazo.

Las reformas quedan así a salvo de nuevos cuestionamientos, y se abre la vía para que otros estados modifiquen sus leyes para ampliar en todo el país las libertades de las mujeres.

Los opositores a la despenalización se empeñaron en reducir el debate a un conflicto entre los derechos de la mujer y los del embrión. Los ministros reconocieron que se trataba de un sofisma: la vida en gestación es digna de ser protegida, pero no es todavía vida humana. Los derechos de la mujer son los únicos en juego.

En el debate, el conocimiento científico acerca del proceso de gestación y las condiciones necesarias para considerar que existe vida humana –en particular, la existencia de un sistema nervioso central maduro y funcional– fue determinante, junto con las consideraciones sobre la difícil situación de las mujeres que recurren al aborto, para llegar a la decisión que ahora celebramos.

La importancia de la ciencia en las controversias sobre temas que afectan a la sociedad seguirá creciendo. Ya tenemos encima discusiones relacionadas con salud y sexualidad –transexualidad, investigación con células madre, eutanasia, clonación… Y vienen otras: energías alternativas (solar, geotérmica, nuclear), contaminación, manejo de basura y residuos tóxicos, cultivos transgénicos…

En todos ellos habrá que tomar decisiones. Sólo quien entienda, al menos en principio, la ciencia y la tecnología relacionadas con cada uno, podrá opinar responsablemente. Mientras el ciudadano medio no tenga una mínima cultura científica, la discusión quedará sólo en manos de expertos y políticos.

Urge democratizar el conocimiento científico y técnico: ponerlo al alcance del público. La despenalización del aborto se logró en gran parte gracias a la campaña de información y educación emprendida por los grupos defensores. En los debates por venir, la labor de periodistas científicos, divulgadores y educadores será central para permitir que nuestros ciudadanos puedan participar en la toma de estas decisiones que afectarán a toda la sociedad.

Recordémoslo: la ciencia también forma parte de la democracia.

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miércoles, 27 de agosto de 2008

Aborto: en resumen...

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 27 de agosto de 2008

Desde el lunes, la Suprema Corte discute la constitucionalidad de la reforma que despenalizó el aborto en el DF. El debate público sobre el tema se ha recrudecido. Conviene repasar algunos hechos fundamentales, sin olvidar que, por ser hechos, son independientes de nuestras creencias o deseos:

1) Cada año, en México, miles de mujeres quedan embarazadas sin haberlo planeado. Muchas deciden abortar y lo hacen, sea legal o no.

2) En los estados, y en el DF antes de la despenalización, un alto porcentaje de las mujeres que abortaban sufrían complicaciones de salud derivadas del procedimiento, frecuentemente realizado en condiciones insalubres. Muchas de ellas morían.

3) A partir de la despenalización, el número de mujeres muertas o con problemas de salud derivados de abortos disminuyó drásticamente. La única muerte registrada fue producto de fallas humanas.

4) Muchos argumentos contrarios a la despenalización, como el carácter “plenamente humano” del feto de menos de 12 semanas o la existencia de un “derecho natural” están basados en creencias religiosas como la existencia de un espíritu o alma, o la existencia de un plan divino en la naturaleza.

Basándose en estos hechos, se puede afirmar con solidez lo siguiente:

1) La despenalización obedece a un problema de salud y libertades individuales. No es una decisión moral ni va “en contra de la vida humana”, como se afirma (puesto que a las 12 semanas no hay ser humano al cual afectar; sólo un organismo en las etapas iniciales de su desarrollo). Simplemente, se evitan muertes de mujeres.

2) Nadie está “a favor” del aborto. Se trata de un último recurso. Apoyar su despenalización no es promoverlo, sino mitigar sus efectos negativos. Para evitar abortos, lo mejor es prevenir los embarazos no deseados con educación sexual y el uso de anticonceptivos.

3) La ley no obliga a nadie a abortar: sólo otorga a las mujeres la libertad de decidir. La dimensión moral de abortar o no queda en la conciencia personal de cada una de ellas.

