miércoles, 29 de agosto de 2007

Sexo por placer

Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 29 de agosto de 2007

Para las culturas de herencia católica, el sexo es tradicionalmente pecaminoso. En México la educación sexual en los libros de texto sigue siendo evaluada con criterios medievales que exaltan la abstinencia, condenan todo lo que “incite” a los jóvenes a tener relaciones sexuales (como si fuera necesario) y se resisten a mencionar la masturbación, el sexo no reproductivo, las opciones sexuales o el aborto. El sexo sólo parece ser aceptable si produce hijos.

Pero el mundo real no obedece ideologías. Los jóvenes siguen los impulsos hormonales, las mujeres recurren al aborto –aunque al menos, en el DF, pueden hacerlo con seguridad– y, en general, la gente aprovecha su sexualidad como una forma de comunicarse, de expresar amor, o de simplemente buscar un bien merecido placer.

De vez en cuando, sin embargo, el progreso científico-tecnológico revoluciona la forma en que gozamos el sexo. El condón y los antibióticos comenzaron a liberar a hombres y mujeres del temor a embarazos o infecciones. Y la píldora anticonceptiva, desarrollada en 1951 por Syntex, en México, desató una verdadera revolución sexual, que continúa hasta hoy.

Recientemente, en Costa Rica, pude escuchar una charla de Carl Djerassi, químico austriaco-norteamericano responsable de la obtención de la píldora, a partir del barbasco. Djerassi –un vital hombre de 83 años– ha reflexionado sobre la influencia de la tecnología reproductiva en la sociedad y la sexualidad. Si los anticonceptivos nos permiten tener sexo sin reproducción, afirma, hoy las técnicas de reproducción asistida, como la fertilización in vitro, nos permiten tener reproducción sin sexo.

¿Qué efecto tendrá la separación de sexo y reproducción? Djerassi predice que las mujeres jóvenes buscarán congelar sus óvulos para continuar con su vida profesional sin prisa por tener hijos y sólo más tarde, al hallar una pareja adecuada, usarán su esperma para concebir un hijo. Hay quien teme que esto pudiera dañar la institución familiar, pero Djerassi disiente: al contrario, las tecnologías reproductivas harán que disminuyan los abortos, pues no habrá tantos embarazos no deseados, carreras interrumpidas ni parejas a la fuerza. Djerassi explora estas y otras cuestiones en su obra de teatro Inmaculada concepción furtiva (Fondo de Cultura Económica, 2002). Vale la pena echarle un vistazo.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Leer los recuerdos

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 22 de agosto de 2007

La memoria es uno de los enigmas del cerebro. No hay duda de que se trata de un proceso físico —pensar lo contrario sería caer en el misticismo—, pero su funcionamiento detallado ha resultado elusivo.

Joe Tsien, investigador chino de la Universidad de Boston, se hizo famoso en 1999 por desarrollar una variedad de ratones que aprendían más rápido y recordaban más tiempo lo aprendido (por ejemplo, un laberinto). Lo logró manipulando sus genes para que produjeran en exceso una proteína que permite a las neuronas recibir las señales químicas (neurotransmisores) de otras neuronas.

Tsien no quedó satisfecho, y —según narra en Scientific american de julio— quiso saber qué es precisamente la memoria. Estudió el cerebro de ratones insertándoles electrodos para monitorear simultáneamente la actividad de más de 200 neuronas en el hipocampo, área crucial para el almacenamiento de información.

Como los recuerdos relacionados con experiencias perturbadoras son vívidos y duraderos, Tsien sometió a los ratones a caídas en un pequeño elevador o a breves temblores simulados en una jaula, mientras monitoreaba las reacciones de sus neuronas. La cantidad de datos era abrumadora, así que tuvo que utilizar avanzadas técnicas matemáticas para procesarlos e interpretarlos.

Los resultados fueron notables: Tsien pudo ver cómo ciertos grupos de neuronas (que llamó “pandillas”) pasan, cuando experimentan el movimiento o al recordarlo, de un estado de reposo a estados bien definidos asociados a experiencias de “temblor” o de “caída”. Estas pandillas neuronales se relacionan de forma jerárquica, piramidal: en la base están neuronas que reaccionan a cualquier movimiento brusco; en medio las que distinguen caídas y temblores, y en la punta, las que se asocian con cada experiencia particular.

Los métodos de Tsien incluso le han permitido “leer” los recuerdos de los ratones, interpretando digitalmente la actividad de sus neuronas. Así ha podido “adivinar” qué experiencia han sufrido ratones distintos.

Se comienza así a entender el código con que el cerebro de los mamíferos almacena recuerdos. Un día este conocimiento podría permitirnos mejorar el aprendizaje, combatir problemas de memoria o saber si una persona en estado vegetativo tiene actividad mental. Tal vez la lectura de la mente no esté tan lejos…

miércoles, 15 de agosto de 2007

Bebés colonizados

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 15 de agosto de 2007

El ser humano tiende a vanagloriarse de su superioridad sobre los demás organismos del planeta (herencia que en parte le debemos al cristianismo, con su mito del “rey de la creación”, hoy afortunadamente rebatido por una necesaria cultura de protección de la biodiversidad).

Nuestra supervivencia depende de otras especies para obtener el oxígeno que respiramos y el alimento que consumimos. Y no sólo eso: no hay ejemplo más dramático de nuestra íntima interrelación con otros seres vivos que el de las bacterias que habitan normalmente en nuestro intestino. Uno pensaría que tener bacterias, con su fama de causar de enfermedades, colonizando nuestras tripas no es de lo más sano. Pero lo normal es que haya muchísimas: constituyen un verdadero ecosistema, formado por unos 100 billones de células bacterianas de 400 especies distintas (¡diez veces más que el número total de células humanas que conforman nuestro cuerpo!).

Gracias a ellas podemos digerir nuestra comida, producen algunas vitaminas y son incluso necesarias para el buen desarrollo de nuestro intestino y sistema inmunitario. Simplemente, no podríamos vivir sin ellas. Se puede decir, sin exagerar, que un ser humano es él y sus bacterias.

Por ello es importante el estudio realizado por un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, dirigido por Patrick Brown, y publicado en el número de julio de la revista PLOS Biology. Describe cómo el intestino de 14 bebés estudiados es colonizado por bacterias desde que son recién nacidos (el vientre materno es un ambiente estéril) y a lo largo de su primer año de vida. Sus resultados son un importante primer paso para entender la ecología de esta importante simbiosis.

Contrario a lo que afirman los libros de bacteriología, la colonización de los intestinos infantiles no es ordenada, sino caótica: la diversidad de especies de cada bebé es única, y parece depender de encuentros fortuitos del bebé con bacterias de su ambiente (en el canal vaginal de su madre, en su leche, en el aire, en sus primeros alimentos…).

Sin embargo, al cabo de un año la microbiota intestinal de los bebés comienza a parecerse a la de un adulto normal. A pesar del comienzo azaroso, al final parece que las especies mejor adaptadas a vivir en nuestro intestino predominan. La evolución de nuestra simbiosis no es, finalmente, tan azarosa.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Un cerebro despierta

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 8 de agosto de 2007

Para Raúl, por 15 años de amor

Somos nuestro cerebro, no cabe duda. Los constantes avances de la neurobiología lo confirman. Pacientes con alteraciones cerebrales ven afectadas, inevitablemente, las funciones mentales que consideramos más característicamente humanas: la memoria, el habla, el pensamiento.

Caso extremo es el mal de Alzheimer, que destruye el alma, entendida de la única forma en que puede entenderse. No como esencia inmaterial que anima al cuerpo, sino como la asombrosa función emergente del cerebro, esa red de redes neuronales que nos permite ser conscientes del entorno y de nosotros mismos.

Las funciones mentales superiores, como la conciencia, son producto del funcionamiento de la capa externa, evolutivamente novedosa, del cerebro: la corteza, tan arrugada en el ser humano.

Las capas más internas y antiguas del encéfalo se ocupan de funciones más básicas, como los movimientos reflejos o la respiración (y, sorprendentemente, de las emociones).

Evolutivamente, el yo, la conciencia, surge con la aparición de cerebros capaces de "despertar": hacerse conscientes, a diferencia de los cerebros que reaccionan a estímulos del entorno, sin "darse cuenta" de lo que hacen. Pero la conciencia no es permanente: la perdemos diariamente al dormir, y accidentes o enfermedades pueden ocasionar su desaparición total o por periodos largos.

En un coma, no hay respuesta a ningún estímulo. En el llamado "estado vegetativo persistente" hay respuesta a ciertos estímulos, así como movimientos oculares y corporales, pero sin conciencia. En los llamados "estados mínimos de conciencia" el paciente puede mostrar momentáneamente señales de actividad organizada, pues al menos parte de su corteza llega a despertar y funcionar.

La revista Nature reportó la semana pasada (MILENIO, 2 de agosto) el caso de un paciente en condiciones favorables que pudo despertar, luego de 6 años en un estado mínimo de conciencia, gracias a la inserción de electrodos que estimulan eléctricamente regiones de su hipotálamo que se conectan con la corteza y participan en el mecanismo del despertar.

La promesa terapéutica es grande, aunque se trata sólo de un caso, y con resultados limitados. La lección mayor es que las neurociencias comienzan a responder algunas de las preguntas que más han inquietado a los filósofos.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Cuando nos observan

Martín Bonfil Olivera
1 de agosto de 2007

Cuando, hace poco, una personalidad pública me comentó que iba a leer regularmente esta columna, me sentí incómodo: ¿podría seguir escribiendo con libertad? Decidí ignorar en lo posible tal inquietud, pero me avergoncé un poco por mi inseguridad. Sin embargo, un artículo publicado el 27 de julio en la revista Science —y comentado en MILENIO Diario —revela que mi reacción fue de lo más natural.

En él, los investigadores alemanes Manfred Milinski y Bettina Rockenbach resumen distintas investigaciones que revelan que el comportamiento de los animales (peces, aves, mamíferos, humanos…) se altera cuando se saben observados. El comportamiento tiende a volverse menos egoísta —que sería lo esperable normalmente— y más altruista cuando algún congénere nos vigila.

Las razones tienen que ver con la “reputación”: en muchas especies, el rango social de un individuo se juzga por su comportamiento. Además, ser egoísta puede ser castigado en ciertas comunidades. Por ello, fingir puede ser beneficioso para un individuo. Esto desata una “carrera armamentista” en la que quien observa a los otros intenta no ser visto, para evitar que la conducta se disfrace. El individuo observado, por su parte, intenta descubrir si lo espían, pero finge no haberlo notado, para que el espía piense que está observando un comportamiento natural.

