miércoles, 25 de agosto de 2010

¿En serio, "el Maligno"?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 25 de agosto de 2010

Yo, que estaba tan indignado por la abierta actitud discriminatoria de la jerarquía católica mexicana –expresada en las agresivas opiniones de Norberto Rivera, Juan Sandoval Íñiguez, Hugo Valdemar y otros desvergonzados– ante los derechos de las minorías sexuales al matrimonio y la adopción, ahora ya no entiendo nada.

Su utilización de argumentos supuestamente “científicos” (en realidad, datos falsos o bien sesgados y manipulados para hacerlos coincidir con sus prejuicios, y ciertamente no avalados por la comunidad científica) para justificar lo que, dejándonos de tonterías, es simple y llanamente discriminación, me parecía hipócrita y malintencionada.

Pero hete aquí que me entero de que del 17 al 19 de agosto se llevó a cabo en la ciudad de México el Congreso de Exorcistas 2010 (!), organizado por la Coordinación General de Exorcistas de la Arquidiócesis de México, con la presencia del exorcista jefe del Vaticano, Gabriele Nanni, autor del libro “El dedo de Dios y el poder de Lucifer” (!!), y el vicepresidente de la Asociación Internacional de Exorcistas, Ernesto María Caro. Participaron también psiquiatras y especialistas en ciencias biológicas, “para aclarar las diferencias entre las enfermedades mentales y la posesión demoniaca” (!!!).

Boquiabierto, me entero de que Hugo Valdemar, el cínico vocero de la Arquidiócesis de México, afirma que “Para la Iglesia es una realidad la existencia del maligno”, de quien “los diputados y gobernantes se han vuelto un instrumento (…) al aprobar leyes que generan el desorden moral y lesionan a la sociedad (…) como [la que despenaliza] el aborto y las uniones entre personas del mismo sexo”. También de que “La iglesia da cursos de exorcismo”. Y de que Pedro Mendoza Pantoja, coordinador de exorcistas de la Arquidiócesis, opina que “es necesario que (…) en cada diócesis (…) haya por lo menos un exorcista”.

¿En serio? ¿De veras, en pleno siglo XXI, esta institución que pretende orientar la conducta de sus feligreses, estos individuos que se atreven a acusar de corruptas a las autoridades del DF y a la Suprema Corte, siguen creyendo, literalmente, que el diablo existe, y lo usan como excusa para discriminar e incitar al odio?

Si es así, quizá estaba yo equivocado: tal vez no se trataba de mala leche, de odio a lo diferente, de intolerancia. Más bien es, de plano, ignorancia y estupidez.

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miércoles, 18 de agosto de 2010

Derechos y rabietas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de agosto de 2010

La acertada y necesaria decisión de la Suprema Corte de declarar constitucionales los plenos derechos ciudadanos de las personas no heterosexuales (matrimonio y adopción incluidos; no hay ciudadanos de segunda) ha provocado las respuestas más rabiosas de quienes, ya faltos de argumentos, insisten en oponerse, dogmáticamente, a la igualdad.

La majadería del arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez (“¿les gustaría que los adopten [sic.] una pareja de maricones?”), secundada por el arzobispo primado de México, Norberto Rivera (que ha sido acusado de proteger a curas pederastas) y su zafio y soberbio vocero, Hugo Valdemar (“[esas] leyes… dañan más que el narcotráfico”) muestran la verdadera cara de la oposición eclesiástica a los derechos de las minorías sexuales.

Los opositores a la nueva ley recurrieron, antes de caer en la descalificación y el insulto, a argumentos como “el bienestar de los menores”, una imaginaria “ley natural” que condena la homosexualidad, y el supuesto daño que la aprobación de los matrimonios homoparentales causan “a la institución del matrimonio”.

Afortunadamente, la ciencia puede contribuir al debate con datos confiables. Hay evidencia de que los hijos criados por matrimonios homosexuales no presentan problemas especiales (a pesar de que un tal “Instituto Mexicano de Orientación Sexual”, sospechosamente creado en 2010 (probablemente una fachada de la ultraconservadora organización católica “Courage Latino”, subsidiaria de “Courage International), ofrezca pretendida evidencia “científica” que coincide en todo con los prejuicios promovidos por la iglesia católica respecto a las minorías sexuales). Hay datos incontrovertibles de que la homosexualidad –a diferencia del celibato– es un fenómeno natural, presente en todo el reino animal. Sabemos que no existe tal cosa como una “ley natural”, eufemismo para referirse a las leyes divinas, inaceptables en un estado laico. Y por supuesto, nunca se ha podido explicar exactamente en qué “daña” al matrimonio reconocerlo como una institución socialmente construida, y por tanto diversa y cambiante.

Preocupa, eso sí, que los jerarcas de la iglesia hagan declaraciones que, además de incorrectas y temerarias, violan la ley. Como expresó ayer magistralmente Roberto Blancarte en su columna, con sus declaraciones Sandoval Íñiguez “ya alcanzó el límite tolerable en sus afirmaciones dolosas, las cuales pueden clasificarse como calumnia y por lo tanto penadas por la ley”.

La libertad religiosa tiene límites, por buenas razones, fundadas en los conflictos religiosos por los que ha transitado nuestra nación. No se puede permitir que la lucha por la igualdad de derechos, basada en conocimiento confiable, sea bloqueada por los prejuicios, religiosos o de cualquier otro tipo.


¡Mira!

Es una lástima que un periódico como el “nuevo” Excélsior censure a una colaboradora que llevaba cinco años escribiendo una excelente columna inteligente y divertida sólo porque se atreve a criticar (y pitorrearse) de un personaje como Norberto Rivera. Puede leer el ofensivo texto en: http://elhilonegroescribe.tumblr.com.