Ojalá se reconozca que, en vez de penas de 3 a 6 meses de cárcel, lo que se requiere es un sistema que apoye a las mujeres y reconozca sus necesidades. Y que la mejor forma de hacerlo es ampliando, no limitando, sus libertades individuales.

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miércoles, 20 de agosto de 2008

Olimpiadas y maestros

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 20 de agosto de 2008

A Laura Lecuona, con mi cariño,
y a Guillermo Pérez, con gratitud nacionalista

El talento es una cualidad darwiniana. Para hallar talentos sobresalientes, hay que buscarlos en una población amplia. Hay personas con escaso, mediano o gran talento: el truco es seleccionar a estos últimos. Así logran China o Estados Unidos tener tantas medallas en estas Olimpiadas: hacen bien su trabajo de selección darwiniana.

Pero un momento: ¿por qué México, con más de 100 millones de habitantes, cuenta con tan escasos talentos olímpicos? Es cierto que Estados Unidos y China tienen poblaciones, respectivamente, tres y trece veces mayores, pero en proporción nuestra cantidad de medallas es raquítica…

Respuesta: la selección darwiniana es importante, pero no basta. Además de seleccionar a los mejores (lo cual, en realidad, México no hace: no cuenta, como China, con un sistema que detecte atletas con potencial olímpico desde la primaria), hay que proporcionarles una preparación de alto nivel y un ambiente propicio. Al talento natural hay que cultivarlo, formarlo. Educarlo. Como en tantos temas, la educación es central.

Me duele escuchar las amargas quejas contra la mediocridad general de los deportistas mexicanos, pero comprendo sus causas. Y comprendo también que mientras no se tomen decisiones drásticas, la cosa no cambiará.

En cambio, me duele, pero no comprendo, las quejas que se han suscitado frente a los resultados del examen para otorgar plazas a los maestros. Cierto, los resultados fueron desalentadores (67% de reprobados, y profesores con promedio bajo o reprobatorio recibirán una plaza…). Pero hay que tomar en cuenta que por primera vez se está aplicando un verdadero sistema de selección que permite distinguir a los mejores.

Será difícil al principio, y tendremos que comenzar con los “menos peores”. Pero si el sistema no se corrompe —si no está ya corrompido desde su inicio— y si logra tener una continuidad transexenal, en unos años podríamos revertir la catástrofe educativa causada por décadas de descuido y falta de apoyo a la formación de maestros en todo el país.

La educación de calidad es la base necesaria para resolver la mayoría de los problemas nacionales. El desprecio a la profesión de maestro (no olvidemos tampoco sus sueldos miserables) es un boleto para el desastre. Vale la pena el esfuerzo por apoyar a los mejores talentos para educar a nuestros jóvenes. Ojalá lo mismo se hiciera por nuestros deportistas.

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miércoles, 13 de agosto de 2008

Educación sexual

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 13 de agosto de 2008

No he podido conocer directamente (aunque me encantaría) los contenidos del libro Tu futuro en libertad. Por una sexualidad y salud reproductiva con responsabilidad, que el Gobierno del DF distribuye entre estudiantes capitalinos.

Afortunadamente, gracias a su amplia discusión en los medios, sé que se trata de un material útil, elaborado por profesionales, que aborda temas que son, además de importantes, urgentes.

Si algo dejó la recién concluida Conferencia Internacional sobre el Sida fue la certeza de que el combate a la pandemia requiere más acción, más intensa, para evitar que el número de infectados y muertos aumente aún más alarmantemente. Sobre todo en el tercer mundo, y sobre todo entre los jóvenes.

Urge reforzar la educación sexual. Pero entendida como parte integral de la educación y la cultura general, no como simple propaganda. Está comprobado que la mera información no basta para modificar conductas. Y el mismo argumento es aplicable a otros temas relacionados: aborto, embarazos no deseados, anticoncepción, homosexualidad etc.

Esfuerzos como el realizado por el Gobierno del DF debieran recibirse con apertura y buen ánimo. Pero, ¿qué encontramos? Descalificación y rechazo.