Este juego, comentan los autores, se presenta también en comunidades humanas. Es posible que el solo hecho de tener la mirada de alguien observándonos –así sea en una foto– baste para hacer que nuestro comportamiento sea más altruista. Algo para pensar…

¡Mira!

Carlos Marín se burló ayer, en su columna de Milenio Diario, de que Marcelo Ebrard tome en serio a Al Gore. “Lo del ‘calentamiento global’ —dice— se ha convertido en una religión de la que Gore viene a ser el Sumo Sacerdote”.

Es cierto: existen todavía escépticos acerca de que el calentamiento sea causado por los gases de invernadero de origen humano; pero ya nadie en la comunidad científica duda de que el calentamiento sea real. Si aplicamos el principio de precaución al usar el cinturón de seguridad o al exigir pruebas de que los alimentos transgénicos son inocuos, debemos aplicarlo ante la posibilidad —casi certeza— de que las actividades humanas estén alterando el ambiente.

Es lo más razonable, aunque sea incómodo.

miércoles, 25 de julio de 2007

Cultura tramposa

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 25 de julio de 2007

En mi anterior colaboración me referí a la llamada “cultura de la vida”, defendida por el Vaticano y la Iglesia católica, tachándola de “tramposa”. Explico mi uso del adjetivo.

La primera trampa se basa en una lógica deficiente, pero usual. Si la ideología vaticana es “cultura de la vida”, parece que quien se oponga a ella defiende lo opuesto, la “cultura de la muerte”. Por supuesto, no existe tal cosa, y lógicamente no tiene sentido (oponerse a un extremo no es defender el extremo contrario: combatir la gordura no es promover la anorexia). Pero el truco funciona: hace pensar que defender la libertad de cada ciudadano para decidir sobre su propio cuerpo es inmoral.

El papa Juan Pablo II es claro: describe la “cultura de la vida” como “la defensa de la vida humana” y aclara, en su encíclica Evangelium vitae, que no sólo prohíbe el asesinato, según el quinto mandamiento, sino que condena la anticoncepción (y la “mentalidad anticonceptiva”), el “delito abominable del aborto”, el “drama de la eutanasia” y el “acto gravemente inmoral” del suicidio (entrecomillo citas textuales). Pero Wojtyla va más allá. “Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano… La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más… a realizar estos actos contra la persona”, advierte, y se preocupa de que “amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual”. Tramposamente, la “cultura de muerte” se define para que incluya técnicas de manipulación biomédica como clonación terapéutica, investigación con células madre e ingeniería genética, que ofrecen el potencial, cada vez más real, de salvar vidas humanas y evitar mucho sufrimiento.

Por desgracia el Vaticano, en aras de combatir un relativismo “nefasto” y defender dogmas, prefiere reducir lo que debería ser un amplio y profundo debate, en el que es inevitable reconocer que no hay absolutos y que habrá que asumir ciertos riesgos y costos en aras de un bien mayor, a una simple dicotomía entre “bueno” y “malo”. Esto, en mi opinión, es pensamiento tramposo. Necesariamente se opone a la visión científica del mundo, que nos ha proporcionado tantos beneficios amplios y concretos.

miércoles, 18 de julio de 2007

El descaro de Margarita Zavala

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 18 de julio de 2007

Si yo, querido lector, lo invitara a cenar a mi casa y al abrirle la puerta le pidiera que no se robara nada, usted se molestaría: los demás invitados pensarían que ya me ha robado. El comentario implica veladamente, si no una acusación, al menos una sospecha.

Cuando leo en Milenio Diario (11 de julio) que “La esposa de Calderón insta a poner la ciencia ‘al servicio de la vida’”, me siento con derecho a indignarme. ¿Pensará que está en contra de la vida?

Margarita Zavala visitó las instalaciones del Instituto Nacional de Medicina Genómica, donde trabajan especialistas de excelencia formados con rigor para servir a la nación realizando investigación en genómica, proteómica y otras ramas de frontera que prometen revolucionar el cuidado de la salud.

En su visita, Zavala exhortó a los investigadores a efectuar “investigaciones honestas y responsables, cuyo sujeto sea la persona humana”. Y añadió que la ciencia y la tecnología “siempre fueron instrumentos al servicio de la vida”. ¿Insinúa la señora que las ciencias genómicas no están al servicio de la vida, o que las investigaciones del INMEGEN no son honestas?

En realidad, el mensaje oculto de Zavala hace referencia a esa tramposa “cultura de la vida” que el Vaticano esgrime para negar el derecho a disponer del propio cuerpo (anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, investigación con células madre…). No me extraña, en estos tiempos panistas en que la iglesia católica se descara y va por todo contra el estado laico. En su búsqueda de poder, los jerarcas eclesiásticos dicen combatir un jacobinismo decimonónico… ¡para regresar a un estado confesional del siglo XVII, anterior a las leyes de reforma!

Mientras, un obispo afirma cínicamente (17 de junio) que “En México hubo manoseos, no violaciones”, y la Conferencia del Episcopado Mexicano inaugura el Congreso Nacional de Exorcistas. Al parecer, a la iglesia le resulta más fácil creer en demonios y espíritus que en el bien documentado abuso sexual a menores.

En medio de todo ello, insinuar que la investigación biomédica pueda no estar al servicio de la vida es pura mala voluntad.

¡Mira!

Quizá el mejor antídoto contra la ambición eclesiástica sea leer La puta de Babilonia (Planeta, 2007), erudita diatriba del espléndido novelista colombiano Fernando Vallejo. Lectura esclarecedora, necesaria y divertida.

miércoles, 11 de julio de 2007

Revistas premiadas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 11 de julio de 2007

El Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades 2007, otorgado a las dos revistas científicas más influyentes del mundo, la británica Nature y la estadunidense Science, permite comentar el papel que las revistas cumplen en el complejo laberinto sociopolítico de la ciencia moderna.

El jurado que otorgó el premio –donde participan, entre otros, el periodista Álex Grijelmo, defensor del uso correcto de la lengua, y un señor que tiene el sorprendente nombre de Pedro Páramo– afirmó que “ambos semanarios constituyen el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica internacional para dar a conocer, tras el filtro de una irreprochable y minuciosa selección, los más importantes descubrimientos e investigaciones de muy diversas ciencias y difundir al mismo tiempo, conjugando rigor y claridad expositiva, las teorías y conocimientos más elevados”.

Y en efecto, son las revistas científicas más leídas del mundo. Y eso las hace muy poderosas. Pero no necesariamente todo es “irreprochable” en el mundo de las publicaciones científicas. En sus largas historias (Nature fue fundada en 1869, hace 138 años, y Science hace 127, en 1880), ambas revistas han publicado avances sensacionales, como la estructura en doble hélice del ADN o la clonación de Dolly la oveja. Pero también han tenido sus pequeños escándalos, como cuando un artículo que demostraba la contaminación del maíz criollo de Oaxaca con genes provenientes de maíz transgénico fue publicado en Nature y luego retirado… nunca se supo si con presión del gobierno mexicano o de transnacionales biotecnológicas de por medio.

Parecería raro que dos revistas dirigidas a expertos (90% de lo que publican está en lenguaje técnico ) reciban un premio de comunicación. Pero lo cierto es que, aunque no sean accesibles al gran público, sí son las principales proveedoras de información científica para los medios masivos. Contribuyen así a democratizar el conocimiento científico.

En resumen, aunque hay revistas mucho más importantes (según su factor de impacto, es decir, el número de veces que los artículos que publican son citados) que Science y Nature, hay que reconocer que pocas tienen su influencia social, dentro y fuera de la comunidad científica. Por ello, enhorabuena por un premio bien merecido que pone a la comunicación de la ciencia en primera plana.

miércoles, 4 de julio de 2007

Cómo reprogramar una célula

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 4 de julio de 2007

¿Biología sintética? Suena a ciencia ficción, de esa en que un científico loco juega a ser dios. J. Craig Venter es ciertamente un científico, y también es bastante loco. Pero un loco genial, que descifró el genoma humano por medios poco ortodoxos, pero efectivos y rápidos, y ha analizado los genomas de microorganismos marinos que ni siquiera se sabía que existieran, en los que espera hallar genes útiles para el ser humano.

Otro sueño loco de Venter es fabricar células artificiales a partir de “células mínimas”, con sólo los genes indispensables para funcionar, e insertándoles otros genes que les permitan producir sustancias útiles, como biocombustibles, para convertirlas en fábricas vivientes… Algo parecido a lo que ya se hace mediante la ingeniería genética, pero mucho más avanzado y ambicioso.

Una pregunta importante es qué tanto se puede “reprogramar” a una célula. Aunque esto se ha logrado en células animales mediante la técnica de transplante de núcleo, que permitió obtener a la oveja Dolly –se transplantó el núcleo de una célula de la oveja original a otra célula (sin núcleo) de una oveja de raza distinta, y el resultado fue un duplicado exacto, un clon–, Venter quería probar con células bacterianas, que no tienen núcleo y son más simples y manejables.

Lo que hizo el equipo encabezado por John Glass, del Instituto Venter (Science, 28 de junio), fue aislar y purificar el genoma completo (una gran molécula circular de ADN) de la bacteria Mycoplasma mycoides e introducirlo en células de su prima cercana, Mycoplasma capricolum.

Lo primero se logró mediante una nueva técnica muy delicada, que evita romper las frágiles moléculas de ADN. Lo segundo, ni siquiera Venter y su equipo saben bien cómo funcionó. Simplemente, utilizaron una sustancia (polietilenglicol) que hace que unas células se peguen con otras y, luego de un tiempo, descubrieron que algunas células de M. capricolum absorbieron el genoma de M. mycoides, que reemplazó de algún modo el suyo propio. Convirtieron así a una bacteria de una especie en una de otra especie.

Dice el filósofo Daniel Dennett que el transplante de cerebro es el único en el que uno quiere ser donador, no receptor. El logro de Venter y su equipo es algo equivalente: un transplante de genoma. Ya veremos los posibles alcances y aplicaciones que tiene esta nueva técnica… y los dilemas bioéticos que despierta.




miércoles, 27 de junio de 2007

¡Al diablo las leyes!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de junio de 2007

Hay quien piensa que las leyes humanas están hechas para violarse. Pero al menos queda el consuelo de pensar que sicarios, funcionarios corruptos y ciudadanos gandallas no pueden sustraerse a las leyes naturales, que se cumplen siempre y en todo lugar y no admiten excepciones.