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miércoles, 11 de agosto de 2010

La persistencia de la charlatanería

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 11 de agosto de 2010

Para Sergio de Régules, por el documento


En un informe que el botánico español Martín de Sessé envió en 1788 al virrey de la Nueva España “sobre el estado de la sanidad del virreinato”, le advertía de que “entre las innumerables Boticas que hay fuera de esta Capital, apenas se hallará alguna en disposición de surtir al Público con arreglo a lo prevenido en las Pragmáticas y Cédulas del Superior Tribunal de Castilla y su Consejo. …lo que más horroriza es ver el Reyno inundado de tiendas comestibles que entre los frascos de Aceite y Vinagre tienen interpolados los botes de ungüentos, aceites, conservas, de que hacen un ramo de comercio, dando margen al ignorante vulgo para que haga uso libre de remedios, que se deben mirar como venenos peligrosos, mientras no se manejan por manos inteligentes.”

Un año después, Sessé, “ejerciendo su cargo de alcalde examinador, denunció en Chilapa el caso de un falso médico José Francisco de los Reyes, que practicaba temerariamente este profesión con verdadero riesgo para la vida de las personas, a quienes estafaba grandes sumas de dinero de forma poco ortodoxa; como perfecto embaucador, llegaba a extremos insospechados, creaba enfermedades ficticias en personas sanas.”

En los 221 años que han transcurrido desde entonces, la cosa no ha cambiado mucho. Recientemente, en el municipio indígena de Amealco, Querétaro, se anunció una inversión de 20 millones de pesos para transformar el Centro de Salud con Hospitalización en un “Centro de Salud Intercultural”, que integrará la “medicina tradicional indígena” con la medicina “alópata”. La razón es que la población autóctona no confía en esta última, que no reconoce enfermedades tradicionales como “mal de ojo”, “empacho”, “susto” o “espanto”, “caída de mollera”, “aires” y “daño” (brujería). (Por cierto, el nombre completo del Municipio es Amealco de Bonfil, como homenaje a mi tío Alfredo V. Bonfil, político y líder campesino muerto en 1973.)

Si reconocer a la brujería como enfermedad es grave, más lo es que también se incluyan en el paquete, además de la herbolaria (que tiene cierta efectividad), medicinas “alternativas” como la homeopatía y la acupuntura, que nada tienen que ver con la tradición prehispánica y que nunca han logrado demostrar su efectividad, más allá del efecto placebo, en estudios clínicos controlados. Además, el término “alópata” es usado sólo por los homeópatas, en forma derogatoria; más bien había que hablar de medicina científica.

Pero en todos lados se cuecen habas. El pasado 26 de julio, el Servicio Nacional de Salud del gobierno británico decidió rechazar la enfática recomendación del Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes del Parlamento de dejar de financiar la homeopatía, como ha hecho desde 1948 (“Para mantener la confianza de los pacientes, su libertad de elección y su seguridad, el gobierno debe abstenerse de avalar el uso de tratamientos placebo, incluyendo la homeopatía”, concluyó en un reporte de 275 páginas el comité del Parlamento).

“El Gobierno se muestra renuente a la hora de abordar la idoneidad y la ética de la prescripción de placebo a los pacientes, algo que generalmente se basa en algún grado de engaño al paciente. La prescripción de placebo no es compatible con una elección informada por parte del paciente -algo que el Gobierno considera es muy importante-, ya que implica que los pacientes no tienen toda la información necesaria para hacer una elección consciente. Más allá de cuestiones éticas y de la integridad de la relación médico-paciente, la prescripción de placebo es mala medicina. Su efecto es poco fiable e impredecible, y no puede constituir la única base de cualquier tratamiento en el Sistema Nacional de Salud”, sentencia el comité. Los parlamentarios consideran “inaceptable que la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios (MHRA) otorgue licencias a productos placebo –en este caso, azúcar en pastillas– porque les concede así un cierto estatus de medicamento. Incluso si las afirmaciones médicas en las etiquetas se prohíben, la licencia de la MHRA por sí sola da credibilidad a un producto”, afirma un boletín de prensa del Parlamento que reprueba la decisión de las autoridades de salud.

Es triste, pero la charlatanería no sólo prospera en países subdesarrollados, como el nuestro. No debe ser motivo de alivio: mal de muchos, consuelo de tontos.

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miércoles, 4 de agosto de 2010

Una historia de enzimas y sol

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 4 de agosto de 2010

A veces la evolución juega malas pasadas.

Había una vez un planeta (el nuestro) donde, hace unos 3 mil 500 millones de años, surgió la vida. Pero las primeras células enfrentaban un problema: su estrella emitía, además de luz visible, una respetable cantidad de rayos ultravioleta. Y esta radiación, de alta energía, suele dañar las moléculas complejas, como los ácidos nucleicos que almacenan la información genética. Resultado: mutaciones y muerte. La vida era difícil en esa época.

En el curso de la evolución, millones de años más tarde, surgieron organismos fotosintéticos que liberaban oxígeno (O2). Hace unos 2 mil 400 millones de años, la atmósfera de la Tierra se llenó de este gas. Parte del oxígeno, en lo alto de la atmósfera, reaccionó para formar la famosa capa de ozono (O3), que hoy nos protege –aunque no totalmente– del exceso de radiación ultravioleta.