Tradicionalmente, la iglesia católica y la derecha conservadora han defendido el supuesto derecho inapelable de los padres de familia a decidir qué se enseña a sus hijos. Afortunadamente el Estado mexicano decidió anteponer a este derecho —que tienen los padres, y que pueden ejercer en el seno familiar— su obligación de proporcionar una educación pública laica y basada en el conocimiento científico. Y así lo ordena el artículo tercero constitucional.

Mi colega columnista José Luis Reyna lo expresó anteayer certeramente: “La educación sexual... tiene que ser objeto de una política sólida de Estado, ajena a la religión y a la mojigatería”.

Las razones esgrimidas por la SEP para rechazar el libro son pueriles: se trata en realidad, de una decisión del gobierno federal de atacar todo aquello que provenga de sus enemigos políticos. Nuevamente, por desgracia, la política mal entendida se pone por encima de los intereses sociales y académicos. En este caso, de la educación sexual basada en conocimiento científico sólido, que tanta falta hace a la juventud mexicana.

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miércoles, 6 de agosto de 2008

Peligros de la credulidad

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 6 de agosto de 2008

Cada vez que se habla en contra de supercherías y seudociencias, alguien se queja de la “cerrazón” de los científicos, o de su soberbia por “pretender saberlo todo” y despreciar las creencias de mucha gente.

La acusación es injusta: los científicos no saben todo (serían imbéciles si lo creyeran, además de quedarse sin trabajo) ni, como comunidad, son cerrados. Simplemente, exigen ciertos estándares de calidad para aceptar una afirmación: básicamente, que haya pruebas convincentes y que sea coherente con lo que ya se sabe. Incluso, de vez en cuando, con pruebas contundentes, aceptan algo que vaya completamente en contra de lo que se sabía: ocurre entonces una revolución científica.

En cuanto a las creencias, más que desprecio se trata de honesta preocupación por el bienestar del prójimo. Hablamos de creer en ovnis tripulados por marcianos, o que leyendo las plantas de los pies se pueden detectar enfermedades (reflexología), o que acomodando los muebles y decoración de nuestra casa el chi, fluido imperceptible, correrá de manera propicia para tener salud y prosperidad (feng shui: ¡no deje destapado el excusado: puede quedar en la miseria!). Sin olvidar, claro, a la astrología: los astros influyen en nuestro destino.

La lista podría seguir, pero el patrón es el mismo: afirmaciones sin fundamento, y que nos exigen “creer” sin necesidad de pruebas. Un lector abierto a estas creencias podría preguntar, “¿y qué daño hacen?”.

La verdad es que mucho: aparte de ser un engaño, muchas de estas creencias pueden dañar la salud de sus adeptos, pues prometen sanar enfermedades a veces graves con tratamientos imaginarios o inútiles. Y hay un daño mayor: al promover la “apertura” a creencias sin fundamento racional y sin pruebas, las seudociencias socavan la capacidad crítica y fomentan la credulidad del público: debilitan su sistema de defensa intelectual y lo convierten en presa fácil para charlatanerías mucho más peligrosas, como el negacionismo del sida (que dice que el VIH no existe, que la enfermedad no es contagiosa y que los antirretrovirales tratar a los seropositivos son venenos).

Combatir supercherías y seudociencia no es intolerancia ni cerrazón: es la única manera de evitar que el pensamiento científico quede relegado a los rincones académicos, mientras el gran público es víctima de merolicos

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miércoles, 30 de julio de 2008

Ciencia contra seudociencia

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 30 de julio de 2008

Ante opiniones extremas que consideran a la ciencia como una creencia sin sustento –o peor, dañina–, es ilustrativo el caso de Radovan Karadzic, ex líder serbobosnio buscado por crímenes contra la humanidad (18 mil muertes) y capturado recientemente, después de 12 años, en Belgrado.

Se había ocultado bajo la identidad falsa de Dragan Dabic, médico alternativo de barba blanca que ofrecía curaciones a base de “energía humana cuántica”. Convencía incautos con palabrería sin sentido como la siguiente: “Numerosos procesos de energía de los que dependen las funciones de nuestro cuerpo son causados por la energía de un poder superior (energía cósmica, prana, maná, energía orgánica, energía cuántica, el Espíritu Santo). Fluyen en nosotros y a nuestro alrededor y son nuestro mayor bien y la fuente de nuestra salud y bienestar”. La seudociencia como escondite perfecto... o casi.