Por más que uno quiera volar como Supermán, la gravedad se lo impide; y no se puede construir una máquina de movimiento perpetuo porque la segunda ley de la termodinámica lo prohíbe. Pareciera que estas leyes están “escritas” en la naturaleza, y que la labor del científico es simplemente descubrirlas.

Pero la historia de la ciencia muestra que cada vez que creemos haber descubierto las leyes naturales, encontramos luego que estábamos equivocados. Las leyes de Kepler fueron sustituidas por las de Newton, y éstas por las ecuaciones de Einstein. Cuáles son las “verdaderas”?

Por otro lado, suponer que todas las leyes de la naturaleza son tan universales y absolutas como las leyes de la física implicaría que ciencias como la química o la biología son menos “científicas”, pues no tienen leyes de este tipo. La ley periódica que explica las propiedades de los elementos químicos no es rigurosa, sino aproximada; y las llamadas leyes de Mendel sólo se cumplen en ciertos casos. La cosa empeora si hablamos de ciencias médicas, donde la efectividad de un tratamiento sólo puede estimarse estadísticamente, no asegurarse, o ciencias sociales, donde un determinismo como el de la física es sólo posible en la ciencia ficción (por ejemplo, la “psicohistoria” de la trilogía de Fundación, de Isaac Asimov). En realidad ni siquiera las leyes de la física se cumplen siempre rigurosamente, sino sólo en condiciones experimentales muy restringidas, y hay situaciones en donde no son aplicables (por ejemplo, en el big bang, o cerca de un agujero negro).

Ante estos problemas, algunos filósofos de la ciencia optan por rechazar de plano la existencia de leyes naturales; mandarlas al diablo. Otros aceptan que existen, pero que no son realmente universales, sino construcciones conceptuales válidas en ciertos contextos limitados (algunos más limitados que otros), donde nos permiten darle sentido a la realidad, predecirla y manipularla.

En resumen, las leyes son útiles cuando nos convienen, y cuando no, inventamos otras mejores. Algo para pensar.

miércoles, 20 de junio de 2007

Genoma: no todo son genes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 20 de junio de 2007

No deja de dar sorpresas el genoma. La más reciente, ya comentada aquí por Horacio Salazar, proviene del proyecto “Enciclopedia de elementos del ADN” (ENCODE), y se publicó la semana pasada en las revistas Nature y Genome Research.

Lo primero que llama la atención de este proyecto internacional, en el que participan 308 investigadores de 10 países (ninguno de Latinoamérica), es que estudia, por raro que suene, la parte del genoma que no son genes.

Y es que la imagen del genoma como conjunto de genes —cadenas de ADN con instrucciones para fabricar proteínas, las moléculas que hacen funcionar la célula—, es ya obsoleta. La misma palabra “genoma” conlleva este prejuicio “genocéntrico”, como si los genes fueran todo lo que hay. Hoy se habla también del proteoma (conjunto de proteínas que produce la célula) y el transcriptoma, o conjunto de moléculas de ácido ribonucleico (ARN, el primo del ADN) que actúan como mensajeras entre el núcleo y la fabricación de proteínas.

Se sabe que hasta un 97% de la información contenida en el ADN humano no se utiliza para producir proteínas. Se le llamó “ADN chatarra”, pero hoy se sabe que incluye muchísimos “elementos funcionales”, tramos de información cuyo papel es central para el funcionamiento del organismo. Entre ellas, regiones reguladoras que controlan qué genes se activan y cuándo, y otras involucradas en el enrollamiento y desenrollamiento del ADN durante el ciclo celular (una sola célula humana contiene en su núcleo alrededor de un metro de ADN, que cuando no está siendo “leído” se empaqueta de forma extremadamente compacta).

Gran parte del “ADN chatarra” está activo, produciendo ARN, aunque no se traduzca en proteínas. ENCODE ha logrado, tras cuatro años y más de 42 millones de dólares, analizar detalladamente, con técnicas moleculares y computacionales, los elementos funcionales del uno por ciento del genoma humano (unos 30 millones de letras).

Entre otras cosas, ha descubierto que la evolución del genoma es más compleja de lo que se creía. Tramos cuya función es importante mutan con gran frecuencia, contrario a lo esperado; inversamente, tramos muy conservados evolutivamente parecen no cumplir ninguna función. Sin duda, las sorpresas seguirán conforme avance el proyecto, haciendo que nuestra visión del genoma se vuelva más compleja, pero también más útil.

miércoles, 13 de junio de 2007

El derecho a la ciencia

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de junio de 2007

No puede negarse: la cultura científica es indispensable para el ciudadano.

No sólo por su utilidad práctica para dar sentido a los avances científico-técnicos que nos asedian. También porque el pensamiento científico es una herramienta incomparable para buscar soluciones reales a problemas en todos niveles (personal, laboral, social, global…). ¿Cómo resolver una discusión, encontrar trabajo, combatir el desempleo o el calentamiento global? ¿Conviene recurrir al pensamiento mágico –ese archienemigo de la razón– o buscar soluciones racionales basadas en la evidencia y la experiencia comprobable?

Desgraciadamente, la ciencia y el modo de pensar que la hace posible gozan de poco aprecio. En la revista Science del 18 de mayo, Paul Bloom y Deena Skolnik, de la Universidad de Yale, advierten que el rechazo a la ciencia tiene dos fuentes principales: el conocimiento previo, muchas veces adquirido en la infancia, y lo que se acepta como conocimiento de sentido común en una sociedad.

El conocimiento científico a veces contradice lo que indica la intuición. Las cosas, contradiciendo a Newton, parecen moverse sólo mientras las empujemos; la evolución darwiniana es un proceso ciego y azaroso, pero uno tiende a pensar que todo en el mundo tiene un objetivo; la dualidad entre cerebro y mente (o “alma”) parece natural, aunque las neurociencias muestran claramente que es falsa.

Bloom y Skolnik concluyen que es esperable encontrar en los niños una resistencia a las ideas científicas, pues tienden a chocar con el conocimiento intuitivo. Esta resistencia persiste y se convierte en rechazo si en su comunidad la ciencia es poco apreciada y se da crédito a creencias de tipo místico (creacionismo, horóscopos, hechicería). No ofrecen soluciones, pero su reflexión pone a pensar.

Afortunadamente, en nuestro país existen iniciativas que buscan reforzar la apreciación y comprensión pública de la ciencia, como el programa “La ciencia en las calles” que lanzará el próximo viernes y sábado el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal en la plaza 23 de mayo, junto a Santo Domingo, en el centro histórico, donde como invitación a la cultura científica los ciudadanos podremos disfrutar de conferencias, talleres, obras de teatro y otros eventos. Enhorabuena por la iniciativa, que fortalece el derecho de los ciudadanos a la ciencia. ¡Asista usted!

miércoles, 6 de junio de 2007

Dos buenas noticias

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de junio de 2007

La ciencia y la tecnología comienzan a figurar en la agenda política nacional (aunque no en el Plan Nacional de Desarrollo). Pude atestiguarlo el viernes en la presentación del nuevo Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), y el lunes en el Segundo Seminario Regional sobre Innovación, Vinculación y Educación Pertinente, organizado en Guadalajara por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.

Aunque se trata de proyectos diversos, uno local y otro nacional, comparten convicciones fundamentales: que ciencia y tecnología son vitales para el progreso del país, y que para aprovecharlas hay que vincularlas con la sociedad.

El ICyT, planea hacerlo mediante una agenda triple (científica, tecnológica y de socialización de la ciencia) que fortalezca el desarrollo de la ciencia y la técnica, para aplicarlas a buscar soluciones a los problemas de la ciudad (transporte, contaminación, seguridad…), y promoviendo la cultura científica del ciudadano a través de la educación y la divulgación.

Por su parte, el seminario del Foro Consultivo (y otros seminarios regionales que se realizarán) buscó identificar metas, acciones y estrategias para promover el desarrollo económico y el bienestar social. El Foro también presentará en agosto una propuesta de nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación al CONACYT.

Frente a la propuesta quizá más diversa y equilibrada del ICyT-DF, el Foro Consultivo –en el que participan los sectores académico, gubernamental e industrial– hace énfasis en los aspectos económicos. El concepto mismo de “innovación” se maneja como la vinculación de la producción de conocimiento científico y técnico con el sector productivo para la generación de riqueza. Lo cual es más que razonable, pero será importante evitar excesos como los de algunos participantes del seminario, que llegaron a mofarse de la investigación científica básica “que no toma en cuenta los intereses del cliente”.

Para generar la innovación que se desea y mejorar el nivel de bienestar de nuestros ciudadanos, todos los sectores tendrán que entender la naturaleza de la investigación científica. Es indispensable apoyar la investigación básica de calidad, académico, y no querer reducir la ciencia a mera generadora de soluciones para problemas prácticos. ¡No sólo la ciencia que produce dinero o cuida el ambiente es importante!

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 30 de mayo de 2007

La felicidad...

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de mayo de 2007

Cuando uno está muy triste, la felicidad de otros puede ser intolerable. Llega uno a desear que dejen de estar tan felices. Un artículo aparecido hace 15 años podría ayudar a los tristes, al menos, a dejar de sentirse mal por no ser felices.

El trabajo se publicó en 1992, en el Journal of Medical Ethics (v. 18, p. 94). Se titula “Propuesta para clasificar a la felicidad como alteración psiquiátrica”, y su autor es Richard Bentall, psicólogo de la Universidad de Liverpool.

Bentall da una serie de razones por las que, ateniéndose a la ortodoxia en salud mental, no queda más remedio que clasificar a la felicidad como enfermedad en los manuales diagnósticos (propone el nombre de “Alteración afectiva mayor, de tipo placentero”).

En primer lugar, es una condición anormal: no se conforma a la norma. Las personas felices son una muy pequeña minoría. Pero además, la felicidad lleva asociadas alteraciones del comportamiento y de las capacidades cognitivas y afectivas.

Quienes la padecen tienden a exagerar los aspectos positivos de la vida, en especial de sus propias capacidades, y suelen incurrir en comportamientos impulsivos, irresponsables o riesgosos: hacen cosas que nunca harían en condiciones normales.

La alteración afectiva mayor de tipo placentero conlleva manifestaciones físicas características; la más obvia es la distorsión de los músculos faciales conocida como “sonrisa”.

Revela también una alteración cerebral: la administración de drogas como alcohol o anfetaminas, así como la estimulación de ciertas áreas de la corteza cerebral, producen artificialmente la sensación de felicidad.