Pero la evolución no podía esperar a la capa de ozono. Ya mucho antes habían surgido adaptaciones para reparar los daños que la luz ultravioleta causaba en el ADN de las células. Una de las más eficaces fue la enzima llamada fotoliasa: proteína que, activada por la luz visible del sol (de ahí el "foto"), revierte el daño en el ADN (en particular, rompe los dímeros de timina: uniones anormales entre dos “escalones” de esa escalera de caracol que es la doble hélice, y que al copiarse la información genética en la siguiente generación celular causan errores: mutaciones).

La fotoliasa resultó tan exitosa que se encuentra en prácticamente todo el reino viviente: bacterias, hongos, plantas, peces, insectos, y algunos mamíferos, como los marsupiales (como los canguros, que cargan a sus crías inmaduras en bolsas). Pero –y aquí viene la cruel broma evolutiva–, algo pasó en el camino. Una de las ramas del árbol de la vida sufrió una mutación que eliminó los genes de la fotoliasa. Como resultado, los humanos, y todos los demás animales con placenta (placentarios), carecemos de fotoliasa. Por ello somos más susceptibles de padecer cáncer de piel. Y por ello, dependemos de usar bloqueadores solares cuando vamos a la playa o cuando andamos en la calle en días soleados.

Afortunadamente, la semana pasada la revista Nature publicó un trabajo del investigador chino Dongping Zhong y su equipo, de la Universidad Pública de Ohio (Ohio State University), en Columbus, donde describen el funcionamiento molecular detallado del mecanismo reparador de la fotoliasa de la mosca de la fruta, Drosophila melanogaster. Con éste y otros estudios es posible visualizar la utilización de esta enzima en cremas que nos protejan del cáncer de piel, al reparar los daños que luz ultravioleta causa en el ADN de nuestras células cutáneas (se ha demostrado que la fotoliasa puede aplicarse a la piel dentro de liposomas –vesículas grasosas– en forma de crema, y tiene efectos protectores).

La ciencia básica da así posible solución a una injusticia evolutiva. Todo sea por asolearnos a gusto en vacaciones.

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miércoles, 28 de julio de 2010

Científicos en televisión

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 28 de julio de 2010

El otro día, con un amigo, mencioné algo sobre la teoría del Big Bang, y de inmediato vino la inevitable referencia: “¿el programa de TV?”.

Y es que The Big Bang theory, el genial programa cómico que debutó en 2007 y se ha convertido en un éxito mundial, representa un conflicto para quienes, como este columnista, tenemos formación científica.

Por un lado, es buenísimo. Tiene personajes entrañables, entre los que destaca el problemático Sheldon Cooper, físico teórico con dos doctorados y un IQ de 187, cuya completa carencia de habilidades sociales, humor y humildad (hay quien opina que tiene una forma leve de síndrome de Asperger, un tipo de autismo) lo hace al mismo tiempo insoportable, tierno y divertidísimo.

Junto con sus amigos Leonard, Howard y Rajesh trabaja en el prestigiado CalTech (Instituto Tecnológico de California), en Pasadena, y las aventuras de este cuarteto de nerds obsesionados por la ciencia y la tecnología –pero también con los cómics y otros elementos de la cultura geek) hacen que cada capítulo sea una ensalada de referencias a conceptos y teorías científicas –sorprendentemente correctas; el programa cuenta con asesores científicos serios– mezclados con las situaciones más chuscas. Una verdadera delicia para quien, más allá de la comedia, pueda apreciar los numerosos chistes y referencias científicas (incluso George Smoot, premio Nobel de física 2006, de quien hablamos aquí la semana pasada, participó en una breve secuencia al final de uno de los capítulos).

Pero por otro lado, la serie presenta una serie de estereotipos que la comunidad científica se ha esforzado por combatir desde hace mucho: muestra a los científicos como seres antisociales, inadaptados, geniales pero incapaces de realizar las tareas más sencillas, obsesivos, distraídos, ultra-lógicos y sin humor.

En realidad los científicos son sólo seres humanos… aunque, como bien sabe quien conviva con ellos –en especial físicos, o peor aún, matemáticos–todos estos estereotipos tienen cierta medida de realidad. Quizá por eso a los científicos nos fascina The Big Bang theory, aunque tengamos que pagar el precio de que, tarde o temprano, nuestros amigos nos digan que nos parecemos a Sheldon.



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miércoles, 21 de julio de 2010

Ver el pasado

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 21 de julio de 2010

La semana pasada comenté por qué no es razonable creer que nadie –ni el pulpo Paul– pueda ver el futuro. Ver el pasado, en cambio, es relativamente fácil, gracias a Einstein.

Y no me refiero a recordar el pasado, sino a verlo literalmente. Seguramente usted habrá oído que la teoría de la relatividad afirma –y se ha probado experimentalmente– que la luz tiene una velocidad finita: 300 mil kilómetros por segundo en el vacío. Debido a esto, cuando enfocamos un telescopio hacia una estrella –por ejemplo hacia Próxima Centauri, nuestra vecina más cercana, a 4.2 años luz– la vemos no como es ahora, sino como era hace, precisamente, 4.2 años –el tiempo que su luz tardó en viajar hasta nosotros.

En otras palabras, al ver a lo lejos en el cosmos, estamos también mirando hacia el pasado.

¿Qué tan lejos podemos ver? Casi hasta el big bang, la explosión que dio origen al universo hace unos 14 mil millones de años. ¿Por qué “casi”? Porque durante los primeros 400 mil años de su existencia, el universo no era transparente. Si enfocáramos un telescopio superpotente y supersensible, lo más atrás que podríamos ver sería hasta ese momento.

Y eso es precisamente lo que el físico estadounidense George Smoot –junto con su colega John Mather– propuso: enviar un telescopio al espacio para que detectara la luz más antigua: la radiación cósmica de fondo, el remoto “brillo” del big bang, hoy convertido en microondas, y mapeara detalladamente su distribución a lo largo del universo observable.