Irónicamente, fue la ciencia el arma para su detención, pues los agentes serbios que lo seguían utilizaron algunos de sus cabellos (obtenidos al hacerse pasar por pacientes) para realizar una prueba de ADN e identificarlo con certeza.

El conocimiento científico es confiable: funciona. Por ello, ante problemas que afectan a la sociedad, es vital basar las soluciones en la ciencia. El sida es un caso ejemplar: frente a peligrosas charlatanerías que niegan que sea causado por el VIH, expertos científicos y gobiernos prefieren confiar en la medicina científica.

La Conferencia Internacional sobre el sida, que comienza el domingo en esta capital, reunirá a expertos de todo el mundo y servirá seguramente para reforzar las políticas públicas de combate a la pandemia en nuestro país.

Y buena falta hace. Todavía encontramos posiciones tramposas como las que afirman que el condón no previene el sida (cifras recientes de la ONU muestran que, aunque pequeña, ha habido una disminución global), o declaraciones sesgadas como la del Secretario de Salud, José Ángel Córdova, respecto a que la píldora del día siguiente “en lugar de prevenir el sida, puede favorecerlo” (confundiendo el derecho a decidir un embarazo con la prevención de una infección).

Ante problemas reales, la ciencia ofrece conocimiento útil. El libro El VIH y la patogénesis del sida, de Jay Levy, es un ejemplo: se presenta hoy a las 18:30 en la librería Octavio Paz del Fondo de Cultura Económica. Entrada libre.

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miércoles, 23 de julio de 2008

Ciencia y literatura

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 23 de julio de 2008

"La buena poesía está cerca de la ciencia. (…) La ciencia nos ayuda a sobrellevar el mundo", dijo ayer en este espacio, con sabiduría, Braulio Peralta.

Y la buena ciencia está —debe estar— cerca de la poesía, y de lo literario en general, podría añadirse. Después de todo, el mito de la objetividad científica es ya obsoleto, y la distinción entre la ficción sin trabas de la literatura y la verdad de la ciencia es, hoy lo sabemos, borrosa. La ficción tiene límites, reglas que obedecer; entre ellas, las de la verosimilitud. Y la ciencia, lejos de descubrir “verdades”, lo que hace es generar explicaciones y modelos confiables y útiles, pero que de algún modo son siempre narrativas en busca de dar sentido a lo que ocurre en la naturaleza.

Mucha de la buena literatura que habla de ciencia (clásicos como El sistema periódico, de Primo Levi, o Sueños de Einstein, de Alan Lightman) logra mostrar cómo el conocimiento científico y la visión del mundo que la ciencia ofrece se integran y forman parte de la cotidianeidad que todos vivimos. El amor, la muerte, la guerra, la familia, la vida, todo ello puede verse desde diversas perspectivas. La científica es una más, con sus propias particularidades; yo la encuentro especialmente disfrutable.

La fascinante y magistral novela Amor perdurable, de Ian McEwan, que acabo de leer (con 10 años de retraso), muestra la visión racional del mundo que tiene un escritor científico; cómo influye en su trabajo, matrimonio, amistades… Y cómo todo ello puede ser puesto a prueba, radicalmente, por el amor maniaco de un fanático religioso afectado por un síndrome mental. Ciencia y literatura.

Y sin embargo, tampoco hay que pensar que la ciencia es sólo otra forma más de inventar historias caprichosas: como lo demuestran las notas de Antimio Cruz y Arturo Barba ayer en MILENIO, los métodos rigurosos de la ciencia, diseñados para disminuir al mínimo la humana tendencia a la miopía conveniente y el autoengaño, pueden revelarnos hechos desagradables, pero importantes, por más que durante años hayamos tratado de negarlos.

En este caso, el costo real de la destrucción de manglares en nuestro país (que es de 37 mil dólares anuales por hectárea, en vez de los 11 mil pesos en que se había valuado anteriormente).

La buena ciencia es literatura. Pero literatura sometida a prueba. Y por ello confiable. A veces, incluso poética.