Este desequilibrio emocional se caracteriza también por ser irracional, lo cual, junto con los otros criterios expuestos, lo equipara a otras alteraciones psiquiátricas como la psicosis o la depresión. Al final, el único criterio para rechazar la definición de felicidad como enfermedad sería el alto valor social que le concedemos (lo cual, según Bentall, podría remediarse abriendo clínicas para combatir el padecimiento).

Como todo provocador inteligente, lo que Bentall buscaba con su socarrón artículo era poner a pensar a sus colegas en qué tan adecuadas son las definiciones tajantes y excesivamente rigurosas de las enfermedades mentales. A mí y a otros nos hace preguntarnos si no estaremos, como sociedad, un tanto obsesionados con la famosa búsqueda de la felicidad.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 23 de mayo de 2007

Ciencia, tecnología e innovación

Martín Bonfil Olivera
23 de mayo de 2007

Comparado con lo que sucede en otros países de Latinoamérica, en México hacemos menos de lo necesario a favor de la ciencia y la tecnología.

La ciencia se enseña en escuelas y universidades y se divulga al público, pero no basta. Ciudadanos, funcionarios y gobernantes no tienen una cultura científica que les permita, más allá de curiosidades, entender qué es la ciencia, su importancia, cómo funciona y por qué su desarrollo nos puede permitir (un día) apoyarnos en ella, como los países de primer mundo.

El investigador argentino-mexicano Marcelino Cereijido se queja este mes en la revista Ciencias (ganadora del premio de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe) de que la comunidad científica mexicana, que hace 30 años, cuando llegó, era pujante, hoy está aplastada por una burocracia corta de miras que exige resultados a corto plazo. Concluye que urge educar a políticos y funcionarios para que entiendan qué es la ciencia.

Pero hay esperanza: el lunes asistí a la presentación del primer borrador de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, que el Foro Consultivo Científico y Tecnológico presentará al Conacyt en agosto próximo.

La propuesta luce prometedora, y se enriquecerá con aportaciones de diversos sectores. Es notorio su énfasis en la innovación: vinculación con el sector productivo para crear riqueza y empleos. Esto tendrá que ir acompañado de la comprensión profunda que pide Cereijido, para no caer en el error de ignorar que una ciencia básica amplia, sólida y de calidad es la raíz indispensable para desarrollar el árbol científico-tecnológico-industrial cuyos frutos anhelamos.

Inquieta un poco la insistencia con que el sector industrial pide recursos públicos cuyo destino natural son más bien las instituciones de investigación. Como comentaba aquí ayer Arturo Barba, hay casos en que estas peticiones sólo benefician a las empresas o resultan ser trucos para pagar menos impuestos.

Finalmente, sería deseable que la ley incluyera la propuesta de un plan de divulgación científica a nivel nacional, importantísimo para lograr interés, comprensión y compromiso de ciudadanos y gobernantes hacia la ciencia y la técnica.

No dudo que, con la participación de todos, el proyecto se enriquecerá y perfeccionará. Ojalá sea adoptado y, sobre todo, aplicado por el gobierno actual.

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miércoles, 16 de mayo de 2007

Latinoamérica científica

Martín Bonfil Olivera
16 de mayo de 2007

Viajar ilustra, ni duda cabe. Este columnista regresa de la décima Reunión de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe (Red-POP), en la bella San José de Costa Rica, a la que asistimos 180 comunicadores de la ciencia de 20 países, predominantemente latinoamericanos.

Además de compartir experiencias, pude apreciar, con admiración y envidia (de la buena: la que nos hace aspirar a ser mejores) la alta apreciación por la ciencia y la tecnología que hay en muchos de estos países. Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Nicaragua, Venezuela y tantos otros, que enfrentan problemas económicos iguales o peores que los nuestros, tienen sólidos esfuerzos, apoyados por sus gobiernos, para mostrar a sus ciudadanos la importancia de la ciencia y la técnica para el progreso social.

Lo que más llamó mi atención fueron las acciones concretas, el provecho que estos países están sacando de la relación múltiple que puede establecerse entre naturaleza, ciencia, tecnología y sociedad. Hay gran interés por los temas ambientales, y se generan recursos y conciencia social a través, por ejemplo, de la creación de reservas biológicas o parques nacionales, y del popular ecoturismo (para el que Costa Rica, mientras protege sus abundantes bellezas naturales, se ha convertido en destino obligado).

Los ticos también han sabido sacar provecho de sus riquezas a través de la biotecnología, colaborando con instituciones estadunidenses mediante convenios que protegen su patrimonio biológico y permiten aprovecharlo para beneficiar al país. A través de instituciones como el Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT), Costa Rica ha establecido un sistema científico-tecnológico-industrial provechoso y adaptado a sus necesidades.

Un ejemplo: el astronauta estadunidense-costarricense Franklin Chang Díaz, más allá de haber colaborado con la NASA desde 1980, se ha convertido en un verdadero icono del progreso nacional para sus compatriotas. Cualquier taxista en San José lo conoce, y puede explicar que actualmente está trabajando en la elaboración, en Costa Rica, de un motor magnético de impulso por plasma (¡en serio!) que podría reducir un viaje a Marte de diez meses a sólo cuatro.

Caray... ¿por qué se queda uno con la sensación de que en México estamos desperdiciando la oportunidad de hacer cosas como éstas? No hay duda: viajar ilustra.

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jueves, 10 de mayo de 2007

Experimentar con animales

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 9 de mayo de 2007

La ciencia ha tenido, a lo largo de la historia, la virtud de provocar polémicas. Quizá las más acaloradas surgen cuando el interés científico se topa con consideraciones éticas. El beneficio potencial del nuevo conocimiento se confronta con el costo de la investigación científica (en dinero, deterioro ambiental, posibles aplicaciones bélicas, y especialmente, sufrimiento causado a los organismos utilizados en los experimentos).

Para hacer investigación biológica o médica muchas veces se requiere experimentar con animales. Algunas personas opinan que este tipo de investigación debiera prohibirse, por ser inmoral; otros argumentan que lo inmoral sería no hacerla, pues se estaría perdiendo la oportunidad de evitar el sufrimiento que causan las enfermedades. A veces el debate degenera en batalla: aún existen grupos de activistas que destruyen laboratorios en los que se experimenta con animales.

Para intentar convertir la estéril discusión de todo o nada en un tema más objetivo, el investigador David G. Porter, de la Universidad de Guelph, en Canadá, planteó hace 15 años (Nature 356, p. 101) una escala para evaluar la pertinencia de realizar estudios con animales.

Porter proponía varios criterios, con valores aproximados, para hacer un balance costo-beneficio en cada caso. Entre ellos, el objetivo del experimento (no es igual una investigación que busca salvar vidas que una que se hace por simple curiosidad); la especie que se usará (no es lo mismo un molusco, con sistema nervioso rudimentario, que un primate con corteza cerebral avanzada); una estimación del dolor que se provocará al animal; la duración de éste (una inyección duele mucho, pero dura poco); la duración total del experimento en relación con la vida del animal (unos meses son mucho para un organismo que vive pocos años); el número de animales usados (no es igual causar sufrimiento a un animal que a cientos); la calidad de los cuidados que se ofrecerán a los animales, y si se trata de especies en peligro de extinción.

Hay quien piensa que el hombre es el rey de la creación, y tiene derecho de disponer de los animales a su gusto. Hay quien cree que los temas éticos no pueden matizarse, pues son absolutos. Propuestas racionales como la de Porter muestran que a veces los argumentos científicos permiten avanzar en discusiones donde los dogmatismos sólo sirven como obstáculo.

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miércoles, 2 de mayo de 2007

Almas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 2 de mayo de 2007


Al menos fue sincero Norberto Rivera cuando invitó a desobedecer la ley que despenaliza el aborto. No apeló a una inexistente “ley natural”; dijo abiertamente que “el ser humano pertenece a Dios desde el inicio de su existencia (...) y por ello su vida siempre es sagrada e inviolable”. Admite que su argumento es religioso. No vale pues para quien no crea en su dios, ni en un Estado laico.

Pero no fue coherente, pues añadió que su “verdad” es “confirmada por las evidencias que proporciona la observación honesta y no manipulada ideológicamente del desarrollo embrional”. ¿Pensará que la ciencia confirma que los seres humanos “pertenecemos” a su dios?

Por su parte, la Arquidiócesis de México, mientras vociferaba sobre “comer la carne inmolada de los ídolos” (!), hizo el ridículo al advertir a Marcelo Ebrard del grave peligro que corría su alma por su excomunión… sólo para ser desmentida por el Vaticano.

Por siglos, sólo la religión tenía autoridad para hablar sobre el alma (y usarla como amenaza). Pero la ciencia avanza que es una barbaridad, y hoy, con nuevas herramientas, aborda fructíferamente ese fenómeno, que también llamamos “yo”, “conciencia” o “mente”.

Lo que nos da un sentido de existencia propia, lo que permite a Descartes —y a todo ser autoconsciente— decir “pienso, luego existo”, actualmente se estudia no como esencia inmaterial, espíritu, sino como complejísimo fenómeno natural que emerge del funcionamiento del cerebro.

El paso de la neurología y la psicología a los modernos estudios sobre la conciencia ha permitido generar teorías que explican cada vez con más detalle las funciones características del “alma”. El filósofo Daniel Dennett, por ejemplo, en La conciencia explicada (Paidós, 1995) presentó un modelo esencialmente completo —aunque no necesariamente correcto— de cómo el cerebro genera, mediante complejos procesos recursivos en varios niveles, el yo. Douglas Hofstadter, quien presentó la idea original en su clásico Gödel, Escher, Bach (Tusquets, 1989) hoy retoma la idea en su nuevo libro, I am a strange loop (Soy un bucle extraño, Basic Books, 2007).

Y el filósofo André Compte-Sponville, en El alma del ateísmo (Paidós, 2006) defiende el derecho de quienes no creemos en espíritus a tener alma y espiritualidad. Parece, pues que el reinado de la religión sobre las almas está condenado a terminar pronto. ¡Enhorabuena!

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miércoles, 25 de abril de 2007

Las razones del laicismo

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 25 de abril de 2007

Uno de los requisitos esenciales para hacer ciencia es adoptar lo que el biólogo Jacques Monod llamó “principio de objetividad”: la necesaria suposición de que detrás de los fenómenos de la naturaleza no hay ningún proyecto o plan. Las cosas no ocurren porque alguien así lo haya planeado; no ocurren “para” algo.

Otros pensadores han ampliado el requisito a lo que se conoce como “visión naturalista”: la ciencia tiene que dar por hecho que no existen entidades o fenómenos que estén fuera del mundo natural (sobrenaturales). Esto incluye, por supuesto, la intervención de dioses, ángeles o espíritus de cualquier tipo.