El satélite COBE, de la NASA, fue lanzado en 1989, y completó su observación en 1992. Reveló algo fundamental: ya desde un principio la radiación del big bang contenía fluctuaciones. Ésta, se piensa, es la causa de que la materia no esté distribuida uniformemente en el universo (más bien, se halla concentrada en algunas zonas, dejando mucho espacio vacío).



El pasado 6 de julio, el doctor Smoot –premio Nobel de física en 2006– dio una conferencia en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM, donde presentó los últimos resultados del satélite Planck, de la Agencia Espacial Europea (dados a conocer un día antes), y que confirman, con mucho mayor detalle, los resultados del COBE.

Quizá esta información ayude a resolver enigmas como la naturaleza de la materia oscura y la energía oscura, que forman el 96% del universo.

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miércoles, 14 de julio de 2010

¿Profeta de ocho patas?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 14 de julio de 2010

Pues sí: yo también tendré que hablar de Paul, el pulpo que captó la atención mundial debido a sus supuestas dotes adivinatorias, que ya se habían manifestado en 2008 y parecieran ser demostradas por 8 aciertos en el recién finalizado mundial de futbol.

Antes que nada, conviene señalar que no por ser un molusco Paul carece de inteligencia. Contrariamente a lo que nos enseñaban en la primaria (“el hombre es el único animal racional”), muchos tipos de razonamiento son bastante comunes a todo lo largo del mundo animal. En particular, los pulpos (cuyo nombre deriva de pólipo, que en griego significa “muchos pies”) se consideran los invertebrados más inteligentes, pues son capaces de aprender, realizar procesos de varios pasos, resolver laberintos, distinguir formas, y otras tareas complejas (por cierto, sus brazos tienen cierto nivel de “inteligencia” independiente de su cerebro, pues –según la Wikipedia– dos tercios de sus neuronas se hallan en ellos). Tan es así, que para efectos de derechos animales –como el tipo de experimentos que pueden realizarse con ellos–, se considera que los pulpos tienen una capacidad de sufrimiento que los hace “vertebrados honorarios” (por ejemplo, para operarlos se requiere que se les aplique anestesia).

Pero de ser inteligente a predecir el futuro (así sea de manera vaga, señalando simplemente qué equipo ganará un partido de futbol) hay mucho trecho. Aunque Tanja Munzig, portavoz del Sea Life en Oberhausen, Alemania, hogar de Paul, haya declarado que “no hay una explicación racional de por qué acierta siempre”, la conclusión más sencilla es que se trata de simples coincidencias, junto con ciertos efectos que hacen parecer más impresionante el fenómeno.

La probabilidad de que Paul acertara en 8 partidos, suponiendo que era igualmente probable (50% ) que cualquiera de los equipos ganara –lo cual no es estrictamente cierto– es de 1 en 256. Como ganar 8 veces seguidas un volado. ¿Qué es más probable: eso, o que un pulpo vea el futuro?

Además de explicaciones como la del biólogo peruano Alfredo Salazar, que afirma que Paul escoge simplemente la bandera de color más brillante en cada juego (aunque al parecer los pulpos no ven colores, sí perciben la brillantez), sus dueños también pueden haberlo ayudado a acertar: con trucos sencillos pueden inducirlo a elegir el recipiente con la bandera que deseen. Por ejemplo, poniendo comida fresca en uno, y un señuelo en el otro. Así, la elección acertada recaería en los manejadores del pulpo, que podrían haber recibido asesoría experta (lo cual no disminuye su mérito, pero sí quita credibilidad a pensar en “pulpos psíquicos”).

También es posible que las tan difundidas predicciones del pulpo hayan predispuesto psicológicamente a los jugadores de los equipos perdedores a tener una mala actitud (efecto de la profecía autocumplida).

Lo importante es que, si bien casos como el de Paul pueden ser buen entretenimiento (aunque llegan a hartar), también fomentan en la población una peligrosa tendencia al pensamiento mágico. A creer el futuro se puede predecir o cambiar con sólo desearlo; a que para resolver nuestros problemas, más que al pensamiento racional y la investigación rigurosa, conviene recurrir a métodos supuestamente sobrenaturales.

Los investigadores Javier López Peña y Hugo Touchette, de la Universidad de Londres, utilizaron un método matemático basado en la teoría de gráficas para llegar a la misma predicción que Paul respecto a la final del mundial, pero lo hicieron modelando la “red” de pases entre jugadores de un mismo equipo, lo cual da una idea de su fortaleza.

La ciencia nos ofrece formas confiables y efectivas, aunque no infalibles, de resolver problemas. En cambio sabemos bien, aunque sea triste, que la magia no existe.

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martes, 6 de julio de 2010

Promesas médicas

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 7 de julio de 2010

Una de las quejas más comunes contra la ciencia médica es que no cumple sus promesas: la cura del sida, el cáncer o incluso el catarro común no se han materializado. ¿Qué pasa?

En realidad, el reclamo es injusto: ninguno de estos males es sencillo. Existen cientos de variedades de virus del catarro, que mutan constantemente; lo mismo ocurre con el virus del sida, que además incrusta sus genes dentro de nuestras células, lo que lo hace –hasta ahora– imposible de erradicar. En cuanto al cáncer, habría que hablar más bien de los muchos cánceres distintos que existen, lo cual hace lejano –hasta ahora– pensar en “una” cura.