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miércoles, 16 de julio de 2008

¿Cangrejos o divas?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 16 de julio de 2008

Mi colega Arturo Barba comenta ayer, en estas páginas, el conflicto surgido entre dos destacadísimos investigadores mexicanos (los nanotecnólogos Humberto y Mauricio Terrones) y su centro de trabajo, el Instituto Potosino de Investigación Científica y Tecnológica (IPICyT). Opina que se trata de un “ataque a mexicanos exitosos”.

Los hermanos Terrones afirman ser víctimas de hostilidades por parte del director del instituto, David Ríos Jara, por testificar en un juicio por supuesto nepotismo en contra del anterior director, José Luis Morán. Parte de su presupuesto y equipo de investigación, dicen, se ha desviado a otros laboratorios. Y recientemente, ambos fueron removidos de los puestos administrativos que ocupaban en el Departamento de Materiales Avanzados.

Varios especialistas internacionales en nanotecnología, encabezados por el premio Nobel Harold Kroto, han firmado una carta apoyando a los Terrones y solicitando a Felipe Calderón y al Conacyt que resuelvan el conflicto. La nota llegó a las páginas de Nature, una de las principales revistas científicas del mundo.

Pero como siempre, hay otro lado de la historia. Las autoridades del IPICyT responden que el grupo de los Terrones ha sido siempre el que mayor apoyo ha recibido. El cese de sus nombramientos es parte de un proceso natural, sobre todo cuando llega un nuevo director, y tales cambios los deciden comités de evaluación externos conformados por investigadores, empresarios y funcionarios. Para Ríos Jara, “sus quejas son falsas e injustas”.

Es probable que los Terrones hayan recibido un trato injusto. Es probable también que, como afirma Ríos Jara, se trate de personalidades conflictivas. Ya salieron, por problemas similares, del Instituto de Física de la UNAM. Trátese de un caso de cangrejos mexicanos que no dejan salir de la cubeta a sus colegas destacados, o de divas que creen merecer un trato especial, quien sale dañado es el IPICyT, una institución valiosa, y en general la todavía incipiente y escasa ciencia mexicana. Qué lástima.

¡Mira!
Y mientras tanto, el cardenal Norberto Rivera, desde el oscurantismo medieval, declara que el Distrito Federal necesita sacerdotes exorcistas para “luchar contra el maligno”. Lo que faltaba: promover la creencia en espíritus como causa de nuestros problemas. ¿Será “el maligno” culpable de los casos de encubrimiento de sacerdotes pederastas?

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miércoles, 9 de julio de 2008

El genoma del abuelo

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 9 de julio de 2008

Hace poco se publicó una nota curiosa: se secuenció el genoma del anfioxo, un animalito marino, alargado, que vive pegado al fondo arenoso en aguas templadas o tropicales.

¿Cuál es el interés? Aunque se lo describió como el “eslabón perdido” de los vertebrados, se trata más bien del animal vivo que más se parece al ancestro común de todos los cordados (grupo que abarca a los vertebrados, incluidos los mamíferos, como el ser humano). Tiene un cordón nervioso que corre por su espalda, protegido no por vértebras sino por un cilindro rígido llamado notocordio. Si fueran coches, el anfioxo sería el modelo T de los vertebrados.

A pesar de lo que se cree, la evolución no es un proceso lineal (los invertebrados no se convierten en vertebrados, y éstos en mamíferos) sino ramificado: los individuos sufren mutaciones y tienen descendencia, que puede resultar o no favorecida por ellas. La acumulación de estos cambios en su genoma va produciendo nuevas especies, sin que las anteriores dejen necesariamente de existir. Igual ocurre con los automóviles: algunos –como el recién extinto Volkswagen sedán– permanecen esencialmente sin cambios. Otros, como un Porsche último modelo, han cambiado muchísimo (¡y el primer VW fue diseñado por Ferdinand Porsche!). Para entender cómo eran los primeros autos, es mejor revisar un vochito que un Porsche 2008: aquel se parece más a los primeros autos que existieron incluso antes del modelo T de Ford (por ejemplo, los de Lenoir o Daimler).