La ciencia es, entonces, “laica” en este sentido. Y lo es por necesidad: para hacer ciencia, para descubrir las regularidades de la naturaleza y poder explicar y predecir los fenómenos que en ella ocurren, tiene que asumirse que tales regularidades existen. Si se cree que las cosas ocurren con sólo desearlas, o que en cualquier momento puede presentarse un milagro o la intervención de un ser mágico, sería imposible hacer experimentos confiables para obtener datos con los cuales confirmar o refutar las teorías científicas. (Por supuesto, la ciencia no busca probar que no exista Dios; sólo hace como si no existiera. No tiene problema con creer en un dios abstracto, siempre y cuando no intervenga en el mundo.)

Y lo cierto es que, hasta ahora, el método científico ha funcionado excelentemente: ningún otro puede competir con él para generar conocimiento sobre la naturaleza.

Las razones por las que las modernas sociedades democráticas son laicas está relacionada con este laicismo naturalista de la ciencia. Los revolucionarios franceses, los padres de la patria estadunidense y los constitucionalistas mexicanos de 1857 reconocieron que, para que un Estado democrático fuera justo, las decisiones que tomara para regir a sus ciudadanos tendrían que estar basadas en el conocimiento más confiable que estuviera disponible.

Es por ello que todavía en la Constitución actual se ordena, por ejemplo, que la educación pública se mantenga “por completo ajena a cualquier doctrina religiosa” y esté basada “en los resultados del progreso científico”.

Ante la polémica por temas como el aborto y la eutanasia, conviene recordar que, más allá de la fe personal, hay buenas razones para que las decisiones de gobierno se tomen independientemente de creencias religiosas.

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miércoles, 18 de abril de 2007

Señora: ¡no aborte!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 18 de abril de 2007

Cuando ese badulaque llamado Serrano Limón se presentó en la Asamblea Legislativa del DF, donde recibió una merecida lluvia de tangas, intentaba demostrar que un embrión de siete semanas tiene ya vida.

Empeño inútil y bobo: ¡claro que un embrión está vivo! Igual que el espermatozoide y el óvulo de los que proviene. Quienes se sienten inquietos por la iniciativa de despenalización del aborto que se discute en la Asamblea se preocupan por otro asunto: ¿en qué momento se puede decir que un embrión se ha convertido en un ser humano?

La discusión se ha polarizado debido a lo radical de la postura religiosa: que “El embrión humano es persona desde la fecundación”, como afirma un desplegado reciente. Se toma la existencia humana como un valor absoluto, de todo o nada. En esta visión de blanco o negro, un embrión en desarrollo —o un óvulo fecundado— son tan completamente humanos como un bebé recién nacido.

Pero tal argumento no se sostiene. Evidentemente, un óvulo fecundado —y las etapas inmediatamente posteriores, en que esta célula se va dividiendo para convertirse en mórula, blástula y gástrula— no puede presentar las funciones que caracterizan a un ser humano (pensamiento, conciencia, o al menos capacidad de sentir dolor). No puede, porque las estructuras anatómicas necesarias para ello no están siquiera presentes. Sin tales funciones, hablar de ser humano no tiene sentido.

Las diferencias en “grado de humanidad” entre un óvulo fecundado, que es sólo una célula sin sensibilidad ni nada que pueda caracterizarse como “naturaleza humana” (más allá de sus genes… ¡y suponemos que no se trata de reducir la naturaleza humana a los genes!) y un bebé plenamente humano son indiscutibles. Muestran que debe existir algún punto intermedio en el embarazo —por arbitrario que sea— antes del cual interrumpirlo no tiene por qué ser un problema ético.

Muchas mujeres no estarán de acuerdo, quizá debido a sus creencias religiosas. A ellas les recomendaría, con toda sinceridad, ¡señora, no aborte! Pero no se preocupe por una ley que simplemente permitirá que otras mujeres que decidan hacerlo —y lo están haciendo, no por gusto sino muchas veces por necesidad imperiosa— no tengan que poner en riesgo sus vidas. Nadie está a favor del aborto, pero cerrar los ojos a una realidad urgente en aras de un ideal nebuloso sería imperdonablemente injusto.

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miércoles, 11 de abril de 2007

Charlatanes por diversión

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 11 de abril de 2007

Soy libra con ascendente escorpión. Eso, según los astrólogos, me convierte en alguien muy interesante. Buen dato para iniciar una conversación, pero no creo una palabra: estoy seguro de que mi encantadora personalidad no es consecuencia de influencias astrales.

Sí, ya lo sé: la astrología tiene una larga historia que se remonta al menos hasta los sumerios (¿o eran los asirios?); de ella nació la astronomía, y miles de personas en el mundo –de todo hay en la viña de Darwin– creen que los astros controlan sus vidas.

La verdad es que tal creencia carece de todo fundamento. Es imposible que un objeto a miles de años luz influya en lo que sucede en la Tierra: es mayor la atracción gravitacional de un coche estacionado junto a nosotros, por ejemplo, que la de cualquier astro cercano. Las estrellas que forman las “constelaciones” de la bóveda celeste en realidad no están en un mismo plano, sino muy distantes entre sí: vistas desde otro ángulo no tienen ninguna relación.

Dos gemelos nacidos con instantes de diferencia pueden tener vidas radicalmente distintas. Por ejemplo, uno puede morir de niño y el otro no. Existen cantidad de estudios rigurosos que una y otra vez revelan que, si las estrellas influyen en nuestras vidas, es sólo a través de las decisiones que tomamos basados en tal creencia.

La astrología llega a ser peligrosa: se dice que Ronald Reagan solía consultar a un asesor astrológico antes de tomar decisiones de Estado. También es triste: cientos de incautos con problemas serios recurren, desesperados, a estafadores que se hacen pasar por videntes, psíquicos y adivinos, y que constantemente se anuncian en radio, televisión y prensa.

Estos vivales deberían ser acusados de fraude: venden un producto falso. Pero comprobarlo sería difícil. Por eso es ingeniosa la solución adoptada por la Procuraduría Federal del Consumidor, al decretar que los “servicios de adivinación, psíquicos y horóscopos” están obligados, desde el 1 de abril, a modificar su publicidad y “señalar que se trata de un servicio de entretenimiento, (y) que la interpretación y uso del servicio es responsabilidad exclusiva del consumidor”.

Ya lo sabe: si usa uno de estos abusivos servicios, recuerde que es sólo por diversión. A $60 pesos por mensaje de texto o $52 por minuto de llamada, le saldría mucho más barato ir al cine. O contratar un payaso.

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miércoles, 4 de abril de 2007

Ley natural

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 4 de abril de 2007

Continúa el debate sobre la aprobación de la causal de “daño al proyecto de vida” para excluir a mujeres embarazadas de responsabilidad penal por abortos realizados en las primeras 12 semanas de la gestación.

La iniciativa, necesaria y justa, reconoce el derecho de las mujeres a decidir no sobre su cuerpo -el embrión es un organismo individual, distinto a la madre-, sino sobre si desean o no tener un hijo en un momento determinado, y a recibir apoyo de las instituciones de salud al que tienen derecho.

Sin embargo, la oposición de la derecha religiosa continúa y se radicaliza. Uno de los argumentos que se esgrimen es el de la “ley natural”. El papa declaró en febrero, al inaugurar en Roma el Congreso Internacional sobre Derecho Natural, que “La ley natural expresa esas normas inderogables y obligatorias, que no dependen de la voluntad del legislador y tampoco del consenso que los Estados pueden darles, pues son normas anteriores a cualquier ley humana y, como tales, no admiten intervenciones de nadie para derogarlas”. Se trata, según la jerarquía católica, de principios no negociables que van incluso por encima de las leyes nacionales.

Es curioso ver a una iglesia que critica la “soberbia” de la ciencia en temas como la clonación o la investigación con células madre mostrar tal arrogancia. Pues incluso las leyes de la física, que a diferencia de las humanas, no pueden ser violadas -nadie puede “decidir” no obedecer la ley de la gravedad, o la de la conservación de la masa y la energía-, en realidad son relativas. Dependen del contexto.

En nuestro universo, rigen leyes físicas que podrían haber sido distintas si las condiciones del big bang hubieran sido otras. Las leyes de la química o la biología, en cambio, son menos universales: admiten excepciones. Esto se debe a que su dependencia del contexto es mayor. Un mismo fármaco tendrá efectos distintos dependiendo de las particularidades del organismo que lo reciba, por ejemplo.

El papa y su iglesia dirán, claro, que tales leyes -físicas, biológicas, etc.- fueron instauradas por su Dios. Al menos sería bueno que fueran honestos y, mientras insisten en imponer sus creencias, aceptaran que lo que defienden es, en todo caso, una supuesta ley sobrenatural.

¡Mira!

Con esta entrega, que coincide con la semana santa, esta nada piadosa columna celebra sus primeras 200 colaboraciones, hecho que agradece a sus lectores.

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miércoles, 28 de marzo de 2007

El tesoro metagenómico

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 28 de marzo de 2007

J. Craig Venter es un científico loco, pero también genial.

Primero decidió ganarle al Proyecto Genoma Humano la carrera para descifrar nuestra información genética. Fundó la compañía Celera y anunció que usaría la técnica conocida como shotgun (escopetazo): en vez de aislar ordenadamente los cromosomas humanos, fragmentarlos y “secuenciarlos” (leerlos), prefirió tomar todo el genoma, partirlo al azar, leer cada pedacito y luego, con poderosos métodos bio-computacionales, ordenar el rompecabezas para recrear el texto genómico completo. Parecía imposible, pero lo logró, aunque oficialmente se declaró un empate.

Para su nueva aventura, Venter compró el velero Sorcerer II, lo equipó y se lanzó, durante 2003 y 2004, a recorrer miles de kilómetros desde Canadá, pasando por Florida, Yucatán, el Caribe y el canal de Panamá, hasta las islas del Pacífico sur. Cada 200 millas, recolectaban agua de mar y la pasaban por filtros sucesivamente más pequeños, hasta aislar bacterias y virus.

Luego… ¡adivinó!: los molían, purificaban el ADN revuelto de cualquier cosa que hubiera ahí, lo secuenciaban y luego reconstruían los genomas, usando la avanzada tecnología del nuevo Instituto Venter. Esta nueva manera de estudiar la biodiversidad, aislando y secuenciando genomas de un grupo mixto de organismos, se llama metagenómica. Permite estudiar no sólo organismos conocidos, sino los que no conocemos. Se puede así estudiar la biodiversidad completa de un ecosistema dado.