Pero, siendo justos, la ciencia médica ha avanzado sobremanera, incluso en el combate a estos males. Tenemos numerosos remedios paliativos, cierto, pero útiles, contra los síntomas del catarro; la quimioterapia contra el VIH ha avanzado muchísimo desde los ochenta, y lo mismo puede decirse de las terapias y métodos de diagnóstico del cáncer.

Y eso sin mencionar otros numerosísimos avances médicos que han mejorado increíblemente nuestro nivel de vida: antibióticos que salvan diariamente miles de vidas, vacunas que previenen enfermedades, procedimientos de higiene y quirúrgicos que evitan muertes en partos, trasplantes… la lista es casi infinita.

Una promesa incumplida reciente es la de las células madre, que han causado polémica porque ofrecen la posibilidad de crear tejidos de repuesto para curar órganos dañados, pero que normalmente se obtienen de embriones.

Por eso la noticia, publicada en la revista New England Journal of Medicine, de que un equipo de médicos italianos, encabezado por Graziella Pellegrini, ha logrado curar la ceguera de pacientes con quemaduras químicas utilizando células madre de su propia córnea es esperanzadora.

Los investigadores no usaron células madre embrionarias, sino un tipo más especializado: las células madre del limbo del ojo, la región que rodea a la córnea (la lente transparente que cubre al iris y la pupila), y que se localiza entre ella y lo blanco del ojo (la esclerótica), y que es donde se forman nuevas células corneales.

Las células madre se aislaron (del otro ojo, o de alguna región sana del ojo lesionado), se multiplicaron en cultivo y se injertaron en los ojos dañados, con resultados excelentes en 87 de 107 pacientes, y parcialmente buenos en otros 14. ¡Y los beneficios han sido perdurables a lo largo, en algunos casos, más de una década! (el estudio comenzó en 1998).

Aunque la cura es sencilla, pues no involucra complejas manipulaciones genéticas, sino sólo cultivo y trasplante, podría calificarse de milagrosa. Pero Pellegrini fue clara: “No fue un milagro, fue simplemente técnica”.

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miércoles, 30 de junio de 2010

Newton, Magnus y los tiros libres

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 30 de junio de 2010

Para Natalia Murillo Quiroz y Marcela Hernández Jiménez,
y su excelente blog costarricence “Física, arroz y frijoles

La descorazonadora derrota de la selección nacional ante Argentina el pasado domingo hace que hablar de futbol sea doloroso. Pero quizá conocer la ciencia detrás de los tiros libres en este deporte podría ayudar a mejorar el desempeño de nuestros futbolistas.

En realidad, se trata de un asunto bastante bien estudiado. En primera aproximación, basta la física de Newton, quien en su primera ley del movimiento sentenció: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que una fuerza lo obligue a cambiarlo”. En otras palabras, al patear un balón, éste se seguirá moviendo en línea recta eternamente, a menos que otra fuerza lo afecte.

Por supuesto, esto podría suceder en el espacio vacío. En una cancha terrestre, dos fuerzas importantes afectan al balón: la gravedad, que tira de él hacia abajo, y la fricción con el aire, que lo frena. En combinación, hacen que su movimiento rectilíneo ideal se transforme en lo que los físicos llaman “tiro parabólico”. Un futbolista profesional (igual que un artillero), debe ser capaz de juzgar con qué fuerza y ángulo tiene que patear el balón para que éste, en un tiro libre, entre en la portería. (Aunque para calcular trayectorias parabólicas no es indispensable saber física: la misma hazaña, aunque no con tanta precisión, la logra cualquier niño –y hasta un perro– cuando atrapa una pelota que se le lanza.)

Pero hay más en los tiros libres futboleros, como los famosos tiros curvos (con “efecto”, o “chanfle”, como decimos en México) que tantos goles espectaculares han dado (uno muy recordado es el que el jugador brasileño Roberto Carlos metió contra Francia en la Copa Confederaciones de 1997).



Aquí interviene la dinámica de fluidos: así como un avión puede sostenerse en el aire gracias al efecto Bernoulli (la curva del ala, al avanzar el avión, hace que el aire avance más rápidamente por la parte superior, lo que disminuye la presión y crea una fuerza que empuja al ala –y con ella avión– hacia arriba), un balón al que un tirador experto imprime un giro puede curvar su movimiento gracias al efecto Magnus (variante del efecto Bernoulli descubierta por el físico alemán Heinrich Gustav Magnus en 1852). En breve, el giro del balón aumenta la velocidad del aire en uno de sus lados (lo que disminuye la presión) y la frena en el opuesto (lo que la aumenta). Efecto neto: una fuerza que desvía al balón hacia un lado. Conforme la fricción del aire frena al balón, el efecto Magnus se manifiesta más intensamente, y la curva se hace más pronunciada.

No sé si los futbolistas estudien física (pero deberían, al menos un poco). La industria del futbol sin duda la usa: el diseño del tan criticado balón Jabulani (celebrar, en zulu) llevó 4 años de investigación para supuestamente mejorar su desempeño (aunque muchos jugadores, especialmente porteros, se han quejado amargamente de lo “impredecible” del balón -se ha dicho que se comporta como "una pelota de playa"-, que es 5% más rápido de lo habitual debido a su diseño sin costuras, que reduce la fricción).

Aunque el fracaso de la selección nacional difícilmente se podrá atribuir al Jabulani, quizá un poco de física los pudiera ayudar a jugar mejor. Será para la próxima.

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miércoles, 23 de junio de 2010

¿Vida extraterrestre?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 23 de junio de 2010

El pasado 3 de junio, la NASA publicó un boletín que causó extrañeza e incredulidad: informaba que la misión de exploración planetaria Cassini había descubierto evidencia que podría indicar que existe vida extraterrestre en Titán, la luna más grande de Saturno (la única luna en el sistema solar con una atmósfera densa y el único cuerpo, aparte de la Tierra, que tiene cantidades grandes y estables de líquidos sobre su superficie). ¿Será posible?