Así, analizar el genoma del anfioxo es lo más cercano a conocer el genoma de nuestro abuelo común. Aunque tiene tan sólo 520 millones de “letras” (el humano, tres mil 200 millones), resulta que mucha de la información esencial del genoma vertebrado está ya presente. En particular, se halló que en algún momento de la evolución el genoma de los vertebrados se duplicó, y luego volvió a duplicarse. Estas duplicaciones son importantes porque permiten que genes vitales, que normalmente no evolucionarían o lo harían muy lentamente, al estar presentes en varias copias puedan cambiar más libremente, lo cual da origen a importantes novedades evolutivas.

Este carácter “modular” de los genomas es uno de los descubrimientos recientes más importantes en evolución. Estudiar a este abuelito de los vertebrados ayuda a entender mejor cómo fue posible que surgieran especies más complejas, como nosotros mismos.

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miércoles, 2 de julio de 2008

Shyamalan anticientífico

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 2 de julio de 2008

Tardé en ir a ver la nueva película de M. Night Shyamalan, El fin de los tiempos (The happening), en parte por falta de tiempo, pero también por miedo de encontrarme con una cinta que, si bien de inicio resulta muy intrigante, terminara siendo truculenta, y para colmo, anticientífica.

Este cineasta indo-estadunidense es admirado por sus filmes misteriosos y perturbadores, con drásticas vueltas de tuerca al final que sacan de balance al espectador (aunque la fórmula ya se le ha vuelto un tanto repetitiva). Pero también ha mostrado, en más de una película, dos tendencias que en lo personal me incomodan. Una es, por sí sola, relativamente inocua: la constante promoción de la creencia en lo sobrenatural, lo predestinado, lo mágico. Pero cuando se conjunta con la segunda, la descalificación de la visión científica del mundo, el resultado es una mezcla que promueve la desconfianza hacia la ciencia, e incluso su descrédito.

En El fin de los tiempos, la gente de la costa este de los Estados Unidos repentinamente comienza a suicidarse. Conforme avanza la película va quedando claro que la causa es (no siga leyendo si planea verla) una neurotoxina que secretan las plantas (el nombre inicial de la cinta era El efecto verde).

No sólo es el hecho de que la ciencia detrás de la trama sea mala. Es cierto que las plantas se comunican químicamente, a veces secretando sustancias que alteran el comportamiento de otros seres vivos. Pero la idea de plantas que causan suicidios es simplemente tonta. La supuesta razón de que las plantas “decidan” acabar con la humanidad tampoco es clara, aunque se menciona la instalación de plantas nucleares en la costa este. Así, la venganza de las plantas sería una reacción de la Madre Tierra, o la Madre Naturaleza, o algo así, contra la dañina humanidad.

No. Mi molestia va más allá. Nuevamente Shyamalan, como hizo en Señales (donde la moraleja era que sólo la fe en dios nos podía salvar de la invasión extraterrestre), vuelve a criticar a la ciencia y el abordaje racional de los problemas (el protagonista que ridículamente trata de aplicar un “método científico” de caricatura ante el peligro inminente), y al hacerlo manda el mensaje implícito de que la ciencia no sirve para resolver problemas, y que sólo la fe o el abandono de la racionalidad pueden salvarnos.

Un mensaje anticientífico. Mi miedo se confirmó. Lástima.

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miércoles, 25 de junio de 2008

¡No al preaborto!


por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 25 de junio de 2008

Mucho se defienden los derechos de los no nacidos, como prueba la peregrinación del pasado domingo a la Basílica de Guadalupe, a la que asistieron millones… perdón, cinco mil personas (entre ellas indígenas mazahuas que pensaban que se trataba de “dar gracias a la virgen”). Desgraciadamente, la lucha se limita a defender el derecho a la vida de sólo una parte de los no nacidos: los concebidos.

Como en la ciudad de México se despenalizó el aborto hasta las 12 semanas, numerosas mujeres se sienten libres de recurrir a esta medida para terminar con embarazos que hubieran podido evitar si no hubieran sido irresponsables (pues como sabemos, las violaciones, los accidentes y los “proyectos de vida” son simples pretextos).