El equipo de Venter –en el que colaboran microbiólogos mexicanos, encabezados por Valeria Souza, del Instituto de Ecología de la UNAM– analiza, entre otras cosas, los genes que controlan el metabolismo de las bacterias marinas, para comprender mejor los ciclos del carbono y el nitrógeno en el océano, que influyen de manera determinante en la composición y la dinámica atmosférica.

Venter ha sido acusado de querer hacer biopiratería con la expedición del Sorcerer, pero ha obtenido todos los permisos necesarios en cada país, y ha puesto a disposición de la comunidad científica mundial toda la información obtenida.

Quizá algún día el conocimiento obtenido en esta expedición nos ayude a combatir el cambio climático que hoy nos amenaza: recordemos que la atmósfera actual es en gran parte producto del metabolismo de las bacterias, el grupo de seres vivos más antiguo y numeroso del planeta.

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miércoles, 21 de marzo de 2007

Aborto: la esencia del debate

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 21 de marzo de 2007

La discusión sobre la legalización del aborto ya está aquí. Pero algunos de sus puntos centrales a veces quedan sepultados ante una avalancha de datos, opiniones y frases incendiarias (Carlos Abascal hablando de una “ley de sangre”).

Y la esencia del debate es, precisamente, la idea de que existe una “esencia” de lo humano: que la cuestión de si un óvulo fecundado o un embrión de pocos días es o no una persona es algo tajante, que sólo admite como respuesta “sí” o “no”.

El papa Ratzinger lo ha expresado admirablemente, al declarar que la llamada “defensa de la vida” no es negociable. Y al descalificar, al mismo tiempo, lo que él llama el “relativismo moral” como un peligro para la humanidad.

Pero si algo nos ha enseñado la ciencia –y la filosofía, pues en este caso han caminado paralelamente– es precisamente que, al menos en el mundo natural, las esencias no existen.

Un veneno, por ejemplo, no es intrínsecamente venenoso, a menos que se especifique la dosis. A ciertas dosis, indiscutiblemente causará la muerte. Pero en dosis bajas será inofensivo (el famoso botox es ilustrativo: se trata de la toxina botulínica, el más potente veneno conocido, pero una cantidad suficientemente pequeña sólo paralizará los músculos faciales, eliminando las arrugas). Entonces, ¿es veneno o no es veneno? Depende. De la dosis, en este caso. Este “depende” es el famoso relativismo al que tanto teme el Vaticano.

Incluso un elemento químico, cuya naturaleza parece esencial e indiscutible (el oro es oro aquí y en China), pierde esta cualidad si lo analizamos a nivel subatómico: los electrones, neutrones y protones que conforman un átomo de oro no son electrones “de oro”, sino comunes y corrientes, indistinguibles de los de cualquier otro elemento.

Así que, ¿un embrión es un ser humano, o no? ¿Abortar es terminar una vida humana? Depende de qué estemos hablando, en qué contexto y con qué fines.

Antes de preferir la defensa intransigente de un principio abstracto de “esencia humana” a los derechos y el bienestar de una mujer embarazada que, por las razones que ella tenga, decide terminar con un embarazo temprano, habría al menos que abrir una discusión amplia, informada y que no admita falsas esencias sin sustento científico ni principios “no negociables”. Finalmente, de eso se trata la democracia, ¿no?

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miércoles, 14 de marzo de 2007

¿Ciencia o religión?

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 14 de marzo de 2007

Parecería brusco o exagerado plantear la disyuntiva que encabeza esta columna, si no fuera porque la vida política nos la pone enfrente.

Basta ver los diarios: el lunes pasado, MILENIO Diario anunciaba: “El viernes, la primera unión gay en la Ciudad de México”. El titular de la página opuesta (física y simbólicamente) era “Católicos del DF, contra el aborto”. Lo notable es que en estos días se discuten en la capital –y en todo el país– temas en los que el punto de vista liberal –fundamentado en los principios democráticos, los derechos humanos y el conocimiento científico– y la visión de la Iglesia católica se oponen frontalmente.

La lucha por dar derechos iguales a las minorías sexuales –no hay justificación para tener ciudadanos de segunda– ha sido caracterizada por la Iglesia, incomprensiblemente, como parte de la “cultura de la muerte”. Este tramposo concepto propagandístico, diseñado por el Vaticano para hacer creer que quienes se oponen a su doctrina luchan “contra la vida”, forma también el núcleo del discurso que se opone a la despenalización (ojo: no la promoción) del aborto y de la eutanasia, dos de las metas planteadas por el PRD y el PRI para el DF.

El discurso eclesiástico –respaldado por el PAN– insiste en que la vida (humana) debe defenderse “desde la concepción hasta la muerte natural”. Pero la discusión no es si un feto está vivo; es si se trata de una vida humana.

La ciencia indica que durante las primeras semanas de gestación, y al menos hasta la aparición de un sistema nervioso funcional, no hay por qué considerar que un feto es un ser humano: no tiene conciencia ni sentido de individualidad. Pero, aunque no lo digan, detrás de la concepción católica está la idea de que la vida humana incluye un alma inmaterial, presente desde la fecundación.

Así que en este tema, y en de la eutanasia, a discutir próximamente, la disyuntiva es ineludible. ¿Qué es preferible, ciencia o religión?

Mi respuesta personal es que depende para qué. Si es para tomar decisiones que afectarán de modo determinante el bienestar personal y comunitario, no hay duda de que la ciencia ofrece conocimiento confiable, a diferencia del dogma religioso. En última instancia, se trata de decidir entre una sociedad que trata a sus ciudadanos como adultos capaces de tomar sus propias decisiones, o una dominada por el paternalismo impositivo de la Iglesia.

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miércoles, 7 de marzo de 2007

¡Cómo ves!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 7 de marzo de 2007


Los signos de admiración del título de esta colaboración sustituyen a los de interrogación en el nombre de la revista de divulgación científica ¿Cómo ves? (www.comoves.unam.mx/), que hoy celebra su número 100. Y expresan el gusto por este logro.

¿Cómo ves? es un proyecto de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM, surgido en diciembre de 1998 para llevar la cultura científica al público juvenil. Ha aparecido puntualmente durante 100 meses, y ha logrado con creces sus objetivos. Hoy es indiscutiblemente la publicación universitaria más exitosa del país, con un tiraje mensual de 20 mil ejemplares y más de mil 200 suscriptores. A lo largo de sus más de ocho años de existencia, ¿Cómo ves? se ha convertido no sólo en una lectura amena y disfrutable para muchos jóvenes (y adultos) en el país, sino también en un útil recurso didáctico que emplean profesores en muchas escuelas, para beneficio de sus alumnos.

Los temas que ha abarcado con claridad, actualidad y rigor incluyen todas las áreas del conocimiento científico, y sigue sorprendiendo. Este columnista ha contribuido con sus reflexiones en la sección “Ojo de mosca” durante este tiempo, por lo que festeja también 100 colaboraciones.

Para celebrar, hoy 7 de marzo, a las 17:30 horas, se develará una placa y habrá un coctel en el Museo de Ciencias Universum (zona cultural, Ciudad Universitaria, DF). Está usted invitado a celebrar con nosotros. Y por supuesto, si no la conoce, ¡busque ¿Cómo ves? en su puesto de periódicos o en locales cerrados donde vendan revistas! Seguro que la disfrutará.

¡Mira!

Según comentó Álvaro Cueva el pasado 2 de marzo, el programa “Sida: derecho de réplica”, presentado en el mismo espacio televisivo (Reporte 13) donde se presentaron las peligrosas ideas de los negacionistas del sida, resultó un fracaso. Grave que los científicos que acudieron no hayan sido asesorados por expertos en medios y comunicación. Y grave que Ricardo Rocha, titular del programa, no entienda que la ciencia es distinta de otras fuentes noticiosas: el periodismo científico requiere de expertos. De otro modo se llega a otorgar credibilidad a charlatanes peligrosos. Todos salimos perdiendo con esto. Reiteremos: el sida es causado por un virus, pero el condón evita el contagio. Para quien ya está infectado, las terapias antirretrovirales modernas son la única opción que ofrece un nivel de vida digno.

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miércoles, 28 de febrero de 2007

¿ Vacas o bacterias?

Martín Bonfil Olivera
28 de febrero de 2007

La nota publicada en MILENIO Diario la semana pasada, sobre el peligro que corre la riqueza biológica (especialmente la Microbiológica) en el Valle de Cuatro Ciénegas, en el desierto de Coahuila, es ejemplo de un tipo de conflictos por desgracia cada vez más comunes: los que confrontan intereses económicos y conservación ambiental.

En Cuatro Ciénegas, aparte de una riqueza de más de 70 especies endémicas (exclusivas del lugar), lo que está amenazado son las formaciones biogeológicas conocidas como estromatolitos: estructuras formadas por capas sucesivas de bacterias y depósitos minerales, que se hallan en las pozas de Cuatro Ciénegas desde hace unos 200 millones de años.

Su importancia radica en que son reliquias vivas del pasado de la vida, y pueden proporcionar importantes pistas para entender no sólo su origen, sino su futuro. El estudio de la riqueza de bacterias como éstas nos puede ayudar a entender mejor su papel en la regulación de los gases atmosféricos, entre ellos los gases de invernadero.

Cuatro Ciénegas está amenazado por la excesiva extracción de agua para sembrar alfalfa en parajes cercanos, promovida por compañías lecheras. Afortunadamente, al parecer se acaba de aprobar una veda a la extracción y el retiro de las compañías... ¡bien por los defensores de la riqueza biológica!

Por cierto, la ganadería también afecta el ambiente mediante la liberación de gases de invernadero: se calcula que una vaca libera diariamente 50 litros de metano.

¡Mira!

Dice ayer Carlos Mota en su columna que “Greenpeace atenta contra México” al oponerse a la siembra de vegetales transgénicos (todos los vegetales de cultivo han sido “mejorados genéticamente”, mediante técnicas tradicionales).

Quizá tenga razón, pero las cosas no son blancas o negras. Sin defender las posiciones exageradas o mentirosas que maneja Greenpeace, lo cierto es que la siembra de maíz transgénico en nuestro país es un asunto complejo, con varios riesgos. Algunos a la salud, pues no se ha comprobado su inocuidad; pero otros, gravísimos, a la biodiversidad. Es un hecho que las secuencias transgénicas contaminan los maíces criollos, únicos de nuestro país. Igual que en Cuatro Ciénegas, los intereses económicos —y alimentarios— no deben ser el único criterio para tomar decisiones que afectan al ambiente, a nuestra riqueza biológica y a futuras generaciones.