Vayamos por partes. Desde que nos dimos cuenta de que la Tierra no es distinta del resto del universo, sino que está regida por las mismas leyes de la física y la química que cualquier otro cuerpo celeste, nos hemos preguntado si habrá vida en otros mundos. Y, en caso de haberla, qué tan distinta será.

La vida en la Tierra surgió hace unos 3 mil 500 millones de años: sólo mil millones de años después de la formación del planeta. Esto sugiere que, en las condiciones adecuadas, la vida surge más o menos rápidamente, cosmológicamente hablando.

El consenso entre la comunidad de especialistas –los astrobiólogos o exobiólogos– es que donde haya condiciones similares a las que permitieron la aparición de vida en nuestro planeta (compuestos de carbono, agua, una temperatura que permita que ésta exista en estado líquido, una atmósfera protectora…) la vida debería desarrollarse con relativa facilidad.

Pero hay otras posibilidades. En 2005 el astrobiólogo Chris McKay, del Centro de Investigación Ames de la NASA, había propuesto que en Titán, cuya atmósfera consta de nitrógeno con un poco de metano, hidrógeno e hidrocarburos, y donde hay lagos de metano líquido, podría haber formas de vida –probablemente de tipo microbiano– que estuvieran basadas no en agua, como en la Tierra (en Titán con su temperatura superficial de menos 179 grados centígrados, ésta sería sólida), sino precisamente en el metano líquido. Dichos organismos, predijo McKay, podrían utilizar acetileno e hidrógeno de la atmósfera para hacerlos reaccionar químicamente y producir metano, liberando así la energía necesaria para vivir, del mismo modo que los organismos terrestres, basados en agua, usamos compuestos orgánicos y oxígeno para obtener energía.

El boletín de la NASA habla, precisamente, de la publicación de dos artículos en las revistas Icarus y Journal of Geophysical Research donde se reporta que los espectrómetros del satélite Cassini habían detectado que las moléculas de hidrógeno, contrariamente a lo esperado, descienden por la atmósfera y desaparece al llegar a la superficie, y que ésta hay menos acetileno del que debería haber (aunque en realidad el primer dato, a diferencia de la cantidad de acetileno, no fue observado directamente, sino inferido a partir de modelos computacionales, y tendrá que ser confirmado). Ambos fenómenos coinciden justo con lo que sucedería si estuvieran presentes organismos como los predichos por McKay.

¿Es esto prueba de que hay formas de vida completamente novedosas en Titán? No, aunque es una fascinante posibilidad. Lo más probable es que haya otras causas meramente químicas. Pero si algo nos enseña la ciencia es a estar abiertos a nuevas posibilidades. Con suerte, algún día las hipótesis de los astrobiólogos podrían verse confirmadas, y entonces nuestra concepción del universo se transformará radicalmente.

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miércoles, 16 de junio de 2010

Acupuntura y ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 16 de junio de 2010

Mi texto de la semana pasada acerca de la decisión de la Suprema Corte de considerar estafadores a los charlatanes que ofrecen curas “místicas” despertó algunos comentarios de lectores. Sobre todo de quienes han tenido buenas experiencias usando terapias “alternativas” menos claramente fraudulentas, como la acupuntura o la homeopatía.

Y sin embargo, incluso éstas, posiblemente las más cercanas a la medicina, están basadas en principios que entran en franca contradicción con el conocimiento científico actual. La acupuntura, por ejemplo, que tiene unos cuatro mil años de antigüedad, se basa en la creencia milenaria en una energía espiritual, el chi (o qi), que supuestamente fluye por el cuerpo a través de unos canales llamados “meridianos” (y que ningún anatomista ha podido hallar, pues no corresponden a los nervios, las venas, las arterias ni los canales linfáticos). Se supone que la inserción y rotación de las agujas en puntos determinados equilibra o corrige problemas en el flujo del chi que causan enfermedades.

Además de que, para todo fin práctico, el chi y los meridianos son entidades inexistentes, el problema es que la evidencia anecdótica no basta en ciencia, y pesar de que miles de personas en todo el mundo afirman que resulta efectiva –sobre todo para eliminar el tipo de molestias subjetivas que los médicos llaman síntomas (dolor, malestar, a diferencia de los signos, que son medibles, como la fiebre)– hasta el momento ningún estudio serio ha logrado probar, a satisfacción de la comunidad médica y científica, que la acupuntura tenga alguna consecuencia real, más allá del efecto placebo.

El 30 de mayo una revista científica seria, Nature Neuroscience, publicó un artículo que intentaba proponer un mecanismo neuroquímico que explicara los efectos analgésicos de la acupuntura. El estudio, realizado en ratones por investigadores de la Universidad de Rochester, mostraba con detalle que la inserción y rotación de agujas en el punto zusanli de la pata producía liberación de adenosina, sustancia con conocidos efectos analgésicos, y que ésta disminuía el dolor crónico de los ratones.

Por desgracia, y como han señalado ya varios críticos, el estudio no fue realizado con los controles necesarios, lo cual echa por tierra su validez. Entre otras irregularidades, no se utilizó un grupo de control al que se le aplicara un tratamiento placebo (usando, por ejemplo, agujas con resorte que no penetran la piel); no se probó insertar las agujas en otro punto para ver si tenían el mismo efecto. Incluso, al parecer, se cometió el error de usar el punto zusanli, que no está relacionado con la disminución del dolor, sino con desórdenes digestivos (se debió haber usado el cercano punto weizhong).