Mujeres criminales: ponen su bienestar por encima del de un ser humano concebido que merece plenos derechos humanos. Los concebidos son personas plenas, aun cuando no estén desarrolladas. No pueden sentir dolor, es cierto, pues su sistema nervioso apenas ha comenzado a construirse y no cuenta todavía con las estructuras que les permitan sentirlo (ni ninguna otra sensación). Tampoco tienen conciencia.

No importa. El óvulo fecundado o cigoto tiene la información genética de un ser humano completo. Pensar que entre una célula o conjunto de células en desarrollo y un ser humano hay alguna diferencia es absurdo. Si hay información genética, hay ser humano. Somos nuestros genes; nada más.

Los planteamientos modernos de la biología según los cuales la información genética es sólo un componente de los muchos que deben estar presentes para que un cigoto pueda convertirse en bebé son sólo silogismos para fomentar la cultura de la muerte (que, como se sabe, busca la muerte de todos los seres humanos).

Pero hay algo más grave: al defender sólo a los concebidos, olvidamos a una parte mayoritaria de los no nacidos: las personas que, aunque todavía no han sido concebidas, merecen también plenos derechos humanos. Después de todo, ¿qué tiene un óvulo fecundado que no tengan un óvulo y un espermatozoide que todavía no se unen?

Hoy que la Suprema Corte está decidiendo si se declara o no inconstitucional a la ley que despenaliza el aborto, ¡recordemos a los no concebidos! No por no ser todavía un cigoto estos seres humanos carecen de derechos. ¡Digamos no al pre-aborto! (¿Servirá de algo el sarcasmo?)


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miércoles, 18 de junio de 2008

¿Cerebros gays?

por Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 18 de junio de 2008

¿Qué causa la homo- sexualidad?

Las respuestas científicas varían con el tiempo, desde explicaciones psicoanalíticas o socioculturales hasta las que invocan genes, hormonas o diferencias cerebrales. En los noventa, Dean Hamer y Simon LeVay se hicieron famosos por afirmar que habían encontrado, respectivamente, bases genéticas y cerebrales para la homosexualidad masculina. Sus hallazgos no resultaron concluyentes.

Como informó MILENIO ayer, Ivanka Savic y Per Lindström, del Instituto Karolinska en Suecia, han publicado en la revista PNAS una investigación que sugiere que el cerebro de los hombres homosexuales se parece más al de mujeres heterosexuales que al de hombres heterosexuales, y que el cerebro de las lesbianas se asemeja más al de hombres hetero que al de mujeres hetero. Los homosexuales tienen, en palabras de los autores, cerebros “atípicos”.

El estudio midió el volumen de los hemisferios cerebrales de 90 sujetos. Se sabe que el cerebro de hombres hetero tiende a ser asimétrico (el hemisferio derecho es más grande). Se halló que los hombres gays tenían cerebros simétricos, igual que las mujeres hetero; lo contrario se halló en lesbianas. También se midió la cantidad de conexiones entre la amígdala —relacionada con las emociones— y otras partes del cerebro. Nuevamente, las conexiones de las lesbianas se parecían más a las de hombres hetero, y los de los gays a las de mujeres hetero.

¿Qué concluir de este tipo de estudios? La respuesta obvia, que los homosexuales son así porque sus cerebros se parecen a los del sexo opuesto, caería en el reduccionismo biológico. Pensar que características complejas, sobre todo humanas, pueden reducirse a meras funciones biológicas, ignorando factores ambientales, culturales o de desarrollo, es un error grave. La orientación sexual no es una característica objetiva y estable, sino una construcción biopsicosocial compleja y cambiante.

A pesar de que los sujetos de la investigación fueron elegidos con gran cuidado, cabría cuestionar si el estudio no tiene un sesgo de origen. Buscar “explicaciones” para la homosexualidad revela una convicción inicial de que se trata de algo no sólo diferente, sino anormal (o “atípico”). Después de todo, ¿para qué sirve saber las causas de que alguien prefiera acostarse con su mismo sexo, comer comida con chile o ver películas de acción? Vale la pena reflexionarlo.


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