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miércoles, 21 de febrero de 2007

De nervios y feromonas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 21 de febrero de 2007


Mucho se habla –más este mes– de la química del amor , y en especial de las feromonas: mensajeros químicos que los organismos secretan para, entre otras cosas, atraer parejas sexuales.

Se detectaron primero en insectos, en 1956, pero luego se probó su existencia en mamíferos, en los que modulan la maduración y el comportamiento sexual, el celo e incluso el embarazo (las feromonas de un ratón macho pueden causar que una hembra embarazada por otro macho aborte).

Las feromonas no ejercen sus efectos a través del olfato, sino mediante el llamado órgano vomeronasal , presente en la nariz, que se conecta a zonas del cerebro que controlan el comportamiento sexual, sin pasar por el bulbo olfatorio.

Se ha debatido mucho si existen feromonas humanas (incluso, hay quien vende “lociones de feromonas” que por supuesto son un embuste). Algunos fenómenos, como la sincronización de los ciclos menstruales de mujeres que habitan juntas, parecen responder ellas. Y un famoso estudio halló que, olfateando camisetas sudadas (¡en serio!), las mujeres preferían a ciertos varones: aquellos cuyos genes MHC (relacionados con la inmunidad) fueran más distintos a los propios. La lógica evolutiva de esto es que los hijos de padres con genes MHC distintos tendrán mejores sistemas inmunitarios.

Pero hasta hace poco no había evidencia de que el órgano vomeronasal humano, que parece estar atrofiado, pudiera funcionar. Por eso es interesante enterarse, en la revista Scientific American Mind de febrero, que se ha descubierto que un pequeño y frecuentemente ignorado nervio craneal realmente lo conecta con las áreas cerebrales que controlan la reproducción.

En resumen, quizá sí existe la famosa “química” que produce atracciones (ya no tan) inexplicables entre personas. Pero mientras no se confirme, tendremos que seguir dependiendo de los métodos tradicionales para ligar.

¡Mira!

1) La excelente revista de difusión Ciencias, de la Facultad de Ciencias de la UNAM, celebrará 25 años el sábado 3 de marzo a las 14 horas en la Feria del Libro de Minería (salón 3). Conviene, además de leerla, asistir al festejo,

2) Mientras el rector de la UNAM pide “poner la educación en el centro de las políticas nacionales”, Calderón aumenta 46% el salario de militares el Día del Ejército. ¿Hará lo mismo con los docentes cuando llegue el Día del Maestro? Cuestión de prioridades…

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miércoles, 14 de febrero de 2007

Sida: control de daños

Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 14 de febrero de 2007

Es de humanos errar, y de sabios corregir. El lunes 12 de febrero la Secretaría de Salud convocó a una necesaria conferencia de prensa para tomar una postura firme: rechazar y desautorizar la desinformación sobre el sida circulada recientemente en nuestro país (comentada aquí el 10 de enero). Asistieron al evento diversos especialistas y autoridades relacionados con la investigación sobre el sida, con su combate y prevención.

Como se recordará, la situación saltó a la atención pública debido a los irresponsables programas televisivos en que Ricardo Rocha propagaba las teorías “negacionistas” del investigador Peter Duesberg, que plantean que el sida no es causado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), sino por drogas, desnutrición o incluso por los medicamentos antirretrovirales que se administran a quienes están infectados por el virus.

Rocha dio también crédito a ideas aún más descabelladas, como que el VIH no existe –con argumentos tan pueriles como que “nadie lo ha visto”– o que el sida se puede curar, como afirman el seudoinvestigador colombiano radicado en Estados Unidos Roberto Giraldo y grupos como “Monarcas” (Movimiento Nacional por el Replanteamiento Científico del Sida, AC).

Estas ideas erróneas, como comentó en la conferencia de prensa Mauricio Hernández Ávila, subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud de la SSa, fueron ya discutidas, refutadas y rechazadas terminantemente por la comunidad mundial de expertos en sida hace años, con base en pruebas más que concluyentes. Además, son muy peligrosas: fomentan que la población deje de confiar en el condón como medida preventiva, y que quienes están infectados abandonen los tratamientos que les ofrecen la oportunidad de un nivel de vida aceptable conviviendo con el virus (lo cual ya ha sucedido). Se daña así la estrategia nacional de prevención del sida.

En la conferencia se mencionó que se está considerando ejercer acciones legales en contra de quienes desinforman al público poniendo en riesgo su salud: la asociación Monarcas, el investigador Roberto Stock, del Instituto de Biotecnología de la UNAM, que apareció a título personal en el programa de TV, y quizá el mismo Rocha.

El tema es complicado, pues entra en juego la libertad de prensa. Pero cuando se vulnera el bien social poniendo en riesgo la salud de los ciudadanos, esta libertad encuentra sus límites.


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miércoles, 7 de febrero de 2007

Liberalismo y ciencia

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 7 de febrero de 2007

El sesquicentenario de la Constitución de 1857 (y 90 aniversario de la de 1917) nos recuerda que una de las características definitorias de nuestro sistema político, producto del pensamiento liberal plasmado en nuestra carta magna, es su laicidad.

En tema es pertinente ante la embestida conservadora, cobijada por un gobierno de derecha, que se ha enfocado tres áreas fundamentales para la sociedad: educación, salud y política.

El conservadurismo católico busca tener influencia en la educación pública, que según nuestra ley suprema “se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”. Busca que su ideología pase a formar parte del currículum escolar.

Y no es que se trate de prohibir las creencias religiosas, ni mucho menos. Es sólo que si se las usa como base para tomar decisiones que afectan a toda la sociedad, resultan simplemente peligrosas. Por algo la Constitución añade que “El criterio que orientará a esa educación se basará en los resultados del progreso científico”. Si algo caracteriza al conocimiento científico es que es confiable; funciona. Por más que el Papa insista en pedir noviazgos sin sexo, la realidad es que el número de embarazos no deseados sólo disminuye si los jóvenes tienen buena educación sexual y acceso a anticonceptivos.

El avance conservador puede ya verse en los intentos de las autoridades de salud para dar marcha atrás a las políticas de lucha contra el sida. Recortes en la atención a infectados, modificación de las campañas de prevención, y un discurso homofóbico que atribuye el contagio a la orientación sexual, y no a la prácticas sin protección. Para colmo, se habla ya no de “salud sexual”, sino de “salud reproductiva”… lo que deja fuera a todo aquel que tenga relaciones sexuales sin buscar hijos, incluyendo, “casualmente”, a toda la población homosexual.

Como bien señala el especialista Roberto Blancarte ayer en su espacio en este diario, “los conservadores(…) no se resignan a la idea de un Estado laico y liberal, guardián, a nombre de la soberanía popular, de las libertades de todos los ciudadanos, independientemente de sus creencias”. Por ello buscan aumentar la injerencia clerical en las decisiones políticas. El debate sobre el laicismo del Estado mexicano, incluyendo sus políticas educativas y de salud, ya se dio, hace 150 años: ojalá no sea necesario repetirlo para defender el bienestar común.


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miércoles, 31 de enero de 2007

Científicos: ateos vs. creyentes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de enero de 2007

A pesar de los discursos políticamente correctos (“dar al César lo que es del César”, etcétera), entre ciencia y religión siempre ha habido pugna.

La ciencia busca conocimiento confiable sobre el mundo; comprobable, que se acepte no por la autoridad de quien lo dice, sino por lo convincente de la evidencia y los argumentos racionales presentados. En ciencia, es fundamental entender cómo se sabe lo que se sabe.

La religión, en cambio, se basa fundamentalmente en la fe. Sobre todo las religiones teístas (que creen en un dios personal, creador y controlador del mundo), que cuentan con revelaciones divinas en forma de libros, profetas y demás líneas de comunicación con el mandamás universal. Cualquier discusión se zanja, finalmente, recurriendo a la “palabra de dios”, en la que hay que creer por fe, sin que tenga caso cuestionar cómo se sabe lo que se sabe.

Por eso, aunque abundan los esfuerzos conciliadores (como los del papa Ratzinger, quien declara que “ciencia y religión no se contraponen” o que “la fe y la razón son amigas”, o los del fallecido biólogo Stephen Jay Gould, quien proponía que se trataba de “ministerios separados”: mientras no invadieran sus respectivos terrenos, no habría problema), basta abordar temas donde la naturaleza humana entre en cuestión -anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, células madre, derechos de homosexuales- para que la guerra se desate.

Por eso, sorprende la entrevista publicada en el número actual de la revista National Geographic con Francis Collins, ex director del Proyecto Genoma Humano y unos de los científicos más influyentes del mundo, donde se declara cristiano convencido y argumenta que detrás del mundo natural existe un proyecto divino. Su nuevo libro El idioma de Dios (The lenguaje of God) busca convencer de que, además de la ciencia, la religión cristiana es necesaria para el bienestar humano.

En efecto: hay muchos científicos creyentes. Pero también hay muchos que son ateos, como el famoso biólogo Richard Dawkins, quien en su reciente obra La ficción de Dios (The God delusion) no sólo se lanza contra las religiones teístas, sino condena la enseñanza religiosa como “abuso infantil” e invita a los ateos a “salir del clóset”.

Seguramente más de un lector querrá echarle un buen ojo a ambos libros, cuando aparezcan en español… aunque algunos de nosotros ya sabemos qué partido tomamos.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Empresarios obtusos

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 24 de enero de 2007

¡Cómo difieren las formas de ver el mundo! Mientras la UNAM invierte 3 millones de dólares en la nueva supercomputadora KanBalam, capaz de realizar billones de operaciones por segundo, los empresarios mexicanos afiliados a la Canacintra reclaman con cinismo al nuevo director de Conacyt mayores estímulos para “desarrollo tecnológico” —que muchas veces es sólo simulación— al tiempo que advierten que “el papel de la industria no es generar tecnología, sino apropiarse de ella o adquirirla, pues a fin de cuentas su papel es producir, generar riqueza y empleos” (El Financiero, 17 de enero, p. 25).

Del lado académico, una concepción de la realidad basada en la racionalidad para generar conocimiento confiable. Porque el método científico no depende sólo de observaciones, mediciones y experimentos: hoy las supercomputadoras —como las que desde hace años se ha preocupado por poseer la Universidad Nacional— son herramientas fundamentales para la investigación científica.