Al final, el poco convincente intento de legitimar la acupuntura quedó en eso, y la credibilidad de la revista se vio afectada por aceptar un estudio que no contó con los controles necesarios. Lo que se demostró no es nuevo: la destrucción de tejidos (por la inserción de agujas) libera adenosina, que es un analgésico. Sería más efectivo inyectarla directamente, o usar analgésicos más efectivos. Pero de ahí a afirmar que se ha probado que la acupuntura es efectiva hay mucho trecho.

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miércoles, 9 de junio de 2010

Charlatanes… ¿criminales?

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 9 de junio de 2010

El pasado miércoles 2 de julio la Suprema Corte de Justicia resolvió que considerar a la charlatanería como delito no viola la constitución. Fortaleció así la lucha contra los estafadores que se aprovechan de gente que, por falta de información, credulidad o, en muchos casos, desesperación al pasar por situaciones personales angustiosas, está expuesta a creer en cualquier cosa que parezca ayudarla.

Jesús Islas Badillo e Isabel y Lucía Martínez, de la organización de curanderos “hermanos Kendall” de San Luis Potosí, “que obtuvo más de 600 mil pesos tras engañar a diversas personas” con “bebidas o infusiones para combatir sus males físicos”, informó Milenio Diario (3 de junio), fueron hallados culpables en Matehuala de violar el Código Penal estatal. Éste señala que “Comete el delito de fraude quien, para obtener un lucro indebido, explota las preocupaciones, las supersticiones o la ignorancia de las personas, por medio de supuestas evocaciones de espíritus, adivinaciones o curaciones u otros procedimientos carentes de validez técnica o científica”.

Alegaron que la sentencia de ocho años de prisión era inconstitucional, pero la Suprema Corte la confirmó y aclaró que “el objeto de la prohibición no está enfocado a la práctica espiritual o ideológica en sí misma, sino al engaño que se da en la falsa oferta de realizar adivinaciones, evocaciones o curaciones” y la estafa de cobrar por ello.

La corte aclaró también que “la decisión no afecta la medicina alternativa, homeopática, natural o la herbolaria, porque éstas prácticas son reconocidas y reguladas por la Ley General de Salud”.

¿Es justa esta decisión? ¿Es válido, para usar palabras de un querido amigo, “pretender por ley que el conocimiento científico y técnico es el único válido”? ¿Por qué prohibir la charlatanería mística y no medicinas alternativas que tampoco son reconocidas como válidas por la ciencia médica, como la acupuntura o la homeopatía? (La herbolaria es otra cosa, pues no se basa en principios misteriosos ajenos al conocimiento científico, sino en el uso de sustancias químicas, producidas por las plantas.)

La respuesta es compleja. La corte fue hábil: evitó el debate sobre las medicinas alternativas, que mucha gente acepta aunque funcionan sólo como placebos (es decir, sustancias que alivian síntomas no por sí mismas, sino gracias a la creencia del paciente en que le pueden ayudar a sentirse mejor) y pasó la responsabilidad a la Ley de Salud. En todo caso, hay en marcha en todo el mundo investigaciones para ver si estos tratamientos son algo más que placebos; si es así, ya nos enteraremos. (Ya en 2007 la Procuraduría Federal del Consumidor, al obligar a los “servicios de adivinación, psíquicos y horóscopos”, desde el 1º de abril, a modificar su publicidad y “señalar que se trata de un servicio de entretenimiento, (y) que la interpretación y uso del servicio es responsabilidad exclusiva del consumidor”, había dado otro pequeño paso en la lucha contra la superchería.)

Pero en el caso de fraudes burdos como los de los Kendall, que incluso inducían a sus clientes (sería completamente inadecuado llamarlos “pacientes”) a “deshacerse del dinero malo” que los enfermaba, me parece que sí: el conocimiento científico es el único que resulta pertinente considerar válido. No por un radicalismo filosófico, sino porque, en temas de salud, hay que atenerse a los hechos: la medicina científica, basada en evidencia, es la única que hasta hoy ofrece resultados comprobables, reproducibles. Confiables.

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miércoles, 2 de junio de 2010

Células artificiales

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 2 de junio de 2010

No pude comentarlo la semana pasada (me sentía obligado a hablar del fraude del detector molecular GT-200), pero no puedo dejar pasar la publicación, el pasado 20 de mayo, en la afamada revista Science, del artículo titulado “Creación de una célula bacteriana controlada por un genoma sintetizado químicamente”.

¿Será que por fin el ser humano puede crear vida diseñada a su antojo? Bueno, no. Pero casi… o muy pronto.

Lo que hizo un equipo de 24 científicos del Instituto J. Craig Venter, encabezados por el propio J. Craig Venter, fue reprogramar una célula de la bacteria Mycoplasma capricolum, introduciéndole el genoma completo de otra especie, Mycoplasma mycoides, y lograr que viviera y se reprodujera establemente. Esto ya lo habían logrado en junio de 2007; ahora la gracia consistió en que el genoma transplantado había sido fabricado de manera completamente sintética, a partir de la información almacenada en una computadora.

Venter y su equipo contrataron a una compañía especializada en fabricar ADN. Le dio un archivo con la “receta” completa del genoma de M. mycoides (un millón de pares de bases, las “letras” en las que se escribe la información genética) y recibieron a cambio mil fragmentos de unas mil letras de longitud. Luego fueron ensamblando los fragmentos para formar tramos de 10 mil letras, luego 100 mil, y finalmente el genoma completo, que usaron para transformar a una especie en otra.

El logro es el siguiente paso en el plan de Craig Venter, el salvaje de la biotecnología, no para apoderarse del mundo, pero sí para revolucionarlo (y en el camino, enriquecerse más). Venter pretende crear células sintéticas con genomas especialmente diseñados para que hagan cosas como degradar petróleo (útiles en derrames petroleros), fabricar biocombustibles o hidrógeno a partir de la luz solar, producir vacunas y muchas cosas más.

Por supuesto, para ello falta mucha investigación. Pero la posibilidad de construir organismos en gran parte diseñados por el ser humano está hoy mucho más cerca. Y ello nos enfrenta también a retos éticos: desde la crítica de la iglesia católica a “jugar a ser dios” (queda claro que para crear vida no se necesita más que un buen manejo de la biotecnología) hasta los peligros de que escapen al ambiente organismos hechos en el laboratorio (aunque Venter ha incluido salvaguardas para que no puedan sobrevivir fuera de éste) o que sean creados por grupos bioterroristas (si lo lograran, habría que darles el premio Nobel). Sin contar, claro, el debate que ya se está dando sobre la pertinencia de permitir que Venter y su compañía patenten nuevas formas de vida.

No cabe duda de que Venter es un salvaje genial. Se adelantó al Proyecto del Genoma Humano, en los noventa, y no ha dejado de empujar a la ciencia genómica hasta sus límites. Dependerá de la sociedad ponernos a la altura: discutir, legislar, y decidir qué cosas queremos hacer, cuáles no, y cómo.

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lunes, 31 de mayo de 2010

2,000 suscriptores: ¡Gracias!

Queridos lectores:

Mi blog "La ciencia por gusto", donde reproduzco en versión ampliada la columna que publico semanalmente en Milenio Diario desde hace 7 años, acaba de llegar a los 2,000 suscriptores a través de Feedburner (es decir, no lectores, sino personas que eligen recibirla semanalmente en su buzón de email).


(En realidad, lo que reporta Feedburner en el recuadrito amarillo del blog (ver imagen arriba) es el número de "readers", que es algo que calculan mediante un algoritmo raro y que varía mucho. El número REAL de suscriptores por email aparece en la segunda imagen, más abajo, y como ven es de unos 2,000 y pico más lectores, para un total de 2,250; ese sí es un número exacto. Pero el que importa es el que aparece en el blog, creo).

Como se imaginarán, para mí la noticia es muy placentera, y por eso quiero compartirla y agradecerles a todos ustedes, que han ayudado a que esto suceda. ¡Muchas gracias! Y espero seguir siendo digno de su atención e interés.

Martín Bonfil Olivera

miércoles, 26 de mayo de 2010

Periodismo sin ciencia

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en
Milenio Diario, 26 de mayo de 2010

Se queja amargamente el siempre polémico Carlos Mota en Milenio Diario, el pasado jueves 20 de mayo, de “el pobrísimo tratamiento periodístico que se ha dado a la compra que ha hecho Manuel Saba de la corporación chilena Farmacias Ahumada”. Pues bien: yo también me quejo del pobre manejo periodístico, pero por otro tema.

Y es que el mismo día Milenio, como muchos otros medios, dio a conocer que soldados de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) “peinaban” el rancho de Diego Fernández de Cevallos con un “detector molecular”. Según la nota, “Los militares pertenecientes a la 17 Zona Militar recibieron la orden de hacer uso del detector molecular GT200 con el fin de rastrear cualquier pista que lleve a la ubicación del ex candidato presidencial panista”.

¿Cuál es el problema de la SEDENA? ¿Por qué al mismo tiempo que establece estrategias útiles para combatir el narcotráfico como utilizar “imágenes satelitales para detectar y combatir el cultivo de amapola y mariguana sin necesidad de vuelos de reconocimiento”, como informó, también en Milenio, J. Jesús Rangel el lunes 23, insiste en usar un aparato reconocidamente inútil y fraudulento?

Presento nuevamente la evidencia, como ya he hecho en ocasiones anteriores:
  • 1) los principios físicos en los que supuestamente se basa el GT200 son imposibles;
  • 2) en pruebas controladas, ha fallado estrepitosamente: la varita mágica de “alta tecnología” no resulta mejor que el azar;
  • 3) ha fallado en detectar explosivos en Tailandia y otros sitios, causando la muerte de policías;
  • 4) al abrir el aparato, se constata que está hueco: no contiene ningún componente que pudiera explicar su supuesto funcionamiento;
  • 5) está más que demostrado que el movimiento de la antena que pretende apuntar hacia lo que se busca es sólo producto del “efecto ideomotor”: nuestras expectativas influyen en los movimientos involuntarios de la muñeca;
  • 6) varios gobiernos han demandado por fraude a los fabricantes de este tipo de aparatos, y en marzo el gobierno británico específicamente previno al mexicano acerca de su nula confiabilidad.

No me extraña de la SEDENA, que en marzo de 2004, ante unos videos de aparentes objetos voladores no identificados consideró que el experto al que había que recurrir era Jaime Maussán. Es ignorancia: los militares simplemente no tienen el conocimiento para distinguir fraudes de tecnología confiable.

Pero ¿y los periodistas? Fuera de Proceso, que al mencionar al GT200 (19 de mayo) al menos incluyó la frase “aunque su eficacia ha sido fuertemente cuestionada”, ningún otro medio, ni siquiera Milenio, mencionó ni tangencialmente que se trata de un fraude.

Termino citando de nuevo a Carlos Mota (entre paréntesis, añadido mío): “¿Tiene remedio este periodismo (que carece de una elemental cultura científica)? ¿Cuándo? ¿En cuántas generaciones?”.

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