Uno de sus principales usos es realizar simulaciones numéricas de procesos imposibles de observar. El clima, la evolución, el desarrollo de un ecosistema; procesos cósmicos como el big bang, la formación de un agujero negro o la evolución de una galaxia; los eventos submicroscópicos de una reacción química o el núcleo de un átomo podrán ser estudiados a través de simulaciones, y la información obtenida podrá luego ser contrastada con experimentos. Y, no lo olvidemos, la UNAM es de todos los mexicanos: KanBalam no sólo servirá a sus investigadores, sino a institutos y universidades de todo el país, así como a la iniciativa privada.

En el lado industrial, en cambio, hallamos una concepción basada en creencias no comprobables, como ese intocable mito neoliberal del papel generador de riqueza y empleos de los empresarios. Para ser cierto, en todo caso, tendría que estar apoyado en el desarrollo activo de nuevas tecnologías y procesos —la llamada “investigación aplicada”— e incluso de nuevos conocimientos “básicos” (y si no, pregúntenle a IBM, Monsanto, Microsoft…).

En vez de eso, los industriales mexicanos —a diferencia de los científicos mexicanos, que publican en las mismas revistas y con la misma calidad que sus colegas de primer mundo; ¿cuántos industriales pueden presumir de lo mismo?— prefieren depender de la industria extranjera. Y además cosechar dinero del Conacyt. Vaya cinismo.

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miércoles, 17 de enero de 2007

Más educación y más condón

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 17 de enero de 2007

Más que preocupantes, son deprimentes y peligrosas las declaraciones del secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos (Excélsior, 11 de enero). Se lanza en contra de las campañas de prevención del sida por medio del condón. Revela un programa basado en los principios del conservadurismo católico. Y ostenta una preocupante homofobia. Perjudica así los intereses de la salud del pueblo mexicano, que debiera estar basada en principios científicos.

Proponer “más educación” es excelente. Lo malo es contraponerla, tramposamente, al uso de condón. Más allá de juicios religiosos o morales, es asunto de salud pública. La abstinencia y la fidelidad pueden prevenir contagios, si son rigurosas. La realidad es que la inmensa mayoría de los adolescentes están teniendo relaciones sexuales a edades cada vez más tempranas, les guste o no a sus padres.

Lo deseable, entonces, es educarlos para que puedan protegerse adecuadamente de infecciones y de embarazos no deseados: enseñarles el uso correcto del condón. Cualquier otra actitud es irresponsable y un riesgo a su salud.

Es también tramposo argumentar, como hace el secretario, que son los padres de familia quienes deben asumir la responsabilidad por la forma en que sus hijos ejerzan su sexualidad. La Constitución establece que es el Estado quien tiene la responsabilidad de impartir una educación pública laica y basada en los principios científicos. Esto incluye la educación sexual necesaria para garantizar el bienestar de los ciudadanos.

La campaña por arrebatar al Estado la responsabilidad de la educación pública y otorgarla a los padres de familia es un punto principal de la agenda de la derecha católica, con raíces cristeras y sinarquistas y representada hoy por el ultracatólico Yunque, tan influyente en el gabinete calderonista.

Finalmente, Córdova exhibe una lamentable ignorancia al opinar que las campañas en contra de la discriminación homofóbica “parecían hacer promoción de prácticas de mayor riesgo”. Como si el ser homosexual (y no el sexo sin condón) fuera el factor de riesgo de contagio del sida. Y como si las campañas mediáticas pudieran fomentar la homosexualidad (no “el homosexualismo”).

La salud de los mexicanos en manos de la derecha católica: eso sí es un peligro para (la salud de) México. Lo más adecuado sería la pronta renuncia de este inadecuado secretario de Salud.

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miércoles, 10 de enero de 2007

Sida, ignorancia e irresponsabilidad

Martín Bonfil Olivera
Publicado en
Milenio Diario, 10 de enero de 2007


Se me adelantó Luis González de Alba cuando el lunes se indignó ante la reciente y peligrosa campaña de desinformación sobre el sida.

El asunto salió a flote cuando el periodista Ricardo Rocha presentó en su programa Reporte 13 varios reportajes sobre los “disidentes” o “escépticos” del sida.

Aunque usted no lo crea, son científicos más o menos serios (y varios charlatanes, como los de la asociación “Vivo y sano”) que creen que el sida no es causado por un virus, el VIH, sino por drogas, medicamentos o desnutrición. No son expertos en sida, pero tienen datos y argumentos para defender su postura. Sólo que existen muchas, muchísimas más pruebas a favor de la teoría contraria.

Esto no tendría nada de raro si fuera un debate científico cualquiera (digamos, sobre la existencia de vida en Marte). Pero el sida es diferente: es un gravísimo asunto de salud pública. El gasto social para enfrentar el creciente número de infectados es enorme. La prevención de nuevas infecciones —principalmente mediante el adecuado uso del condón— es literalmente asunto de seguridad nacional.

Ante esto, y más allá de la libertad de prensa, difundir las erróneas teorías de los disidentes del sida es verdaderamente criminal.

Sólo piense: según los disidentes, el VIH no causa el sida (otros, más delirantes, afirman que el virus ¡no existe!). Conclusión obvia: no tiene caso usar condón para prevenirlo. Consecuencia: una creciente ola de infecciones.

Pero hay más: según ellos, los medicamentos antirretrovirales usados para tratar a quienes están infectados ¡son la causa de sus síntomas! El aterrador efecto es que hay ya decenas de pacientes que están abandonando los únicos tratamientos comprobados que pueden mantenerlos sanos.

Para ejercer el periodismo científico se requiere estar preparado. Rocha creyó que sólo porque son científicos, sus entrevistados eran fuentes confiables. Pero los científicos también se equivocan. Al no saber cómo funciona la ciencia y escuchar la voz de una minoría, ignoró el consenso prácticamente total de la comunidad científica internacional: el sida es definitivamente causado por un virus; el contagio puede evitarse usando condón, y las terapias antirretrovirales mejoran la esperanza de vida de los infectados casi indefinidamente.

Quien divulgue lo contrario, como hizo Rocha, muestra no sólo gran ignorancia, sino mucha irresponsabilidad.

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miércoles, 3 de enero de 2007

Un buen propósito

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 3 de enero de 2007

Dicen que los propósitos de año nuevo sólo sirven para causar remordimiento. Aun así, no está de más iniciar el año pensando cómo mejorar un poco nuestra vida.

El comentario de un lector respecto a lo dicho aquí la semana pasada sobre el documental La verdad incómoda, de Al Gore, me hace pensar en lo útil que sería reforzar un poco la dotación de escepticismo de todo ciudadano.

El lector se manifiesta incrédulo sobre los inminentes peligros del calentamiento global de los que alerta Gore. No le falta razón: hay evidencia que señala que no existe tal calentamiento; o que no es causado por el dióxido de carbono (CO2) liberado por la industria humana, sino parte de los ciclos normales del clima; o que la cuestión no puede decidirse porque no es posible medir con precisión la concentración de CO2 atmosférico.

En efecto, existe tal evidencia y hay unos cuantos expertos (y muchas industrias) dispuestos a apoyarla. El problema no es ése, sino que la evidencia contraria, que sostiene que el aumento de la concentración de CO2 es un hecho bien comprobado, que el calentamiento es un problema real y urgente, y que el segundo es consecuencia del primero, es mucho, mucho más abundante, y es aceptada prácticamente por la totalidad de la comunidad de expertos.

El escepticismo científico del lector, en este caso, no se sostiene ante el alud de evidencia. Pero existen muchos otros casos en que un sano escepticismo –no dogmático, sino informado: basado en las pruebas disponibles, y dispuesto a cambiar si la evidencia cambia– resulta indispensable.

Un ciudadano que no creyera ciegamente en las promesas de los candidatos a puestos públicos, sino que exigiera la evidencia que las sostiene, sería sin duda un mejor ciudadano, y ayudaría a construir una mejor democracia, menos basada en la propaganda.

Igualmente, una actitud escéptica evitaría que muchos siguieran siendo estafados por charlatanes como los que nos dicen que existen extraterrestres inteligentes (algo que muchos científicos creen posible), pero que además nos visitan constantemente montados en platillos voladores (algo inaceptable, en vista de la evidencia disponible).

Pongamos, pues, en nuestra lista de propósitos para 2007 un poco más de ese escepticismo informado que hace de la ciencia una herramienta tan poderosa para conocer, engañándonos lo menos posible, cómo son las cosas.

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jueves, 28 de diciembre de 2006

El reto urgente

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de diciembre de 2006

Vi La verdad incómoda, documental en que Al Gore, ex vicepresidente estadunidense y candidato presidencial alerta sobre el calentamiento global, sin mucha confianza.

Temía aburrirme. Dudaba aprender algo nuevo: la información sobre el efecto invernadero y el calentamiento global aparece con frecuencia en la prensa. Y pensé que la cinta sería tendenciosa.

Me equivoqué en los dos primeros puntos. A pesar de ser la versión cinematográfica de una conferencia que Gore imparte desde hace años, la cinta es fascinante. Gore ha destilado la información y refinado su presentación hasta lograr un producto magistral. Hechos y argumentos se van ensamblando con tal claridad que el mensaje es contundente. Una gran riqueza de imágenes y datos añaden frescura e impacto.

En lo que no erré fue en el tercer punto. Gore no se anda con medias tintas; su postura es radicalmente comprometida. A diferencia de quienes quieren disfrazar los hechos con eufemismos como “cambio climático global” (en vez de “calentamiento”, para sugerir que no se sabe si efectivamente la temperatura global está aumentando), la cinta deja claro que el efecto de la descontrolada liberación de gases de invernadero —principalmente dióxido de carbono— a la atmósfera está afectando el balance energético del planeta, y muestra lo terribles que pueden ser las consecuencias, que ya comienzan a manifestarse.

También confirma que indiscutiblemente los Estados Unidos son el país que más contribuye al problema, y el que más se ha resistido a su solución (la oposición del presidente Bush a firmar el Protocolo de Kioto es sintomática). Aunque la cinta llega a ser angustiante, también da esperanza: con medidas factibles y realistas, puede disminuirse drásticamente la liberación de gases de invernadero, y el problema podría frenarse en pocas décadas. Pero sólo si tales medidas se llevan a cabo, lo cual no ocurrirá si los ciudadanos del mundo, y especialmente de los países más industrializados, no estamos claramente conscientes de la situación. Preocupa el dato de que, aunque las publicaciones especializadas dejan claro que el consenso científico prácticamente unánime es que el calentamiento es una realidad urgente, la prensa popular presenta el problema como sólo una posibilidad.

Si usted quiere informarse, le recomiendo ampliamente ver la cinta. También puede consultar http://www.climatecrisis.net. ¡Feliz 2007!

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